Los enamorados,
sumergidos en el Bienamado,
en Su amor
le ofrecen sus espíritus.
Malgastan aquello que enriquece
y refuerzan aquello
que subsiste en Dios,
¡Qué sublime es lo que hacen!
El brillo y los adornos del mundo
no les distraen;
ni tampoco sus bienes,
su dulzura, su ropaje.
Vagan por el cosmos,
extáticos, raptados;
ningún lugar está sin ellos,
ni siquiera las ruinas.
La trompeta de la expectación
les convoca, alertas,
¿cómo languidecer,
cuando el fuego estalla?
Al caer la noche,
se van a su reunión,
y se acomodan en el albergue
de su Bienamado.
Se les ofrece para vestir
un manto de honor,
la bendición de aquel aliento
que trae aromas de ebriedad.
Son los enamorados:
Él los atrae cerca de Sí,
pues sólo piensan
en servir al Amado,
el Eterno Recurso.
Gloria a Aquel que les otorga
el favor de Su proximidad,
cuando consuman Su amor
y alcanzan su Meta.
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