Existe una gran diferencia entre educar y escolarizar, entre los valores y las hábitos que se reproducen en uno y otro proceso y que, con el tiempo, contribuyen a fortalecer prácticas concretas del sistema económico-social en el que vivimos.
Quizá el primer problema que enfrentamos cuando tratamos de cuestionar la educación, sea que el punto desde el que nos posicionamos para pensarla fue justamente conformado a través de nuestros propios procesos educativos, lo que nos dificulta plantear un horizonte crítico más amplio. Pero al mismo tiempo, ello posibilita que todos podamos hablar de la educación con conocimiento de causa y de primera mano. No obstante, hay que tener tiento para desmitificar aquello que introyectamos y que nos impide generar un pensamiento concienzudo al respecto.
Comencemos reconociendo que los “beneficios de la educación” son cosa que ya nadie discute, a lo más se discuten los contenidos, las carencias materiales y profesionales en los procesos educativos, pero no se discute la institucionalización misma de la educación, mejor dicho: de cierto tipo de educación, a través de la escuela. Pensar de manera radical nos obliga entonces a cuestionar, como punto de partida, nuestro propio proceso educativo y lo que él ha significado de manera efectiva en nuestra existencia, para ello resulta primordial establecer una clara distinción entre educación y escolarización.
El concepto educación a menudo nos puede meter en un lío a la hora en la que pretendemos explicar de qué se trata exactamente. Como todos hemos sido educados, de una u otra forma, en unos u otros espacios, todos estamos en posibilidad de hablar desde la experiencia propia, no obstante, la arraigada presencia de la escuela en nuestras vidas puede orillarnos al error (y de hecho lo hace) de confundir procesos de educación con procesos de escolarización. Lo mismo podríamos advertir con conceptos relacionados, como formación, capacitación, instrucción, adiestramiento, y otros del estilo. En esta ocasión y recuperando Iván Ilich, sólo me referiré a ciertas distinciones que resultan fundamentales para pensar nuestros propios procesos educativos en términos más amplios.
Hacia la década de los años 70, Iván Illich hizo énfasis en que era necesario desmarcar a la educación de la percepción generalizada que la vincula, de manera restrictiva, únicamente a la escuela. Esta noción, hoy ampliamente aceptada, de que el lugar par excellence de la educación es la escuela, en realidad es un invento muy moderno que quizá podríamos rastrear a partir de la Ilustración y el reposicionamiento de las universidades como los grandes templos del conocimiento, que se dio por allá del siglo XVIII, y que, finalmente se afianzó en el marco del desarrollo de las naciones industrializadas. Entonces, la escuela como institución enmarcada en procesos históricos específicos, no puede ser por naturaleza el espacio natural de lo educativo.
Siendo de este modo, lo primero que se advierte es que la educación es un proceso que necesariamente trasciende el ámbito de la escuela, de la institución, más aún, la educación es un proceso en permanente devenir, resultado de un “estar siendo en una sociedad”, tanto individual como colectivamente. En este sentido, habría que entenderla como un proceso amplio de comprensión de la realidad, a través del cual las personas aprenden y aprehenden el mundo. Este proceso está mediado en todo momento por las relaciones que se establecen entre las personas, con las instituciones, con el mundo, es decir, que está pautado por las relaciones sociales en cada contexto histórico particular.
Frente a estas consideraciones, Illich plantea la escolarización como el proceso de adiestramiento por medio del que se inculca y perpetúa en las nuevas generaciones la lógica de la sociedad capitalista en nuestros tiempos. La escolarización alude a los mecanismos mediante los que las instituciones escolares tradicionales, introyectan en una sociedad los valores que responden a la reproducción y legitimación delstatu quo. Illich advierte: “Cuando una sociedad se escolariza, acepta mentalmente el dogma escolar” [1]. Sin embargo, hay que tener cuidado con caer en simplismos y asumir que el autor está en contra de toda escuela, si entendemos como organización o sistematización de la construcción colectiva del conocimiento. Illich entiende otra cosa por escuela:
Al hablar de “escuela” no me refiero a toda forma de educación organizada. Por “escuela” y por “escolarización” entiendo aquí esa forma sistemática de recluir a los jóvenes desde los siete a los 25 años, y también el carácter de rite de passage [rito de paso] que tiene la educación como la conocemos, de la cual la escuela es el templo donde se realizan las progresivas iniciaciones. Hoy nos parece normal que la escuela llene esa función, pero olvidamos que ella, como organización con su correspondiente ideología, no constituye un dogma eterno, sino un simple fenómeno histórico…[2]
Habría que dedicarle largas líneas a plantear el problema hondo de la escolarización vs educación; por ahora bástenos ubicar al menos algunos elementos para problematizar la lógica escolar, siguiendo las huellas de Iván Ilich. Comencemos con el carácter vertical de las relaciones que tradicionalmente guían la vida escolar. Salvo en algunas escuelas inspiradas en pedagogías alternativas, como los modelos de Piaget o Montessori (y salvo algunos casos excepcionales en las escuelas del estado, que los hay), en la mayoría de las instituciones escolares, está claro que es la maestra o el maestro quien posee el conocimiento y quien tiene el poder de mandar sobre los alumnos. En esta relación, son los estudiantes, en su cualidad de ignorantes, los que deben someterse sin resistencia a los mandatos de la autoridad. Esta relación vertical que anula la posibilidad de poner en cuestión a la autoridad y lo que ésta dice, entrena a niñas y niños para reproducir la fórmula en la totalidad de sus relaciones sociales, más allá de la escuela. Así, la escuela funciona como un mecanismo de adaptación y aceptación de las relaciones de dominación en todas sus dimensiones.
Otro de los elementos que Illich discute, y quizá uno de los fundamentales para cuestionar, no sólo la escuela, sino en general, el conocimiento que aceptamos como válido, es el de la certificación. Nos hemos acostumbrado a que exista una instancia, por encima de nosotros, que decida cuál es el tipo de conocimiento válido, y más aún, cuál es la forma correcta de adquirirlo. Esa instancia, la escuela ―y ahora las instituciones que evalúan a las escuelas―, se encuentra cada vez más alejada de las necesidades profundas y reales de las personas, en tanto responde a las demandas de producción y consumo del mercado. ¿Acaso no deberían ser las comunidades las que definieran sus propias necesidades educativas de acuerdo a los procesos en que se inscriben? ¿No deberíamos ser capaces de generar autónomamente aquello que nos es vital, material y simbólicamente, y encauzar nuestra educación a cultivarlo de manera colectiva?
La escuela no sólo pauta la manera en la que se adquiere el conocimiento, sino que tiene la facultad de decidir quién lo ha adquirido “correctamente”. Aquellos que logren sortear los diferentes filtros de evaluación (para los que más que inteligencia, se requiere adiestramiento), serán reconocidos mediante la certificación de sus aptitudes, esto les confiere a su vez un indiscutido reconocimiento social. Mientras, el resto, los que no lograron sujetarse a los reglas del juego, son excluidos, estigmatizados por un sistema que no reconoce la diversidad de necesidades, de conocimientos y saberes, y la pluralidad con que estos se generan. De esta forma, la lógica de la credencialización se perpetúa y legitima las desigualdades sociales, sobre el argumento de las capacidades y aptitudes, que unos tienen y otros nomás no.
Finalmente, a partir de estos preceptos, el conocimiento es valioso únicamente en tanto mercancía. Sólo aquel conocimiento que rinda beneficios directos a la producción de la sociedad capitalista es validado y reconocido. No es de extrañar que en nuestros días las áreas de humanidades, artes y ciencias sociales sean menospreciadas de manera corriente. Ahora, si el conocimiento es valuado como una mercancía, los sujetos se convierten ellos mismos en una mercancía, que dentro de las instituciones escolares, están siendo producidos para salir a competir con otras mercancías en ese terreno salvaje que bien hacen en llamar “mercado laboral”.
Frente a este devastador escenario que se erige sobre la escolarización y sus mitos, no obstante, aún nos queda la reivindicación de la educación, entendiéndola en su profundidad, como proceso integral que se suscita permanentemente en todos los espacios de la vida cotidiana, incluso la que se da en las escuelas. No se trata de mandar al diablo las escuelas así como así, sino de pensar la educación desde la sociedad que queremos vivir, desde las relaciones que queremos encarnar con los demás y con el mundo.
Notas
[1] Ivan Illich, “Alternativas”, en Obras Reunidas, Vol. I, Fondo de Cultura Económica, México, 2006, p. 103.
[2] Ibíd., p. 102
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Toda sociedad que hace de la experiencia humana su centro de desarrollo ―y esta es la sociedad que esperamos y soñamos― necesita distinguir tajantemente entre el proceso de instrucción y la apertura de la conciencia de cada individuo, entre adiestramiento y desarrollo de la imaginación creadora.
Iván Illich, Alternativas
Quizá el primer problema que enfrentamos cuando tratamos de cuestionar la educación, sea que el punto desde el que nos posicionamos para pensarla fue justamente conformado a través de nuestros propios procesos educativos, lo que nos dificulta plantear un horizonte crítico más amplio. Pero al mismo tiempo, ello posibilita que todos podamos hablar de la educación con conocimiento de causa y de primera mano. No obstante, hay que tener tiento para desmitificar aquello que introyectamos y que nos impide generar un pensamiento concienzudo al respecto.
Comencemos reconociendo que los “beneficios de la educación” son cosa que ya nadie discute, a lo más se discuten los contenidos, las carencias materiales y profesionales en los procesos educativos, pero no se discute la institucionalización misma de la educación, mejor dicho: de cierto tipo de educación, a través de la escuela. Pensar de manera radical nos obliga entonces a cuestionar, como punto de partida, nuestro propio proceso educativo y lo que él ha significado de manera efectiva en nuestra existencia, para ello resulta primordial establecer una clara distinción entre educación y escolarización.
El concepto educación a menudo nos puede meter en un lío a la hora en la que pretendemos explicar de qué se trata exactamente. Como todos hemos sido educados, de una u otra forma, en unos u otros espacios, todos estamos en posibilidad de hablar desde la experiencia propia, no obstante, la arraigada presencia de la escuela en nuestras vidas puede orillarnos al error (y de hecho lo hace) de confundir procesos de educación con procesos de escolarización. Lo mismo podríamos advertir con conceptos relacionados, como formación, capacitación, instrucción, adiestramiento, y otros del estilo. En esta ocasión y recuperando Iván Ilich, sólo me referiré a ciertas distinciones que resultan fundamentales para pensar nuestros propios procesos educativos en términos más amplios.
Hacia la década de los años 70, Iván Illich hizo énfasis en que era necesario desmarcar a la educación de la percepción generalizada que la vincula, de manera restrictiva, únicamente a la escuela. Esta noción, hoy ampliamente aceptada, de que el lugar par excellence de la educación es la escuela, en realidad es un invento muy moderno que quizá podríamos rastrear a partir de la Ilustración y el reposicionamiento de las universidades como los grandes templos del conocimiento, que se dio por allá del siglo XVIII, y que, finalmente se afianzó en el marco del desarrollo de las naciones industrializadas. Entonces, la escuela como institución enmarcada en procesos históricos específicos, no puede ser por naturaleza el espacio natural de lo educativo.
Siendo de este modo, lo primero que se advierte es que la educación es un proceso que necesariamente trasciende el ámbito de la escuela, de la institución, más aún, la educación es un proceso en permanente devenir, resultado de un “estar siendo en una sociedad”, tanto individual como colectivamente. En este sentido, habría que entenderla como un proceso amplio de comprensión de la realidad, a través del cual las personas aprenden y aprehenden el mundo. Este proceso está mediado en todo momento por las relaciones que se establecen entre las personas, con las instituciones, con el mundo, es decir, que está pautado por las relaciones sociales en cada contexto histórico particular.
Frente a estas consideraciones, Illich plantea la escolarización como el proceso de adiestramiento por medio del que se inculca y perpetúa en las nuevas generaciones la lógica de la sociedad capitalista en nuestros tiempos. La escolarización alude a los mecanismos mediante los que las instituciones escolares tradicionales, introyectan en una sociedad los valores que responden a la reproducción y legitimación delstatu quo. Illich advierte: “Cuando una sociedad se escolariza, acepta mentalmente el dogma escolar” [1]. Sin embargo, hay que tener cuidado con caer en simplismos y asumir que el autor está en contra de toda escuela, si entendemos como organización o sistematización de la construcción colectiva del conocimiento. Illich entiende otra cosa por escuela:
Al hablar de “escuela” no me refiero a toda forma de educación organizada. Por “escuela” y por “escolarización” entiendo aquí esa forma sistemática de recluir a los jóvenes desde los siete a los 25 años, y también el carácter de rite de passage [rito de paso] que tiene la educación como la conocemos, de la cual la escuela es el templo donde se realizan las progresivas iniciaciones. Hoy nos parece normal que la escuela llene esa función, pero olvidamos que ella, como organización con su correspondiente ideología, no constituye un dogma eterno, sino un simple fenómeno histórico…[2]
Habría que dedicarle largas líneas a plantear el problema hondo de la escolarización vs educación; por ahora bástenos ubicar al menos algunos elementos para problematizar la lógica escolar, siguiendo las huellas de Iván Ilich. Comencemos con el carácter vertical de las relaciones que tradicionalmente guían la vida escolar. Salvo en algunas escuelas inspiradas en pedagogías alternativas, como los modelos de Piaget o Montessori (y salvo algunos casos excepcionales en las escuelas del estado, que los hay), en la mayoría de las instituciones escolares, está claro que es la maestra o el maestro quien posee el conocimiento y quien tiene el poder de mandar sobre los alumnos. En esta relación, son los estudiantes, en su cualidad de ignorantes, los que deben someterse sin resistencia a los mandatos de la autoridad. Esta relación vertical que anula la posibilidad de poner en cuestión a la autoridad y lo que ésta dice, entrena a niñas y niños para reproducir la fórmula en la totalidad de sus relaciones sociales, más allá de la escuela. Así, la escuela funciona como un mecanismo de adaptación y aceptación de las relaciones de dominación en todas sus dimensiones.
Otro de los elementos que Illich discute, y quizá uno de los fundamentales para cuestionar, no sólo la escuela, sino en general, el conocimiento que aceptamos como válido, es el de la certificación. Nos hemos acostumbrado a que exista una instancia, por encima de nosotros, que decida cuál es el tipo de conocimiento válido, y más aún, cuál es la forma correcta de adquirirlo. Esa instancia, la escuela ―y ahora las instituciones que evalúan a las escuelas―, se encuentra cada vez más alejada de las necesidades profundas y reales de las personas, en tanto responde a las demandas de producción y consumo del mercado. ¿Acaso no deberían ser las comunidades las que definieran sus propias necesidades educativas de acuerdo a los procesos en que se inscriben? ¿No deberíamos ser capaces de generar autónomamente aquello que nos es vital, material y simbólicamente, y encauzar nuestra educación a cultivarlo de manera colectiva?
La escuela no sólo pauta la manera en la que se adquiere el conocimiento, sino que tiene la facultad de decidir quién lo ha adquirido “correctamente”. Aquellos que logren sortear los diferentes filtros de evaluación (para los que más que inteligencia, se requiere adiestramiento), serán reconocidos mediante la certificación de sus aptitudes, esto les confiere a su vez un indiscutido reconocimiento social. Mientras, el resto, los que no lograron sujetarse a los reglas del juego, son excluidos, estigmatizados por un sistema que no reconoce la diversidad de necesidades, de conocimientos y saberes, y la pluralidad con que estos se generan. De esta forma, la lógica de la credencialización se perpetúa y legitima las desigualdades sociales, sobre el argumento de las capacidades y aptitudes, que unos tienen y otros nomás no.
Finalmente, a partir de estos preceptos, el conocimiento es valioso únicamente en tanto mercancía. Sólo aquel conocimiento que rinda beneficios directos a la producción de la sociedad capitalista es validado y reconocido. No es de extrañar que en nuestros días las áreas de humanidades, artes y ciencias sociales sean menospreciadas de manera corriente. Ahora, si el conocimiento es valuado como una mercancía, los sujetos se convierten ellos mismos en una mercancía, que dentro de las instituciones escolares, están siendo producidos para salir a competir con otras mercancías en ese terreno salvaje que bien hacen en llamar “mercado laboral”.
Frente a este devastador escenario que se erige sobre la escolarización y sus mitos, no obstante, aún nos queda la reivindicación de la educación, entendiéndola en su profundidad, como proceso integral que se suscita permanentemente en todos los espacios de la vida cotidiana, incluso la que se da en las escuelas. No se trata de mandar al diablo las escuelas así como así, sino de pensar la educación desde la sociedad que queremos vivir, desde las relaciones que queremos encarnar con los demás y con el mundo.
Notas
[1] Ivan Illich, “Alternativas”, en Obras Reunidas, Vol. I, Fondo de Cultura Económica, México, 2006, p. 103.
[2] Ibíd., p. 102
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FUENTE: PIJAMASURF
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