El dinero debe ser escaso. Si no lo fuese, no tendría el mismo valor. Si antiguamente, y hoy en día en algunos lugares del mundo, se utilizan productos tales como el ganado, las conchas cauríes, la sal o piedras preciosas, como se utiliza el dinero, es debido a su escasez.
¿Pero cómo hemos llegado a dar tanto valor a un trozo de papel pintado y a unas baratijas que llamamos monedas? ¿Por qué le damos más valor que al oro o la plata? El oro, la plata, las piedras preciosas, funcionan como unidad de cuenta, pero su valor es impredecible cuando se hayan nuevos yacimientos.
Es lo que ocurrió por el saqueo del continente americano. La llegada masiva de metales preciosos cambió los valores, ya que hubo más afluencia de plata que de oro. En el S. XI se intercambiaba una pieza de oro por diez de plata. En el S. XVII, se intercambiaba una pieza de oro por cincuenta de plata.
Entre 1500 y 1650, el oro del continente americano aportó, por lo menos, entre 180 y 200 toneladas que se fundían inmediatamente y lo enviaban a España en barras. Solo algunos objetos muy inusuales, como el sol dorado de Cuzco, eran embarcados intactos a modo de propaganda, exhibiendo las riquezas de sus nuevos dominios. Las iglesias europeas aún crujen bajo el peso del oro y la plata americanos, ostentosamente exhibidos. La catedral de Toledo, por ejemplo, alberga un ostensorio realizado con el primer oro llegado de América. Los arquitectos tuvieron que idear un nuevo estilo de decoración para acentuar la entrada de luz con el fin de iluminar los nuevos tesoros de todas las Iglesias y palacios que deseaban deslumbrar con lo saqueado de América: crucifijos, estatuas de santos, tumbas, relicarios dorados... Este material dorado hizo surgir el rococó y el barroco, estilos de ornamentación ostentosas.
Los metales preciosos americanos fueron la base de la riqueza, el poder y el prestigio, y abrieron el camino para que nuevas personas se lanzaran a nuevos negocios, una nueva clase mercantil y capitalista. Los imperios coloniales fueron cruciales en la formación de la economía capitalista mundial. En el primer tomo de Capital, Karl Marx analiza los orígenes de la industria moderna desde la acumulación primitiva de capitales:
“El descubrimiento de oro y plata en América, la extirpación, esclavización y entierro en minas a los habitantes nativos, la conquista de las Indias Orientales, la transformación de África en un laberinto de cacería comercial de pieles negras, alumbran el amanecer rosado de la época de producción capitalista. Estos acontecimientos idílicos son los momentos principales de la acumulación primitiva. A sus talones marcha la guerra comercial de las naciones europeas, donde el escenario es todo el planeta… Si, como dice Augier, el dinero ‘entra al mundo con una congénita mancha de sangre en una de sus mejillas’, el capital llega empapado y chorreando sangre y tierra por cada uno de sus poros”.
Pero un billete tampoco es un resguardo. No podemos ir con un billete a otro lugar a canejarlo por un dinero-mercancía ni por piezas de oro de un orfebre inglés. ¿Entonces, cómo puede ser que le sigamos atribuyendo este valor monetario a un trozo de papel que en realidad, en sí mismo no tiene nada de valor?
Para entenderlo, hay que seguir con la historia. Durante el S. XIX y una buena parte del XX, a los billetes los respaldaba una cantidad de oro llamado "sistema patrón oro". Cuando un país sufría un déficit de oro porque lo exportaban, lo entregaban a cambio de las importaciones, circulaba menos moneda nacional. Como era menor la cantidad de oro que la de bienes existentes, los precios se reajustaban a la baja en comparación a otros países. Esta bajada de precios, a su vez, hacía que se aumentaran las exportaciones, y entonces el oro volvía. De esta manera, el comercio internacional aseguraba un equilibrio en este sistema, pero también suponía aceptar un empobrecimiento del país cuando se exportaba el oro.
Así que todas bajaron los precios para hacer volver al oro, todas al mismo tiempo. Todas querían exportar pero ninguna quería importar. Nadie quería dejar salir su oro, y nadie confiaba en que se volviese a un equilibrio como el del pasado.
Pero las transacciones comerciales crecían, y el oro no. Así que decidieron olvidarse de las reservas de oro y confiar en que todo siguiera su curso. Y siguió su curso, de un modo insospechado. El homo oeconomicus seguía dando un valor monetario a un trozo de papel, simplemente por confianza.
Esto recuerda a la explicación de un jefe de las islas Tonga cuando oyó a un blanco ensalzar las virtudes del dinero. No le convencía, continuaba creyendo que era una estupidez el que las personas atribuyeran valor al dinero cuando no podían o no querían aplicarlo a una finalidad útil (físicamente).
Hoy, los habitantes de Potosí perciben uno de los ingresos per cápita más bajos de Bolivia, a pesar de vivir en uno de los departamentos más ricos en recursos del país.
Dijo: “Si estuviese hecho de hierro y pudiese transformarse en cuchillos, hachas y escoplos, tendría cierto sentido atribuirle valor; pero tal y como es, no le veo ninguno. [...] Ciertamente, el dinero es mucho más manejable y más cómodo, pero como no se estropea guardándolo, la gente lo atesora en lugar de repartirlo, como un jefe debiera hacer, y así se vuelve egoísta; mientras que si las provisiones fuesen la principal propiedad del hombre, como tendría que ser, puesto que son lo más útil y necesario, no las almacenaría porque se le estropearían, y así se vería forzado o a intercambiarlas por alguna otra cosa útil o a compartirlas con sus vecinos, jefes inferiores y subordinados, gratuitamente. Ahora comprendo que lo que hace tan egoísta a los papalangis [los europeos] es el dinero.”
A los mineros de Bolivia
Es el trueno y se desboca
con inimitable fragor.
Cien y mil truenos estallan,
y es profunda su canción.
Son los mineros que llegan,
son los mineros del pueblo,
son los hombres que se encandilan
cuando salen al sol,
y que dominan el trueno.
¡Qué importa, qué importa!
Que la metralla los siega
y la dinamita estalla
y sus cuerpos se disfunden
en partículas de horror.
Salen de una caverna
colgada en la montaña.
Son enjambres de topos
que llegan a morir
sin miedo a la metralla.
Morir, tal la palabra
que es norte de sus días;
despedazado, anemizado
lenta agonía
en la cueva derrumbada.
¡Qué importa, qué importa!
Por la boca del trueno
se oye volar el valor.
Son los mineros de acero,
son el pueblo y su dolor.
Cien y mil truenos estallan,
y es profunda su canción.
(Ernesto "Che" Guevara - Luis Gurevich)
Fuentes:
“An Account of the Tongan Islands in the South Pacific Ocean.” William Mariner
El legado indígena. De cómo los indios americanos transformaron el mundo. Jack Weatherford
"Homo economicus: Una explicación del mundo a través de la economía." Anxo Penalonga
FUENTE: UNAANTROPOLOGAENLALUNA
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