Todo hombre o mujer de buena voluntad busca el rostro del verdadero Dios, el Dios viviente, que da vida. Pero la tarea no es fácil. Se trata de saber distinguir entre el Dios verdadero y los falsos dioses, en cuyo nombre multitud de idólatras dan muerte al hombre. Este es el problema que todos enfrentamos: ¿cuál es el Dios de Jesús, Dios de vida?; ¿cuáles son las falsas divinidades, en cuyo nombre se da muerte? Jesús no solamente predicó al Dios verdadero. También combatió y desenmascaró toda imagen falsa de Dios. Quizás nosotros muchas veces nos fijamos sólo en la primera parte, sin prestar atención a la segunda. Con lo que corremos el riesgo de intentar apoyarnos también nosotros en falsas divinidades. Al Dios verdadero se le conoce también por contraste con las falsas divinidades.
1. EL DIOS DE JESÚS ES CONFLICTIVO
El Dios en el que creyó Jesús era muy distinto al Dios de la religión oficial de su tiempo. La experiencia de Dios que tuvo Jesús hacía saltar los esquemas religiosos de su época, los tabúes, las normas legales y los grupos sociales. Su revelación de Dios fue un escándalo tan grande para muchos de sus contemporáneos, que le llevó a la muerte; ellos creían que Jesús hablaba ignominiosamente de su Dios.
Más tarde, los primeros seguidores de Jesús no tendrían inconveniente en que se les llamase "ateos", porque verdaderamente ellos no creían en los dioses de la religión oficial. También en nuestros días el seguidor de Jesús sufre un choque cuando descubre la cercanía, la fuerza, la "debilidad", la libertad y la comprensión del Dios de Jesús, frente a la intransigencia, la lejanía, la severidad y el castigo del Dios de las religiones.
Jesús no habla de un nuevo Dios, sino del mismo Dios de Israel, pero entendido de forma nueva. Su modo de concebir a Dios y las relaciones del hombre con Dios son bien diferentes a las creencias judías de la época. El Dios que predica Jesús es distinto y mayor que el de los fariseos. Según Jesús el templo no es ya lugar privilegiado para encontrar a Dios; a Dios se le encuentra en los hombres, y más concretamente, en los pobres, en los despreciados y marginados, en los pecadores. Ellos son los auténticos mediadores para llegarnos a Dios. Acercándose al pobre se descubre el misterio de Dios.
El Dios de Jesús suprime mediante el amor, es decir, mediante el perdón, el servicio y la renuncia, las fronteras naturales entre compañeros y no compañeros, lejanos y próximos, hombres y mujeres, amigos y enemigos, buenos y malos.
El Dios de Jesús se pone de parte de los débiles, los enfermos, los no privilegiados, los oprimidos. No es el Dios de los observantes, sino de los pecadores; no es el Dios de los piadosos, sino el Dios de los alejados de Dios.
¡Verdaderamente Jesús revolucionó el concepto de Dios de una manera inaudita! Lo hemos sopesado ya a lo largo de los capítulos anteriores.
Por eso no es de extrañar su muerte violenta. Jesús murió por ser testigo fiel del verdadero Dios, en una situación en que los hombres no querían a ese Dios, sino a otro.
La condena de Jesús muestra que se entendió bien la alternativa que él presentaba: el Dios de la religión oficial, o el "Padre nuestro"; el templo o el hermano. La cruz de Jesús no es algo sucedido sin motivo, sino el último intento de justificarse los hombres. Quienes mataron a Jesús fueron los amantes de otro tipo de dioses, contrarios al Dios de Jesús. Aquí está el punto central del conflicto.
Jesús, su Dios y su Reino, son signos de contradicción. En nombre de Dios, Padre bueno de todos, Jesús pide a cada uno salir de los suyos, de sus seguridades, de su "religión", para acercarse a los despreciados de la sociedad. Y este proceso es en sí sumamente conflictivo, pues muchos no están dispuestos a aceptarlo. Por ello Jesús se convierte en centro de polémica: mientras unos ven en él a un hombre de bien, otros dicen que engaña al pueblo (Jn 7,12-13); unos lo miran como enviado de Dios, mientras otros juzgan que está loco y poseído del demonio (Jn 10,19-21). Ya había dicho de él el viejo Simeón: "Mira: éste está puesto para que todos en Israel caigan o se levanten; será una bandera discutida... Así los hombres mostrarán claramente lo que sienten en sus corazones" (Lc 2,34-35).
Ante Jesús no se puede ser neutral; hay que decidirse. El provoca división (Lc 12,51-53). "El que no está conmigo, está contra mí" (Mt 12,30). Por eso unos están pendientes de sus labios y otros buscan cómo quitarlo de en medio. La actitud que cada uno toma ante Jesús se convierte en su propio juicio. Para unos Jesús es la "piedra viva" (1 Pe 2,4), "la piedra angular" (Ef 2,20), sobre la que construir su vida; para otros es "piedra de obstáculo" (Rm 9,33), sobre la que "se estrellarán... y se harán pedazos" (Lc 20,18). Jesús es "señal de contradicción" desde el pesebre a la cruz.
Ciertamente, cuando leemos los Evangelios liberados de la imagen prefabricada del "dulce Jesús de Nazaret", nos encontramos a cada paso con un conflicto consciente y voluntario entre grupos perfectamente determinados, conflicto que, lejos de disminuir, lleva al asesinato jurídico de Jesús.
La división radical que produce el mero anuncio de la proximidad del Reino, en cuanto a algo que hará felices a los pobres y desgraciados a los ricos, destruye por su base la más o menos habitual convivencia pacífica entre ellos. Jesús agudiza los principales conflictos latentes en la sociedad de Israel. De tal modo, que quienes no estaban de acuerdo con el grupo protegido por Jesús se sentían tan amenazados como para programar asesinarlo.
Jesús se colocó en la línea más pura del profetismo de Israel. Es un hecho que el pueblo reconoció en él rasgos de los profetas antiguos, especialmente de Elías (Mc 8,28; Lc 9,19) y de Jeremías (Mt 16,14). Y Jesús era consciente de que el profetismo entra siempre en conflicto con el poder establecido, y por ello el poder le responde con la violencia provocando la muerte del profeta (Mt 23,29-35; Lc 6,22-23).
Ciertamente las autoridades religioso-políticas del judaísmo se sintieron amenazadas por Jesús. Creyeron que él lesionaba sus intereses. De ahí procedió la envidia y el miedo primero, luego la calumnia, el complot y el apresamiento, más tarde la sentencia y, por último, la tentativa, coronada por el éxito, de poner públicamente al procurador romano Pilato en una situación sin salida si no accedía a sus intentos de ajusticiar a Jesús.
2. JESÚS FUE CONDENADO POR BLASFEMO
Dos son los motivos históricos del asesinato de Jesús: los religiosos y los políticos; lo condenaron por blasfemo y lo ajusticiaron como rebelde político. Ambos motivos se fundamentaban en la idea de Dios y del Reino de Dios que predicaba Jesús.
Veamos en primer lugar la acusación de blasfemo.
Jesús ciertamente había presentado un Dios diferente al de la religión oficial de su tiempo. Aquellos profesionales de la religión habían querido encasillar a Dios, encerrándolo en el templo, en sus leyes cuadradas y minuciosas, en sus ritos y en sus fiestas. Así se imaginaban que tenían a Dios bajo su poder. Pretendían inmovilizar al que es la misma vida: Dios no debía trabajar en sábado. Dios tenía que desprestigiar y castigar a los que no conocían la ley; Dios debería contentarse con los sacrificios de animales y el incienso que ellos le ofrecían. Dios tenía que mirarlos a ellos como justos y a los que no eran como ellos como pecadores. Escribas y fariseos eran los constructores de lo sagrado: un espacio y un tiempo para Dios. Fuera de esas normas, fuera de lo sagrado, no se podía encontrar a Dios ni rendirle culto dignamente.
Jesús, en cambio, suscita una verdadera revolución en torno al concepto de Dios. Su Dios es distinto, imprevisible, desconcertante. No sabes de donde viene, ni a dónde va.
Según el Dios de Jesús, los que parecían buenos no lo son; los que parecían malos, son bendecidos. La pecadora que se arroja a los pies de Jesús queda justificada, mientras que el fariseo, dueño de la casa, queda desacreditado (Lc 7,36-50). No condena a la mujer adúltera, pero los presentes acusadores huyen avergonzados (Jn 8,1-11). Los despreciados publicanos y prostitutas son puestos por delante de los piadosos fariseos (Mt 21,31). No se nos pone como ejemplo al sacerdote ni al levita, sino al samaritano, siempre mal visto por los judíos (Lc 10,30-37). La alegría de los ángeles es mayor por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan penitencia (Lc 15,7). Así el hijo pródigo, que se va de la casa y malgasta la herencia, es preferido al "buenito" (Lc 15,12-32). El fariseo sale del templo sin justificarse, mientras que el publicano es bien visto por Dios (Lc 18,10-14). La viuda pobre agrada más a Dios con sus centavos, que los ricos que dan para el templo grandes sumas de dinero (Lc 21,1-4).
En definitiva, Jesús rechaza a los fariseos, a los observantes (Lc 11,39-54), mientras se hace amigo de los pecadores, de los despreciados, de los enfermos. Es que lleva dentro a un Dios desconcertante, muy distinto del Dios cuadriculado en el que creen los piadosos de la época. No había manera de entenderse. Cuando Jesús hablaba de Dios, no se refería al Dios que imaginaban los fariseos. El Dios de Jesús es un Dios de vida, de libertad, de amor.
Jesús desenmascaró el sometimiento del hombre en nombre de Dios; desenmascaró la manipulación del misterio de Dios con base en tradiciones humanas; desenmascaró la hipocresía religiosa, que consiste en considerar el misterio de Dios como alivio para desoír las exigencias de justicia. En este sentido los poderes religiosos entendían correctamente que Jesús predicaba un Dios opuesto al suyo.
Jesús les presentaba al Dios que se acerca en gracia; al Dios que se da porque es amor, porque él así lo quiere, gratuitamente. Los fariseos, en cambio, pensaban que Dios se les entregaba como justa recompensa por sus buenas obras.
Según Jesús, el lugar privilegiado para acercarse a Dios no es el culto, ni la ciencia, ni siquiera sólo la oración, sino el servicio al necesitado. Los fariseos, en cambio, despreciaban a los pobres en nombre de Dios, justamente porque no sabían ni podían darle culto según sus leyes minuciosas y exigentes.
La solidaridad de Jesús con los "impuros", que según los fariseos eran todos los pobres, era algo que la piedad oficial no podía tolerar: iba contra la ley...
Por ello parece que Jesús llegó a la conclusión de que escribas y fariseos, con todas sus teorías, no tenían ni idea de quién es Dios. El les dice: "Es mi Padre quien me honra, al que ustedes llaman su Dios, aunque no lo conocen. Yo, en cambio, lo conozco bien" (Jn 8,55). "Ustedes nunca han oído su voz ni visto su figura; ni tampoco conservan su mensaje entre ustedes" (Jn 5,38).
Esta diferencia radical de ideas sobre Dios lleva a los judíos a decidir matar a Jesús: "No te apedreamos por nada bueno, sino por una blasfemia; porque tú, siendo un hombre, te haces Dios" (Jn 10,33). Jesús fue mirado como blasfemo porque su concepción de Dios no sólo era distinta a la de los judíos, sino completamente opuesta. Lo que Jesús decía de Dios ofendía la sensibilidad religiosa de los fariseos.
Jesús es condenado por blasfemo (Mt 26,65-66), porque en vez de decirnos que miremos al cielo para descubrir a Dios, nos muestra a Dios en medio de los hombres, en la vida diaria y profana. En la vida de los hombres es donde se proyecta el amor de Dios. Pero los fariseos rechazan esa presencia de Dios; ellos creen que Jesús blasfema de "su" Dios (Mt 9,3) y se sienten en la obligación de acallarlo.
El conflicto de Jesús con los representantes de la religión judía era, pues, muy profundo. Ello lo llevó a la cruz. Pero la cruz como la consecuencia de la concepción de Dios que tenía Jesús mantendrá siempre en pie el problema de quién y cómo es el verdadero Dios. Es desde la cruz desde donde hay que preguntarse quién es el verdadero Dios, el de los fariseos o el de Jesús.
3. JESÚS FUE AJUSTICIADO COMO REBELDE POLÍTICO
Como acabamos de ver, Jesús fue condenado como blasfemo porque su concepción de Dios era completamente distinta a la del Dios de la religión oficial. Y fue ajusticiado como agitador político porque su concepción de Dios incluía por esencia el anuncio del Reinado de Dios; por ello encontró necesariamente oposición y conflicto con el poder político.
Jesús constata la coexistencia entre opresores y oprimidos y afirma que esa situación no es querida por Dios, sino fruto de la libre voluntad de los hombres. A la manera profética, Jesús denuncia que si hay pobreza es porque los ricos no comparten sus riquezas; si hay ignorancia es porque los “maestros” se han llevado la llave de la ciencia; si hay opresión es porque los fariseos imponen cargas intolerables y los gobernantes actúan despóticamente. Jesús ataca duramente estas situaciones injustas como fruto de la unión de egoísmos personales. Y combate muy especialmente la hipocresía que pretende justificar el poder opresor en nombre del poder de Dios.
La muerte política de Jesús se explica por una diferente concepción de Dios como poder. Su poder, el del amor realista metido en situaciones concretas, y en este sentido amor "político" y no idealista, chocaba con el poder dominante, bien sea el religioso-político de los jefes del pueblo, bien el del emperador. Fue crucificado porque estaba socavando las bases de la concepción política de los dominadores de su sociedad y del imperio romano. Según Jesús el poder está en la verdad y en el amor; por ello destruye el esquema amigo-enemigo, y no llama a la venganza sino al perdón; incluso al amor al enemigo.
La concepción del poder que tenía Jesús se diferenciaba también de la de los zelotes, guerrilleros nacionalistas muy religiosos. Jesús comparte con ellos la necesidad de la instauración del Reino de Dios; pero se diferencia en la concepción de Dios, que no es sólo poder, sino amor que se manifiesta en la debilidad. Dios se acerca gratuitamente y no con violencia, como pretendían los zelotes. Jesús presenta una nueva alternativa al zelotismo: el amor político.
Jesús opone a la concepción de la divinidad como poder, otra concepción de la divinidad como amor. Ello no significa que el amor no deba ser político; por ser un amor situado en un mundo de injusticia, el amor se desarrolla enfrentándose necesariamente con el poder opresor. Por eso el amor de Jesús no es idealista ni ilusorio. El amor universal de Jesús es "político", en el sentido de que quiere ser también efectivo en una situación determinada: busca tener repercusiones visibles para el hombre.
Por esta razón el amor universal de Jesús se manifiesta de diversas formas según la situación. Su amor hacia el oprimido se manifiesta estando con ellos, dándoles lo que les pueda devolver su dignidad y les pueda humanizar. Su amor hacia el opresor se manifiesta estando contra su comportamiento, intentando quitarles lo que les deshumaniza. Pero en ambos casos su interés es renovador, recreador de hombres nuevos. En este sentido el amor de Jesús es político: por estar situado dentro de la realidad es denuncia y condena, anuncio y esperanza. Y esa concepción del amor político le llevó necesariamente a la cruz.
No se puede comprender la cruz de Jesús sin tener presente este camino que le llevó a la cruz: su lucha contra las falsas divinidades del poder. Además, si la cruz es la consecuencia de la fe de Jesús y su amor histórico, la espiritualidad cristiana no puede reducirse a un sufrir por sufrir, sino que consiste en el seguimiento del camino de Jesús, que tiene como consecuencia la cruz. Si no se recorre el camino de Jesús, la cruz de la vida no es necesariamente cristiana.
4. ¿UN DIOS DIFERENTE?
Hemos afirmado repetidas veces que Jesús presenta un Dios diferente al Dios oficial de la religión judía de su época. Conviene aclarar en qué es y en qué no es diferente.
Jesús no se presentó ante sus contemporáneos como un pensador, un filósofo o un teólogo. El desempeña el papel de profeta y consiguientemente se mete dentro de esta tradición concreta y se relaciona con sus oyentes dentro de un horizonte común.
Por ello la oposición entre Jesús y los representantes de la religión oficial no se da en el plano doctrinal. En la teoría están los dos de acuerdo. Si él dice que Dios es bueno, también lo dicen sus adversarios; si piensa que es único, también ellos; si cree que habló a Abraham, a Moisés y a los profetas, ellos están de acuerdo; si no duda de que Israel es el pueblo de la Alianza, ellos comparten esta misma convicción. Más aún, Jesús habla de Dios como de un Dios misericordioso, cercano a los humildes; los fariseos y saduceos no rechazan tampoco esta opinión. Los dos atribuyen a Dios las mismas cualidades.
Sólo queda, pues, un camino para comprender la base de la oposición entre Jesús y sus adversarios: su comportamiento.
Los adversarios de Jesús, escribas, fariseos y saduceos, nunca se habían imaginado que Dios no fuera bueno, que no fuera misericordioso, que no fuera libre. Pero si se abandona la teoría sobre Dios y se pasa a definir el comportamiento de Dios hacia los hombres, entonces la oposición entre fariseos y Jesús es evidente. En el combate de Jesús, se trata de Dios, no de una doctrina sobre Dios. Esto exige considerar como base de toda interpretación de las palabras de Jesús a su acción, ya que en ella es donde aparece un papel social distinto de Dios. El debate entre Jesús y sus opositores recae sobre la manera con que se mezcla a Dios en los asuntos humanos.
Veámoslo en un caso concreto. Pregunta Jesús a los fariseos delante de un paralítico: "¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o matar?" (Mc 3,4). Jesús nunca plantea una cuestión general. No pregunta si es lícito curar a un enfermo. En esa pregunta en general estarían todos de acuerdo. Como por ejemplo, están de acuerdo todos los movimientos políticos, en buscar la libertad y el bien del pueblo, así en general. Nadie está en contra de la bondad y misericordia de Dios. Los problemas vienen cuando los principios generales se aterrizan en cosas concretas: Curar "en sábado", día consagrado exclusivamente al honor de Dios.
Los fariseos y Jesús estaban de acuerdo sobre las cualidades de Dios. Pero aquéllos desconocían y despreciaban de hecho a Dios, porque lo querían honrar justamente como Dios no quiere ser honrado. Estar de acuerdo sobre las cualidades de Dios no significa estar de acuerdo sobre el conocimiento real de Dios. La honra de Dios no está en la perfección abstracta de la Ley. Honra a Dios aquél que, abofeteado, no trata a su enemigo como ofensor; lo honra aquél que no arrastra ante el tribunal al deudor pobre y no vacila en seguir haciéndole favores, lo honra el que atiende al pecador, el que comprende a la mujer adúltera. El conocimiento de Dios no puede comprenderse fuera del efecto liberador que produce. El conocimiento de Dios invocado por Jesús no puede separarse de su acción: "Quien me ve a mí, está viendo al Padre" (Jn 14,9).
Jesús combatió contra la "ideología" que organizaba y justificaba la dominación saducea y farisea. Combatió contra ella, no porque juzgase erróneos los principios doctrinales de los fariseos, sino porque consideraba intolerables los efectos destructores de su religión. En este sentido el Dios de la religión oficial de la sinagoga no era el Dios de Jesús. Jesús no atacó la idea de Dios que esa religión transmitía, sino que se rebeló contra el carácter opresivo que el uso concreto de esa idea producía en Israel. Si el Dios proclamado y venerado no libera, ese Dios no es el Dios de Abraham, de Moisés y de los profetas. A Dios se le honra en donde se hacen libres a los hombres de cualquier pecado.
El pecado contra el Espíritu (Mc 3,29) consiste precisamente en confundir el acto liberador de Dios con el acto esclavizador de Satanás.
A Jesús le apasiona el combate por la libertad de Dios. No le gustan las discusiones doctrinales. La doctrina abstracta sobre Dios puede servir de excusa para oprimir. Eso es lo que Jesús reprocha a escribas y fariseos: quieren encadenar a Dios a sus propios intereses y lo usan como razón para oprimir y despreciar a los demás. Jesús emprende el combate contra el carácter opresor de este tipo de religión.
Jesús se distinguió irremediablemente de los maestros en religión porque implicaba a Dios en la sociedad y en la misma religión de una manera distinta. Era su acción, el comentario que hacía de ella, y su invocación al Padre en medio de ella, lo que comprometía a Dios. Jesús lo comprometió de tal manera que puso al descubierto su poder liberador hasta en donde se consideraba intocable la ley Divina. Jesús pagó con su sangre esta opción que había hecho por un Dios liberador. Y es preciso reconocer la lucidez de sus adversarios, que supieron comprender tan pronto sus consecuencias sociales y religiosas.
5. JESÚS LUCHA CONTRA LAS DIVINIDADES DE LA MUERTE
Ya hemos visto cómo Jesús fue de hecho inconforme con respecto a la situación religiosa de su tiempo y de su pueblo. También hemos hablado algo sobre la raíz de ese inconformismo. Intentemos ahora ahondar un poco más en el punto concreto de su rebeldía: las falsas concepciones sobre Dios.
Jesús luchó decididamente contra cualquier tipo de fuerza social que de una u otra manera deshumanizara al hombre o le diera muerte. El vio con claridad cómo el plan original de Dios, del Dios bueno, es que todos los hombres tengan vida, vida plena en todos los sentidos. El "pan" como símbolo de vida debe existir para todos. Este fue un criterio claro en su conducta. El Reino que él predica es un reino de vida para todos.
Jesús se daba cuenta perfectamente que la mayoría de los hijos de Dios estaban privados de la vida de muy diversas formas: por eso optó por ellos. Y se daba cuenta también que la falta de vida tiene por causa la libre voluntad de grupos minoritarios que usan de su poder para sus propios intereses en contra de los demás: por eso lo condenan.
En esa lucha Jesús fue descubriendo que las fuerzas de la muerte se justificaban apoyándose en ideas religiosas y en diversas formas de concebir la divinidad. Por ello buena parte de su actividad se dirigió a desenmascarar las falsas divinidades. Privar al hombre de algo de vida en nombre de Dios tiene una maldad doble, porque Dios es el Dios de la vida.
Esta noción de Jesús de un Dios de vida enseguida entra en conflicto con los intereses privados de quienes no quieren dar vida a otros. Jesús afirma que los derechos de Dios no pueden estar en contradicción con los derechos del hombre. Cualquier supuesta manifestación de la voluntad de Dios que vaya en contra de la dignidad de los hombres es la negación automática de la más profunda realidad de Dios.
Jesús ve que los hombres tienen diversas y aun contrarias nociones de Dios. Pero se da cuenta también que en nombre de una manera concreta de imaginarse a Dios se justificaban acciones contrarias a la voluntad de Dios. Por ello se dedica no sólo a esclarecer la verdadera realidad de Dios, sino a desenmascarar las falsas divinidades en cuyo nombre se oprime al hombre.
El Dios de Jesús es un Dios único, que excluye a todos los otros dioses. "Nadie puede estar al servicio de dos amos... No pueden servir a Dios y al dinero" (Mt 6,24). Jesús presenta a su Padre, el Dios de la vida, como alternativa, y alternativa excluyente, de las falsas divinidades. Los dos se rechazan entre sí.
Hay que elegir. O con el Dios de Jesús o contra el Dios de Jesús. O el Reino de Dios por una parte o la teocracia judía y la paz romana por otra. O Jesús o el César. Los judíos eligieron, y mataron a Jesús en nombre de su Dios e invocando a su Dios. Los romanos lo ajusticiaron en nombre de los dioses del imperio que garantizaban "su" paz. Según la lógica de judíos y romanos Jesús debía morir.
El sumo Sacerdote Caifás "le conjura por el Dios vivo" para poder enviar a Jesús a la muerte (Mt 26,63). Pero aunque irónicamente sea invocado el Dios vivo, de hecho Jesús muere a manos de las falsas divinidades.
La última razón por la que Pilato le puede enviar a la muerte es la invocación de la divinidad del César. En nombre de esa divinidad se puede dar muerte.
Se trata de elegir una teocracia alrededor del templo y la paz romana, por una parte, o del Reinado de Dios, por otra. Se trata, por tanto, de totalidades de vida y de historia, radicalmente basadas y justificadas en una concepción distinta de Dios. Y por la invocación de esas divinidades Jesús es matado. Este es el hecho fundamental que revela el destino histórico de Jesús: las divinidades están en pugna, y de ellas se sigue la vida o la muerte.
La muerte de Jesús no se puede entender sin su vida; su vida no se puede comprender sin aquél para quien él vivía, es decir, su Dios y Padre; y sin aquello para lo que él vivía, es decir, el Evangelio del Reino para los pobres.
La vida de Jesús no se entiende si no se entiende el conflicto entre Dios y los dioses, entre el Dios a quien él predicaba como su Padre y el Dios de la Ley, como lo entendían los guardianes de la ley y los dioses políticos del poder romano de ocupación.
Los dirigentes judíos rechazaron a Jesús y su Dios: "No tenemos más rey que el César" (Jn 19,15). Con ello muestran cuál era el dios por el que ellos habían optado: su ambición de poder y gloria. Rechazan al Dios del amor y eligen al que, por ser opresor, permite y justifica la opresión que ellos ejercen. El Dios al que ellos profesan fidelidad, aunque siguieran llamándolo Yavé, era un dios que legitimaba la opresión. Revelaban así su ateísmo de hecho, su idolatría, pues pusieron sus intereses personales en el lugar de Dios.
Jesús, pues, siguiendo la más pura tradición bíblica, atacó toda concepción idólatra de Dios. En su tiempo no había ídolos en imágenes. Pero sí había cantidad de gente que creía en falsos rostros de Dios, y los usaban en provecho de sus intereses egoístas.
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FUENTE: MERCABA
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