UNA ENSEÑANZA DE PITÁGORAS QUE NOS LLEGA APENAS COMO UN FRAGMENTO, PERO NO POR ELLO CON MENOS FUERZA PARA LLEVAR A NUESTRA VIDA.
De la Antigüedad, en muchos casos sólo tenemos fragmentos. Eso que sucede con edificios y otras reminiscencias que podríamos calificar como físicas y palpables –las ruinas de ciertos templos, las reliquias de algunos objetos– sucede también con el conocimiento de lo antiguos, el cual estamos muy lejos de conocer en su forma original y, a cambio, llegó a nosotros después de muchos trasvases. Creemos leer a Platón, pero en realidad leemos aquello que se conservó del filósofo, y lo mismo para poetas, trágicos, historiadores, protogeógrafos y más.
En este contexto, hubo ciertas obras más afortunadas que otras. Hubo algunas que, como las de Eurípides y Aristóteles, sobrevivieron si no íntegras, sí al menos con abundancia. Para conocer la obra de otros autores ha sido necesario rastrear, hurgar, extraer, hacer una especie de labor minera en los comentadores que retomaron sus palabras muchos siglos después, que reprodujeron lo que alguna vez leyeron o escucharon y que, en esas fuentes indirectas, se atribuía ya de segunda mano a filósofos como Parménides o Diógenes.
Así también con Pitágoras, un personaje de curiosidad y sabiduría legendarias, que pasó a la historia como una especie de primer hombre que despertó al mundo cuando todo en este permanecía sin nombre ni definición. Como otros filósofos presocráticos, a Pitágoras se le atribuye un interés en prácticamente todos los campos de conocimiento, desde los astros hasta el funcionamiento del cuerpo, de las matemáticas a la posibilidad de la metempsicosis.
Entre lo mucho que Pitágoras enseñó, se encuentra una serie de enseñanzas que que el Pseudo-Plutarco recoge en un escrito conocido como “Sobre la educación de los hijos”. Cabe mencionar que Pseudo-Plutarco no es tanto un autor específico, sino más bien un genérico que por falta de mayor precisión histórica, se utiliza para agrupar una media docena de textos que, hasta la fecha, no se sabe bien a bien quién escribió.
En “Sobre la educación de los hijos”, decíamos, Pseudo-Plutarco enumera varias “alegorías” que la tradición atribuye a Pitágoras, mismas que acompaña de una explicaicón porque, de inicio, incluso en la Antigüedad podían parecer enigmáticas. Por ejemplo, esta: “No llevar un anillo estrecho”, que Pseudo-Plutarco interprta como que “se debe vivir una vida libre y no sujeta a lazo alguno”.
Pero la que nos atañe es quizá aún más enigmática: “no devorar el corazón”, que ha pasado a la historia también bajo su fraseo en latín: Cor ne edito.
Más allá de algunas interpretaciones mitográficas y antropológicas que podrían hacerse –comer el corazón es un momento fundamental de muchos rituales, en varias culturas, lo mismo en las leyendas titánicas que en Game of Thrones y o los ciclos caballerescos de la Edad Media cristiana–, Pseudo-Plutarco realiza una lectura mucho más sencilla y, sobre todo, práctica, vital. “No te comas el corazón” es, desde su punto de vista, una recomendación muy simple: “no dañar el alma consumiéndola con preocupaciones”.
Quizá esto es mucho menos excitante que el momento en que, en la novena historia del Decamerón, un caballero descubre la infidelidad de su esposa en los brazos de su mejor amigo, con las consecuencias previsibles, pero de cualquier forma es un buen consejo. No desgastes inútilmente tu corazón –es decir, tu ánimo, tu espíritu, tu mente– preocupándote, probablemente la forma más inútil de lidiar con tu malestar. Si algo te angustia, si algo te inquieta, si algo está afectando tu vida, haz algo al respecto, decide, actúa: evita que tu corazón se coma a sí mismo.
De la Antigüedad, en muchos casos sólo tenemos fragmentos. Eso que sucede con edificios y otras reminiscencias que podríamos calificar como físicas y palpables –las ruinas de ciertos templos, las reliquias de algunos objetos– sucede también con el conocimiento de lo antiguos, el cual estamos muy lejos de conocer en su forma original y, a cambio, llegó a nosotros después de muchos trasvases. Creemos leer a Platón, pero en realidad leemos aquello que se conservó del filósofo, y lo mismo para poetas, trágicos, historiadores, protogeógrafos y más.
En este contexto, hubo ciertas obras más afortunadas que otras. Hubo algunas que, como las de Eurípides y Aristóteles, sobrevivieron si no íntegras, sí al menos con abundancia. Para conocer la obra de otros autores ha sido necesario rastrear, hurgar, extraer, hacer una especie de labor minera en los comentadores que retomaron sus palabras muchos siglos después, que reprodujeron lo que alguna vez leyeron o escucharon y que, en esas fuentes indirectas, se atribuía ya de segunda mano a filósofos como Parménides o Diógenes.
Así también con Pitágoras, un personaje de curiosidad y sabiduría legendarias, que pasó a la historia como una especie de primer hombre que despertó al mundo cuando todo en este permanecía sin nombre ni definición. Como otros filósofos presocráticos, a Pitágoras se le atribuye un interés en prácticamente todos los campos de conocimiento, desde los astros hasta el funcionamiento del cuerpo, de las matemáticas a la posibilidad de la metempsicosis.
Entre lo mucho que Pitágoras enseñó, se encuentra una serie de enseñanzas que que el Pseudo-Plutarco recoge en un escrito conocido como “Sobre la educación de los hijos”. Cabe mencionar que Pseudo-Plutarco no es tanto un autor específico, sino más bien un genérico que por falta de mayor precisión histórica, se utiliza para agrupar una media docena de textos que, hasta la fecha, no se sabe bien a bien quién escribió.
En “Sobre la educación de los hijos”, decíamos, Pseudo-Plutarco enumera varias “alegorías” que la tradición atribuye a Pitágoras, mismas que acompaña de una explicaicón porque, de inicio, incluso en la Antigüedad podían parecer enigmáticas. Por ejemplo, esta: “No llevar un anillo estrecho”, que Pseudo-Plutarco interprta como que “se debe vivir una vida libre y no sujeta a lazo alguno”.
Pero la que nos atañe es quizá aún más enigmática: “no devorar el corazón”, que ha pasado a la historia también bajo su fraseo en latín: Cor ne edito.
Más allá de algunas interpretaciones mitográficas y antropológicas que podrían hacerse –comer el corazón es un momento fundamental de muchos rituales, en varias culturas, lo mismo en las leyendas titánicas que en Game of Thrones y o los ciclos caballerescos de la Edad Media cristiana–, Pseudo-Plutarco realiza una lectura mucho más sencilla y, sobre todo, práctica, vital. “No te comas el corazón” es, desde su punto de vista, una recomendación muy simple: “no dañar el alma consumiéndola con preocupaciones”.
Quizá esto es mucho menos excitante que el momento en que, en la novena historia del Decamerón, un caballero descubre la infidelidad de su esposa en los brazos de su mejor amigo, con las consecuencias previsibles, pero de cualquier forma es un buen consejo. No desgastes inútilmente tu corazón –es decir, tu ánimo, tu espíritu, tu mente– preocupándote, probablemente la forma más inútil de lidiar con tu malestar. Si algo te angustia, si algo te inquieta, si algo está afectando tu vida, haz algo al respecto, decide, actúa: evita que tu corazón se coma a sí mismo.
FUENTE: PIJAMASURF
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