jueves, 28 de marzo de 2013

EL EROTISMO COMO PRODUCTO DE CONSUMO: LA MATERIALIZACIÓN DEL PLACER

El estudio de la sexualidad humana es uno de los fenómenos que mayor interés ha despertado en diversas disciplinas, no obstante, han sido la medicina, la psicología, y la biología, las que han monopolizado el discurso social acerca del comportamiento sexual.

La necesidad de una mirada sociológica, que vea la sexualidad humana más allá de un conjunto de sustancias químicas, da lugar a este artículo, el cual parte una concepción del sexo como fenómeno cultural, fruto de un contexto histórico determinado. El origen de este documento, así mismo, se encuentra en la investigación “El erotismo como producto de consumo” discutida en el “X Congreso de Sociología” celebrado el pasado julio en la ciudad de Pamplona.[1]

Dentro de la investigación, se partió de un tipo concreto de sexualidad, aquella que es ejercida de forma libre, sin más objetivo que la consecución del placer; así como de un contexto histórico determinado, el de la sociedad de consumo. Nuestra motivación fue observar cómo se entrelazaba el comportamiento del homo consumers y el homo sexualis.

La adquisición de productos eróticos nos dice algo más que una simple transacción económica, nos habla de un nuevo mercado, un nuevo enfoque, y una nueva forma de vivir el placer sexual. Para adentrarnos en esta temática, se estudiaron los comercios destinados a su venta: dado que uno de nuestros objetivos era observar los cambios y evoluciones, se realizaron una serie de cuestionarios destinados a los trabajadores, acompañándose todo ello de la consecuente observación participante del equipo de investigación.

Por otra parte, se establecieron dos modelos a analizar, a saber, el tradicional o “sex-shop” y el emergente o “tienda erótica”. Con ello se pretendió hacer patente la diferencia de enfoque que se está produciendo en este tipo de industria. El primero, surgido en España a principios de la década de los 80, se ubica en un país con un pasado de grandes limitaciones sexuales y tabúes, que una vez dentro de un contexto democrático de mayores libertades, busca ejercer su derecho al placer. Se caracteriza por ubicarse en calles secundarias, escondiéndose de la moral imperante.

Por el contrario, el modelo emergente “tienda erótica” busca minimizar la referencia al sexo, eliminando el material con contenido explícito, tales como películas o revistas pornográficas.

Una vez analizados los dos modelos más populares de comercios, el lector se preguntará las razones para hacer esto. La respuesta principal y eje central de este artículo es que: en la sociedad de consumo la propia adquisición de productos nos rebela algo más que un intercambio; por ello las claves están tanto en los comercios como en las interacciones que tienen lugar dentro de ellos.

Durante muchos años, este sector estuvo relegado a una imagen de decadencia y prohibición, el estereotipo social de personas que los frecuentaba era el de homosexuales, gente de “mal vivir” y principalmente hombres solitarios que buscaban satisfacer sus impulsos sexuales a través del onanismo.

Actualmente, un cambio de actitud en cuando a la sexualidad y a la percepción del cuerpo, derivado en su mayor parte de encontrarnos dentro de una sociedad que ya no criminaliza el placer, ha producido un cambio de enfoque radical, las nuevas tiendas se ubican en calles principales e incluso dentro de centros comerciales y el nuevo consumidor es una mujer que no se esconde y reivindica su derecho al placer sexual. Con ello surge un nuevo tipo de consumidor y, en consecuencia, emerge un nuevo estereotipo prototípico valorado socialmente de forma positiva, el del individuo liberado e individualista, aquel que consume para demostrar a su vez su independencia en todos los ámbitos, incluido el de la sexualidad, su no necesidad del otro. Bien podría ser el ensalzamiento del individualismo, como una de las cualidades del perfecto habitante del mundo occidental, la tierra sobre la que floreció la aceptación y popularización de los aparatos de placer autoerótico.

Éste cambio no sólo ha originado beneficios a los usuarios, el mercado ha sabido muy bien cómo sacar partido de ésta nueva permisividad.

No solamente el aumento de negocios revelan una mejora en el sector, sino que la diversificación de la producción hacia la creación de estos productos, en empresas cuya oferta nunca estuvo relacionada con esta temática, nos muestra qué está pasando en el mercado, marcas como Phillips, especializada durante décadas a la producción de televisores, bombillas, lavadoras, entre otros aparatos domésticos, actualmente cuenta con una línea de vibradores y masajeadores sexuales, publicitados como el regalo perfecto para conseguir la vida sexual ideal.



La intimidad de los cuerpos, antes estéril de producir ningún beneficio económico, se convierte en un nuevo campo que explotar por el consumo.

Este nuevo enfoque, también incluye una nueva idea de cómo debe ser una sexualidad realmente nueva y moderna, en el sexo a la última moda, publicitado y vendido como el auténticamente liberado, deben estar presentes éstos aparatos, por ello, los consumidores, no sólo los adquieren para potenciar su placer, sino para demostrarse a sí mismos y al resto de individuos, que ellos forman parte de esa nueva comunidad libre de tabúes y prejuicios. Esto nos lleva a la siguiente reflexión ¿La posibilidad en sí misma de poder adquirir un producto, es sinónimo de un verdadero progreso en cuanto a la percepción de nuestro cuerpos? ¿Poder comprarlos significa encontrarnos en la panacea de la libertad sexual? Inevitablemente, desde un análisis crítico la respuesta es un no rotundo, si bien es cierto que si comparamos el estado de la percepción de la sexualidad de 50 años a esta parte, es evidente su evolución, pero no es cierto que nos encontremos en el punto más álgido.

Por una parte, actualmente se siguen evitando las conversaciones sobre temas relacionados con la sexualidad, e incluso, si nos remitimos a los datos de la última encuesta del CIS, casi un 70% afirma no haber recibido nunca educación sexual,[2] por lo que ¿De que sirve encontrarnos con bonitos escaparates y sofisticados anuncios si realmente no estamos evolucionando desde la raíz?

El modelo por el que se ha optado sólo modifica la imagen, la superficie, hace de la concepción de la sexualidad un elemento más sofisticado, glamoroso, chic; produciendo incluso estimuladores con perlas y brillantes de altísimo valor en el mercado.

Por otra parte, dentro del postmodernismo, los bienes del consumo se han convertido, más que en un bien de estatus, en un objeto donde materializar nuestros sentimientos. rRegalados para demostrar nuestro afecto y adquiridos para mostrar nuestra personalidad. Son, al fin y al cabo, los tótems del siglo XXI, a los que rendimos culto e incluso otorgamos el poder mágico de definirnos.



Nos encontramos ante un modelo de sexualidad mediatizado cada vez más por infinidad de aparatos tecnológicos que nos prometen, a cambio de una cuantiosa suma de dinero, acercarnos al paraíso carnal a través del plástico.

Un análisis más profundo de este fenómeno, nos revela que el aumento de productos no responde a la simple ecuación de un aumento de la tolerancia y la libertad sexual; sino que se trata de un síntoma más de la sociedad de la abundancia, la cual ahora también se introduce entre nuestras sábanas para mostrarnos que cuanto más caro, y más tecnológico, mejor.

Por otra parte, tanto la publicidad relacionada con estos productos, como los productos en sí mismos, están mayormente enfocados a un público determinado: la clase media, joven, heterosexual y preferiblemente blanca. Los anuncios relacionados con ellos siempre muestran la misma imagen: parejas heterosexuales, jóvenes y blancas, recreando el modelo de lo que socialmente se desea. Relegados a un espacio vacío y a la práctica inexistencia, quedan la sexualidad de los ancianos, la de los tullidos, la homosexualidad; el mestizaje se queda como algo exótico, y la sexualidad de los mayores como un terrenos inexistente.

Por lo que llegados a este punto se vuelve a afirmar: Sí, se ha evolucionado, pero lo han hecho los de siempre, y en el mismo camino; ahora somos más libres, más libres, sí, más libres para comprar. Todavía queda un largo camino que recorrer para que la sexualidad y el placer sexual, sean un beneficio al que todos los individuos puedan acceder sin ningún tipo de estigma.

El mercado ha conseguido integrar los productos eróticos en las dinámicas de consumo, potenciando su atractivo hacia perfiles de consumidores mucho más amplios. Esto implica que su objetivo ha sido encontrar la estrategia para difuminar las connotaciones negativas relativas al sexo, elaborando productos sofisticados y elegantes para potenciar sus beneficios. Sin embargo su finalidad real no es el verdadero bienestar sexual de los ciudadanos. El mercado ha encontrado una nueva mina de oro en el recodo más íntimo de los individuos, el goce sexual, y está dispuesto a explotarlo hasta el límite.

Seguimos dentro de una sociedad coitocentrista dominantemente heterosexual, en la que el discurso dominante se basa en el etiquetaje y la delimitación. Se podría hablar incluso de un cambio más simbólico que real. Los individuos conciben el acto de consumir como una liberalización debido a la ilusión de individualismo que les proporciona, aunque realmente continuemos limitados a los entresijos del capital.

Por Caterina Nicolau Oliver, Teresa Escrich Gallardo y Sara Amos Rubio

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