Martín Fierro, el personaje más popular de la literatura gauchesca argentina, permanece vigente en las calles, en el lenguaje cotidiano, en nuestra memoria histórica. ¿Dónde está Fierro? explora los temas más representativos del libro, los relaciona con los actores sociales de nuestro presente y trae de regreso al gaucho rebelde, cantor, víctima del poder de turno y filósofo del desierto, para que cuente sus historias inconclusas y revele sus secretos.
ESTE ES UN BLOG PARA COMPARTIR IDEAS Y EXPRESARSE LIBREMENTE, ESPERO LES GUSTE....
jueves, 18 de febrero de 2016
DESDE EL SUR - CAPÍTULO 5: LITERATURA DE EXILIO
Descripción
200 años de literatura Argentina, de Borges a Arlt, de Juan José Saer a Esteban Echeverría entre otros, revisados por autores jóvenes contemporáneos que recién comienzan a hacerse un nombre entre los grandes de la literatura nacional. El programa tiene tres ejes narrativos: uno de contexto histórico trabajado con material de archivo que atravesará desde 1810 a la actualidad. El segundo, es llevado adelante por las reflexiones de escritores que van cambiando a lo largo de los trece capítulos y el tercero está compuesto por fragmentos de textos escogidos que son leídos con voz en off y trabajados con imágenes abstractas o concretas utilizando el lenguaje de la video poesía.
V-Literatura de exilio
Echeverría/Gombrowicz. Exilios que no se parecen. Echeverría escribe sobre el lugar perdido; Gombrowicz, sobre el lugar adoptado. La Argentina como escenografía del escritor ausente. Libros escritos en el exterior. Echeverria, Sarmiento, Gelman, Soriano, Di Benedetto, Perlongher, Tizón, Cohen, Puig, etc. El exilio al revés: la argentina como legión extranjera. Grandes obras de extranjeros escritas en el país: Gombrowicz (Diario), Roa Bastos (Yo El Supremo), etc. Entrevistas a Tununa Mercado, Juan Martini y Federico Jeanmarie.
200 años de literatura Argentina, de Borges a Arlt, de Juan José Saer a Esteban Echeverría entre otros, revisados por autores jóvenes contemporáneos que recién comienzan a hacerse un nombre entre los grandes de la literatura nacional. El programa tiene tres ejes narrativos: uno de contexto histórico trabajado con material de archivo que atravesará desde 1810 a la actualidad. El segundo, es llevado adelante por las reflexiones de escritores que van cambiando a lo largo de los trece capítulos y el tercero está compuesto por fragmentos de textos escogidos que son leídos con voz en off y trabajados con imágenes abstractas o concretas utilizando el lenguaje de la video poesía.
V-Literatura de exilio
Echeverría/Gombrowicz. Exilios que no se parecen. Echeverría escribe sobre el lugar perdido; Gombrowicz, sobre el lugar adoptado. La Argentina como escenografía del escritor ausente. Libros escritos en el exterior. Echeverria, Sarmiento, Gelman, Soriano, Di Benedetto, Perlongher, Tizón, Cohen, Puig, etc. El exilio al revés: la argentina como legión extranjera. Grandes obras de extranjeros escritas en el país: Gombrowicz (Diario), Roa Bastos (Yo El Supremo), etc. Entrevistas a Tununa Mercado, Juan Martini y Federico Jeanmarie.
SOÑAR PODRÍA SER LA FORMA EN LA QUE DESCUBRIMOS LA VIDA DEL ALMA
TAL VEZ LA FUNCIÓN DE LOS SUEÑOS SEA FAMILIARIZARNOS CON NUESTRA ALMA
Existen numerosas teorías sobre por qué soñamos. Entre las más discutidas por la ciencia destacan la idea de que soñamos para consolidar ciertas memorias o para depurar otras (un procesamiento de la basura diurna, liberar espacio de RAM vía R.E.M.); para resolver problemas o ensayar escenarios futuros; o, la más materialista, como un subproducto de nuestros impulsos neurales, igual que la conciencia es sólo un accidente de la complejidad de nuestra materia cerebral. Freud creía que el sueño tenía la función de cumplir nuestros deseos inconscientes y de esta forma liberar tensión mental. Si bien algunas de estas ideas seguramente tienen algo de cierto y cubren algún aspecto de lo que ocurre cuando soñamos, ninguna parece concluyente y todas nos dejan sin una imagen satisfactoria para responder al misterio y a la fascinación de la experiencia de los sueños. Y es que soñar es algo bastante extraño: todas las noches viajamos mentalmente a un enigmático mundo hecho de imágenes en el que no sabemos del todo si lo que vemos es sólo una representación de nuestro contenido cerebral o si las imágenes que se nos presentan tienen vida propia y se originan en un inconsciente colectivo o en un mundo paralelo. Desde que tenemos noción de la historia, los sueños han conjeturado la idea de que al soñar viajamos a otro mundo. Ese otro mundo es explicado por la ciencia simplemente como la imaginación, pero me gustaría recordar que históricamente la imaginación no es sólo la función del cerebro de fantasear o entretener cosas inexistentes. En las tradiciones místicas la imaginación es el órgano de percepción de lo invisible --"el ojo del corazón"-- o aquello mismo que une en este mundo a los otros mundos.
Sobre esta múltiple madeja de incertidumbre, consideremos otra línea de exploración sobre los sueños. Aclaro que es una visión, más el resultado de una imagen que una teoría y no debe ser analizada bajo la misma estructura lógica-racional. Es la idea antigua de que los sueños son el dominio del alma. Podemos decir también que son el dominio de la psique, pero en el viejo sentido de la palabra "psique", que es alma y no sólo mente. El mundo de la vigilia es sobre todo el dominio del ego, esa parte de la psique que nos hace creer que existe una sola realidad y un solo sujeto en el cuarto de control piloteando la máquina: él mismo. Si el mundo despierto del ego es lo real, entonces, el mundo de los sueños debe de ser ficción (y el alma misma es ficción puesto que no la podemos ver ni controlar). Pero tal vez la irrealidad y la insustancialidad que nos parece tan propia de los sueños sea en buena medida resultado de la influencia del ego, de que es al único personaje que escuchamos, la única voz en nuestra cabeza. En una lógica aristotélica y en un dualismo cartesiano pensamos que si el mundo despierto del ego es real entonces el mundo de los sueños --que es lo opuesto en nuestras categorías-- no puede ser también real. Nos cuesta admitir la posibilidad de que los dos puedan ser reales o más o menos reales, o los dos irreales (y es que si el ego no es real, entonces qué ocurre con nosotros, ¿por qué no desaparecemos?). Como dijera Robert Anton Wilson, en amor a la paradoja: "Todos los fenómenos son reales en algún sentido, irreales en algún sentido, sin sentido y reales en algún sentido, sin sentido e irreales en algún sentido y sin sentido reales e irreales en algún sentido". Tal vez esta sea parte de la fenomenología espectral y paradojal del sueño.
"Debemos de invertir nuestro procedimiento usual de traducir el sueño al lenguaje del ego y en cambio traducir el ego al lenguaje de los sueños. Esto significa aplicar al ego una labor-de-sueño, hacer de él una metáfora, viendo a través de su "realidad"", dice el psicólogo James Hillman. Hacer esto significa dejar de considerar al sueño como una metáfora del ego, una representación más o menos insignificante de su vida psíquica. Dejar de interpretar nuestros sueños con respecto a lo que nos ocurre en la vigilia y con respecto a los deseos del ego; darles autoridad y autonomía, creer en su propia naturaleza, personificarlos. Hillman agrega que más que traer nuestros sueños a este mundo y buscar entenderlos e interpretarlos bajo la lógica de la luz y la razón para así transmutar su enigma en algo que podamos usar y entender, podemos aceptar la invitación de los sueños y viajar a ese otro mundo de sombras. En su libro sobre los sueños, The Dream and the Underworld, Hillman comenta sobre la idea de Platón de que los sueños son sombras: "como toda sombra visual, estas imágenes oscurecen la vida, dándole profundidad, una luz doble, crepuscular, duplicidad, metáfora. La escena en el sueño (la raíz de la palabra escena tiene un parentesco conskia, "sombra") es una versión metafórica de esa escena y esos actores de antaño que han profundizado y entrado en mi alma".
No es insignificante que en la mitología griega el hogar del dios del sueño, Hipnos, se encontraba en Erebos, la tierra de la oscuridad eterna y su hermano era Tánatos, la muerte. Soñar no sólo es como morir, como dice Shakespeare, soñar también es ir con los muertos, con el pasado, con todo lo que está debajo de nosotros en nuestro inconsciente, en nuestra alma. Es necesario visitar esta parte, que es la profundidad misma de la psique, para tener una visión completa de la humanidad y de los fantasmas que habitan la psique. En este camino arquetípico podemos entender por qué Dante entró al infierno después de quedarse dormido y "desviarse del camino correcto". La puerta del infierno, del inframundo, es el sueño; recordemos también que para ir al cielo y cumplir la visión beatifica del amor divino es necesario antes cruzar el infierno (esto es lo que significa ser humanos). Esto en la psicología de Jung se conoce como integrar la sombra; en términos más seculares sería honrar nuestra historia y a nuestros antepasados.
Thomas Moore, alumno de James Hillman y estudioso y traductor de textos clásicos, cuenta que en la antigua Grecia se creía que "grandes beneficios podían sobrevenir cuando el alma escapa del cuerpo y el mundo actual". Esto esboza una explicación de la función del sueño: el recreo del alma, el viaje necesario para seguir alimentando su naturaleza y comunicarla. Moore hace referencia a la anterior imagen donde se muestra una visita a un templo consagrado a Asclepio, el dios de la medicina. Vemos que la curación ocurre en dos niveles: primero el diagnóstico y la auscultación que todos conocemos y luego a través del sueño o lo que se conocía como incubación. Los pacientes eran conducidos al enkoimeterion (o pórtico de incubación) donde el dios se manifestaba en el sueño y daba la pauta del tratamiento y se curaba no sólo el cuerpo sino también el alma --algo que podía hacerse en el sueño).
¿Es posible que sea en los sueños que nos damos cuenta de que tenemos alma, de que somos un alma y no sólo un ego y que nuestra alma tiene su propia historia? James Hillman escribe: "Al familiarizarme con mis sueños también me familiarizo con mi mundo interior. ¿Quién vive en mí? ¿Qué paisajes interiores son míos? ¿Qué es recurrente y por lo tanto sigue regresando a habitar en mí? Estos son los animales, personas, lugares y preocupaciones, que quieren que les haga caso, que quieren hacerse mis amigos". Hillman sostiene que esta comunidad interna puede llamarse "la sangre del alma" y que "la conexión con el inconsciente nos lleva a un sentido de alma, a una experiencia de la vida interna, a un lugar donde el significado se siente en casa". De aquí que toda vida con profundidad y significado necesite de los sueños. La memoria y la imaginación en los sueños se hacen alma.
Twitter del autor: @alepholo
FUENTE: PIJAMASURF
Sobre esta múltiple madeja de incertidumbre, consideremos otra línea de exploración sobre los sueños. Aclaro que es una visión, más el resultado de una imagen que una teoría y no debe ser analizada bajo la misma estructura lógica-racional. Es la idea antigua de que los sueños son el dominio del alma. Podemos decir también que son el dominio de la psique, pero en el viejo sentido de la palabra "psique", que es alma y no sólo mente. El mundo de la vigilia es sobre todo el dominio del ego, esa parte de la psique que nos hace creer que existe una sola realidad y un solo sujeto en el cuarto de control piloteando la máquina: él mismo. Si el mundo despierto del ego es lo real, entonces, el mundo de los sueños debe de ser ficción (y el alma misma es ficción puesto que no la podemos ver ni controlar). Pero tal vez la irrealidad y la insustancialidad que nos parece tan propia de los sueños sea en buena medida resultado de la influencia del ego, de que es al único personaje que escuchamos, la única voz en nuestra cabeza. En una lógica aristotélica y en un dualismo cartesiano pensamos que si el mundo despierto del ego es real entonces el mundo de los sueños --que es lo opuesto en nuestras categorías-- no puede ser también real. Nos cuesta admitir la posibilidad de que los dos puedan ser reales o más o menos reales, o los dos irreales (y es que si el ego no es real, entonces qué ocurre con nosotros, ¿por qué no desaparecemos?). Como dijera Robert Anton Wilson, en amor a la paradoja: "Todos los fenómenos son reales en algún sentido, irreales en algún sentido, sin sentido y reales en algún sentido, sin sentido e irreales en algún sentido y sin sentido reales e irreales en algún sentido". Tal vez esta sea parte de la fenomenología espectral y paradojal del sueño.
"Debemos de invertir nuestro procedimiento usual de traducir el sueño al lenguaje del ego y en cambio traducir el ego al lenguaje de los sueños. Esto significa aplicar al ego una labor-de-sueño, hacer de él una metáfora, viendo a través de su "realidad"", dice el psicólogo James Hillman. Hacer esto significa dejar de considerar al sueño como una metáfora del ego, una representación más o menos insignificante de su vida psíquica. Dejar de interpretar nuestros sueños con respecto a lo que nos ocurre en la vigilia y con respecto a los deseos del ego; darles autoridad y autonomía, creer en su propia naturaleza, personificarlos. Hillman agrega que más que traer nuestros sueños a este mundo y buscar entenderlos e interpretarlos bajo la lógica de la luz y la razón para así transmutar su enigma en algo que podamos usar y entender, podemos aceptar la invitación de los sueños y viajar a ese otro mundo de sombras. En su libro sobre los sueños, The Dream and the Underworld, Hillman comenta sobre la idea de Platón de que los sueños son sombras: "como toda sombra visual, estas imágenes oscurecen la vida, dándole profundidad, una luz doble, crepuscular, duplicidad, metáfora. La escena en el sueño (la raíz de la palabra escena tiene un parentesco conskia, "sombra") es una versión metafórica de esa escena y esos actores de antaño que han profundizado y entrado en mi alma".
No es insignificante que en la mitología griega el hogar del dios del sueño, Hipnos, se encontraba en Erebos, la tierra de la oscuridad eterna y su hermano era Tánatos, la muerte. Soñar no sólo es como morir, como dice Shakespeare, soñar también es ir con los muertos, con el pasado, con todo lo que está debajo de nosotros en nuestro inconsciente, en nuestra alma. Es necesario visitar esta parte, que es la profundidad misma de la psique, para tener una visión completa de la humanidad y de los fantasmas que habitan la psique. En este camino arquetípico podemos entender por qué Dante entró al infierno después de quedarse dormido y "desviarse del camino correcto". La puerta del infierno, del inframundo, es el sueño; recordemos también que para ir al cielo y cumplir la visión beatifica del amor divino es necesario antes cruzar el infierno (esto es lo que significa ser humanos). Esto en la psicología de Jung se conoce como integrar la sombra; en términos más seculares sería honrar nuestra historia y a nuestros antepasados.
Thomas Moore, alumno de James Hillman y estudioso y traductor de textos clásicos, cuenta que en la antigua Grecia se creía que "grandes beneficios podían sobrevenir cuando el alma escapa del cuerpo y el mundo actual". Esto esboza una explicación de la función del sueño: el recreo del alma, el viaje necesario para seguir alimentando su naturaleza y comunicarla. Moore hace referencia a la anterior imagen donde se muestra una visita a un templo consagrado a Asclepio, el dios de la medicina. Vemos que la curación ocurre en dos niveles: primero el diagnóstico y la auscultación que todos conocemos y luego a través del sueño o lo que se conocía como incubación. Los pacientes eran conducidos al enkoimeterion (o pórtico de incubación) donde el dios se manifestaba en el sueño y daba la pauta del tratamiento y se curaba no sólo el cuerpo sino también el alma --algo que podía hacerse en el sueño).
¿Es posible que sea en los sueños que nos damos cuenta de que tenemos alma, de que somos un alma y no sólo un ego y que nuestra alma tiene su propia historia? James Hillman escribe: "Al familiarizarme con mis sueños también me familiarizo con mi mundo interior. ¿Quién vive en mí? ¿Qué paisajes interiores son míos? ¿Qué es recurrente y por lo tanto sigue regresando a habitar en mí? Estos son los animales, personas, lugares y preocupaciones, que quieren que les haga caso, que quieren hacerse mis amigos". Hillman sostiene que esta comunidad interna puede llamarse "la sangre del alma" y que "la conexión con el inconsciente nos lleva a un sentido de alma, a una experiencia de la vida interna, a un lugar donde el significado se siente en casa". De aquí que toda vida con profundidad y significado necesite de los sueños. La memoria y la imaginación en los sueños se hacen alma.
Twitter del autor: @alepholo
LA DIVINIZACIÓN A TRAVÉS DE EROS O LA FUNCIÓN ESPIRITUAL DEL AMOR EN LA FILOSOFÍA
EL AMOR EN LA FILOSOFÍA ES ESENCIALMENTE UN SENDERO ESPIRITUAL QUE CONVERGE CON LA SABIDURÍA EN LA DIVINIZACIÓN DEL SER HUMANO. ASÍ EL DESEO ARDIENTE DE FUSIÓN O CONVERSIÓN EN EL AMADO ENCUENTRA SU ÚNICO CAUCE POSIBLE: DEJAR DE SER UN INDIVIDUO PARA SER EL UNO QUE ES TODO
La función esencial de la filosofía --según la tradición platónica-- no es del todo disímil a la función de la alquimia. Leemos en el Fedón que Sócrates le dice a Simias que "el filósofo es aquel que más que cualquier hombre libera el alma de su asociación con el cuerpo" y que "la sabiduría en sí misma es una forma de depuración o purificación", en preparación para la muerte, como ha sido establecido en los ritos místicos, puesto que "quien arriba [a la muerte] purificado e iniciado morará con los dioses". En el Lexicon Alchemiae de Martin Ruland leemos una escueta pero significativa definición de alquimia: "es la separación de lo impuro de la sustancia pura".
Creemos aquí que esta separación de lo impuro de lo puro o del cuerpo del alma es lo que se busca en la filosofía pero también en el amor, aunque el amor haya sido cooptado por toda una maquinaria de propaganda y deseo consumista que confunde diferentes emociones y que reduce su significado y alcance filosófico, si bien lo convierte en una especie de panacea existencial. El amor más allá de modas o conceptos, como una fuerza cósmica, converge con la alquimia de la filosofía. El amor en la teología órfica es el protogenos, Eros, el primero en nacer en el espacio, conocido también como Fanes, la Luz, la irradiación del huevo cósmico entrelazado por la serpiente. En el arrobo propio del místico, el sacerdote y paleontólogo Teilhard de Chardin afirmó que el amor era aquello que transforma las cosas en espíritu, y que derrite la materia hacia su esencia luminosa (lo que separa el ghee de la mantequilla, parafraseando a Nagarjuna). Curiosamente Teilhard de Chardin, dentro de su cristianismo no ortodoxo (adorando fervientemente a un Cristo cósmico), creía en la evolución del ser humano y del planeta mismo y veía la historia como la evolución hacia el espíritu a través de la materia: "La Materia [es] matriz del Espíritu. El Espíritu, estado superior de la Materia". Aquello que energiza este proceso, lo que tensa esta flecha evolutiva, es el amor. La materia es el vientre impregnado por el espíritu, este es el símbolo del cáliz o Santo Grial y también de la Isis del templo de Sothis, donde, según Proclo, se decía: "El fruto de mi vientre es el Sol". El Sol que es el padre es el hijo, así Horus y Osiris son el otro y el mismo.
Quiero regresar a esta idea de integración entre el amor y la sabiduría, no como dos principios en oposición, sino como una alquimia de lo afín, una prístina identidad en el "corazón de la materia" o en el "trono del loto". Si bien entendemos hoy la filosofía como "el amor a la sabiduría", podemos intercambiar y aparear en todos sus órdenes y relaciones al amor y a la sabiduría y no caeremos en un error sino que estaremos entrando en la zona de influencia de una divina sizigia. Para la tradición de filósofos que en cierta forma tiene su primera expresión histórica en Pitágoras, quien acuñó el término para describir su labor, el conocimiento no podía separarse de la práctica o la puesta en acción de ese conocimiento, lo cual era la medida de la verdadera sabiduría --podemos decir que esa aplicación del conocimiento a la vida es la virtud, la compasión o el amor, todos los cuales pueden ser sinónimos. Más allá de despampanantes discursos lógicos y pirotecnias verbales no existe filosofía sin conocimiento del amor o aplicación del conocimiento para el bien de los demás. Esta es la ley de oro en la religión como en la filosofía. El secreto tanto en el amor como en la filosofía es que al conocer algo o a alguien uno se convierte en ese otro que conoce. El mismo misterio de la transmutación de los metales --que va de lo más denso a lo más refinado (o espiritual)-- se extiende a la filosofía y al erotismo.
Esta unidad es entendida de la manera más sutil por el símbolo de la rosacruz de la Fraternidad Rosacruz (AMORC: Antigua Mística Orden Rosæ Crucis). Un lema rosacruz dice: "que las rosas florezcan en tu cruz", algo que parece ser una forma de decir que el amor corone la sabiduría y que la labor intelectual dé frutos, que la luz se haga vida. En uno de sus misteriosos manifiestos se dice que existen dos caminos que llevan al conocimiento de Dios: la sabiduría y el amor. En realidad, toda la filosofía rosacruz implica que estos dos senderos son uno mismo, lo cual es simbolizado en la imagen de la rosa-cruz. La cruz es identificada con la luz, el Logos, la sabiduría y la verdad; la rosa con la vida, el corazón, con la belleza y la bondad. Platón dice que el Logos se imprime en el espacio con la forma de una cruz. La cruz también simboliza el descenso del espíritu al mundo material (el espíritu divino que se sacrifica en el espacio) y al encontrase con la rosa, por lo tanto, marca su florecimiento de regreso hacia el origen divino. Podemos leerlo también así: el espíritu nace al mundo para conocer (tener la experiencia de la conciencia) y renace a su divinidad a través del amor. El estudioso de la sociedades secretas Robert Anton Wilson escribió: "Cuando la rosa y la cruz se unan el matrimonio alquímico se completa y el drama termina. Entonces nos despertamos de la historia y entramos a la eternidad". Este hierosgamos es también la unión de la mente con el corazón (el corazón siendo la morada del espíritu en el hombre).
Hemos visto brevemente lo que es la filosofía desde la perspectiva platónica, ahora veamos lo que es al amor desde la perspectiva de Platón y su escuela. De entrada hay que decir que el amor platónico no es el amor que encuentra su compleción en otra persona sino que a través de la belleza y de lo bueno que hay en otra persona se eleva hacia lo divino, que es lo único realmente capaz de llenar la carencia que ejemplifica que la madre de Eros sea Penia. Se dice que el amor platónico es un amor idealizado pero lo es en el sentido no de la fantasía o de la imaginación meramente, sino en que ve más allá de las apariencias para contemplar las ideas que son eternas y sólo encuentra sosiego en lo que trasciende lo mortal, lo material y lo temporal. En El banquete, Platón expone diferentes posturas sobre la naturaleza de Eros, pero generalmente se entiende que la más afín a su filosofía es la que cuenta Sócrates a través de la sacerdotisa Diótima. Se explica ahí que Eros no es un dios sino un daemon, un enlace numinoso entre el mundo humano y el mundo divino, y por lo tanto el amor funge como una fuerza ascendente que eleva el alma (una anábasis o teúrgia) hacia planos espirituales. Observa que el mismo instinto que llama hacia la procreación --lo que hoy podríamos llamar la libido-- tiene su contraparte más sutil en un deseo de procrear y engendrar belleza. La belleza siendo lo propio del alma y esencia del cosmos. Dice Diótima que "El amor es el deseo de siempre poseer el bien", por lo tanto es una especie de instinto sublime hacia la inmortalidad y hacia la integración divina (ya que lo bueno es la cualidad principal de la divinidad).
Mientras que el cuerpo se perpetúa a través de la procreación material, el alma se perpetúa a través de una procreación espiritual: el hijo del amor del alma es la vida eterna. Esto que el alma engendra a través del amor es la belleza, la cual es esencia coeterna del alma, idea refulgente en la mente divina. El amor es deseo de belleza y persiguiendo esta belleza el alma, sobre las alas del amor, emprende un viaje ascendente hacia las esferas de las estrellas, que representan la belleza y la inteligencia (el mundo angélico y la memoria de su esencia), así liberándose de la prisión de la materia. "Debemos subir del cuerpo al alma, del alma al ángel, y del ángel a Dios", dice Marsilio Ficino en su comentario a El banquete.
El amor platónico reconoce que los cuerpos son solamente sombras de una realidad divina espiritual y trasciende su amor por un hombre o una mujer para, a través de éstos, conocer lo universal. Como dice Diótima, de la belleza en un individuo se concentra en la belleza en sí misma, en el rostro del amado alcanza a atisbar una forma imperecedera, el resplandor del alma que se transparenta en el cuerpo. El amor a un cuerpo es mortal; pero el amor divino es inmortal y esto es justamente la motivación del amor: la inmortalidad, poseer lo bueno siempre. El proceso culmina en una especie de uróboros. Nos dice Marsilio Ficino: "El fin del amor corresponde a su principio". Así todo amor es un deseo de retornar a la fuente. El viaje del solo al Solo, como famosamente describió Plotino el viaje del alma hacia el Uno. Y se cumple finalmente el deseo precario que nació en la inflamación de la belleza de un hombre o una mujer, de fundirse en otro, de poseer al amado, de la única forma que puede hacerse. Esto es, siendo poseído por el amor mismo, como una chispa devorada por el fuego creativo del cosmos entero; yendo así de lo personal hacia lo universal y por lo tanto despersonalizándose, tanto de la propia individualidad como de un amor individualizado. El individuo muere --se sacrifica en el altar del amado-- para poder franquear la barrera que lo separa y el sujeto se convierte en el objeto, y se encuentra existiendo en todas partes al mismo tiempo, como el latido mismo de la eternidad en el espacio.
Para redondear esta idea del amor como un principio espiritual, teúrgico, extático o apoteósico, quiero mencionar algunos puntos en común que existen entre la concepción erótica platónica y la forma en la que el budismo entiende el amor. Ambas tradiciones consideran que el amor es una vía regia a la iluminación. En el budismo encontramos el amor fundamentalmente en su expresión de compasión --un amor también que no se individualiza sino que se mueve hacia universales. Así por ejemplo, el bodhisattva decide posponer indefinidamente su liberación para entregarse al servicio de todos los seres sintientes, en ese acto anulando todo interés personal. Por el contrario, el amor común y corriente, nos dice el maestro Thinley Norbu Rinpoche, "que emerge de una mente dualista" no puede ser "profundo ni duradero" puesto que "depende de circunstancias temporales".
Si no creemos en la continuidad interminable de la mente, sólo podemos considerar las circunstancias inmediatas de nuestras conexiones con otras personas, rechazando o aceptándolas según van cambiando en conformidad con lo que es más conveniente para nosotros. El amor ordinario que emerge de los resultados kármicos de los hábitos puede parecer tener las cualidades de ser leal, genuino y estable, pero estas cualidades sólo enmascaran el potencial de que las cualidades opuestas de insinceridad, deslealtad e inestabilidad surjan cuando las circunstancias cambien... Cuando nos sentimos solos y queremos ser amados, mostramos amor a los demás para recibir amor de ellos, pero cuando estamos satisfechos, nos olvidamos de los otros. Este no es el amor duradero y continuo. No causa la compasión imparcial de los bodhisattvas porque depende de nuestro deseo personal egoísta.
Ya que la naturaleza del mundo ordinario es el samsara (la impermanencia), el amor que se dirige hacia un ser impermanente es un amor incierto, sujeto a las vicisitudes del mundo, a los cambios y a las veleidades de la persona amada y del yo que cree amar. Esa alquimia del amor que trastoca a la persona amada con la fantasía y hace oro de su persona, prontamente, cuando el hechizo se pierde --y las endebles circunstancias cambian-- la transforma en mierda, en una vehemente oscilación de opuestos. Pero es posible amar aquello que no es impermanente en la persona, aquello justamente que no es la persona, pero que es el ser verdadero en ella, que siempre ha sido y nunca dejará de ser. El budismo rechaza la creencia en un alma individual o en una divinidad creadora absoluta, pero no es ciertamente una filosofía o una religión nihilista, por el contrario: la mente como expresión de la sabiduría infinita de Buda, como un espejo del espacio inmaculado o Dharmakaya, es la eternidad misma, el juego de la aparición sobre el vacío.
Si creemos en la continuidad de la mente, nuestro amor por los otros se vuelve continuo. Si reconocemos esta continuidad, no confiamos en circunstancias tangibles y temporales ni las tomamos demasiado en serio...
Si podemos evitar aferrarnos a los demás con el miedo egoísta de perderlos o con la esperanza de poseerlos con nuestra mente ordinaria dualista e inconsciente, entonces la energía del amor se incrementa y su cualidad de dar energía a los demás se abre y se expande...
En el mismo texto, "White Sail", Thinley Norbu Rinpoche sugiere que la esencia del amor es dar energía y que "su intención debe ser la misma que la de la fe: llevar a la iluminación, lo cual nos libera del sufrimiento del amor mundano superficial". En la tradición budista, el amor encuentra su más sublime expresión en el juramento del bodhisattva que ha prometido vaciar el samsara: "Hasta que el miserable lamento del sufrimiento de todos los seres no cese, la enfermedad del bodhisattva no se cura", se dice. Este amor incondicional no puede más que nacer de la sabiduría, de la profunda certeza en el corazón de que la separación es una ilusión y que todos los seres son una misma cosa, un único cuerpo sin límites, unidad entre el cielo vacío y los fenómenos que se despliegan en su lienzo radiante. El maestro Cheng Kuan de la secta budista Hua-yen dice:
Es debido a que todas las cosas son meras manifestaciones de la Mente, que todos los dharmas pueden fusionarse el uno en el otro en el reino de la totalidad.
¿Qué no es éste el deseo original del amor, ser el otro, interpenetrarse, transustanciarse, habitar en la misma llama no dual, en el mismo núcleo infinito? Nos dice el budismo, nos dice el platonismo que esto sólo puede conseguirse aniquilando nuestra propia identidad, dejando a un lado nuestro cuerpo y nuestro nombre. Sólo quien está dispuesto a darlo todo puede hacerse Todo.
Estas pueden ser aspiraciones muy elevadas para nuestra realidad cotidiana, pero creo que el idealismo es algo que puede enriquecer nuestras vidas. Así tal vez el amor profundo y sincero que podemos tener por una persona en específico puede crecer y ser --al reconocer la belleza del espíritu, al movernos a la compasión-- el ensayo para el amor hacia todas las cosas y el olvido de nuestra propia personalidad en la vastedad de ese ser que es para nosotros la totalidad encarnada, por un momento, en un ser humano.
Twitter del autor: @alepholo
La locura de un hombre que, al ver la belleza aquí en la tierra, y al ser recordado de la belleza verdadera, se vuelve alado...
Sócrates, Fedón
La función esencial de la filosofía --según la tradición platónica-- no es del todo disímil a la función de la alquimia. Leemos en el Fedón que Sócrates le dice a Simias que "el filósofo es aquel que más que cualquier hombre libera el alma de su asociación con el cuerpo" y que "la sabiduría en sí misma es una forma de depuración o purificación", en preparación para la muerte, como ha sido establecido en los ritos místicos, puesto que "quien arriba [a la muerte] purificado e iniciado morará con los dioses". En el Lexicon Alchemiae de Martin Ruland leemos una escueta pero significativa definición de alquimia: "es la separación de lo impuro de la sustancia pura".
Creemos aquí que esta separación de lo impuro de lo puro o del cuerpo del alma es lo que se busca en la filosofía pero también en el amor, aunque el amor haya sido cooptado por toda una maquinaria de propaganda y deseo consumista que confunde diferentes emociones y que reduce su significado y alcance filosófico, si bien lo convierte en una especie de panacea existencial. El amor más allá de modas o conceptos, como una fuerza cósmica, converge con la alquimia de la filosofía. El amor en la teología órfica es el protogenos, Eros, el primero en nacer en el espacio, conocido también como Fanes, la Luz, la irradiación del huevo cósmico entrelazado por la serpiente. En el arrobo propio del místico, el sacerdote y paleontólogo Teilhard de Chardin afirmó que el amor era aquello que transforma las cosas en espíritu, y que derrite la materia hacia su esencia luminosa (lo que separa el ghee de la mantequilla, parafraseando a Nagarjuna). Curiosamente Teilhard de Chardin, dentro de su cristianismo no ortodoxo (adorando fervientemente a un Cristo cósmico), creía en la evolución del ser humano y del planeta mismo y veía la historia como la evolución hacia el espíritu a través de la materia: "La Materia [es] matriz del Espíritu. El Espíritu, estado superior de la Materia". Aquello que energiza este proceso, lo que tensa esta flecha evolutiva, es el amor. La materia es el vientre impregnado por el espíritu, este es el símbolo del cáliz o Santo Grial y también de la Isis del templo de Sothis, donde, según Proclo, se decía: "El fruto de mi vientre es el Sol". El Sol que es el padre es el hijo, así Horus y Osiris son el otro y el mismo.
Quiero regresar a esta idea de integración entre el amor y la sabiduría, no como dos principios en oposición, sino como una alquimia de lo afín, una prístina identidad en el "corazón de la materia" o en el "trono del loto". Si bien entendemos hoy la filosofía como "el amor a la sabiduría", podemos intercambiar y aparear en todos sus órdenes y relaciones al amor y a la sabiduría y no caeremos en un error sino que estaremos entrando en la zona de influencia de una divina sizigia. Para la tradición de filósofos que en cierta forma tiene su primera expresión histórica en Pitágoras, quien acuñó el término para describir su labor, el conocimiento no podía separarse de la práctica o la puesta en acción de ese conocimiento, lo cual era la medida de la verdadera sabiduría --podemos decir que esa aplicación del conocimiento a la vida es la virtud, la compasión o el amor, todos los cuales pueden ser sinónimos. Más allá de despampanantes discursos lógicos y pirotecnias verbales no existe filosofía sin conocimiento del amor o aplicación del conocimiento para el bien de los demás. Esta es la ley de oro en la religión como en la filosofía. El secreto tanto en el amor como en la filosofía es que al conocer algo o a alguien uno se convierte en ese otro que conoce. El mismo misterio de la transmutación de los metales --que va de lo más denso a lo más refinado (o espiritual)-- se extiende a la filosofía y al erotismo.
Esta unidad es entendida de la manera más sutil por el símbolo de la rosacruz de la Fraternidad Rosacruz (AMORC: Antigua Mística Orden Rosæ Crucis). Un lema rosacruz dice: "que las rosas florezcan en tu cruz", algo que parece ser una forma de decir que el amor corone la sabiduría y que la labor intelectual dé frutos, que la luz se haga vida. En uno de sus misteriosos manifiestos se dice que existen dos caminos que llevan al conocimiento de Dios: la sabiduría y el amor. En realidad, toda la filosofía rosacruz implica que estos dos senderos son uno mismo, lo cual es simbolizado en la imagen de la rosa-cruz. La cruz es identificada con la luz, el Logos, la sabiduría y la verdad; la rosa con la vida, el corazón, con la belleza y la bondad. Platón dice que el Logos se imprime en el espacio con la forma de una cruz. La cruz también simboliza el descenso del espíritu al mundo material (el espíritu divino que se sacrifica en el espacio) y al encontrase con la rosa, por lo tanto, marca su florecimiento de regreso hacia el origen divino. Podemos leerlo también así: el espíritu nace al mundo para conocer (tener la experiencia de la conciencia) y renace a su divinidad a través del amor. El estudioso de la sociedades secretas Robert Anton Wilson escribió: "Cuando la rosa y la cruz se unan el matrimonio alquímico se completa y el drama termina. Entonces nos despertamos de la historia y entramos a la eternidad". Este hierosgamos es también la unión de la mente con el corazón (el corazón siendo la morada del espíritu en el hombre).
Hemos visto brevemente lo que es la filosofía desde la perspectiva platónica, ahora veamos lo que es al amor desde la perspectiva de Platón y su escuela. De entrada hay que decir que el amor platónico no es el amor que encuentra su compleción en otra persona sino que a través de la belleza y de lo bueno que hay en otra persona se eleva hacia lo divino, que es lo único realmente capaz de llenar la carencia que ejemplifica que la madre de Eros sea Penia. Se dice que el amor platónico es un amor idealizado pero lo es en el sentido no de la fantasía o de la imaginación meramente, sino en que ve más allá de las apariencias para contemplar las ideas que son eternas y sólo encuentra sosiego en lo que trasciende lo mortal, lo material y lo temporal. En El banquete, Platón expone diferentes posturas sobre la naturaleza de Eros, pero generalmente se entiende que la más afín a su filosofía es la que cuenta Sócrates a través de la sacerdotisa Diótima. Se explica ahí que Eros no es un dios sino un daemon, un enlace numinoso entre el mundo humano y el mundo divino, y por lo tanto el amor funge como una fuerza ascendente que eleva el alma (una anábasis o teúrgia) hacia planos espirituales. Observa que el mismo instinto que llama hacia la procreación --lo que hoy podríamos llamar la libido-- tiene su contraparte más sutil en un deseo de procrear y engendrar belleza. La belleza siendo lo propio del alma y esencia del cosmos. Dice Diótima que "El amor es el deseo de siempre poseer el bien", por lo tanto es una especie de instinto sublime hacia la inmortalidad y hacia la integración divina (ya que lo bueno es la cualidad principal de la divinidad).
Mientras que el cuerpo se perpetúa a través de la procreación material, el alma se perpetúa a través de una procreación espiritual: el hijo del amor del alma es la vida eterna. Esto que el alma engendra a través del amor es la belleza, la cual es esencia coeterna del alma, idea refulgente en la mente divina. El amor es deseo de belleza y persiguiendo esta belleza el alma, sobre las alas del amor, emprende un viaje ascendente hacia las esferas de las estrellas, que representan la belleza y la inteligencia (el mundo angélico y la memoria de su esencia), así liberándose de la prisión de la materia. "Debemos subir del cuerpo al alma, del alma al ángel, y del ángel a Dios", dice Marsilio Ficino en su comentario a El banquete.
El amor platónico reconoce que los cuerpos son solamente sombras de una realidad divina espiritual y trasciende su amor por un hombre o una mujer para, a través de éstos, conocer lo universal. Como dice Diótima, de la belleza en un individuo se concentra en la belleza en sí misma, en el rostro del amado alcanza a atisbar una forma imperecedera, el resplandor del alma que se transparenta en el cuerpo. El amor a un cuerpo es mortal; pero el amor divino es inmortal y esto es justamente la motivación del amor: la inmortalidad, poseer lo bueno siempre. El proceso culmina en una especie de uróboros. Nos dice Marsilio Ficino: "El fin del amor corresponde a su principio". Así todo amor es un deseo de retornar a la fuente. El viaje del solo al Solo, como famosamente describió Plotino el viaje del alma hacia el Uno. Y se cumple finalmente el deseo precario que nació en la inflamación de la belleza de un hombre o una mujer, de fundirse en otro, de poseer al amado, de la única forma que puede hacerse. Esto es, siendo poseído por el amor mismo, como una chispa devorada por el fuego creativo del cosmos entero; yendo así de lo personal hacia lo universal y por lo tanto despersonalizándose, tanto de la propia individualidad como de un amor individualizado. El individuo muere --se sacrifica en el altar del amado-- para poder franquear la barrera que lo separa y el sujeto se convierte en el objeto, y se encuentra existiendo en todas partes al mismo tiempo, como el latido mismo de la eternidad en el espacio.
Para redondear esta idea del amor como un principio espiritual, teúrgico, extático o apoteósico, quiero mencionar algunos puntos en común que existen entre la concepción erótica platónica y la forma en la que el budismo entiende el amor. Ambas tradiciones consideran que el amor es una vía regia a la iluminación. En el budismo encontramos el amor fundamentalmente en su expresión de compasión --un amor también que no se individualiza sino que se mueve hacia universales. Así por ejemplo, el bodhisattva decide posponer indefinidamente su liberación para entregarse al servicio de todos los seres sintientes, en ese acto anulando todo interés personal. Por el contrario, el amor común y corriente, nos dice el maestro Thinley Norbu Rinpoche, "que emerge de una mente dualista" no puede ser "profundo ni duradero" puesto que "depende de circunstancias temporales".
Si no creemos en la continuidad interminable de la mente, sólo podemos considerar las circunstancias inmediatas de nuestras conexiones con otras personas, rechazando o aceptándolas según van cambiando en conformidad con lo que es más conveniente para nosotros. El amor ordinario que emerge de los resultados kármicos de los hábitos puede parecer tener las cualidades de ser leal, genuino y estable, pero estas cualidades sólo enmascaran el potencial de que las cualidades opuestas de insinceridad, deslealtad e inestabilidad surjan cuando las circunstancias cambien... Cuando nos sentimos solos y queremos ser amados, mostramos amor a los demás para recibir amor de ellos, pero cuando estamos satisfechos, nos olvidamos de los otros. Este no es el amor duradero y continuo. No causa la compasión imparcial de los bodhisattvas porque depende de nuestro deseo personal egoísta.
Ya que la naturaleza del mundo ordinario es el samsara (la impermanencia), el amor que se dirige hacia un ser impermanente es un amor incierto, sujeto a las vicisitudes del mundo, a los cambios y a las veleidades de la persona amada y del yo que cree amar. Esa alquimia del amor que trastoca a la persona amada con la fantasía y hace oro de su persona, prontamente, cuando el hechizo se pierde --y las endebles circunstancias cambian-- la transforma en mierda, en una vehemente oscilación de opuestos. Pero es posible amar aquello que no es impermanente en la persona, aquello justamente que no es la persona, pero que es el ser verdadero en ella, que siempre ha sido y nunca dejará de ser. El budismo rechaza la creencia en un alma individual o en una divinidad creadora absoluta, pero no es ciertamente una filosofía o una religión nihilista, por el contrario: la mente como expresión de la sabiduría infinita de Buda, como un espejo del espacio inmaculado o Dharmakaya, es la eternidad misma, el juego de la aparición sobre el vacío.
Si creemos en la continuidad de la mente, nuestro amor por los otros se vuelve continuo. Si reconocemos esta continuidad, no confiamos en circunstancias tangibles y temporales ni las tomamos demasiado en serio...
Si podemos evitar aferrarnos a los demás con el miedo egoísta de perderlos o con la esperanza de poseerlos con nuestra mente ordinaria dualista e inconsciente, entonces la energía del amor se incrementa y su cualidad de dar energía a los demás se abre y se expande...
En el mismo texto, "White Sail", Thinley Norbu Rinpoche sugiere que la esencia del amor es dar energía y que "su intención debe ser la misma que la de la fe: llevar a la iluminación, lo cual nos libera del sufrimiento del amor mundano superficial". En la tradición budista, el amor encuentra su más sublime expresión en el juramento del bodhisattva que ha prometido vaciar el samsara: "Hasta que el miserable lamento del sufrimiento de todos los seres no cese, la enfermedad del bodhisattva no se cura", se dice. Este amor incondicional no puede más que nacer de la sabiduría, de la profunda certeza en el corazón de que la separación es una ilusión y que todos los seres son una misma cosa, un único cuerpo sin límites, unidad entre el cielo vacío y los fenómenos que se despliegan en su lienzo radiante. El maestro Cheng Kuan de la secta budista Hua-yen dice:
Es debido a que todas las cosas son meras manifestaciones de la Mente, que todos los dharmas pueden fusionarse el uno en el otro en el reino de la totalidad.
¿Qué no es éste el deseo original del amor, ser el otro, interpenetrarse, transustanciarse, habitar en la misma llama no dual, en el mismo núcleo infinito? Nos dice el budismo, nos dice el platonismo que esto sólo puede conseguirse aniquilando nuestra propia identidad, dejando a un lado nuestro cuerpo y nuestro nombre. Sólo quien está dispuesto a darlo todo puede hacerse Todo.
Estas pueden ser aspiraciones muy elevadas para nuestra realidad cotidiana, pero creo que el idealismo es algo que puede enriquecer nuestras vidas. Así tal vez el amor profundo y sincero que podemos tener por una persona en específico puede crecer y ser --al reconocer la belleza del espíritu, al movernos a la compasión-- el ensayo para el amor hacia todas las cosas y el olvido de nuestra propia personalidad en la vastedad de ese ser que es para nosotros la totalidad encarnada, por un momento, en un ser humano.
Twitter del autor: @alepholo
FUENTE: PIJAMASURF
VENTANA SOBRE LA HERENCIA - EDUARDO GALEANO
Pola Bonilla modelaba barros y niños.
Ella era ceramista de buena mano y maestra de escuela en los campos de Maldonado; y en los veranos ofrecía a los turistas sus cacharros y chocolate con churros.
Pola adoptó a un negrito nacido en la pobreza, de los muchos que llegan al mundo sin un pan bajo el brazo, y lo crió como hijo.
Cuando ella murió, él ya era hombre crecido y con oficio.
Entonces los parientes de Pola le dijeron:
—Entra en la casa y llévate lo que quieras.
Él salió con la foto de ella bajo el brazo y se perdió en el camino.
Ella era ceramista de buena mano y maestra de escuela en los campos de Maldonado; y en los veranos ofrecía a los turistas sus cacharros y chocolate con churros.
Pola adoptó a un negrito nacido en la pobreza, de los muchos que llegan al mundo sin un pan bajo el brazo, y lo crió como hijo.
Cuando ella murió, él ya era hombre crecido y con oficio.
Entonces los parientes de Pola le dijeron:
—Entra en la casa y llévate lo que quieras.
Él salió con la foto de ella bajo el brazo y se perdió en el camino.
"ES FALSO QUE LOS CHILENOS HABLAN MAL, LO HACEN DISTINTO", SEGÚN LINGÜISTA
El escritor chileno Darío Rojas, en Santiago (Chile). EFE
La inquietud por derribar el extendido mito de que Chile "es el país donde peor se habla el español" empujó al lingüista chileno Darío Rojas a escribir un libro que expone las peculiaridades dialectales del país austral, "donde el castellano se habla distinto".
"En términos puramente lingüísticos, en Chile no se habla mal, se habla distinto, si hubiéramos hablado mal habríamos dejado de comunicarnos así desde hace mucho tiempo", destacó el joven profesor de la Universidad de Chile, autor del ensayo "Por qué los chilenos hablamos como hablamos".
En Chile se dice guagua (bebé), cachai (entiendes), guata (barriga), poh (pues) o carrete (fiesta), se vosea -¿Cómo estái? ¿Qué querí?- no se pronuncia la 's' al final de las palabras y se usa un tono agudo al hablar.
Pero esas notorias diferencias respecto de la norma estándar no son motivo suficiente para considerar que los habitantes de Chile hablan mejor o peor que otros países latinoamericanos, según el experto.
"Lo que explica esta valoración es la instrumentalización política de estas diferencias lingüísticas que se hizo en el siglo XIX", explicó Rojas, excolaborador de la Fundéu, una fundación patrocinada por el BBVA y la Agencia Efe para el buen uso del castellano.
Uno de los protagonistas de esta cruzada contra los modismos fue Andrés Bello, uno de los fundadores de la República de Chile, quien temió que en América Latina, después de independizarse de España, pudiera pasar lo mismo que en Europa tras la caída del Imperio Romano, cuando el latín empezó a fragmentarse en distintas lenguas que llegaron a ser incomprensibles entre sí.
"Bello quería evitar esto y estableció que el habla modelo fuera el de las personas cultas, lo que en Chile se asemejaba al lenguaje de la elite social y económica, por lo que la lengua que circula en Chile se convirtió en una excusa para el clasismo", sostuvo.
Ello derivó en una "condena de la forma de hablar de los estratos populares" que se prolongó desde la época de Andrés Bello hasta el día de hoy.
Pero, nada más lejos que corrupciones lingüísticas, muchas de las características de la forma de hablar de las clases populares chilenas son, según el académico, "formas legítimas que tienen mucha antigüedad".
Página a página, el miembro de la Academia Chilena de la Lengua desgrana la historia del castellano antes de llegar a América y su constitución en el nuevo continente.
Los últimos capítulos del libro destacan las particularidades lingüísticas del castellano que se habla actualmente en Chile, cuyo origen se remonta a varios siglos atrás.
Este es el caso, por ejemplo, de las terminaciones verbales voseantes -tu amái, tu tenís, tu salís-, propias del lenguaje coloquial, que derivan de la segunda persona plural latino "amatis" (de amare 'amar'), transformada en castellano medieval en "amades", luego "amaes", "amáis" y de ahí la forma voseante "amás", usada por ejemplo en Argentina y "amái", con pérdida de la 's' final, usada en Chile.
"Gracias al conocimiento de la historia de la lengua española uno se da cuenta de que la idea de que hablamos mal es un mito que se ha construido a través de la defensa de intereses de ciertos grupos privilegiados de la sociedad", remarcó.
La caída de la 's' final, el seseo o el debilitamiento de la 'd' entre vocales y en posición final está relacionada con la gran influencia que tuvo el andaluz en Chile y en el conjunto de América Latina, donde los primeros españoles que llegaron provenían del sur de España o de las Islas Canarias.
La influencia de la lengua indígena es otro de los rasgos que caracteriza el habla chilena, repleta de léxico como "poto" (trasero), "trutro" (muslo), "palta" (aguacate) "papa" (patata) o zapallo (calabaza), de origen quechua o mapudungun, etnias a las que algunos atribuyen la particular entonación aguda chilena.
"El objetivo de este libro es que el chileno se sienta orgulloso de su manera de hablar. Debemos valorar la diversidad y tratar de superar estas dinámicas tan clasistas que se dan en nuestra sociedad", sentenció.
"¿Por qué los chilenos hablamos como hablamos?", publicado por Uqbar editores, será presentado el próximo martes 9 de junio en la universidad Alberto Hurtado.
Por Júlia Talarn Rabascall
FUENTE: EFE