El virus del Ébola provoca una enfermedad hemorrágica grave y potencialmente mortal. Este mes de agosto los medios de comunicación no hablan de otra cosa. Parece que fuese una enfermedad nueva pero no es así. El primer caso conocido data de 1976 (Zaire), y desde la década de los noventa varios países africanos (Guinea, Congo, Nigeria, Liberia) vienen declarando todos los años casos de muerte provocados por este virus. Este verano la dimensión de la epidemia fue superior a la de años anteriores. Cerca de mil personas murieron por esta causa y la OMS declaró la situación, a primeros de agosto, como una “emergencia sanitaria internacional”.
No se debe menospreciar la gravedad de la situación, pero hay que recordar que este no es el principal problema de salud de ese continente. Las principales causas de mortalidad en África son el SIDA, la malaria, las enfermedades diarreicas, la tuberculosis. Los africanos sufren, enferman y mueren prematuramente por la pobreza y la desnutrición, por las deficientes condiciones de vida y la falta de agua potable, por la violencia social y la falta de horizonte para sus vidas. Por eso cruzan desiertos durante meses y exponen sus vidas en el mar e intentan saltar las barreras que les coloca el mundo occidental. Vendrán más, muchos más, para huir del infierno sin salida que tienen en sus países de origen.
Pero habitamos un mundo dominado por el miedo. Vivimos en una “sociedad del riesgo” (Ulrich Beck) y cada cierto tiempo surge un peligro, una amenaza o una enfermedad desconocida que ocupa las portadas de los periódicos y provoca el pánico general. Existe una auténtica maquinaria para fabricar miedos colectivos como mecanismo de dominación social. El Roto tiene una viñeta magistral en la que un ejecutivo dice: “Tuvimos que asustar a la población para tranquilizar a los mercados”. Naomi Klein (La doctrina del shock) explicó muy bien como los temores globales son contagiados desde el poder para justificar el recorte de derechos, las actuaciones xenófobas, la limitación de las libertades. El pánico provocado por ciertas enfermedades (gripe aviar, gripe A, que resultaron no ser tan peligrosas como decían) fue utilizado también para favorecer ciertos negocios multimillonarios. Las enfermedades que causan mayor mortalidad en África no tienen gran interés para las empresas farmacéuticas; el mundo occidental tampoco hace gran cosa para aliviar la pobreza extrema, el hambre endémica y las guerras crónicas que provocan miles y miles de muertos. Pero hay indicios de que, en el caso del virus Ébola, también hay intereses económicos potentes que intentan sacar beneficio del miedo global. Veamos.
- El negocio. Por el momento no se produjo ningún caso de contagio del Ébola fuera de África. Pero en este brote de 2014 hubo dos estadounidenses infectados, que fueron trasladados a EEUU para ser tratados con un preparado experimental (ZMapp). Se trata de un cóctel de tres anticuerpos monoclonales que está en la primera fase de ensayo clínico y sólo fue probado con simios. Sus resultados son totalmente inciertos y, por ahora, el tratamiento estándar para el Ébola sigue siendo la terapia de apoyo. Este fue el “suero milagroso” aplicado al misionero español Miguel Pajares (repatriado de forma tardía y en una peripecia rocambolesca) que murió a los cinco días de llegar la Madrid. Pero, incluso si este remedio llegase a demostrar su eficacia, no sería posible atajar la epidemia en África con este tipo de fármacos, dado su elevado coste y por la extraordinaria dificultad para su elaboración. Habría que emplear estrategias de prevención y detección precoz, que son factibles pero no ofrecen espacios de negocio para las empresas farmacéuticas.
- El marketing. La empresa Mapp Bio lleva varios años buscando un tratamiento para este virus en colaboración con el Departamento de Defensa de los EEUU. El suero ahora utilizado está fabricado con plantas del género nicotiana, que también se utiliza para el tabaco. Por esa razón la producción corre a cargo de la empresa Kentucky Bioprocessing (filial de la tabaquera americana Reynolds). El tratamiento administrado a estas tres personas podría representar, de ser exitoso, la mejor campaña de marketing de este producto. El fallecimiento del misionero español puede provocar cierta desconfianza. Pero lo cierto es que la cura del Ébola cotiza en el Nasdaq: las acciones de Tekmira, empresa de Vancouver que está ensayando una vacuna para este virus, aumentaron casi un 40% en una semana. También resulta interesante observar como la industria farmacéutica aparece, de nuevo, aliada con el Departamento de Defensa de los EEUU y con las empresas tabaqueras.
- La repatriación. Miguel Pajares, misionero infectado por el Ébola, fue repatriado desde Liberia, el siete de agosto, para ser tratado en Madrid. Falleció cinco días después. El centro designado para su tratamiento, el Hospital Carlos III, fue una referencia estatal e internacional para la investigación y el tratamiento de enfermedades infecciosas y tropicales y para afrontar situaciones sanitarias de gravedad. Sus profesionales tienen gran prestigio y cualificación. En 2013 el gobierno madrileño convirtió este centro especializado en un hospital de media estancia, dedicado a atender pacientes derivados de otros hospitales de la Comunidad y cerró el Servicio de Urgencias. La repatriación del religioso español obligó a evacuar el Hospital, a reabrir la puerta de Urgencias y a recuperar los dispositivos de atención para emergencias que habían sido desmontados ocho meses antes. Tuvieron que reabrir la sexta planta del Hospital (con habitáculos de “presión negativa” imprescindibles para atender este tipo de pacientes) y montar a toda prisa medidas y equipos de aislamiento. Todo este montaje mediático de la repatriación y el tratamiento con el “suero milagroso” (mientras la ministra Mato estaba escondida), intentó demostrar una situación de normalidad, pero no hay tal: el Hospital Carlos III ya no está en condiciones para atender una situación de emergencia o hacer frente a una epidemia.
Pretenden que esta intervención sea vista por la población como una actuación humanitaria. No se niega. Pero también podemos preguntarnos, como hacen los responsables de la Marea Blanca de Madrid (MEDSAP), por qué se deniega diariamente atención sanitaria a numerosos colectivos en este país y por qué se abandona a su suerte a personas, de la misma Orden San Juan de Dios, también infectados por el virus (la religiosa Chantal Pascaline murió en Liberia). También hace falta recordar que este virus no comenzó en este mes de agosto. La OMS sólo decretó la emergencia internacional cuando hubo víctimas occidentales. Pero nadie hace nada para ayudar a los africanos que sufren, padecen y mueren en el más absoluto abandono.
No se debe menospreciar la gravedad de la situación, pero hay que recordar que este no es el principal problema de salud de ese continente. Las principales causas de mortalidad en África son el SIDA, la malaria, las enfermedades diarreicas, la tuberculosis. Los africanos sufren, enferman y mueren prematuramente por la pobreza y la desnutrición, por las deficientes condiciones de vida y la falta de agua potable, por la violencia social y la falta de horizonte para sus vidas. Por eso cruzan desiertos durante meses y exponen sus vidas en el mar e intentan saltar las barreras que les coloca el mundo occidental. Vendrán más, muchos más, para huir del infierno sin salida que tienen en sus países de origen.
Pero habitamos un mundo dominado por el miedo. Vivimos en una “sociedad del riesgo” (Ulrich Beck) y cada cierto tiempo surge un peligro, una amenaza o una enfermedad desconocida que ocupa las portadas de los periódicos y provoca el pánico general. Existe una auténtica maquinaria para fabricar miedos colectivos como mecanismo de dominación social. El Roto tiene una viñeta magistral en la que un ejecutivo dice: “Tuvimos que asustar a la población para tranquilizar a los mercados”. Naomi Klein (La doctrina del shock) explicó muy bien como los temores globales son contagiados desde el poder para justificar el recorte de derechos, las actuaciones xenófobas, la limitación de las libertades. El pánico provocado por ciertas enfermedades (gripe aviar, gripe A, que resultaron no ser tan peligrosas como decían) fue utilizado también para favorecer ciertos negocios multimillonarios. Las enfermedades que causan mayor mortalidad en África no tienen gran interés para las empresas farmacéuticas; el mundo occidental tampoco hace gran cosa para aliviar la pobreza extrema, el hambre endémica y las guerras crónicas que provocan miles y miles de muertos. Pero hay indicios de que, en el caso del virus Ébola, también hay intereses económicos potentes que intentan sacar beneficio del miedo global. Veamos.
- El negocio. Por el momento no se produjo ningún caso de contagio del Ébola fuera de África. Pero en este brote de 2014 hubo dos estadounidenses infectados, que fueron trasladados a EEUU para ser tratados con un preparado experimental (ZMapp). Se trata de un cóctel de tres anticuerpos monoclonales que está en la primera fase de ensayo clínico y sólo fue probado con simios. Sus resultados son totalmente inciertos y, por ahora, el tratamiento estándar para el Ébola sigue siendo la terapia de apoyo. Este fue el “suero milagroso” aplicado al misionero español Miguel Pajares (repatriado de forma tardía y en una peripecia rocambolesca) que murió a los cinco días de llegar la Madrid. Pero, incluso si este remedio llegase a demostrar su eficacia, no sería posible atajar la epidemia en África con este tipo de fármacos, dado su elevado coste y por la extraordinaria dificultad para su elaboración. Habría que emplear estrategias de prevención y detección precoz, que son factibles pero no ofrecen espacios de negocio para las empresas farmacéuticas.
- El marketing. La empresa Mapp Bio lleva varios años buscando un tratamiento para este virus en colaboración con el Departamento de Defensa de los EEUU. El suero ahora utilizado está fabricado con plantas del género nicotiana, que también se utiliza para el tabaco. Por esa razón la producción corre a cargo de la empresa Kentucky Bioprocessing (filial de la tabaquera americana Reynolds). El tratamiento administrado a estas tres personas podría representar, de ser exitoso, la mejor campaña de marketing de este producto. El fallecimiento del misionero español puede provocar cierta desconfianza. Pero lo cierto es que la cura del Ébola cotiza en el Nasdaq: las acciones de Tekmira, empresa de Vancouver que está ensayando una vacuna para este virus, aumentaron casi un 40% en una semana. También resulta interesante observar como la industria farmacéutica aparece, de nuevo, aliada con el Departamento de Defensa de los EEUU y con las empresas tabaqueras.
- La repatriación. Miguel Pajares, misionero infectado por el Ébola, fue repatriado desde Liberia, el siete de agosto, para ser tratado en Madrid. Falleció cinco días después. El centro designado para su tratamiento, el Hospital Carlos III, fue una referencia estatal e internacional para la investigación y el tratamiento de enfermedades infecciosas y tropicales y para afrontar situaciones sanitarias de gravedad. Sus profesionales tienen gran prestigio y cualificación. En 2013 el gobierno madrileño convirtió este centro especializado en un hospital de media estancia, dedicado a atender pacientes derivados de otros hospitales de la Comunidad y cerró el Servicio de Urgencias. La repatriación del religioso español obligó a evacuar el Hospital, a reabrir la puerta de Urgencias y a recuperar los dispositivos de atención para emergencias que habían sido desmontados ocho meses antes. Tuvieron que reabrir la sexta planta del Hospital (con habitáculos de “presión negativa” imprescindibles para atender este tipo de pacientes) y montar a toda prisa medidas y equipos de aislamiento. Todo este montaje mediático de la repatriación y el tratamiento con el “suero milagroso” (mientras la ministra Mato estaba escondida), intentó demostrar una situación de normalidad, pero no hay tal: el Hospital Carlos III ya no está en condiciones para atender una situación de emergencia o hacer frente a una epidemia.
Pretenden que esta intervención sea vista por la población como una actuación humanitaria. No se niega. Pero también podemos preguntarnos, como hacen los responsables de la Marea Blanca de Madrid (MEDSAP), por qué se deniega diariamente atención sanitaria a numerosos colectivos en este país y por qué se abandona a su suerte a personas, de la misma Orden San Juan de Dios, también infectados por el virus (la religiosa Chantal Pascaline murió en Liberia). También hace falta recordar que este virus no comenzó en este mes de agosto. La OMS sólo decretó la emergencia internacional cuando hubo víctimas occidentales. Pero nadie hace nada para ayudar a los africanos que sufren, padecen y mueren en el más absoluto abandono.
Artículo de Pablo Vaamonde en nuevatribuna.es
FUENTE: SSOCIOLOGOS
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