En 1985, el cineasta Miguel Littín, exiliado en México a causa de la dictadura militar, ingresó de forma clandestina a Chile para grabar una película sobre la situación que se vivía en el país. Para hacerlo, elaboró una intrincada estrategia: además de su propia presencia, tres equipos extranjeros de producción – uno italiano, el otro holandés y el tercero, francés – vendrían por separado y sin aparente relación con la excusa de filmar una serie de documentales costumbristas sobre Chile. En realidad estarían al mando de Littín y su misión sería adentrarse en las poblaciones, conversar con las autoridades bajo su fachada apolítica y dar tribuna a una oposición que acababa de sufrir uno de los actos represivos más horribles de la historia del régimen: el degollamiento de Santiago Nattino, José Manuel Parada y Manuel Guerrero.
La acción, pormenorizada luego por Gabriel García Márquez en su libro "La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile", tendría como resultado una serie de cuatro películas que Littín bautizó "Acta general de Chile" y que estrenó en Europa en 1986.
En este segundo episodio, se narra la historia y se muestra la situación actual del Norte Grande chileno, hogar de las riquezas minerales del salitre y el cobre y cuna del pensamiento obrero. Se profundiza en la historia de dependencia e imperialismo tras la explotación minera y la Guerra del Pacífico, se exploran las consecuencias de la represión dictatorial entre los sectores populares y se muestra la militarización de las ciudades bajo el alero simbólico del patriotismo y el orden.
Se incluyen testimonios de Alejandro Sabella, escritor antofagastino, Sergio Aguirre, sindicalista portuario, relegado al inhóspito pueblo de Inca de Oro, Felisa, vecina de Inca que asiste a los relegados, Volodia Teitelboim quien habla sobre la importancia de Luis Emilio Recabarren, y finalmente Carlos Porcile, alcalde designado de Copiapó quien exalta las bondades de los defiles cívico-militares como forma de "resaltar los valores patrios".
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