miércoles, 4 de noviembre de 2015

LOS TUAREG, LA LEGENDARIA REINA ATLANTE TIN HINAN, TASSILI Y LA ANTIGUA CIVILIZACIÓN UIGUR

Las leyendas parten de hechos reales sucedidos mucho tiempo atrás, mientras que los mitos hablan de realidades simbólicas. Es decir transmiten verdades con el lenguaje de los sueños. La historia de la Atlántida contiene leyenda y también es mítica. España es considerada dentro de la leyenda Atlante como parte directa del imperio desaparecido, con la antigua Tartessos, o bien como colonia comandada por atlantes de nombre íberos, que acabaron dando nombre a la península. Y el único país de Europa, junto con Portugal, que conservan parte del continente desaparecido: islas Canarias y Azores. En África, en 1926, el conde Byron Kûhn de Protokdescubrió en sus excavaciones arqueológicas en el Sahara, lo que los tuareg llamaban la tumba de la última reina de los Atlantes Tin Hinan. En el Museo del El Bardo, en Argel, se exhibe un esqueleto de dos metros de altura. Se dice que fue una princesa huida de la Atlántida. Juan José Benítez, en algunas de cuyas obras me he basado para escribir este artículo, explica lo siguiente: “… en mi primera visita a Argel me apresuré a recorrer el museo del El Bardo, en su búsqueda. Allí estaba, casi olvidada en un rincón. La examiné con detenimiento y admiración recordando las leyendas que circulan sobre ella. Los informes de los forenses tenían razón. Aquella mujer pudo alcanzar los dos metros de altura. Era Tin-Hinan, princesa de los tuaregs y de la etnia bereber. La única mujer conocida que gobernó al levantisco pueblo del desierto. ¿O no se trataba de una mujer?“

Los tuareg o imuhagh son un pueblo bereber (o amazigh) de tradición nómada del desierto del Sáhara. Su población se extiende por cinco países africanos: Argelia, Libia, Níger, Malí y Burkina Faso. Cuando se desplazan, cubren sus necesidades y las de los animales debido a que viven en unidades familiares extensas que llevan grandes rebaños a su cargo. Tienen su propia escritura, el tifinagh. Se les supone principalmente descendientes de los antiguos garamantes que en la Antigüedad habitaban el Fezzán. Limitaban al norte con los mauritanos, al oeste con los getulos y al este quizás ya con los ancestros de los tubus. Durante la Edad Media sus linajes se vincularon con los de los sanhaya y de los zenatas. En la antigüedad, se dedicaban a saquear pueblos, controlando además las rutas del desierto. En el siglo XII, las invasiones árabes e hilalianas les obligaron a adoptar un estilo de vida nómada. A lo largo de los siglos han adoptado algunas ideas del Islam, en la medida de que esto no se contrapusiera con sus propias creencias, manteniendo intactos su sistema de justicia y sus leyes. La población estimada de personas que hablan lenguas bereberes es de 25 millones, de los cuales 1,2 millones se consideran tuareg. La estructura básica de la sociedad tuareg es el linaje (tawshit), grupo de parientes que reconocen un antecesor común. Los hijos pertenecen al linaje de la madre y heredan de ella, pero el hogar se establece en los aghiwan o campamentos del linaje del padre. Cada linaje pertenece a una categoría social determinada y hace parte de una ettebel(comunidad social o ‘tribu’). Los linajes designan un amghar, su líder (varón) y el consejo de líderes se designa entre los guerreros (varones), el amenokal, jefe del ettebel.

No se conoce exactamente la etimología de la palabra árabe طوارق, t.uwâriq (españolizada como «tuareg») pero se sabe que es el plural de طرقي targuí o t.arqî (en femenino طرقية targuía o t.arqîya), etnónimo que, al parecer, procede de una antigua ciudad del Fezán llamada Targa (طرقة). Según la teoría etimológica de Sidahmed Ahmed Luchaa sobre la palabra “tuareg“, su origen viene de la palabra camino (طريقة – tariga) en árabe, ya que estos tenían fama de “corta-caminos” para atracar las caravanas de los saharauis. Las lenguas bereberes, el sustantivo común targa suele aludir a un cauce fluvial, principalmente al tipo de río de África del Norte, que en árabe se conoce como wadi (‘riada’ o ‘cauce’ torrencial de un río). En su propio idioma este pueblo se suele autodenominar imoshag, imushaq, imuhagh (en cabilio: imuhaɣ), palabra cuyo significado es ‘los libres’ o ‘los nobles’ y que parece derivar de tamazight. También se dan a sí mismos el nombre de kel tamayaq o kel tamasheg (‘los que hablan el idioma tamasheg’). La tienda (ehe) es identificada con el matrimonio y el hogar. La mujer debe fabricarla con pieles o tejidos de cestería y ella es su propietaria. Las mujeres tienen autoridad en el campamento, ya que el hombre está frecuentemente ausente, en sus actividades como pastor, comerciante o guerrero. Generalmente la mujer sabe escribir y es más instruida que su esposo, participa en los concejos y asambleas del linaje y es consultada en los asuntos de la tribu. El cortejo entre mujeres y hombres solteros, viudos o divorciados se realiza en sitios denominados ahal. Allí se conversa, se canta, se interpreta música, se recitan poesías y se conciertan citas de amor. El matrimonio se realiza después de que la mujer ha aceptado un pretendiente y él la solicita al suegro, pagando una dote, generalmente en ganado. La mujer lleva su ganado personal al nuevo hogar y puede divorciarse y casarse con otro pretendiente, si se considera maltratada por el esposo.


Hay una serie de Indicios y pistas con respecto a la existencia de la Atlántida. El mar de los Sargazos, en pleno océano Atlántico, es una superficie de vegetación marina perenne que apunta a la existencia allí de tierras sumergidas. Los asombrosos conocimientos astronómicos de muchos pueblos de la antigüedad, que supondrían muchos siglos de observación del cielo, teniendo que remontarnos, para ello, a fechas en las cuales la historia oficial afirma que aún no existían dichas culturas. Hace unos 10.000 años el desierto del Sahara era un vergel con abundantes lluvias, pero un cambio drástico de condiciones llevó a su desecación. Existen teorías según las cuales la desecación del Sahara fue producto del cambio de inclinación del eje del planeta, que produciría catástrofes a nivel global, entre ellos el hundimiento de la Atlántida. La Esfinge egipcia, según estudios geológicos, presenta marcas de erosión por agua que la remontan, más allá de su fecha oficial, a unos 10.000 años. Las enigmáticas pinturas de Tassili, en el Sahara argelino, tendrían una antigüedad de unos 10.000 años. La arquitectura megalítica a lo largo de todo el borde occidental de Europa, cerca del mar, parece producto de una única cultura llegada a sus costas. Hace unos 10.000 años, según los geólogos, los sedimentos del fondo marino indican modificaciones geológicas anormales. Las migraciones frustradas de aves, anguilas y un roedor escandinavo, el lemin, hacia el interior del océano Atlántico, en que las anguilas sí logran desovar en el mar de los Sargazos, pero supone la muerte para miles de los roedores. Múltiples historias sobre un gran diluvio catastrófico, tal como podemos leer en la epopeya de Gilgamés, en el Próximo Oriente, el Popol-Vuh maya, en América, y el relato bíblico de Noé.



Para los tuaregs, Tin-Hinan fue una princesa bereber que emigró desde la región del Atlas (en el actual Marruecos), probablemente Tafitali, atravesando el desierto sahariano a lomos de una camella blanca. Fue una heroína y la fundadora del pueblo tuareg. Tras una larga marcha de casi 1.400 kilómetros, fue a establecerse en Abalessa, en las proximidades de Tamamrraset, al sur de Argelia. Allí encontraron su tumba y los huesos que se conservan actualmente en El Bardo. El análisis de los restos orgánicos que acompañaban al esqueleto ha establecido una antigüedad que oscila entre los 470 y 130 de nuestra era. Junto al enorme esqueleto aparecieron cientos de piezas de oro y plata. Sólo en El Bardo se conserva un ajuar integrado por 613 collares, anillos y brazaletes, que ratifican la notoriedad del personaje. Para arqueólogos e investigadores como Lehuraux, Gautier y Reygasse, entre otros, el túmulo de Tin-Hinan es el hallazgo más destacado del África sahariana. Para otros, en cambio, la realidad de una mujer al frente de un pueblo de guerreros no parece verosímil. Según estos investigadores, Tin-Hinan sería un mito, inventado por los bereberes o por los tuaregs y los huesos hallados en Abalessa serían los de un hombre. Así lo defiende Adila Talbi, arqueóloga argelina, excelente conocedora de los restos que se exhiben en la vitrina de El Bardo. Algunos médicos que han tenido acceso a los huesos de Tin-Hinan opinan lo mismo que Adila: la pelvis, por ejemplo no parece la de una mujer. En todo caso, la de una mujer que no hubiera tenido partos. Los tuaregs, sin embargo, se oponen a esta sospecha. Y aseguran que Tin-Hinan “se mezcló con los dioses para crear una nueva raza”. Los más ancianos depositarios de la tradición oral hablan de “hombres de gran altura, de pelo amarillo y ojos rasgados, procedentes de Orión, y que fueron los padres de su pueblo“. Si los ancianos tuaregs dicen la verdad, ¿quiénes eran esos seres de gran altura? ¿Seres extraterrestres mezclados con humanos?


Otros estudiosos han querido ver en Tin-Hinan la viva representación de los atlantes. Tin-Hinan, según el conde de Prorok, pudo ser una princesa que escapó a tiempo de la no menos mítica Atlántida, terminando sus días en la referida región de Abalessa, en el Hoggar. Este convencimiento de Prorok se vio fortalecido cuando acertó a leer el relato de Adolphe de Calassanti, un oficial y traductor que viajó al sur de Argelia en 1906. En esa época, Calassanti describe el túmulo funerario, todavía por descubrir, ya que la primera expedición arqueológica tuvo lugar en 1925, y las diferentes versiones de los tuaregs sobre el origen y la vida de Tin-Hinan. Entre esos relatos destacan los sueños premonitorios de los tuaregs que tenían por costumbre dormir sobre el citado túmulo. Es así como surge esta hipótesis sobre una Tin-Hinan atlante. Byron Kuhm de Prorok lleva a cabo las primeras exploraciones arqueológicas, a las que sigue una segunda campaña, en 1933, a cargo de M. Reygasse. El hallazgo tiene una enorme repercusión y surge una agria polémica. Alguien, al parecer, se ha quedado con parte del tesoro que encerraba la tumba de Tin-Hinan. ¿Qué escondía realmente el túmulo funerario de Abalessa? Probablemente nunca lo sabremos. Muchas de las piezas fueron escondidas y vendidas. Hoy se ignora su paradero. Quizá en ese tesoro perdido puede estar la explicación a muchas de las interrogantes sobre Tin, “la de las tiendas” . ¿Fue la princesa fundadora de los “hombres libres”, como se proclaman los tuaregs?

Existen civilizaciones antiguas descubiertas a lo largo de los dos últimos siglos, que demuestran que en la historia no ha habido siempre evolución hacia una única dirección, sino altibajos tecnológicos y culturales. En la obra del matemático e investigador José Álvarez López, “Atlántida reconstruida“, nos dice lo siguiente: “Es ilusorio pensar que nuestra ciencia histórica conozca algo del pasado humano. La arqueología de los últimos 100 años se ha encargado de ilustrar cuán grande era la miopía de la historia. Aparecieron multitud de reinos, imperios, civilizaciones de las cuales no había ninguna noticia. Supuso una auténtica sorpresa descubrir la existencia de importantes civilizaciones del Indo: Mohengo-Daro y Harappa aparecieron de repente bajo la pala del arqueólogo, para mostrar que hace 5.000 años había ciudades modernas, delineadas por urbanistas, con servicios sanitarios al nivel de las urbes de hoy… Se encontraron casas que poseían varios baños con agua corriente en los pisos altos. Los desagües cloacales, por otra parte, eran obras de una moderna ingeniería hidráulica, ya que poseían cámaras asépticas y otros requerimientos técnicos avanzados. la realidad de estos hallazgos ha recibido otra reciente confirmación en las excavaciones de Tera (Santorin), donde las habitaciones de los pisos altos no solamente tenían agua corriente sino, inclusive, disponían de agua caliente y fría. Es importante repetir la observación de Piggot de que las modernas ciudades de la India carecen del confort que tuvieron hace 5.000 años”.


La Atlántida es la mayor y más importante de las tierras perdidas en occidente. Desde el relato de Platón han sido cientos de investigadores los que han intentado demostrar su existencia o localizar sus restos en los lugares más variados. Según consta en un documento militar francés, que el novelista Pierre Benoit utilizó como base para su novela “La Atlántida“, pudiera ser la más sorprendente localización para la misma. Nada más y nada menos que en el corazón de las montañas deAhaggar, en Argelia. El macizo volcánico de Ahaggar, también El Hoggar, es una región inhóspita con grandes variaciones de temperatura y muy poca lluvia durante todo el año. En ella residen la tribu tuareg conocida como Kel Ahaggar. Y, según las leyendas de este pueblo, en estas montañas fue donde la legendaria reina Tin Hinan unió por primera vez a los tuareg como un sólo pueblo. Esta supuesta parte de la Atlántida ocupa un valle-oasis, casi completamente cerrado al exterior, siendo la única vía de comunicación una serie de galerías subterráneas. El clima en esta depresión es más moderado que fuera de él, gracias a la influencia del oasis y es considerado por los escasos visitantes como uno de los lugares más bellos del Sahara. Las construcciones son de los más ricos materiales, incluyendo posiblemente el misterioso oricalco, identificado con un mineral de aspecto similar al bronce aunque más claro. Y el agua subterránea alimenta huertas y jardines espléndidos mientras que los picos que rodean el valle pueden verse gran parte del año cubiertos de nieve. Las huertas y granjas producen frutas sabrosas e incluso vino de una calidad aceptable.

La comunidad fue gobernada por una reina llamada Antinea, que afirmaba ser inmortal. Se dice que era descendiente de Cleopatra Selene, a su vez hija de Cleopatra y Marco Antonio, y que parece que era la misma Tin Hinan de la leyenda. Aunque a primera vista parece increíble, debemos considerar la relativa cercanía de la llamada Ciudad de los Inmortalesy el río que, presuntamente, da la inmortalidad. Antinea, una mujer de una belleza fatal, a menudo convertía a los visitantes masculinos en sus amantes, pero sólo durante un breve tiempo. «El inmortal» es uno de los cuentos de El Aleph, un libro escrito por el argentino Jorge Luis Borges, publicado en 1949. Valiéndose de la literatura, la religión y la filosofía, se plantea en el relato los efectos que causaría la inmortalidad en los hombres, cuestionando los principales valores establecidos de esos tres temas. El narrador cuenta que la historia fue hallada en un manuscrito, dentro de un ejemplar de la traducción de la Ilíada de Pope, que Cartaphilus le ofrece a una princesa en 1929. La historia es contada en primera persona por el protagonista, Marco Flaminio Rufo, un romano que sale en busca de un río que da la inmortalidad a quien bebe de él, motivado por la historia que un jinete egipcio desconocido le remite antes de morir. Secundado por doscientos soldados y algunos mercenarios, emprende el viaje. Varios días después de perderlos en el desierto, encuentra un río de agua arenosa del que bebe sin saber que aquel era el río que buscaba, y que los trogloditas que vivían cerca de él eran los inmortales. Después de atravesar un casi interminable laberinto subterráneo, emerge a la Ciudad de los inmortales. La ciudad era una caótica construcción carente de sentido. Cuando consigue salir, descubre que afuera lo esperaba uno de los trogloditas, al que llamó Argos (el perro de Ulises, en la Odisea ). Después le confiesa que era Homero (el autor de la Odisea). Marco Flaminio Rufo descubre que la inmortalidad es una especie de condena. La muerte da sentido a cada acto ante la posibilidad de ser el último; la inmortalidad se lo quita. En el siglo X, los inmortales se dispersan en busca del río que los libere de su condición.


Cuando la veleidosa reina Antinea se cansa de sus amantes, son asesinados y sometidos a una curiosa forma de momificación. Según los relatos, sus cuerpos son sometidos a un baño electrolítico de oricalco y plata que les da el aspecto de perfectas reproducciones escultóricas del finado. Estas siniestras estatuas, junto con inscripciones indicando su identidad y la fecha de la muerte, decoran las habitaciones de la reina, aunque su naturaleza no es obvia a primera vista. Pese a su aislamiento geográfico y al desconocimiento que el mundo exterior tenía de ellos, estos atlantes se mantuvieron sorprendentemente bien informados y en sus amplias bibliotecas podían encontrarse antiquísimos manuscritos desconocidos por el gran mundo. La mayoría de las noticias y los bienes les llegaban a través de los kel ahaggar, con los que mantenían una alianza firme que ha ayudado a mantener el secreto de su existencia. Se dice que la mayoría de la población de la ciudad tiene la piel, los ojos y el cabello oscuros aunque algunos individuos, como la misma Antinea, tienen los ojos verdes o azules y un tono de piel más claro. Investigadores franceses elaboraron la teoría de que se trata de la Atlántida original, no hundida como interpreta la mayoría, sino que la tierra a su alrededor se habría alzado, quedando la antigua isla aislada en el interior del continente. Para confirmarlo incluso se cita un fragmento desconocido del Critias, del que se afirma haber encontrado la única copia completa existente, que parece corroborar dicha identificación. También se identifica a los atlantes como antepasados de los garamentes, a su vez ancestros de los tuareg. Estas afirmaciones sin embargo parecen contradecirse con otras informaciones diversas que han situado las ruinas de la Atlántida en localizaciones en el centro del océano Atlántico, que parece ser la idea más extendida entre los que defienden su existencia.

Lo más probable es que esta se trate tan sólo de una antigua colonia menor y no de la gran ciudad descrita por Platón, quizás alzada tras la destrucción de la isla madre e imitando la estructura de su antigua capital. Por supuesto también es posible relacionar esta ciudad con Khokarsa, aunque las referencias al oricalco parecen contradecir directamente esta identificación. Según José Ramón Vidal, en su blog “aventuras extraordinarias“, Khokarsa es un supuesto antiguo imperio africano. Entre los pocos investigadores que dan crédito a su existencia se barajan fechas para su esplendor en torno al 11000 o 10000 a.C. En dicha época se supone que la región centroafricana tenía una configuración geográfica muy distinta a la actual; marcada por la presencia de dos grandes mares interiores, de los que el lago Chad es hoy el último y lejano resto. Hacia el final del periodo khokarsano la erosión provocó que se rompieran las barreras naturales y ambos desaguaron en el Atlántico, a través de la recién nacida cuenca del río Congo. Esta desecación fue paulatina pero bastante rápida, alterando profundamente los patrones climáticos del continente y dando un golpe de muerte a la cultura khokarsana. En torno a esos mares interiores habría nacido, florecido y prosperado la cultura khokarsana, y en torno a sus riveras se distribuirían las ciudades y pueblos que formaban el imperio. Se trataría de una cultura con desarrollo urbano, muy dependiente del sistema de comercio marítimo y los productos marinos para su subsistencia. Esta distribución aseguraba cierto nivel de independencia a las distintas ciudades, que mantenían algunas costumbres y rasgos religiosos y lingüísticos propios. Al desaparecer los mares, sin poder mantener la unidad política ni cultural, sin acceso al intercambio de productos que permitía una economía viable y prospera, la cultura khokarsana desapareció a una velocidad sorprendente, dejando escaso rastro arqueológico. Tampoco la herencia cultura khokarsana es muy significativa, ya que cuando nuevas oleadas poblacionales se establecieron en la región trajeron sus propias lenguas y costumbres.


El rastro más evidente de esta antigua civilización son diversos enclaves que varios exploradores han encontrado en el interior de África a lo largo de la historia. Mostrando estos una gran coherencia entre si, al mismo tiempo que rasgos lingüísticos, étnicos y culturales totalmente diferentes a la población del área y otras culturas arqueológicas conocidas. Es en base a estas similitudes que, ya a finales del siglo XIX, se comenzó a especular con la posible existencia de una cultura madre original para estos asentamientos. Entre dichos emplazamientos suele incluírse Kôr, Xuja, Opar, y las ciudades enfrentadas de Athne y Cathne o Zu-Vendis. Algunos de estos asentamientos se encuentran lejos de las tierras antaño dominadas por Khokarsa, siendo posiblemente fundadas por refugiados después de la desaparición del imperio principal. También es posible que, de existir, el legendario grupo de hechiceros inmortales conocidos como kavuru, sean descendientes de esta antigua civilización. La obra de Sir Wade Jermyn, Observation on the Several Parts of Africa, sobre las exploraciones de este caballero británico en la región del Congo a mediados del siglo XVIII, es el primer testimonio directo de un occidental sobre alguno de estos lugares. Sin embargo ya en su propia época la obra de Sir Wade se enfrentó al escepticismo de la comunidad científica. Desde entonces el libro ha sido considerado demasiado a menudo como literatura fantástica. Sin embargo, los testimonios se acumulan a finales del siglo XIX y principios del XX ,para descender paulatinamente desde entonces. Donde un explorador de 1880 describe una ciudad habitada, un siglo después se habla como mucho de ruinas devoradas por la selva. Es posible que para finales del siglo XX la mayoría de estos enclaves hayan desaparecido.

Estos asentamientos aparecen poblados por gente de rasgos que les llevan a ser identificados con caucásicos o asiáticos, claramente diferenciados de las poblaciones koishan y bantúes. Es necesario apuntar que algunos expertos en historia oculta creen que los khokarsanos descienden de una rama de la emigración atlante, llegada al continente africano tras el hundimiento del continente principal, en torno al 18000 a.C. Incluso un grupo de investigadores, aún más reducido, pretende conectar esta civilización con el lejano Barsoom, el planeta Marte ficticio de Edgar Rice Burroughs. En muchos de estos asentamientos, o en áreas cercanas, también aparecen poblaciones de híbridos entre simios y humanos, posiblemente alguna rama de homínidos primitivos (quizás incluso capaz de cruzarse con los humanos) llamados a veces parantropos o por el término africano, de origen desconocido, mangani. Son muchas las historias que hablan de fabulosas riquezas en oro y joyas en estas ciudades ruinosas, historias que han lanzado a más de una expedición en su busca. Pero además habrían obtenido alguna fórmula mágica o poción que les garantizaría la inmortalidad, o al menos una juventud lo bastante larga para dar esa sensación. Si este secreto pueden ser obtenidos por extranjeros o están vinculados a la propia bilogía de los descendientes de los khokarsanos es algo que no podemos saber.


Algunos investigadores defienden que los más conocidos descendientes de los khokarsanos y su antigua cultura no son los habitantes ninguna ciudad o asentamiento aislado en la jungla, sino una población bien visible y conocida del Norte de África: el misterioso pueblo norteafricano de los tuareg. Nos resulta difícil apreciar que podrían mantener los “hombres azules” de sus lejanos antepasados, teniendo en cuenta las fuertes influencias culturales, principalmente árabes, sufridas desde entonces; pero hay algo eminentemente khokarsano en la antigua leyenda de la princesa Tin Hinan, su primera reina y antepasada. El idioma khokarsano aún no ha sido descifrado completamente, por lo que parece tiene relación con las lenguas afroasiáticas. La forma escrita es sólo parcialmente legible y se basa en una escritura de tipo silábico que no parece relacionada con otras formas de escritura, sino haberse desarrollado de forma totalmente independiente. La mayor parte de la información proviene de textos grabados en una serie de placas de oro recuperadas en la región del Congo. También debemos mencionar a otros autores importantes que se han interesado en este caso como el profesor George Edward Challenger y su obra The Sahhindar Cult in Pre-Diluvian Khokarsa. Al igual que otras sociedades en su mismo estadio tecnológico, la Edad de Bronce, parece que su economía era de tipo esclavista. La agricultura debía proporcionar mucha de la alimentación básica pero sin duda el principal aporte de proteínas tenía su origen en los mares interiores que también aseguraban la comunicación comercial entre los enclaves.

En cuanto a su religión parece seguro que rendían culto a múltiples deidades, de las cuales se ha podido identificar por el nombre al menos a tres. La principal es una deidad femenina suprema y lunar llamada Kho, que es representada a menudo como una figura del tipo de Venus pero con cabeza de ave, normalmente águila pescadora o cotorra, y un dios masculino, de carácter solar, llamado Rezu o Resu, su hijo y/o esposo. El tercero sería un dios/héroe cultural llamado Sahhindar, responsable de muchas de las innovaciones tecnológicas (la agricultura, el dominio de los metales…) que permitieron a loskhokarsanos pasar directamente del neolítico a la Edad del Bronce, y que algunos especulan puede tratarse de un ser humano divinizado. El enfrentamiento entre las dos deidades principales, Kho y Resu, así como su clero, parece haber sido una constante de la historia de esta civilización y quizás una de las causas de su decadencia. El mismo nombre de la ciudad de Khokarsa se cree que significa “El árbol de la colina de Kho“. Por otro lado muchas ciudades mantenían además cultos propios, en la mayoría de los casos de carácter totémico, contando muchas ciudades con un animal sagrado propio y su clero particular. Así en Xuja son especialmente adorados los papagayos, mientras que en Athne es el elefante y en Cathne es el león. Es muy posible que en su sociedad las mujeres, especialmente las sacerdotisas de la diosa Kho, ocuparan el puesto más alto de la sociedad y el gobierno, siendo los varones los responsables de los temas militares. Se cree que la monarquía khokarsiana era electiva, siendo elegido el monarca para un reinado de nueve años, tras el cual era sacrificado, lo cual servía como medida de control por parte de las sacerdotisas para evitar que un varón se volviera demasiado poderoso. Pero con el tiempo esa antigua costumbre se perdió, no así el carácter electivo de la corona.


Étnicamente nos encontramos con varios grupos claramente diferenciados. Según las placas de oro antes mencionadas, había cuatro grupos claramente diferenciados: Los khoklem (el pueblo de la diosa Kho) o “verdaderos” khokarsanos era un grupo de rasgos caucasianos, posiblemente relacionados con poblaciones nilóticas prehistoricas, grupo de etnias extendidas por el valle superior del Nilo (Sudán del Sur), Uganda, Kenya, y norte de Tanzania. Ellos fueron los fundadores de la ciudad de Khokarsa y del imperio y el grupo más numeroso. Los klemsuh (pueblo amarillo) presentarían características físicas diferenciadas similares a las poblaciones asiáticas actuales, pelo liso y oscuro, piel de tono amarillento tostado, ojos ligeramente oblicuos. En los límites de la sociedad khokarsana habitarían los bárbaros Klemqaba (pueblo de la cabra) posiblemente neandertales o híbridos neandertal-sapiens. Originalmente al norte del área cultura khokarsana, pero posteriormente asimilados, habitarían los klemsaasa, caracterizados en las placas de oro como gigantes de fenomenal estatura y temibles guerreros. Vemos pues que la teoría que identifica la Atlántida con una localización en el norte de África no es tan descabellada como podría parecer. Por ejemplo el número 376 de Historia 16 (Agosto 2007) contiene un interesante artículo de Carlos J. Moreu, que identifica la Atlántida “histórica” con la cordillera del Atlas y los territorios adyacentes. Muchas civilizaciones antiguas relacionan al herrero con el poder mágico, en la forma de chamán siberiano o de brujo africano. Lopold Fabre, en su obra“Glosario del Poitou, de la Saintonge y del Aunis”, hace resaltar que el término popular “druida“, de origen céltico, designa a la vez al caldero y a la bruja. El caldero es denominado en ese caso “portador de druidas”. Esa cuestión del caldero evoca, naturalmente, el gran recipiente que, en el sabbat de las brujas, sirve para la preparación de las mixturas mágicas.

En cuanto al herrero, notemos que está en contacto casi directo con el fuego, elemento muy importante en la magia. Evidentemente pensamos en Áfricay podemos atribuir al continente negro el nacimiento del primer hombre. Hay numerosas leyendas muy antiguas que testimonian que es allí donde se encontraría el origen humano. Sea como sea, África ha jugado un gran papel en la historia de la Magia y de todas las cuestiones ocultas. Raimundo Lulioy Paracelso, así como Clemente de Alejandría y muchos Padres de la Iglesia, fueron a África a buscar su enseñanza más elevada. Algunos pretenden que son los Faraones quienes han legado su ciencia esotérica, aunque más bien debe tratarse de los Iniciadosanteriores a la época que traza la historia del Antiguo Egipto. Pero no es imposible que, al contrario, las grandes lecciones Iniciáticas provinieran justamente de las poblaciones negras que otras veces habían alcanzado un alto grado de conocimiento. Se podría citar también el caso de la Atlántida, que explicaría muchas cosas. Pero, ya los Tuareg, esos caballeros del desierto, guardan un gran misterio con sus tradiciones, las cuales no guardan ninguna analogía con las de otras tribus de la Tierra. Según Scott Corrales, en su obra “Desierto Ignoto“, en que me he basado en gran parte para una parte del artículo, nos dice que una visita casual a cualquier librería de ocasión nos descubrirá vetustos tomos que describen, en su mayor parte, los encuentros de héroes contra seres demoníacos o terribles bestias. Edgar Rice Burroughs envió a su famoso “Tarzán” al legendario reino africano de Opar , mientras que Henry Rider Haggard dejaba a su protagonista, Allan Quartermain, a merced de “Ella, La Que Debe Ser Obedecida” en la ciudad perdida de Kor. Más de una generación de lectores del mundo ha leído textos repletos de ciudades perdidas y restos de civilizaciones perdidas.


Pero nos queda la interrogante de los “reinos perdidos”. ¿Acaso existieron alguna vez? Y de ser así, ¿qué habrá sido de ellos? ¿Nos sería posible dar con los restos de poderosos reyes y reinas, grandes héroes y villanos, bajo las arenas de los desiertos de Sahara, o del Gobi, o hasta del Mojave? Según Heródoto, al describir a Garama, la ciudad bajo las arenas, nos dice: “Allí vivieron hombres llamados garamantes, una gran nación que siembra en la tierra lo que han puesto en la piedra…estos garamantes se desplazan en sus cuadrigas, persiguiendo a los etíopes”. En el cenit de su poderío, Roma controlaba casi toda Europa al este y al sur del Rin y el Danubio, Dacia, Asia Menor, el Levante y el norte de África desde Marruecos hasta Egipto. Más allá de estas fronteras sólo merodeaban tribus bárbaras, pequeños reinos e imperios hostiles, como lospartos. La provincia romana de África, granero del imperio y cuna de poetas, filósofos y emperadores, se extendía mucho más hacia el interior del Sahara de lo que muestran los libros de historia, poniéndola en contacto con las tribus nómadas del desierto y el reino de los garamantes. Tal parecería que los inquietos fantasmas de los garamantes lucharon mucho por darse a conocer al hombre actual. En 1914, el arqueólogo italiano Salvator Aurigemma se topó con un fascinante mosaico de la era romana en la aldea de Zliten, al sur del antiguo puerto de Leptis Magna, en la actual Libia. El mosaico representaba una joven devorada por un leopardo mientras que dos víctimas más aguardaban la misma suerte. Estas víctimas de sacrificios se distinguían por sus narices aguileñas, pelo lacio y barbas que les identificaban como garamantes. Casi 20 años más tarde, el francés Pierre Belair descubriría la increíble cantidad de 100.000 tumbas en las cercanías de la olvidada capital de los garamantes.

Conocida por su designación actual de Germa, la antigua ciudad de Garama se encuentra en la región de Libia moderna denominada Fezzán, una versión arabizada de “Fazania”, el nombre que concedieron los antiguos a dicha región. El reino de los garamantes era, según Heródoto, “un reino más grande que Europa” defendido por guerreros “que perseguían a los trogloditas etíopes” en sus carrozas por pura diversión. Las imágenes de estos vehículos han sobrevivido el paso de los siglos en los muros de piedra y desfiladeros de la región, especialmente en Djebel Zenkekra, donde pueden hallarse otras figuras que se remontan a una antigüedad de siete mil años, a pesar de que el Sahara se hacía cada vez menos apto para la vida humana y animal. Los garamantes y sus cuadrigas corresponden a la época señalada entre el 1250 y el 1000 a. de C.; algunos estudiosos los han querido identificar con los “pueblos del mar” que asediaron a Egipto desde el Mediterráneo oriental. Al ver fracasados sus planes por controlar la cuna de los faraones, esta cultura guerrera bien pudo haberse asentado en Fazania, al oeste de Egipto. También se hace mención de los garamantes en un texto sumamente curioso del siglo XVI titulado Reloj de Príncipes y escrito por el cronista Antonio de Guevara (1480-1525). El vigésimo segundo capítulo de la citada obra ostenta el título: “De cómo el gran Alejandro, tras la derrota del rey Darío en Asia, pasó a conquistar la Gran India y lo que fue de los garamantes”. Guevara coloca sorprendentemente a los caballeros garamantes no en África sino en “las montañas Ripeas” de la India, diciendo que “este pueblo bárbaro conocido como los garamantes”jamás había sido conquistado por los persas, medos ni romanos debido a su gran pobreza y la falta de recompensa material para los conquistadores. Pero Alejandro Magno, reconocido entre todos los conquistadores por su gran curiosidad innata, les envió una embajada para exigir tributo.


Guevara, citando el De antiguitatibus grecorum de Lucio Bosco, agrega que los garamantes “todos tienen casas iguales, y que todos los hombres llevaban la misma clase de ropa, y que ningún hombre era más rico que sus vecinos”. ¿Era tan grande el reino de los garamantes como lo pintaba Heródoto? Si retrocedemos hasta la época neolítica, en que nacieron las culturas de los pueblos del Sahara, nos encontramos con un cuadro todavía más favorable. Todo el norte de Africa estaba poblado de enormes rebaños de animales, cubierto de árboles y plantas esteparias y dominado por hombres de tez clara, cazadores, pescadores y dibujantes, que nos han legado infinidad de monumentos de cultura. Heinrich Barth descubrió ya unas curiosas tumbas gigantescas de piedra, que había encontrado en medio del desierto. Los investigadores franceses Henri Lhote y M.Dalloni descubrieron columnas, pirámides y grabados rupestres situados en los más diversos lugares del norte de Africa. Los alemanes Leo Frobenius, Hugo Obermaier y Hansjoachim von der Esch, examinaron en los macizos de Hoggar y Tibesti gran número de representaciones humanas y zoomórficas, de un realismo francamente impresionante. Finalmente, el egipcio Hassanein Bey y el húngaro L.E.Almasy reunieron una tal cantidad de testimonios de la cultura de los primitivos habitantes del Sahara, que algunos sabios, llevados por el entusiasmo, llegaron a situar en el norte de Africa la cuna de la humanidad. El incansable Henri Lhote, mejor conocido por su investigación de los pictogramas de Tasili, logró hallar representaciones de las cuadrigas de guerras de los garamantes en el macizo de Hoggar, casi mil quinientos kilómetros de distancia de Fazania. En el verano del 2000, un grupo arqueológico interdisciplinario de las universidades británicas de Reading, Newcastle y Leiscester confirmó la existencia de un canal de irrigación de más de tres mil millas de extensión conectado a depósitos subterráneos de agua. Con esto se confirmó el hecho de que los garamantes habían controlado un imperio de más de setenta mil millas cuadradas con tres ciudades principales (las actuales Germa, Zinchechra y Saniat Gebril) y media docena de asentamientos menores.

La red de canales de irrigación permitió un aumento en la producción alimenticia y el mantenimiento de una población no trashumante de cincuenta mil personas. Los hallazgos también conllevaron una revisión de los cronogramas existentes: los primeros pueblos aparecieron cerca del 500 a. de .C y los garamantes llegaron a convertirse en una entidad política alrededor del 100 a. de C., y desaparecieron alrededor del 750 d.C. con la llegada de los conquistadores islámicos. El periódico británico The Independent pone las siguientes palabras en boca del profesor David Mattingly, director de la expedición: “Nuestra investigación ha sacado a la luz que, gracias al ingenio humano y contra todas las posibilidades, los habitantes del desierto más grande del mundo pudieron crear una civilización próspera y exitosa en uno de los parajes más áridos y calientes del mundo. Los romanos consideraban a los garamantes como meros salvajes, pero la nueva evidencia arqueológica ha puesto al relieve que eran granjeros ingeniosos, ingenieros diestros y comerciantes emprendedores que llegaron a producir una civilización digna de tomar en cuenta”. Es posible que Mattingly se haya estado refiriendo a la ciudadela de Aghram Nadarif (“ciudad de la sal” en el idioma de los beréberes), con dimensiones de 460 pies por 160 pies, rematada con impresionantes torres sobre sus muros. Se ha sugerido la posibilidad de que este puesto de avanzada haya sido un punto de trasbordo para los cargamentos de sal provenientes del Mediterráneo que iban de camino al África meridional a cambio de oro, marfil y animales exóticos a ser inmolados por los gladiadores de Roma.


Tras la conquista del Fezzán por los ejércitos triunfantes del califato omeya, los garamantes y su cultura desaparecen para siempre de la historia. Algunos historiadores han considerado que los garamantes han sido los antepasados de la misteriosa raza de nómadas con velo conocidos como los tuareg, y que no guardan ningún parecido físico con las demás tribus beréberes, que parecen haber llegado desde el Sahara profundo tras la desintegración del imperio romano en el siglo V. Sin embargo, hay otras tradiciones que nos indican que estos habitantes del desierto tienen un origen más antiguo aún. En su libro The Ancient Atlantic (Amherst Press, 1969), L. Taylor Hansen incluyó un relato meramente anecdótico que enlazaba las tribus tuareg del Sahara con una tradición secreta que se remontaba muy posiblemente al reino perdido de los garamantes. Citando un encuentro fortuito con un hombre de raza árabe en la capital mexicana, Hansen detalla la existencia de una tribu de “mujeres guerreras” que supuestamente existiría aún en el Sahara y que lucen con orgullo las dagas de brazo y espadines que se utilizaron en la antigüedad, así como escudos y un arma parecido a un tridente que representa “los tres picos del Hoggar”, Bajo las tierras de esta tribu existirían galerías subterráneas repletas de petroglifos parecidos a los de Tassili, representando uros y otros animales prehistóricos. El extraño interlocutor de Hansen le informó que los tuareg creían que su pueblo había venido del mar, y que el nombre que se daban a sí mismos significaba “pueblo del mar”. Por dudoso que pueda resultarnos el concepto de las amazonas africanas, tenemos el testimonio de otro gran aventurero: el conde Byron de Prorok, un Indiana Jones de carne y hueso, cuyas exploraciones en tres continentes les concedieron fama mundial hace cierto tiempo. Prorok pudo convivir con los tuareg por algún tiempo durante su expedición al macizo de Hoggar, y sus indagaciones revelaron que el verdadero poder lo ostentan las mujeres de esta misteriosa tribu, a pesar de no tratarse de un matriarcado. Su reina elige al rey, denominado amenokhal akhamouk, con el que compartirá el mando. De Prorok también fue entre los primeros en escribir sobre los hartani, la casta de esclavos al servicio de los tuareg.

Hansen obtuvo más detalles sobre las galerías subterráneas. Supuestamente seguían estando ocupadas por los tuaregs modernos. También le dijeron que un explorador europeo que participaba en un relevamiento del macizo de Hoggar quedó sorprendido al encontrar una abertura tosca entre las piedras, pero cuyo acceso se dificultaba debido a la sorprendente presencia de barras metálicas verticales. Mirando hacia abajo, el explorador se dio cuenta de que se trataba de alguna especie de respiradero. Temiendo alertar a los tuareg de su presencia se abstuvo de arrojar una piedra por el agujero para determinar la profundidad del tiro. El relato comenzó a adquirir matices dignos de un relato de Rider-Haggard cuando el extraño le dijo que bajo kilómetros de galerías subterráneas, iluminadas tan solo por la luz de las antorchas, había “un precioso lago artificial” alrededor del cual se conservan los antiguos escritos de los ancestros de los Tuareg, que supuestamente se remontan hasta el Diluvio. Los escritos del conde De Prorok también hacen mención a un lago subterráneo cuyas paredes de piedra estaban cubiertas por inscripciones y dibujos de elefantes, búfalos, antílopes y avestruces. Somos absolutamente libres de aceptar o rechazar la narración de L. Taylor Hansen sobre los tuareg y las construcciones de sus ancestros, pero un detalle de su conversación con el forastero es sumamente intrigante: el hombre mencionó que los tuareg remontan sus orígenes al antiguo héroe griego Heracles, mejor conocido bajo su apelación latina de Hércules.


El escritor francés Louis Charpentier propone en su obra clásica Les Geants et les Mystéres de Sont Origines (París: Robert Laffont, 1968) que el personaje de Heracles no se refiere a un sólo héroe de facultades sobrehumanas, sino que se trata de un nombre que guarda un significado parecido a “paladín” o “campeón”. El Heracles relacionado con el norte de África y con el Sahara en particular habría sido el que recibió la misión de liquidar al gigante Anteo y la tarea de procurar las manzanas doradas de las Hespérides. El poderoso Anteo, dice Charpentier, había desposado a Tingis, la hija de Atlas, curiosamente nombres que aparecen en la geografía norafricana, y gobernó un reino que rodeaba el Tritón, un mar interior que ocupó el norte del Sahara y cuyo nombre existía aún en la época romana. Sobrevive hoy como el desierto salado Chott al-Djerid, donde se rodó la primera entrega de La guerra de las galaxias en 1976). Para respaldar su argumento, Charpentier señala la existencia del mausoleo de Anteo, en Charf, una colina situada al sur de la moderna Tanger, donde los legionarios romanos emprendieron excavaciones que tuvieron por resultado el hallazgo de una osamenta de gran antigüedad. ¿Llevarían los tuareg en sus venas la sangre de tan ilustre linaje, que incluiría entre sus ancestros a una de las figuras míticas mejor conocidas de la historia? En el oasis de Abelessa, a corta distancia de Tamanrasset, uno de los sitios mejor conocidos del Sahara gracias al Rally París-Dakar, podemos hallar otro de los misterios del desierto: la demolida fortaleza de Tin Hinan, cuya arquitectura no se asemeja en nada a la de las estructuras erigidas por los habitantes del desierto. Los arqueólogos aún no han podido identificar a los arquitectos de esta desértica urbe. Pero, en 1926, un equipo de arqueólogos logró dar con una cámara rectangular cubierta de tierra que a su vez ocultaba seis losas de grandes dimensiones. Bajo toda esta piedra se hallaban los restos de Tin Hinan, la legendaria reina considerada por los tuareg como su progenitora.

James Wellard, autor de The Great Sahara, atribuye al Dr. LeBlanc, de la facultad de medicina de la Universidad de Algiers, la descripción de los restos mortales de la reina: “Se trataría de una mujer de raza blanca…la conformación de su osamenta recuerda poderosamente al tipo egipcio que puede verse en los monumentos faraónicos, caracterizada por buena estatura y esbeltez, anchura de los hombros, pelvis reducida y piernas delgadas”. Esta opinión forense desató toda suerte de especulaciones sobre el posible origen de Tin Hinan. ¿Eran sus restos, de hecho, los de Antínea, la legendaria supuesta última reina de la Atlántida? Volviendo a la obra del conde De Prorok, este también consideraba haberse topado con los restos de la Atlántida en los desiertos africanos, admitiendolo sin ambages en su obra Dead Men Do Tell Tales (los muertos sí hablan), publicada en 1942. En la región de Moudir, el hombre de acción encontró “grandes precipicios que forman un muro de roca viva, considerada por los tuareg como la fortaleza de las amazonas, gobernadas por una reina blanca…”. Los historiadores más conservadores prefieren pensar que la fortaleza de Tin Hinan pudo haber sido una guarnición romana, tal vez un deposito de aduana o almacén que custodiaba las rutas comerciales trans-saharianas.


Son pocos los que han oído hablar del príncipe Yuri Lubovedsky, tutor del místico Gurdjieff y recopilador incansable de datos sobre eventos anómalos y paranormales. Entre sus intereses particulares figuraba la investigación del Diluvio y del mundo antediluviano, una curiosidad que le llevó a visitar monasterios budistas en los lugares más recónditos del Asia central. Lubodevsky logró transmitir su pasión por estos temas a su famoso discípulo y durante los muchos viajes realizados por Gurdjieff le tocó coincidir con un enigmático monje armenio que le mostró un mapa único y totalmente desconocido al resto de la humanidad: un mapa que mostraba el aspecto que guardaba Egipto “antes de las arenas”. El esotérico ruso supuso que de no tratarse de un fraude, el documento tenía que ser necesariamente anterior al reinado de Narmer (Menes), el primer faraón del que tenemos conocimiento. En 1982, una de las misiones fotográficas realizada por el trasbordador espacial Columbia sobre el continente africano, usando la entonces novedosa tecnología de la fotografía mediante radar, sacó a la luz imágenes que revelaban la existencia de ríos desconocidos por el hombre, cuerpos de agua que iban a dar a un antiguo “mar interior” del tamaño del actual Mar Caspio, entre diez mil y quince mil años antes de Cristo. ¿Sería este mapa un legado de la civilización que, en los escritos de Graham Hancock y Robert Bauval, erigió la Esfinge milenos antes del nacimiento de la civilización egipcia? ¿Dónde obtuvo ese mapa Gurdjieff?

¿Cuándo descubriremos antiguas ciudades como Wasukanni, la capital del reino de los mitanni, Kussara, Nessa o Arzawa? Kussara (Kuššara) o Kushara, fue una ciudad, de cultura hitita, situada en el sureste de Anatolia. Alcanzó importancia durante el siglo XVII a. C., cuando Pittkhana y su hijo Anitta, fundadores la monarquía hitita, partiendo de Kussara, se convirtieron en los señores de gran parte de Anatolia. Para ello, Pittkhana y Anitta conquistaron la importante ciudad de Nesa y la convirtieron en su capital, para desde ahí destruir numerosos principados enemigos, entre los que destacaba el de Hattusa. Hasta tiempos de Hattusil I (segunda mitad del siglo XVI a. C.), los reyes hititas mantuvieron Kussara como uno de sus centros de poder – el propio Hattusil I se hacía llamar el hombre de Kussara. Tras el traslado de la capital hitita a Hattusa, Kussara comenzó a declinar. Akhal Tekke fue el nombre que llevó entre 1882 y 1890 un distrito (uedz) de la provincia rusa de Transcaspia. El nombre Akhal se da a los oasis de la vertiente norte del Kopet Dagh y delKüren Dagh. Tekke es un nombre tribal de los turcomanos. En las colinas del Kopet-Dag, cerca de Ashgabat, se encuentran los restos arqueológicos de civilización parta de la ciudad de Nisa, Nessa o Nusaý. Arzawa (forma antigua Arzawiya) era un reino y una región de Anatolia occidental del II milenio a. C. Es un término hitita para referirse a una región no muy bien definida de Anatolia occidental, y, a veces, por extensión, se usa también para referirse a la alianza de los reinos de la región (el mayor de los cuales se suele llamar Arzawa Menor). De la cultura de Arzawa poco se sabe, excepto que la lengua de la corte era el luvita, emparentado con el hitita.


El azadón del arqueólogo, sin embargo, se hunde sólo en lugares para los que ha obtenido los fondos necesarios para realizar sus excavaciones, o en donde lo permitan las condiciones políticas imperantes. La exploración de un sinnúmero de sitios de interés histórico, por consiguiente, corresponderá a generaciones futuras que tal vez logren hacerlo con medios más adelantados en lo técnico de lo que existe actualmente. Pero cabe preguntarse cuál será la suerte de aquellos sitios cuyo hallazgo podría suponer un verdadero desastre para la elite académica mundial. En un artículo titulado “Ciudades Perdidas” y publicado en Arcana Mundi , se hace mención a la ciudad perdida de los Hsiung-Nu en el desierto del Gobi y la controversia sobre sus orígenes. Estas remotas ruinas se encuentran en la cuenca del lago seco Lop Nor, utilizado por China para sus pruebas termonucleares. Resulta inverosímil que ningún arqueólogo se interese por estudiar este paraje, suponiendo que lo permitiese el gobierno chino. Sin embargo, al norte del Gobi se nos presenta otro misterio, esta vez en las estepas de Siberia. Para las tribus nómadas que vivían en esta enorme extensión territorial, no era Siberia sino kanun kotan, la tierra de los dioses malignos. La casi impenetrable foresta, el frío capaz de quebrar el hierro y convertir la madera en piedra, y las piezas de basalto con formas extrañas causaban el terror entre los nómadas. Los nómadas temían su tierra en vez de amarla, pues bajo las profundidades de esta región se creía que vivía Erlik Khan, el dios de la oscuridad eterna y de la frialdad, en guerra constante con la única deidad benévola, el cielo azul.

Rumores de estas lejanas y sobrecogedoras tierras llegaron a los oídos de las culturas mediterráneas y semíticas, que no dudaron en identificarlas con los reinos apocalípticos de Gog y Magog, circulando la leyenda de que Alejandro Magno había edificado una gran muralla para defender al mundo contra las hordas de salvajes al otro lado. Algún cataclismo habría producido un desplome que permitió la salida de estas huestes, dislocando los imperios occidentales. A finales del siglo XIX, mientras que Ignatius Donnelly revolucionaba su época con el libro Atlantis: The Antiluvian Mystery, otro escritor, James Churchward, coronel del ejército británico, hacía lo mismo para otro continente perdido bajo las aguas del Pacífico con su libro The Continent of Mu sobre la sumergida Lemuria o Mu. En 1868 Churchward se encontraba en la India brindando ayuda humanitaria debido a la gran hambruna que asolaba el continente. Entonces pudo ver un bajorrelieve sumamente interesante en un templo y, al preguntar a los monjes acerca de su significado, se le informó que se trataba de la obra de dos “santos naacales” que en eras pasadas habían venido desde la desaparecida Lemuria para establecer colonias en el subcontinente. Fascinado por esto, Churchward emprendió una serie de viajes por distintas partes del mundo para descubrir las colonias establecidas por los sobrevivientes del continente sumergido. Uno de estos lugares se hallaba en Siberia, identificando este emplazamiento como la “ciudad capital” del imperio de los uigures, la legendaria Khara-Khoto. Estos uigures no guardaban relación alguna con los uigures actuales, ya que estos eventos habrían ocurrido hace unos dieciocho mil años. Este supuesto imperio, cuya existencia no figura entre nuestros conocimientos de la historia, mantuvo relaciones con el “imperio de los naga” en la India y la lejana Mu hasta que el hundimiento de Lemuria causó un maremoto de dimensiones incalculables que anegó media Siberia y la porción occidental de la península de Alaska, convirtiendo al Pacífico y el Océano Ártico por algún tiempo en un solo mar.


Desde hace décadas, los pilotos rusos afirman haber visto ruinas de ciudades en estas partes deshabitadas de nuestro planeta, fotografiando algunas de ellas. Las tribus mongolas tienen leyendas de ciudades antiquísimas, cuyos restos quedan a la vista del hombre después de enormes tormentas de arena, y que desaparecen después de la siguiente tormenta. Muchas de estas tradiciones llegaron a occidente de la mano del gran místico Gurdjieff, quien en 1898 se entregó a la búsqueda de una de estas legendarias urbes del “imperio uigur” en el oasis de Keriyan, hasta que uno de los miembros de su expedición tuvo una muerte extraña y el místico decidió regresar a su punto de partida. Los antropólogos y arqueólogos que han explorado Mongolia y las regiones siberianas tienen conocimiento de las estelas y menhires, algunas de ellas en pie, otras derribadas por el paso del tiempo, y de las extrañas estatuas femeninas (babas) colocadas sobre los túmulos. Pero un libro impreso en Inglaterra en 1876 contiene un grabado de lo que seguramente serían los megalitos más grandes conocidos por el hombre. Dicho texto, The Early Dawn of Civilization, (Howard, John Eliot. Victoria Institute Journal of the Transactions, 1876) presenta al lector un conjunto de cinco enormes megalitos casi tan altos como un edificio moderno de diez plantas, penetrando doce pies bajo tierra. Con un peso estimado de casi cuatro mil toneladas, serían casi diez veces más pesadas que el monolito de Er Grah en Bretaña, y doble el tamaño del la famosa plataforma de Baalbek, que sigue en su cantera. El nombre dado a este conjunto pétreo es “las tumbas de los genios” y supuestamente se hallaba en el valle del rio Kora. Los megalitos parecen más bien obeliscos, y no hay manera de explicar la forma en que estructuras de tal envergadura fueron levantadas ni el propósito que podrían servir. ¿Tal vez el imperio uigur de James Churchward, autor del Continente perdido de Mu?

Así lo describe el explorador inglés Thomas Witlam Atkinson en su obra “The Upper and Lower Namoor”: “Habiendo viajado varias millas, llegué a la parte del valle en donde el Kora tuerce hacia los desfiladeros del norte, dejando un espacio de 200 yardas de ancho entre la base de las rocas y el rio. Al acercarme a este lugar, casi llegué a creer que enfrentaba la obra de los gigantes, pues ante mí se erguían cinco enormes piedras, aisladas, y en posición vertical. A primera vista tuve la idea que su trazado no era accidental, y que algún ingenio superior las había dispuesto, ya que el conjunto trinaba perfectamente con su entorno. Uno de estos bloques hubiera servido como la torre de cualquier iglesia, teniendo una altura de 76 pies sobre el suelo, y midiendo 24 pies de un lado y 19 pies por el otro. Se encontraba a 73 pasos de la base de los acantilados, con una desviación perpendicular de 8 pies, inclinándose hacia el río. Los restantes cuatro bloques tenían una altura que variaba entre 45 y 50 pies de alto. Dos de ellos se mantenían erectos y los demás [inclinados] en direcciones distintas, con uno de ellos casi al borde de perder su equilibrio […]. No lejos de estas piedras había un amontonamiento de piedras de cuarzo que formaban un domo con 42 pies de diámetro y 28 pies de alto. Hallar semejante túmulo en este valle me sorprendió mucho, ya que no podía tratarse de un sepulcro de un jefe actual, sino algo tan antiguo como los que se hallan en las estepas. Mis compañeros kirguies contemplaban el sitio con temor…uno de ellos me ofreció la siguiente tradición: “El valle de Kora estuvo ocupado en su momento por varios genios poderosos que guerreaban contra otros de su género en distintas regiones del Tarbagatai, el Barluc y el Gobi. Frecuentemente asolaban a las naciones o tribus al norte…. Su osadía y crueldad llegó a tal extremo que fue necesario invocar a Shaitan para ayudar a destruirlos…repentinamente una nube de humo y vapor se elevó hacia el cielo; relámpagos rojos emanaron de la nube, y los truenos se hicieron eco en todos los picos y valles. La “artillería del infierno” lanzó rocas al rojo vivo, causando la destrucción mortal de las legiones del Kora. Los genios reconocieron el poderío de las tinieblas, y sintieron pánico…las legiones, con Shaitan en la vanguardia, lanzaron vastas rocas desde los precipicios, aplastando y sepultando a los genios. Después de este terrible evento, el valle de Kora quedó sellado por siglos, pero la tradición fue transmitida de padre a hijo”.


Sin embargo, las oscuras leyendas siberianas sugieren que este olvidado imperio dejó tras de sí hace milenios objetos que son capaces de causar grandes daños y muerte, aún en nuestra época. En el 2004, los misterios del “desierto verde” de Siberia salieron a colación de nuevo gracias a un curioso trabajo realizado por el Dr. Valery Uvarov de la Academia de Seguridad Nacional en San Petersburgo, Rusia. Según este estudioso, los habitantes de la actual región de Yakutia conservan una extrañísima tradición sobre “el valle de la muerte“, uliuiu cherkechekh, en su lengua, situado en la cuenca del río Viliuy. Esta región boreal consiste en pantanos interminables y mayormente intransitables a pesar de haber sido parte de una primitiva ruta comercial que llegaba hasta las costas del helado mar de Laptev. La región se caracterizaba por la existencia de un extraño punto geográfico denominado Khledyu, “la casa de hierro”, en el idioma local. Esta estructura claramente artificial consistía en un arco con escalera espiral que acababa en cámaras aparentemente hechas de metal. Los cazadores locales hacían uso de estructura durante sus monterías, ya que parecía estar dotado de un calor natural. Muchos de ellos comenzaron a enfermarse después de haber pernoctado en Khledyu, y el lugar adquirió fama de ser un sitio maldito “al que no se acercaban las bestias“. Siempre según Uvarov, los geólogos rusos que se abrieron paso en Siberia dieron con lugares extraños. Uno de ellos, al mando de una cuadrilla de nativos, encontró una estructura metálica en 1936 – una especie de hemisferio que los yakutes consideraban “un caldero“. Más de 50 años después se hizo una expedición con el fin de localizarla nuevamente y someterla a estudio, pero fue imposible hallarla. El estudioso cita su correspondencia con Mikhail Koretsky, oriundo de Vladivostok, quien afirma haber visto siete “calderos” parecidos, con diámetros que oscilaban entre siete y nueve metros, a lo largo de las aguas del Viliuy, donde era posible hallar placeres de oro.

Los calderos “estaban hechos de alguna especie de metal extraño…el metal no puede ser cortado ni martillado. Están cubiertos de una capa de metal extraño que no es oxidación y que tampoco puede astillarse ni cortarse,” escribe Koretsky, agregando el detalle de que la vegetación en torno a los “calderos” es sumamente escasa. Seis personas pudieron dormir cómodamente bajo uno de los misterioso “calderos” aunque meses después algunos sufrieron pérdidas de cabello y otros descubrieron marcas extrañas en el cuero cabelludo. En 1971, los investigadores Gutenev y Mikhailovsky entrevistaron a un anciano cazador de la tribu evenk que les relató la existencia de unos túmulos extraños en la región de Niugun Bootur. Estos sepelios de una época desconocida contenían los restos de los kheligur, la “gente de hierro”, ya que contenían los restos de “criaturas delgadas, negras y de un solo ojo, vestidas en trajes de hierro”. Uvarov comenta que estas estructuras posiblemente radiactivas, a juzgar por su propiedades de hacer enfermar a los que las frecuentan, están relacionadas de algún modo con los llamados otoamokh, o agujeros en la tierra, que son pozos de los que supuestamente emanan aterradores bólidos que estallan justo al hacer contacto con la superficie, causando una destrucción comparable con la de Tunguska en 1908, a juzgar por las descripciones de los yakutes. Las leyendas de las tribus tungus sugieren una especie de periodicidad de 600 -700 años para cada irrupción de los bólidos a la superficie. Las tradiciones, curiosamente, han asignado un nombre a cada detonación. Una de ellas, la antes mencionada en Niugun Bootur, estalló sobre una tribu enemiga de los tungus, que la consideraron de buen augurio. Siglos después, otra explosión afectaría a todas las tribus por igual, afectando un radio de más de mil kilómetros y causando una mortandad nunca antes vista entre las culturas que habitaban la bien llamada “tierra de los dioses malignos“. Esta segunda destrucción recibió el nombre del kiun erbiie — “el resplandeciente heraldo del aire“. Con todo esto, Uvarov quiere proponer la existencia de un primitivo sistema de defensa planetario creado por una civilización antediluviana para proteger a nuestro mundo contra impactos de meteoritos, por difícil que pueda resultar creer en semejante situación.


El hecho es que antes del impacto o la explosión de Tunguska, las tribus nómadas organizaron una gran reunión en la que los chamanes advirtieron que nadie debería estar en la zona: “Los primeros en tomar conocimiento sobre la calamidad que se avecinaba”, escribe Uvarov, “fueron los chamanes de las tribus locales. Dos meses antes de la explosión, se corrió la voz acerca del inminente “fin del mundo” de un lado de la taiga al otro. Los chamanes advertían a los suyos del cataclismo, y la gente comenzó a trasladar su rebaños desde el alto río Podkamennaya Tunguska al Nizhinaya Tunguska y más lejos aún, hacia la cuenca del río Lena. El éxodo de [la tribu] evenk se produjo justo después de una reunión (suglan) de los clanes nómadas durante el mes de teliat (mayo). Los ancestros declararon a través de los chamanes que era necesario mudarse de las tierras tradicionales…”. Fue así, entonces, que las tribus siberianas evitaron morir abrasados por la gran conflagración que se produjo en los bosques en junio de 1908, conocida en occidente como “la explosión de Tunguska”. Otro investigador ruso, Paul Stonehill, afirma que la región de Yakutia, conocida en la actualidad como la Republica de Sakha, cuenta con grandes masas de agua inaccesibles al hombre que cuentan con una fauna lacustre monstruosa, principalmente los lagos Labinkir y Vorota, tal vez producto de las radiaciones provenientes de estos dispositivos creados por el supuesto “imperio uigur” o comoquiera que se haya denominado la avanzada civilización antigua que floreció en Asia hace veinte milenios. Ouspensky, Gurdjieff, Roerich y Theodor Illion hablan sobre la existencia de una extraña élite de seres poderosos que desde épocas remotas controlan el destino de la humanidad desde Agharta, en el seno del gran continente asiático. Se les llama indistintamente la Gran Hermandad Blanca, los Nueve Desconocidos o el Rey del Mundo. Pero lo cierto es que objetos misteriosos siguen cayendo sobre la enormidad siberiana. El 3 de octubre de 2002, las agencias de noticias se hicieron eco de la información de que un supuesto meteorito hizo impacto en la región de Irkutsk, siendo visto por vecinos de las aldeas de Bodaibo, Balaninisky, Mama y Kroptokin, pudiéndose escuchar un ruido ensordecedor y sintiéndose un terremoto poco después. ¿Habría sido derribado por las baterías anti-asteroide que postula Uvarov en sus investigaciones?


En el libro de Mormón, de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días puede verse una imagen que ilustra un evento ocurrido en la América primitiva y en la que los danitas y nefitas se disputaban el control del continente desde urbes con nombres como Cumorah y Zarahemla. Hay grupos de investigación mormona enfrascados en la labor de precisar la ubicación exacta de estos imperios antiguos, algunos asignándolos a la región de los indios pueblo, en el suroeste de Estados Unidos, otros con la cultura maya del Yucatán, y aún otros con la imponente Cahokia, en el centro del país, una verdadera metrópoli indígena que supuestamente dio refugio a doscientos cincuenta mil habitantes. Los antropólogos niegan todas estas evidencias, aunque hay detalles un tanto inexplicables sobre los hechos sucedidos en Norteamérica en eras anteriores a la actual: osamentas gigantes, algunas de ellas con cuernos; ciudadelas olvidadas por el paso de los siglos; carreteras perfectamente trazadas que se remontan a eras desconocidas. ¿Son pruebas de que hace milenios existió una civilización avanzada en esta parte del mundo? Los indios pueblo son un conjunto de etnias nativas norteamericanas que en conjunto tienen unos 40 000 individuos que habitan sobre todo en el estado de Nuevo México. El término “pueblo” se refiere tanto a la agrupación como a su modelo de vivienda: un complejo de habitaciones de varios niveles hecho de barro y piedra, con un techo de vigas cubierto con barro. Étnicamente y lingüísticamente son heterogéneos, ya que, por ejemplo, sus lenguas parecen pertenecer, al menos, a cuatro familias lingüísticas diferentes, siendo varias lenguas habladas por subgrupos de los pueblo. Son lenguas aisladas sin parentescos conocidos. Los grupos pueblo incluyen a los hopi(utoazteca), los zuñi, y otros grupos más reducidos como los keres, los jemez (Acoma) y los tañoanos (Taos). Se considera que los actuales indios pueblo son los modernos descendientes de los anasazi, una antigua civilización que floreció entre los siglos XIII y XVI. La aldea pueblo más antigua es Acoma, que tiene una historia ininterrumpida de unos 1000 años. Eran agricultores eficientes, que desarrollaron un sistema de irrigación. Los poblados pueblo se construían sobre una plataforma alta con propósitos defensivos. En la actualidad los indios pueblo viven en una combinación de viviendas antiguas y modernas y ganan su sustento con la agricultura y la cerámica, por la cual son famosos en el mundo. Las fricciones continúan existiendo hoy en día entre los indios pueblo y los navajo, a quienes consideran los últimos invasores de su territorio.

Cahokia es un yacimiento arqueológico amerindio situado cerca de Collinsville (Illinois), en la llanura del río Mississippi en el suroeste de dicho estado, cerca de la ciudad de San Luis (Missouri). Está formado por una serie de montículos o túmulos artificiales de tierra. Cahokia es el mayor yacimiento relacionado con la cultura Misisipiana, que desarrolló una avanzada sociedad en el Este de América del Norte antes de la llegada de los europeos. Las versiones más conservadoras dicen que Cahokia fue fundada cuatro siglos antes de la llegada de Cristóbal Colón a América, aunque se cree que es muchísimo más antiguo. Los túmulos de Cahokia fueron catalogados como hito histórico nacional (National Historic Landmark) el 19 de julio de 1964, e inscritos en el Registro Nacional de Lugares Históricos (National Register of Historic Places) de Estados Unidos el 15 de octubre de 1966. El Sitio Histórico Estatal de los Túmulos de Cahokia fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1982. El parque protege 8,9 km², y es un importante foco de investigaciones arqueológicas. La región en la que se encuentra Cahokia fue territorio de pueblos nómadas que vivían del forrajeo. El modo en que Cahokia surgió y desapareció es materia de discusión entre los especialistas. De acuerdo con algunos de ellos, la ciudad pudo haber nacido de un consenso colectivo o bien por iniciativa de un pequeño grupo muy poderoso. El período de florecimiento de Cahokia y otras ciudades del Misisipi corresponde a los siglos X-XIII de la era cristiana. Durante esa época se construyeron los túmulos de Cahokia, que son grandes aglomeraciones de tierra que fue extraída de las inmediaciones de la ciudad. La situación en la que ocurrió el declive de Cahokia no es clara. En general se han propuesto hipótesis que no son respaldadas por evidencia contundente. Algunos investigadores opinan que el valle del Misisipi estuvo sometido a una larga sequía que ocasionó menores rendimientos en los cultivos. Otros proponen que la ciudad estuvo envuelta en una serie de conflictos políticos externos o internos. Los habitantes no dejaron registros escritos, y no se conoce el nombre original del lugar.


“Cahokia” es el nombre de una tribu de los illiniwekque vivía en la región cuando los primeros exploradores franceses llegaron, en el siglo XVII, mucho después del abandono de Cahokia. No se sabe con certeza qué grupos nativos actuales pueden ser los descendientes de los pobladores de Cahokia, pero los osage se consideran a sí mismos descendientes de loscaahokianos. “A través de los valles de los ríos Mississippi y Ohio se encuentran todas clases de estructuras antiguas”, escribe el destacado autor John A. Keel, en su obra Disneyland of the Gods (Nueva York: Amok Press, 1987). Y continúa diciendo: “… y los restos de una civilización que pudo haberse comparado a las primeras civilizaciones del valle del Indo en la India y en el Nilo de Egipto. Las investigaciones en las capas superiores de los llamados «montículos indios» han revelado artefactos de hierro, cobre y distintas aleaciones. Los indios norteamericanos carecían de conocimiento alguno sobre la metalurgia, y se limitaban a forjar hachas de hierro meteórico, una sustancia tan poco común que las hachas se reservaban para ocasiones religiosas y ceremoniales. Sin embargo, se han encontrado armaduras de cobre, diestramente confeccionadas de tubos de cobre, en algunos montículos. Existe un gran número de esqueletos con narices de cobre, aparentemente parte del rito de entierro; preparaciones tan delicadas y complejas como el procedimiento egipcio de la momificación”. “En la región de los Grandes Lagos existe una red de antiguas minas de cobre”, prosigue Keel. “Algunas de éstas minas estaban en uso hace dos mil años, y debieron haber requerido miles de obreros para extraer y refinar el mineral. La cultura india giraba en torno a puntas de flecha de sílex y pieles de animal, no a la minería y a la metalurgia…La evidencia concreta, que hallamos en todo el continente, señala que una cultura adelantada floreció aquí mucho antes de la llegada de los indios a través de su cruce mítico del estrecho de Bering. Debido a que los montículos, templetes etc., son sorprendentemente parecidos a los que se encuentran en Europa, Asia y hasta las lejanas islas del Pacífico, podemos especular que dicha cultura fue mundial. Probablemente alcanzó su cenit antes de la glaciación hace diez mil años, y se deterioró debido a las catástrofes geológicas. Esta cultura realizó mapas del planeta entero, y fragmentos de esos mapas sobrevivieron el paso de los siglos hasta que llegaron a las manos de Colón. Los gigantes, que una vez habían cargado enormes bloques de piedra de un lugar a otro, y construyeron los monolitos que aún se yerguen sobre todos los continentes, gradualmente decayeron a un estado salvaje y fiero, motivados a ello por la necesidad de sobrevivir. Posiblemente la Atlántida no se haya hundido bajo el mar. Tal vez estemos viviendo en ella.”

Los tuareg han sido siempre un producto de la imaginación popular: jinetes sobre elegantes camellos, viajeros en una tierra infinita, los últimos pueblos libres sobre nuestro planeta. Su conocimiento está teñido de ideas románticas. Pero la realidad de estos grupos pastores muestra una difícil adaptación a un medio áspero, frecuentes períodos de hambre y una libertad restringida a las necesidades de pastos para sus rebaños, de los que los tuareg son absolutamente dependientes. La escasez de alimentos les ha obligado a practicar el pillaje como actividad económica, pero en la antigüedad fueron un pueblo poderoso y temido, en guerra permanente contra las ricas ciudades de la cuenca del Níger. En época colonial y, después, con la creación de las naciones africanas, han sostenido luchas desesperadas para mantener su independencia y libertad de movimientos. En la actualidad, su destino es la sedentarización y la necesidad de buscar nuevos medios de vida. Una exposición en el Musée d’ethnographie de Neuchâtel y, en menor cantidad, en el Musée National de Malí, muestra cómo eran los tuareg en su época de plenitud cultural, y lo hace por medio de los objetos que utilizaban en su vida cotidiana, en las fiestas, en la guerra, y que tan bien expresan su modo de adaptarse al mundo. La primera de estas instituciones lleva a cabo desde hace sesenta años misiones de investigación entre diversos grupos tuareg, de manera que el material que ha ido recogiendo forma un conjunto que cubre todos los aspectos de la antigua cultura de esta etnia. El Musée National de Malíposee también fondos desde la época colonial. La mejor manera de adentrarse en la identidad de un pueblo es mediante el conocimiento de las actividades que lo definen, y éste es el método que sigue la exposición. En primer lugar su historia, que en el caso de los tuareg sólo es conocida por los textos de los antiguos cronistas árabes, dado que los europeos no los describen hasta el siglo XIX.


Luego, su economía ganadera y la forma en que organizan su vida cotidiana en el desierto, con la tienda como centro del campamento y de la comunidad familiar. Y, finalmente, su artesanía, el tratamiento que dan a los objetos domésticos, y arte, manifestación de su gusto por la belleza y metáfora de su mundo. Aún pueden verse algunas de sus tiendas en el desierto y en el Sahel, pero el ganado escasea y los tuareg asisten impotentes al epílogo de su existencia cultural. Más de mil años de vida nómada, que han construido su leyenda, conducen inexorablemente a una casa de adobe y una dieta de mijo. La exposición es asimismo la expresión de nuestro afecto y admiración hacia los Kel Tamasheq. Entre el mar Rojo y el Atlántico, y entre la zona fértil de influencia mediterránea y el Sahel, se extienden más de ocho millones de kilómetros cuadrados del gran desierto africano. La escasez de agua, el viento, la arena y la diferencia de temperaturas entre el día y la noche han convertido el Sahara en un lugar de paisajes variados y gran belleza, pero en el que la vida es extremadamente difícil. La vasta superficie arenosa no es uniforme y agrupaciones montañosas irrumpen en la monotonía de las dunas. Así, el Hoggar es un macizo granítico de origen volcánico y formas caprichosas, cuyas cumbres alcanzan gran altura. La escasa vegetación se concentra en los valles y en los cauces de los antiguos lechos fluviales.Y los pozos, las fuentes y los pantanos proporcionan agua a hombres y ganado en función de las precipitaciones de la época de lluvias. El Tassili del Ajjer es una meseta, asimismo de origen volcánico, carente de vegetación, con agua ocasional en los lechos de los antiguos riachuelos y en las charcas que se forman en los huecos de las rocas. El Adrar de los Ifora es un macizo montañoso que sólo recibe algunas precipitaciones en su zona meridional, mientras que el Ayr está formado por antiguos cráteres y mesetas con pequeños caudales de agua y pozos de fácil acceso. Además de estos territorios elevados, y casi abrazándolos, se hallan la llanura del Tanezruft y el desierto del Teneré, donde la vida humana es casi imposible, pero que han servido para proteger a las tribus de pastores de los ataques procedentes del sur.

La sucesión cronológica de los episodios climáticos no está determinada con exactitud, aunque es sabido que, en el pasado, el manto verde que cubría el Sahara y diversas corrientes de agua permitieron los asentamientos humanos desde el paleolítico. Hacia el 7.500 a. C. se produce un proceso Neolítico durante el que aparece la primera cerámica. Probablemente, se trataba de pueblos que basaban su alimentación más en el pastoreo que en la agricultura, pues la vida plenamente sedentaria no está documentada en Egipto y Sudán hasta 3.000 años más tarde. El establecimiento de poblados permanentes facilitaría la aparición de grupos relacionados con los territorios y la diversificación de las poblaciones. En todas las montañas del Sahara, tales como Adrar de los Ifora, Hoggar, Tassili, Ayr, Tibesti o Ennedi, se encuentran conjuntos de grabados y pinturas rupestres descritos en el siglo XIX por el explorador y lingüista alemán Heinrich Barth. Aunque más tardías, las pinturas de los macizos centrales son de una calidad comparable a las mejores de las pintadas en las cuevas de España y Francia al final del paleolítico. Theodore Monod y Henri Lhote establecieron la cronología clásica de sus estilos basándose en la representación mayoritaria de un animal, como búfalo, buey, caballo y camello, aunque, en estudios más recientes, Alfred Muzzolini atribuye sus diferencias a estilos locales y propone una secuencia temporal diferente. Las figuras humanas también abundan: personajes masculinos y femeninos en relación con el ganado, otros aislados y algunos portando máscaras. La interpretación de esas escenas es aún objeto de discusión, pero el testimonio de los nativos consultados explica los acontecimientos representados en relación con prácticas y ritos de su propia cultura que aún se realizan en la actualidad.


Aunque siempre se mantuvieron ciertos contactos comerciales, la desertización de Sahara aisló el norte mediterráneo de los pueblos negros del sur, lo que tuvo consecuencias muy negativas para el desarrollo de África. Los pueblos neolíticos que lo habitaban en las épocas húmedas se dispersaron de una forma similar a como se hallan en la actualidad. En la antigüedad, los bereberes, conocidos como «libios» por griegos y romanos, se extendían entre Egipto y Marruecos. Los tuareg fueron posiblemente los garamantes descritos por Heródoto: «Estos garamantes cazan con sus cuadrigas a los etíopes trogloditas». Estos etíopes de piel negra serían los tubu, instalados en el macizo del Tibesti, el Sahara oriental, desde el tercer milenio a. C. y que habían permanecido en su tierra original. Con la invasión árabe, entre los siglos VII y XI, se produjo la fragmentación de las sociedades bereberes. En el área atlántica del Sahara se instalaron los antepasados de los actuales habitantes del Norte de África, llamados así al haber sido culturalmente arabizados, perdiendo incluso su lengua. En los macizos centrales del desierto, Hoggar, Adrar de los Ifora y Ayr, se refugiaron los tuareg, que habían permanecido fieles a sus dialectos originales, conservándose, grabados en las rocas, muestras de su antigua escritura, el tifinagh. En sus nuevos territorios se formaron las tribus que encontraron los europeos cuando llegaron al Sahara en el siglo XIX: Kel Ahaggar, Kel Adagh o Kel Iforas, Kel Tademekket, lullemmeden y Kel Ayr, compuestas a su vez por diversas subtribus. La cultura de estos dominadores del desierto cristalizó en esos siglos de migración y asentamiento, pues los tuareg sometieron a la esclavitud a las poblaciones originales, naciendo el sistema de castas, nobles y vasallos, que ha mantenido su sistema económico, favorecido por el aislamiento, inalterado durante mil años.



Los historiadores árabes consideraron el sur de Marruecos como el centro de dispersión de los tuareg, con polos secundarios en el Fezzán, la Cirenaica y el este de Libia. Ello concuerda con las leyendas que ellos mismos tienen respecto al origen de sus antepasados. Así, los Kel Ahaggar refieren la historia de una mujer de noble cuna, Tin Hinan, nacida en Tifilalt, en el sudeste de Marruecos, que llegó al oasis de Abalessa, situado cerca de Tamanraset, cabalgando un camello blanco. La acompañaba su sirvienta Takama, y las dos eran fervientes musulmanas. Los Kel Ghala, la tribu dominante en el Hoggar, y los Taitoq se consideran descendientes de esas dos mujeres, que fueron enterradas en las proximidades de Abalessa. En las ruinas correspondientes al lugar de la tradición se hallan unas cuantas sepulturas, en una de las cuales arqueólogos franceses han excavado los restos de dos mujeres de raza blanca. El nombre tuareg les fue dado por los árabes, que antes de su conversión al Islam los consideraban “abandonados de Dios“. El nombre local que se dan a sí mismos depende de la tribu, pero todos se consideran participantes de una misma forma de vivir, de compartir los mismos valores y de expresarse en la misma lengua, el tamasheq; entonces utilizan la noción de temust, designando el término akal —de donde deriva el término kel que designa a las tribus del territorio del grupo. Además de establecer su estructura social y su economía característica, la ocupación por los tuareg de los territorios saharianos y del Sahel alteró su aspecto físico original, blanco de tipo mediterráneo. La captura de enemigos de piel negra, agricultores sedentarios, que se incorporaban al grupo en calidad de esclavos para cuidar del ganado y realizar los oficios serviles, ha oscurecido su piel y alterado sus rasgos, considerándose hoy tuareg a muchos individuos de indiscutible origen subsahariano. Sin embargo, las clases aristocráticas conservan en gran medida sus características mediterráneas.


Dominadores del desierto y de los macizos rocosos, los tuareg son, sin embargo, conscientes de no ser los primeros habitantes de su país. Los cementerios y las tumbas individuales, situados en las mesetas y en las terrazas de los valles, las pinturas sobre las paredes rocosas, las puntas de flecha que salpican el suelo de los viejos talleres, son el recuerdo permanente de los “hombres antiguos“, Kel Iru, también llamados ijjabaren. En los troncos de los árboles fosilizados se ven los esqueletos de los ijjabaren muertos en combate, señalando sobre la superficie de la madera las heridas que les causaron la muerte. Estos Kel Iru eran de estatura gigantesca y cavaban en busca de agua con las manos desnudas, formando los puñados de tierra que extraían las dunas del desierto. Los tuareg vuelven a excavar los pozos antiguos, que son para ellos una garantía de encontrar agua. La historia de los tuareg, los pueblos del velo, debe ser rastreada, en el contexto de la historia del norte de África, en los textos de los cronistas árabes. Las informaciones directamente referidas a ellos son escasas, estando enmascaradas a menudo por la diversidad de nombres que formaban el conglomerado de pueblos bereberes que ocupaba este espacio inmenso y que llevaban un estilo de vida de pastores nómada, similar al de los tuareg. Al sur del desierto del Sahara se extiende el Sahel, una sabana hoy también en proceso de desertización. En su parte occidental está regada por el río Níger, de crecidas irregulares, aunque en el pasado eran suficientes para hacer del Sahel una abundante reserva de cereales.

En todas las leyendas hay siempre una parte de verdad. Aidinan o la montaña del diablo, en las proximidades de la ciudad de Ghat (Libia) era un territorio sagrado para los tuaregs. Aquel promontorio que tenía a la vista, de unos 800 metros de altitud, negro y calcinado en mitad del desierto libio era el refugio de los yenún. Ningún tuareg aceptaría adentrarse en aquella masa de rocas peladas y pasar una sola noche en el lugar. Hay muchas historias que circulan desde antiguo sobre estas montañas del diablo. Se habla dela maldad de los yenún, unos seres sobrenaturales e invisibles muchas veces, que se comportan de forma extraña y que, según la leyenda, tiene pies de cabra. Dios -dicen los tuaregs- empezó la creación del mundo en domingo. Pero el viernes por la tarde, poco antes de la oración, se encontraba creando a un yin (singular deyenún). Por eso lo dejó sin terminar. Por eso los pies no son humanos. Desde entonces, los yenún o diablos llenan la Tierra y procuran toda suerte de males al hombre. Es su venganza. Aparentemente, la historia de los seres con patas de cabra parece una simple leyenda. Pero esas mismas historias que cuentan los tuaregs en los perdidos desiertos del norte de África son muy parecidas a las que se pueden escuchar en Europa y Estados Unidos, referidas a demonios y extraños chivos. También se habla de luces que se ven descender sobre la montaña del diablo. Son rapidísimas, se aproximan a los campamentos y siguen a los vehículos que se aventuran en el desierto durante la noche. Después regresan a las estrellas. Las descripciones de dichas luces se parecen a las descripciones del fenómeno ovni. Según dicen los tuaregs, de esas luces saltan al suelo los yenún y atacan al ganado. Muchas veces aparecen muertos, sin sangre y con extrañas heridas en la cabeza. En cierta ocasión, una mujer nómada, que se trasladaba con sus hijos y ganado desde Ghat a Tin Alkoum fue interceptada por los yenún. Eran criaturas parecidas a niños, con vestiduras brillantes. La beduina y su prole cubrieron la distancia, de alrededor de 75 kilómetros, en menos de una hora, algo impensable cuando se viaja a pie. La mujer no supo explicar cómo había llegado. Al poco enloqueció. Y otro tanto le sucedió a un tuareg de Al Awaynat, al norte de la ciudad de Ghat. Aquel hombre, que se dirigía a caballo por el desierto, fue arrebatado por los yenún. Apareció en Germa, a 350 kilómetros del punto donde fue secuestrado. El caballo presentaba quemaduras en el cuello y pecho y murió a los pocos días. Pero quizá la criatura más temida entre los tuaregs es un yin al que llaman soul (alma) un ser con cuerpo de serpiente y cabeza humana, como los nagas de la India,que desciende a tierra durante las lluvias y que bebe la sangre de hombres y animales.


Los yenún han sido plasmados en grabados y pinturas rupestres, como en Matkhendus, Libia. Existen lugares en el mundo que por las condiciones extremas que en ellos se dan, parecen exentos de todo el encanto y misterio. Pero con el Sahara esto no sucede. En otro tiempo, hace unos ocho mil años, lo que hoy es el desierto más grande del mundo, fue una zona fértil, donde se cultivaba. Los agricultores abandonaron sus tierras a medida que el territorio se fue volviendo más seco y apareció el fenómeno de la desertización. Pero el Sahara es mucho más que una referencia geográfica, es una historia milenaria cargada de leyendas, mitos, de inexplicables vestigios de civilizaciones también inexplicables y de misteriosos orígenes. Uno de los mayores espectáculos que puede contemplarse es adentrarse en las dunas del desierto para observar la puesta de Sol. Es sorprendente comprobar cómo la aparente ausencia de vida puede crear un cuadro tan maravilloso. Un proverbio Tuareg dice: “Con el desierto ante ti, no digas qué silencio, di, no oigo”. El desierto del Sahara, el más extenso del mundo, con sus más de 9 millones de kilómetros cuadrados se extiende desde las cordilleras del Atlas al Norte, hasta el Sudán al Sur, y desde Egipto al Este, hasta el Océano Atlántico al Oeste. Este desierto ocupa los territorios de Argelia, Túnez, Marruecos. También los de la República del Sáhara Occidental, Mauritania, Níger. Además se adentra en los territorios de Libia, Egipto y Chad. El Sahara es un lugar difícil para cualquier tipo de investigación arqueológica o científica. Hoy en día en el desierto de Sahara, un calor sofocante va seguido a veces de un frío intenso. Se desatan vientos muy violentos cargados de polvo y arena, seguidos por largos períodos de calma absoluta. En el gran desierto, se hallan los lugares más calurosos de la tierra, con temperaturas entre 56 y 76 grados centígrados a la sombra, pero en la noche se enfría con rapidez, lo que provoca una muy marcada amplitud térmica. La humedad relativa suele ser inferior al 10% y en algunos lugares llueve una vez cada 10 años. Sólo hay registro de que haya nevado una vez en el Sahara y fue el 18 de febrero de 1979, en el sur de Argelia, a mitad de la noche.

A pesar de sus condiciones extremas y de las dificultades que representan para la investigación arqueológica, el desierto de Sahara ha develado ya algunos de sus misterios. Sahara, es una palabra de origen bereber que significa “tierra dura” y bereber es el nombre que reciben la lengua y algunos pueblos no árabes que habitan grandes zonas del norte de África. A lo largo de los siglos, los bereberes se han mezclado con numerosos grupos étnicos, sobre todo árabes; por ello, actualmente se les distingue más por los rasgos lingüísticos que por los raciales. La enigmática y misteriosa Meseta de Tassili, en el sudeste argelino, es un área montañosa en pleno desierto. Su punto más alto es Adrar Afao, con 2158 metros de altura. La ciudad más cercana es Djanet, situada a 10 kilómetros al sudoeste. Gran parte de Tassili está protegida, tanto por su interés natural, debido a los bosques de cipreses del desierto, como por su interés arqueológico. Está catalogada como Parque Nacional, Reserva de la Biosfera y Bien Natural y Cultural del Patrimonio Mundial de la Humanidad. En la Meseta de Tassili, debido a su altitud y a la capacidad de retención de agua de la arenisca, la vegetación difiere de forma significativa de la del desierto circundante. Entre las especies que cubren la superficie arbolada, existen dos especies endémicas y amenazadas, el ciprés y el mirto del Sahara. El nombre bereber de este monumento natural viene a significar algo así como “meseta de los ríos“, lo que da idea de que en un tiempo remoto, el clima de la región era bastante más húmedos que en la actualidad. Tassili n’Ajjer es el nombre árabe de la meseta del sureste de Argelia, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1982 por la UNESCO. La zona, que se caracteriza por paisajes escarpados de gran belleza, es rica en pinturas rupestres, con imágenes que varían desde toscos dibujos a sofisticadas pinturas. Los temas incluyen, animales, como elefantes y jirafas, que en la actualidad solo habitan y se pueden ver en las regiones de la sabana africana y parece que en tiempos remotos también habitaron allí. Entre los temas de las pinturas rupestres hay cazadores y pastores con animales domésticos. Algunos expertos creen que las pinturas, cuya datación es muy difícil precisar, representan escenas de la historia del desierto del Sahara de los años 6000 al 1000 antes de Cristo, aproximadamente, cuando la región tenía un clima más húmedo del que tiene actualmente.


Con más de 15 000 muestras de pintura y grabado rupestre, ésta región es sin duda alguna, una de las más importantes y ricas en manifestaciones artísticas procedentes del Neolítico. Estas pinturas nos dan una fiel idea de la evolución de la fauna y de las costumbres humanas en esta región desde hace más de 8000 años, hasta las primeras centurias de nuestra era. En 1933 fue dada a conocer al mundo la existencia de miles de pinturas en la zona, datadas de entre diez mil y 4 mil años. Representan escenas muy reales de la vida cotidiana así como abundantes representaciones de la fauna existente en esa actualmente árida zona, cuando lo que más tarde sería el desierto del Sahara, era todavía un vergel. Junto con las escenas cotidianas de las pinturas rupestres, con músicos, danzarines, se entremezclan otros seres de aspecto realmente extraño y totalmente diferenciado del resto de los personajes que aparecen en las imágenes, en actitudes igualmente extrañas. Y es aquí cuando empieza la polémica. Numerosos seres con “cabezas redondas” y “voladores” se entremezclan con los nativos, perfectamente reconocibles, o sobrevuelan entre animales. entre ellos se destaca un misterioso ser, bautizado por el científico Henri Lhote, como “El Gran Dios Marciano”, de unos seis metros de altura, con un solo ojo y extraños ropajes. También es remarcable una escena que se conoce como “El Rapto”, donde un “cabeza redonda” conduce a cuatro mujeres hacia un extraño objeto circular. Cualquier cosa que se diga respecto a estas pinturas puede sonar a especulación. Sin embargo, esta zona del mundo sigue siendo un misterio para los investigadores históricos, sobre todo la etapa en que se supone que fueron realizadas las pinturas del Tassili. El Sahara ha dado y sigue dando sorpresas. Pero no está de más recordar que gran parte de la obra del antiguo Egipto sigue enterrada entre las ardientes arenas del Sahara.

Aunque hoy el Sahara parezca una gran barrera natural, no ha sido así a lo largo de la historia. Además de la gran obra del imperio Egipcio, sepultada bajo las arenas del Sahara, hay numerosos vestigios del comercio transahariano que empezó en el año mil antes de Cristo, cuando se atravesaba con bueyes, carros y carretas. A lo largo de milenios, numerosas rutas cruzaban el desierto y unían los reinos africanos con los puertos del norte de África, en los tiempos en que los principales productos comerciales eran el oro y los esclavos hacia el norte, y la sal de las minas del Sahara, a cambio de las conchas de cauri, principal unidad monetaria. Numerosa es la literatura que habla acerca de esta intrigante zona del mundo. Entre la literatura de ficción figuran las novelas Sinuhé el egipcio, de Mika Waltari; El ladrón de Tumbas, de Antonio Cabanas, o El Ocho, de Katherine Neville. Las pinturas rupestres de Tassili son sin duda alguna, evidencias de la posible visita extraterrestre que recibimos los humanos durante la prehistoria, concretamente en la meseta de Tassili, al sur de Argelia, en el árido desierto del Sahara. Según los investigadores, en las cavernas de Tassili n’Ajjer está “la más importante colección de arte rupestre conocida”, con millares de pinturas, que se cree que son solo el 20% del total, que han sido destruidas por la erosión. Estas pinturas rupestres se calcula que tienen entre 10 y 15 mil años de antigüedad. Mientras otras pinturas de esa misma época suelen tener una sola tonalidad de color, las de Tassili usan más tonalidades, lo cual las hace aún más especiales. La gran mayoría de las imágenes son de animales, tales como jirafas, avestruces, elefantes, bueyes, yacarés e incluso hipopótamos, lo cual demuestra que en la antigüedad esa región estuvo llena de vida. Actualmente, los pueblos nómadas de África afirman que esas cavernas son óptimas para vivir. Según las pinturas, en aquel lugar no faltaban ríos, selvas con animales y plantas que, por lo que parece, se encontraban muy cerca de esas cavernas. Las pinturas reflejan por orden de edad las ocupaciones de los pueblos que allí vivieron: caza y pesca (7.000 a.C.), cría de ganado (4.000 a.C), cría de caballos (1.700 a.C.).


Los pueblos que vivieron en la meseta de Tassili dejaron misteriosas evidencias. La primera es que no hay enterramiento alguno, lo cual es raro. Y la segunda, las extrañas pinturas de seres con casco y escafandras parecidas a las de los actuales astronautas. Llegados aquí, se debe aclarar que estas pinturas no son fruto de la imaginación de estas culturas, puesto que ellos retrataban lo cotidiano y sus vivencias diarias. Entonces, ¿qué son esas figuras humanoides con casco, escafandra, guantes, botas y en algunos casos antenas? La única explicación que se nos ocurre es que los seres humanos de la prehistoria representaban a cosmonautas extraterrestres. Es cada vez más evidente que seres extraterrestres han visitado la Tierra hace varios milenios. Y esta es también la opinión del arqueólogo ruso Alexei Kazantsev cuando visitó Tassili, en 1962, y divulgó algunas fotos de estos seres que llamó “Los Marcianos de Tassili”. En 1976, una expedición de investigadores españoles viajó a esta zona del Sahara para investigar mejor estas maravillosas cavernas de Tassili n’Ajjer, la expedición contó con diversos problemas con las autoridades Argelinas, puesto que se encontraban al borde de una guerra con Marruecos. También tuvo bastantes problemas con las tempestades de arena de estas zonas. Pero después de un duro trabajo, estos investigadores españoles realizaron un gran reportaje fotográfico de las cavernas de Tassili. Este equipo se fijó en que las imágenes podían ser tratadas como una historia correlativa: “Seres extraterrenos posaban regularmente en el Tassili y establecían contactos con sus habitantes. En una de esas veces, ellos secuestraron varias mujeres de su tribu, las introdujeron en la nave y partieron. Y las mujeres fueron devueltas con la semilla de la nueva raza.”. Vemos pues que varios milenios antes de Cristo, antiguas civilizaciones y pueblos de África representaban sus acciones cotidianas en las cavernas del macizo de Tassili n’Ajjer, en que son pintados extraños seres, que parecen de carácter extraterreno. seres.

Las primeras informaciones sobre este maravilloso “museo” paleolítico nos llegan en los años de la Primera Guerra Mundial, mediante imágenes y datos tomados por la Legión Extranjera Francesa, que habían explorado regiones a mas de 1400 km de Argel. A principios de 1933, arqueólogos y geógrafos franceses pudieron observar algunos apuntes de las pinturas tomados por el teniente Charles Brenans, que era el responsable del puesto de Djanet, Brenans, al llevar a cabo un reconocimiento con su escuadrón de camellos sobre la meseta, fue el que descubrió las cuevas llenas de coloridas pinturas. La emoción por este descubrimiento se extendió rápidamente, puesto que hasta aquel entonces se creía que aquellas zonas de África nunca fueron habitadas. La comunidad científica quedó asombrada al divisar aquellas representaciones de la vida material, espiritual y religiosa de los pueblos del paleolítico del Sahara. Algunos científicos ya afirmaban que el desierto del Sahara había sido una zona de expendorosa vida hace 4000 años, cosa que quedó totalmente demostrada gracias a estas pinturas. Después de varios años, un pequeño grupo de especialistas en el Sahara recorrió las montañas de Tassili para realizar un estudio más profundo sobre la situación de las pinturas. La guerra impidió que se pudiera llevar a cabo un estudio en profundidad y serio de las pinturas, por lo que el grupo de especialistas tuvo que recurrir al ejército francés. Entre estos especialistas se encontraba una persona de carácter excepcional y amante del desierto por encima de todo, el etnólogo y arqueólogo francés Henri Lhote (1903 – 1991). Henri Lhote era huérfano desde niño y comenzó a trabajar a los 14 años. Años más tarde sufrió un grave accidente que truncó su carrera de aviador militar. A los 20 años, ansioso de aventuras, busco la forma de vivir y trabajar en el desierto. Obtuvo un trabajo que trataba de combatir la langosta en el desierto. Para ello recibió 2.000 francos, con los que Henri Lhote compró un camello y varios libros sobre la langosta. Con este equipamiento y sin nada de experiencia a sus espaldas, emprendió un viaje hacia el desierto sin saber los peligros de ese inmenso mar de arena.


Estuvo más de tres años en el desierto del Sahara, alejado de cualquier núcleo urbano y de la civilización. Recorrió el desierto más grande del mundo varias veces en todas direcciones, lo que sumó más de 80.000 km, entablando amistad con los Tuaregs. Gracias a los conocimientos que adquirió sobre el desierto, la universidad de París lo premió con un doctorado. Gracias a este destacado nombramiento, su pasión por el desierto se vio intensificada aun mas, lo que lo llevó a preparar una expedición para investigar los enigmáticos “dioses” de Tassili, expedición que no se realizó puesto que estalló La Segunda Guerra Mundial. Estando de servicio, una gravísima lesión de la columna vertebral lo dejó totalmente inválido durante varios años. El destino se interponía en su sueño de plasmar en papel aquellos tesoros de arte paleolítico. A principios de 1956, obtuvo ayuda del gobierno francés y de algunas entidades científicas para poder organizar por fin la expedición a la meseta de Tassili n’Ajjer. Tanto el viaje como la inmensa zona de desfiladeros presagiaban toda clase de riesgos. Pero Henri Lhote jamás retrocedió un solo paso, ya que quería cumplir su sueño a toda costa. En febrero, el equipo de Henri Lhote se pone en marcha hacia el peligroso desierto, la expedición cuenta con treinta camellos, un guía tuareg, dos auxiliares y varios conocidos especialistas. Los días son agotadores y a partir de Yanet empiezan a aparecer desfiladeros en las montañas. La meseta de Tassili se encuentra a mas de 700 metros de altura sobre el nivel del mar. El propio Lhote describió el ascenso a dicho lugar: “Las bestias tienen cortado el aliento por el esfuerzo, la rampa es cada vez más empinada y la mole de pedruscos se va haciendo más imponente. Algunos camellos se desploman bajo la carga que cae rodando torrentera abajo; los hombres deben acudir a todas partes. En los guijarros se perciben huellas de sangre, pues sin excepción todos tienen despellejadas las patas y se han dañado las pezuñas en las aristas cortantes de las rocas. El animal que lleva las grandes cajas con los tableros de dibujo acaba de desplomarse bajo su carga que ha dado contra una peña y está claro que jamás podrá incorporarse. Mando sacar los tableros y tomo la decisión de que nos los carguemos al hombro. Cada uno recibe su parte y aquí comienza el calvario para todos, pues aún no se divisa la cima y el sendero se encrespa más y más bajo nuestros pies…”.

Después de incontables esfuerzos, se cumple el objetivo buscado y cada día que pasa en la meseta de arenisca equivale a más sorpresas. Se encuentran cuevas, acantilados, abrigos en las rocas, y las cuevas de las pinturas están dispersas por el terreno. La región en la que se encuentra la expedición se asemeja a un paisaje lunar, nos dice Lhote: “Lo deforme y lo fantástico de sus contornes finge graneros desfondados, castillos de ruinosos torreones, decapitados gigantes en actitud de súplica. Atraviesan ese dédalo y en él se entrecruzan desfiladeros de piso arenoso, angostos como callejas medievales. Quien allí se aventura cree hallarse en una ciudad de pesadilla”. Henri Lhote y su equipo llegan a su meta, Lhote comienza el trabajo de calco y coloreado de las pinturas. En cada laberinto de roca hay nuevas colecciones de arte rupestre paleolítico. Las pinturas son muy extrañas, cazadores, arqueros, grandes escenas de la vida cotidiana, pequeñas gacelas o los descomunales y amenazantes “dioses” que se localizan en superficies cóncavas o convexas. Para poder calcar los dibujos centímetro a centímetro es necesario estar de rodillas o tumbado en los deformes salientes de rocas. De este modo, se registran cientos de paredes e imágenes, Lhote escribió: “Estábamos literalmente trastornados por la variedad de estilos y de temas superpuestos, en suma, nos tocó enfrentarnos con el mayor museo de arte prehistórico existente en el mundo y con imágenes arcaicas de gran calidad, pertenecientes a una escuela desconocida hasta el presente”.Después de explorar la región de Tan-Zumaitak y la de Tamir, Henri Lhote y su equipo se dirigieron al pequeño macizo de Yabbaren. “Cuando veas Yabbaren –le había dicho su viejo camarada Brenans– te quedarás estupefacto”. Y no mentía cuando lo dijo, Yabbaren en el lenguaje de los tuaregs significa “Los Gigantes”. Es en este lugar es donde están representados los supuestos cosmonautas, en unas pinturas inmensas y desconcertantes. “Cuando nos encontramos entre las cúpulas de areniscas que se parecen a las aldeas negras de chozas redondas- dice Lhote– no pudimos reprimir un gesto de admiración”. Esta zona parece como una pequeña ciudad, con sus calles y demás elementos urbanos, todas las paredes están cubiertas por estos seres de “cabezas redondas”, imágenes de gran tamaño pintadas supuestamente entre el 7.500 y el 8.000 a.C.


Estas pinturas no solo reflejan a los habitantes de las tribus que habitaron la meseta de Tassili, sino también a posibles cosmonautas que llegaron a la tierra durante el periodo paleolítico. Tal vez representen a seres superiores que descendieron en la meseta y que, ante el temor de los nativos, pasearon por esa región montañosa del sur de Argelia, observando la convivencia, evolución y técnica de los primeros grupos humanos. El propio Henri Lhote después de observar al “Gran Dios Marciano” de Yabbaren, escribió: “Hay que retroceder un tanto para verlo en conjunto. El perfil es simple, y la cabeza redonda y sin más detalles que un doble óvalo en mitad de la cara, recuerda la imagen que comúnmente nos forjamos de un ser de otro planeta. ¡Los marcianos! Qué título para un reportaje y qué anticipación. Pues si seres extraterrestres pusieron alguna vez pie en el Sahara, hubo de ser hace muchísimos siglos ya que las pinturas de esos personajes de cabeza redonda del Tassili, cuentan, por lo que colegimos, entre las más antiguas. Los “marcianos” -prosigue- abundan en Yabbaren y hemos podido trasladar no pocos frescos espléndidos referentes a su estadía. Brenans había señalado algunos pero las mejores piezas le habían pasado por alto pues son prácticamente invisibles y para volverlas a la luz ha sido menester un buen lavado de las paredes con esponja”. Entre estos descubrimientos hay un gran fresco en el que la figura central es “El Dios Astronauta” al que Henri Lhote considera de un periodo anterior al de “El Dios Marciano”. Lhote clasificó los dibujos en distintos grupos y periodos, muchos de los dibujos datan de más de 10.000 años de antigüedad, y en los que se podía apreciar seres con escafandra, guantes, botas, casco, así como extraños equipos e indumentarias. Estableció varios grupos de seres: Seres de cabeza redonda y cuernos de pequeño tamaño; diablillos; dibujos del Período Medio con hombres de cabeza redonda; hombres de cabeza redonda evolucionada; período decadente de las cabezas redondas; hombres de cabeza redonda muy evolucionada; período de los Jueces de Paz; hombres blancos longilíneos del período prebovidense; hombres cazadores con pinturas corporales del período bovidense antiguo; estilo bovidense; período de los carros; período de los caballos montados o de los hombres bi-triangulares.

La aparición de algunos símbolos junto a los frescos han hecho suponer a varios investigadores la posible existencia de algún tipo de escritura hace 5.000 años, lo cual es un duro golpe para las tesis oficiales en las que se mantienen que Mesopotamia es la cuna de la civilización y de la escritura. Estos presuntos “extraterrestres” se repiten también en las regiones de Azyefú, Ti-n-Tazarif y en Sefar. En Ananguat, dentro de un fresco de distintos estilos, se puede distinguir a un extraño personaje que se encuentra con los brazos extendidos hacia delante y sale de un extraño objeto ovoide. Lhote escribió acerca de este fresco lo siguiente: “Más abajo, otro hombre emerge de un ovoide con círculos concéntricos que recuerda un huevo, o más problemáticamente un caracol. Toda prudencia es poca para interpretar semejante escena, ya que nos hallamos ante unos temas pictóricos sin precedentes”. Esas son las palabras de Henri Lhote, el etnólogo y explorador que rescató el patrimonio artístico de remotos pueblos que habitaron este maravilloso lugar. Los “Dioses de cabezas redondas” refuerzan la fascinante hipótesis en distintas partes del mundo referentes a la posible intervención de seres del espacio en el remoto pasado del planeta Tierra. Aun hoy, en la meseta de Tassili n’Ajjer, el “Gran Dios Marciano” permanece imborrable en la roca del macizo argelino. Estas pinturas son quizás un testimonio mudo de la visita de seres que llegaron de las estrellas.

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