martes, 27 de noviembre de 2012

MOMENTOS ROBOT: LA DESESPERACIÓN DE CREAR A ALGUIEN CON QUIEN COMPARTIR LA EXISTENCIA

Los robots y, en general, la inteligencia artificial, parece ser un subterfugio más del ser humano para evadir su soledad y llenar de alguna forma el vacío de saberse abandonado y acaso incomprendido en ese vasto universo que es la conciencia de sí.




La aceleración del cambio es la nueva normalidad. Hasta los descubrimientos más espectaculares que esperamos harán nada más que empujarnos más allá en la montaña rusa de arcos exponenciales que definen la vida moderna. Pero hay un desarrollo que fundamentalmente cambiaría todo, el descubrimiento de la inteligencia no-humana al nivel de la nuestra o inclusive superior. Estudios han argumentado que la búsqueda para la generación de la inteligencia artificial de nuestra especie, está basada en esencia en el sentimiento de soledad, esa soledad descarada, dolorosa y existencial que en principio es la que llena nuestra fe en los dioses, cuya existencia está más allá de la lógica o evidencia. Esto es lo que anima nuestra creencia en espíritus, hadas, duendes, fantasmas y aliens. Por esta razón investigamos la inteligencia de nuestros compañeros animales, con la esperanza de comenzar una conversación. Necesitamos desesperadamente a alguien más con quien hablar.

La primera vez que vimos en el mercado a las tecnologías sociales fue en 1997 con el lanzamiento de Tamagotchi, una criatura en una pantalla pequeña que no se ofrecía a cuidarnos, pero nos pedía que cuidáramos de ella. El Tamagotchi necesitaba ser alimentado y entretenido. Necesitaba que sus propietarios lo limpiaran después de sus desastres digitales. Los Tamagotchis demostraron que en la sociabilidad digital, la crianza es un “aplicación” muy rentable. Nos nutrimos de lo que nos gusta, pero amamos lo que nutrimos. En los primeros días de la inteligencia artificial, el énfasis ha sido en la construcción de artefactos que nos impresionen con su conocimiento y comprensión. Cuando la inteligencia artificial se vuelve más sociable, el juego cambia: los artefactos “relacionales” que siguieron a los Tamagotchis inspiraron sentimientos de conexión, ya que tocaron las fibras “darwinianas” de la gente: nos pidieron que les enseñáramos, hicieron contacto visual, siguieron nuestros movimientos, se acordaban de nuestros nombres. Para la gente, estos son los marcadores de la sensibilidad, que nos señalan, correcta o equivocadamente, que hay alguien que nos acompaña.

Las tecnologías sociables subieron al escenario como juguetes, pero en el futuro, se presentan como potenciales niñeras, maestros, terapeutas, entrenadores de vida, y cuidadores de ancianos. En primer lugar, se presentarán como “mejor que las otras opciones”. (Es mejor tener un robot como entrenador que simplemente leer un libro sobre ejercicio. Si tu mamá está en un asilo de ancianos, es mejor dejar su interacción con un robot que conoce sus hábitos e intereses que dejarla viendo todo el día la televisión.) Pero con el tiempo, los robots se presentarán como “mejor que la opción”, es decir, preferibles a un humano disponible, o en otros casos, a una mascota. Serán promovidos por tener mejores habilidades, de la memoria, la atención y la paciencia, que las personas no siempre comparten. “Nunca sabemos realmente cómo se siente otra persona, la gente siempre esconde sus emociones. Los Robots serían más seguros”. Por más que avancemos en la historia de la ingeniería inteligente, nuestros apegos a la evolución de la tecnología se dirigen a los sentimientos de amor no correspondido.

En Love and Sex with Robots, David Levy argumenta que los robots nos enseñarán a ser mejores amigos y amantes, porque vamos a ser capaces de practicar en ellos, en lo físico y en lo social. Más allá que ésto, los robots pueden sustituir las carencias de la gente. Levy propone, entre otras cosas, las virtudes del matrimonio con robots. Afirma que los robots son “algo diferente”, pero en muchos aspectos mejor. Sin cuernos y sin rupturas de corazón.

Aunque no seamos muy entusiastas con las sugerencias “sci-fi” de Levy, debido a que el hecho de que lleguemos a considerar el matrimonio con robots sería un claro ejemplo de nuestro fracaso como humanos, el argumento de Love and Sex with Robots no deja de ser exótico y nos prepara de alguna manera para los momentos robot, una arista más de lo que Ray Kurzweil llama “Singularity” la fusión social y biológica con la tecnología.

Imaginemos a Natalia de 9 años, que se le ha dado a un perro robot. Ella no puede tener un perro de verdad a causa de sus alergias, pero el atractivo del robot va más allá. Que en éste caso sería “mejor que la opción.” El robot de Natalia, mejor conocido como un Aibo, es un perro que puede ser hecho a la medida del propietario. Natalia piensa: “Estaría padre poder mantener Aibo en su etapa de cachorro para las personas que les gusta tener cachorros”. Hay un paso muy grande del robot “cachorro para siempre” de Natalia al “amante robot”de David Levy. Pero comparten la fantasía de que podemos comenzar con la sustitución de una persona que no está disponible por la de un robot, se pasará a la elección específicamente de compañeros maleables y artificiales. Si el robot es tu mascota, siempre se podrá mantener cachorro porque así es como te gusta. Si el robot es tu amante, siempre podrás ser el centro de su universo, porque así es como te gusta.

Pero, ¿qué ocurrirá si conseguimos lo que queremos? Si nuestras mascotas se quedan cachorritos por siempre, si nuestros amantes siempre nos dicen las cosas más dulces? Si sólo conocemos el lado más lindo y amoroso no aprenderemos acerca de la madurez, el crecimiento, el cambio y la responsabilidad. Si sólo conocemos a una pareja complaciente, terminas no conociendo a tu pareja ni a ti mismo.

Los momentos robot nos llevan a la pregunta que debemos hacernos de cada tecnología ¿Es funcional ante nuestros propósitos humanos? Una pregunta que nos lleva a reconsiderar cuáles son estos propósitos. Cuando nos conectemos con los robots del futuro, les vamos a platicar y ellos recordarán. Pero, ¿realmente nos escucharon? ¿Nos han “oído” de una manera que les importa? ¿Nos llegará a importar si nos entienden?

Lo que es un hecho inevitable es que, de un modo u otro, la humanidad encontrará a alguien o algo con quién hablar. La única incertidumbre es hacia donde nos conducirán esas conversaciones. Los compañeros artificiales nos servirán para tener conversaciones más íntimas, no sólo por su proximidad, sino porque van a hablar en nuestro idioma desde el primer momento de su creación. Sin embargo, lo que podría suceder a medida que evolucionan de manera exponencial es que se vuelvan tan inteligentes que ya no quieran hablar con nosotros, es posible que eventualmente desarrollen una agenda propia que no haga absolutamente ningún sentido desde el punto de vista humano. Un mundo compartido con robots súper-inteligentes es un momento difícil de imaginar. Si tenemos buena suerte, nuestras creaciones con mentes súper-desarrolladas nos tratarán como mascotas. Si tenemos mala suerte, nos tratarán como alimento.

Twitter del autor: Benjamin Malik/@BienMal_

FUENTE: PIJAMASURF

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