Estudiamos la meseta de Marcahuasi durante nueve años.
Construimos una choza y pasamos en ella todo el tiempo que podíamos disponer durante los meses secos, de abril a septiembre. Solamente una vez subimos en diciembre. Comprobamos en los raros momentos de sol que algunas esculturas estaban hechas para ser apreciadas bajo la iluminación de ese solsticio, que en la latitud del Perú es el solsticio de verano. En los Andes es la época de las grandes lluvias.
Después de veinte días vividos dentro de la humedad de una nube que no permitía la visión ni la fotografía, nos vimos obligados a abandonar nuestro trabajo. En cambio en los meses secos el sol esplendoroso, en un cielo absolutamente puro nos permitió miles de magníficas fotografías.
En 1953 tuvimos nuestro primer contacto con la protohistoria mexicana. Dimos una conferencia en la Academia Nacional de Ciencia de México ellO de enero de ese año. Habíamos llegado ya a la convicción de que la cultura Masma no era una cultura peruana sino una cultura americana.
Mantuvimos el nombre de cultura Masma que, según nosotros, correspondía al Perú, pero defendimos nuestra tesis del origen y antigüedad de las esculturas en la roca natural contra nuestros amigos mexicanos los doctores Antonio Pompa y Pompa y Manuel Manzanilla que seguían creyendo en los caprichos de la naturaleza. Años después recibimos una carta de Pompa y Pompa: había hecho una excursión peligrosa al Cerro del Meco, cercano a Guanajuato, nombre que significa "Cerro de las Ranas", y había comprobado el trabajo humano en esos megalitos.
En nuestra conferencia habíamos propuesto establecer una vertical de esa cultura arcaica a través del continente americano.7
De regreso al Perú, en ese mismo año de 1953, visitamos el Bosque de Piedra en las alturas de Junín a más de cinco mil metros de altura sobre el mar. Fue para nosotros una revelación. Los trabajos escultóricos, similares a los de Marcahuasi, en ese lugar inhospitalario, no podían ser considerados históricos ni prehistóricos; empezamos a pensar, para nuestros descubrimientos escultóricos, no solamente en la protohistoria como época de su realización sino en la posibilidad de un clima y de una altura sobre el mar, diferentes, producidos por las lunas y las mareas de Hoerbiger.
En 1954 dimos una segunda conferencia, en lima, sobre la cultura Masma. Nos ocupamos muy especialmente de la meseta de Marcahuasi, pero citamos las esculturas similares que ya conocíamos en México y Brasil.
Nuestro viaje a Brasil, en ese mismo año, nos permitió descubrir en Río de J Janeiro algunas esculturas de la misma calidad y de mucho mayor tamaño. Se hizo más firme nuestra convicción de la existencia de una cultura americana muy antigua y totalmente desconocida. Posteriormente, en 1962, nos instalamos en Río de Janeiro donde vivimos ocho años rodeados de esas esculturas.
Durante los últimos meses de 1954 visitamos Tiahuanaco y en los dos años siguientes repetimos nuestras visitas al Cuzco, Ollantaitambo y Machu Picchu.
En enero de 1957 y en diciembre de 1958 dimos dos conferencias en La Sorbona, en París, sobre Marcahuasi y la cultura Masma.
En 1959 descubrimos en el bosque de Fontainebleu esculturas similares a las que habíamos estudiado en América desde 1924. La "casualidad" que nos acompaña en todo lo que tiene relación con este misterio de una humanidad desaparecida, nos puso en Fontainebleau frente a la roca de los elefantes en un momento en que la luz del sol producía el milagro.
No habíamos pensado nunca en la posibilidad de encontrar esa calidad de trabajos escultóricos fuera de América y nadie antes que nosotros los había apreciado en Fontainebleau. Nos era imposible radicarnos en París para realizar el trabajo fotográfico y años después tuvimos que convencer a nuestra amiga, Edith Gerin, dedicada a la fotografía artística y gran admiradora del bosque de Fontainebleau, de que las rocas aparentemente informes de ese bosque, eran esculturas talladas por artistas desconocidos, anteriores al diluvio.
En seis años de trabajo, realizado los domingos cuando el sol iluminaba las figuras, Gerin logró una serie de fotografías admirables que no dejan lugar a duda sobre el arte y la técnica del enorme trabajo humano realizado en Fontainebleau.
En septiembre del mismo año, 1959, visitamos Stonehenge y Avebury. No pudimos dedicar mucho tiempo a la investigación, pero en ochenta fotografías tomadas durante el equinoccio, con el sol a la espalda, quedó demostrado que los megalito s habían sido decorados por la misma raza de escultores que habían trabajado la roca natural en el Perú, en México, en Brasil y en Francia.
Después de treinta y seis años de investigación encontrábamos una dimensión diferente al sueño de Pedro Astete que había guiado nuestros trabajos. No se trataba de una cultura prehistórica, perdida en América, desconocida antes de Colón. Se trataba de una cultura humana protohistórica, anterior a los sumerios y a todas las esculturas a tres dimensiones que llenan los museos de Europa.
Las esculturas protohistóricas, hechas para apreciarse desde un determinado punto de vista y cuando el sol se encuentra en un lugar exacto del cielo, son cuadros a dos dimensiones en los que las luces y las sombras completan las figuras. Su técnica y estilo no han sido empleados en la prehistoria. Tienen que ser trabajos protohistóricos anteriores al diluvio.
Fontainebleau nos llevó hasta la protohistoria. Aceptando esa antigüedad remota en 1959 y estudiando durante diez años la cronología mística de Tritheme y la cronología tradicional de Nostradamus, llegamos a descubrir la identidad de las cronologías secretas de hebreos y egipcios, indostanos y caldeos, corroboradas por la piedra del Sol de México, por los muros de Babilonia y por una frase del griego Hesiodo.
Habíamos encontrado en Marcahuasi, en Brasil y en México, huellas egipcias. Creímos que debíamos visitar Egipto y lo hicimos en 1961. Recorrimos con admiración y profundo respeto desde Gizeh hasta Wadi-Haifa.
Nuestro viaje de cuarenta días nos dio la prueba fotográfica de que nuestra teoría era mucho más que una hipótesis. Detrás del grandioso templo de Tebas se levanta una alta pared de granito cubierta de cientos de esculturas erosionadas durante milenios por los elementos. Junto a la obra egipcia de tiempos históricos se eleva otra más importante de tiempos protohistóricos, en que están representados los mismos dioses egipcios. Los trabajos de esa pared no constan en la historia de Egipto y son muy anteriores a ella.
Estaba igual que hoy antes de la primera dinastía. Sufrió las convulsiones del diluvio y quedó como testigo de un pueblo atlante del que hemos descubierto iguales vestigios en tres países de América.
Finalmente, en 1968, organizamos una expedición en Rumania, dirigiendo a los fotógrafos de la empresa cinematográfica estatal. Con nuestras fotografías tomadas en el Perú, con nuestra experiencia después de cuarenta y cuatro años de investigación, con nuestra dirección y con nuestros descubrimientos de esculturas en los Carpatos, durante la expedición a que nos referimos, hicieron una película que ganó dos premios en Alemania. No recibimos ni siquiera unas palabras de agradecimiento y tuvimos que pagar una copia de la película para nuestro archivo.
Habíamos terminado nuestro trabajo fotográfico y nuestra investigación cronológica. En 1969 comenzamos a poner en orden nuestras notas y a presentar en libros el resultado de nuestros estudios.
Nuestra humanidad ha heredado las pinturas rupestres, las esculturas y trabajos hechos en la roca natural, las más antiguas construcciones ciclópeas, la matemática sexagesimal, la cronología secreta de las Edades y de los ciclos históricos, la astronomía necesaria para esa cronología, que se establece sobre la eclíptica y sobre la precesión equinoccial, y las divisiones del tiempo para la vida diaria de una humanidad destruida por un cataclismo.
Ha heredado también todas las especies de animales domésticos y todas las plantas alimenticias que el hombre ha creado. Nada de eso ha podido ser realizado por salvajes primitivos. Todo ha sido heredado de una humanidad tan evolucionada, o más, que la nuestra porque tenemos que agregar, como perteneciente a ella, todo el acervo místico, mítico y simbólico, al que nada hemos añadido.
Por el contrario, hemos desordenado los mitos y no hemos comprendido en toda su grandeza los conjuntos simbólicos: citaremos solamente el Tarot, el Ajedrez, el Zodiaco y la Mitología. Esta última clave de la Química y, muy probablemente, clave universal de la ciencia, ha sido estudiada siempre como creación literaria de personajes fabulosos.
Se ha llegado a creer que reemplazaba a la historia.
Cuando Tritheme ha titulado su trabajo "cronología mística", nadie lo ha comprendido. Cuando se ha ocupado de las siete causas segundas después de Dios, refiriéndose a los siete días de la semana, nadie ha seguido el camino que ha trazado y que nos lleva a la ciencia mística mitológica, que hemos heredado para estar ante ella durante siglos, como un niño ante una computadora electrónica.
No queremos aceptar que los hombres, unidos íntimamente con la naturaleza y con su Dios, no necesitaban escribir enormes volúmenes. Para ellos, cada dios, cada semidiós, cada héroe, era una realidad. El nombre de un dios era también el nombre de un planeta, de un metal y de un día de la semana; había una profunda relación verdadera y científica, entre todo lo que ese nombre abarcaba. Una serie de dioses formaba un conjunto simbólico muy fácil de recordar.
Como las relaciones de ese conjunto simbólico eran verdaderas, traían a la mente todo lo que representaban. Hemos encontrado la relación entre los días de la semana y la serie de los números atómicos de los metales, que representan esos días y cada vez encontramos nuevas relaciones que se establecen entre las seis series, tres directas y tres retrógradas, a que da lugar esa ordenación de los siete metales.
Si tenemos en cuenta que la Mitología cataloga no siete sino cientos de personajes, tendremos que aceptar nuestra ignorancia. La humanidad ha seguido otro camino científico, ha abandonado la sabiduría milenaria de una humanidad anterior; ignorando la existencia de esa sabiduría, hemos olvidado la deuda que tenemos que pagar.
Debemos recibir esa herencia y hacerla nuestra; solamente así podremos legada a la próxima humanidad.
En el curso de los últimos treinta y cuatro años hemos descubierto, en cuatro continentes, centenares de esculturas similares a las primeras que descubrimos en el cerro San Cristóbal, junto a la ciudad de Lima. Solamente una humanidad desaparecida pudo tallar las montañas con un estilo definido que quedó olvidado durante la vida de la humanidad actual.
Pretendemos, en este libro, presentar una prueba fotográfica indiscutible de esas esculturas y montañas talladas. Señalan y decoran siempre los lugares de los bosques sagrados y de las cavernas iniciáticas de esa humanidad. Avanzan los tiempos. Desde 1957 las estructuras construidas por el hombre, de acuerdo con la influencia general de los astros, durante los últimos dos mil años, han empezado a derrumbarse con estruendo. Este proceso de destrucción durará ciento ochenta años hasta la época de la gran catástrofe en 2137.
Los gritos histéricos de la juventud en todos los continentes sólo pueden compararse con el ruido desordenado de los peces que se arrojan por millares en marcha suicida hacia las playas cuando el instinto les advierte que han superado el número que les permite la vida dentro de su medio.
Hemos quedado solos frente a la responsabilidad de estos estudios. Nos hemos ocupado ya, y lo haremos en este libro y en publicaciones posteriores, del tesoro espiritual y físico y de las cavernas que lo encierran Explicaremos por qué guardan la salud y la salvación de la humanidad; la salud: por la magia de las corrientes telúricas que en ellas se condensan y por la magia de la fe colectiva; la salvación: porque esperan ser utilizadas cuando el próximo cataclismo amenace al planeta con su violencia acelerada.
Débora Goldst