Se iniciaba la década de los 80 cuando, en las últimas estribaciones del Himalaya, allí donde habitan las tribus nómadas tailandesas todavía ligadas al cultivo del opio, comenzó a rondarme la idea de visitar el vecino país de Birmania –hoy Myanmar-. Un amigo que se disponía a visitarlo fue el responsable. Sus fabulosas descripciones de las pagodas doradas, de los campos de arroz sembrados con la ayuda de búfalos, de los restos arqueológicos, de los ríos anchos y caudalosos y, sobre todo, de unas gentes casi intocadas por el turismo, sembraron la semilla de un sueño que había de acrecentarse con el tiempo. El sueño de visitar un país casi intocado y que, por ello mismo, supone una gran paradoja. Porque si bien Tailandia nunca tuvo que soportar el peso de la colonización europea, contrariamente a Birmania, que fue una importante colonia inglesa, es éste ultimo país el que se ha mantenido más puro.
Río Ayeyarwadi. Es una importante vía navegable y fertliza el corazón del país
Por aquellos días, el gobierno de Birmania sólo permitía la estancia en el país por espacio de una semana, y los viajeros teníamos que aprovechar este corto periodo de tiempo para ver apenas una fracción de los múltiples tesoros que encerraba. Y luego vino el Golpe… Y Birmania permaneció cerrada algunos años, sumida en la represión, anclada en la burocracia, inmersa en una economía de supervivencia.
En una supervivencia que era –y es- también paradójica. Porque si bien Birmania es muy rica en recursos –agricultura muy productiva, gran extensión forestal, riqueza en piedras preciosas…- , el obsesivo control estatal, en perpetua lucha contra la disidencia y la guerrilla en las extensas zonas fronterizas y montañosas, obstaculiza todo progreso. El estado deficiente en que se halla la economía de un país que, en los albores del siglo pasado, era el más rico y desarrollado del sudeste asiático, genera una creciente necesidad de divisas y, tan pronto como el gobierno puedo garantizar la seguridad de los turistas en las zonas más centrales y pobladas del país, volvió a conceder visados a los turistas.
Así que tramité mis papeles y me dirigí, tan pronto como pude, al país reabierto.
La agricultura es uno de los pilares económicos del país
El Airbus de la Thai que cubre el trayecto desde Bangkok está lleno rebosar: personal de embajada, técnicos occidentales, hombres de negocios orientales, algunos tailandeses… Apenas 10 turistas. Al aterrizar, se percibe en el aire una calma tensa que coincide con la expectación de los locales aglomerados sobre la terraza de la terminal. Los trámites son más ágiles de lo que esperaba y muy pronto viene a mi encuentro mi guía.
La gente es sumamente hospitalaria con los extranjeros
EN EL VALLE DORADO
La llaman la ciudad de los cuatro millones de pagodas. A orillas del río Ayeyarwadi, se extiende una superficie de 42 kilómetros cuadrados completamente cubierta de ruinas que forman uno de los conjunto arqueológicos más impresionantes del mundo y que, junto con Angkor, en Camboya, es uno de los más importantes de Indochina. La profusión de ruinas testimonia el esplendor que alcanzó la antigua capital birmana entre los siglos XI y XIII.
Centenares de templos testimonian aún la grandeza del primer reino birmano
Bagán fue fundada en el año 107 dC, sucediéndose en su reinado hasta 55 monarcas, aunque su periodo de mayor esplendor no se inicia hasta el 1044 con la subida al trono del rey Anawrahta que, tras conquistar Thaton, trajo aquí un sinfín de artesanos y monjes, y 30 elefantes cargados de escrituras budistas. Dos mil doscientos edificios de piedra fueron construidos entre los siglos XI y XIII, adquiriendo durantes este periodo una posición de gran privilegio y un inmenso renombre como centro budista en todo el continente asiático. Y, aunque en 1287 la ciudad fue saqueada por las tropas de Kublai Khan, sus restos reflejan aún hoy su perdida grandeza.
Templo Ananda
Tan sólo 5000 personas pueblan hoy la ciudad de Bagán, quedando por completo diluidos en el inmenso campo de estupas. Caminar entre ellas, subir por las estrechas escaleras interiores de alguna de ellas y contemplar desde lo alto todo el paisaje es una experiencia única. Aquí, uno está solas con la historia, se hace compañero único del pasado, explorador adelantado hacia la grandiosidad del exotismo. El silencio absoluto, el lento descenso de las aguas del río, la brillante puesta de sol en el horizonte, crean una atmósfera cargada de magia que llega a su punto álgido cuando, en la distancia, aparece tímidamente la lluvia y sobre las estupas se dibuja el arco iris. Es un mundo sin prisas, sin automóviles, sin apenas turistas, que te enfrenta a la eternidad. Pero la extática visión del conjunto, del horizonte plagado de ladrillos y de agujas que miran al cielo, no puede hacerme olvidar que debo pasar revista a sus templos, observar sus imágenes, admirar sus pinturas, respetar a sus fieles, escuchar sus plegarias… No todos los templos, por supuesto: aún quedan 5000 en pie y es obligado elegir.
Uno de los más venerados es el templo Ananda, una enorme construcción de blancas paredes que alberga cuatro estatuas doradas que representan a sendos Budas de pie. Construido en 1091 está cubierto por una cúpula dorada.
Otro templo, Thatbyinnyu, es el más alto de Bagán y constituye una privilegiada atalaya para contemplar la magnitud del entorno; su construcción, a mediados del siglo XII, se debe al rey Aulangsithu. Por su parte, el templo Gawdawpalin, un poco más pequeño y construido algunos años antes –entre 1174 y 1211-, ofrece una excelente vista del río.
La pagoda Mingalazedi es uno de los últimos templos construidos antes que Kublai Khan destruyera la ciudad, y destaca por los delicados mosaicos de terracota que se encuentran a su alrededor. Otros templos notables son Htilminlo, Upali Thein, Pitakat Taik, Bupaya… La lista es interminable.
No muy lejos de Bagán, en dirección a Nyaung-Oo, actualmente la ciudad más poblada de la región, encontramos la pagoda Shwezigon, un edificio de forma tradicional, totalmente cubierto de oro, que goza de una intensa vida religiosa. Es uno de los templos más venerados de Asia ya que, según la tradición, en su interior se encuentra la clavícula y un diente de Buda. Un poco más allá se encuentra el Monte Popa, en cuya cima se levanta un hermoso monasterio donde se veneran los nats, antiguos espíritus cuya adoración convive con el budismo.
Contento de haber contemplado Bagán y sus alrededores me dispongo a viajar en avión hacia Mandalay. Pero éste ya es otro capítulo que os contaré próximamente.
Por Jordi Llorens
FUENTE: ESPIRTUVIAJERO
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