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martes, 27 de noviembre de 2012
UN HILO DORADO EN EL ABISMO: LA FASCINANTE RELACIÓN ENTRE LAS ENFERMEDADES MENTALES, LA CREATIVIDAD Y EL CHAMANISMO
Investigaciones científicas muestran una estrecha relación entre la creatividad y las enfermedades mentales; sin embargo, estas enfermedades, que tan fácil se diagnostican, podrían en otro ambiente y en otro paradigma, ser lo que distingue a un chamán del resto de las personas.
La investigación más extensa sobre la relación entre la creatividad y las enfermedades mentales ha sido publicada recientemente por investigadores del Instituto Karolinska de Suecia, quienes analizaron hasta 40 años de datos en registros de 1.2 millones de personas. Los resultados muestran que las familias con una historia de depresión bipolar y esquizofrenia tuvieron mayores probabilidades de producir artistas y científicos –los escritores, por ejemplo, tuvieron una mayor probabilidad de ser diagnosticados con esquizofrenia, depresión, ansiedad y abuso de drogas, y un 50% más de probabilidades de suicidarse.
También en el Institu Karolinksa, se descubrió hace dos años que existe cierta similitud entre el cerebro de las personas creativas y las esquizofrénicas, ambas con una menor cantidad de genes receptores de dopamina (D2), lo cual teorizan podría ocasionar un menor grado de filtrado de señales y por lo tanto un mayor flujo de información. Esto coincide con la teoría de que la creatividad está ligada a un mayor acceso a la mente inconsciente.
Aunque los investigadores son precavidos y piden no exaltar las enfermedades mentales –en función a estar ligadas con la creatividad– postulan lo que podría ser un cambio de paradigma en el tratamiento: “Si uno toma la perspectiva de que algunos fenómenos asociados con la enfermedad del paciente son benéficos, esto abre una vía para un nuevo acercamiento al tratamiento”, dice el Dr. Kyaga.
En su investigación sobre la creatividad y los procesos neurales que la acompañan, A Journey into Chaos: Creativity and the Unconscious, la Dra. Nancy Andreasen propone una teoría de la creatividad ligada al flujo del pensamiento inconsciente. Basándose en estudios realizados con sujetos del Writers Workshop de la Universidad de Iowa, propone un modelo de creatividad bajo el acrónimo R.E.S.T, esto es random episodic silent thought (pensamiento aleatorio silencioso episódico). Andreasen sugiere que “las regiones que parecen estar más vinculadas al proceso creativo son las del córtex asociativo, las regiones cerebrales que están más activas durante REST, cuando una persona se encuentra involucrada en pensamiento de asociación libre no censurado”. Lo cual la hace concluir que la creatividad surge de la mente inconsciente. Esto también para explicar los procesos de la llamada “inspiración” o momentos Eureka en los que la mente parece estar vagando libremente, sin cuitas específicas, cuando de esta aparente relajación del problema o cuestión que le atañe, surge una epifanía. Probablemente al liberar a la mente del escrutinio racional, esencialmente reduccionista y fragmentario, pero ya asimilando la información que la razón ha puesto dentro de la caja, puede salirse de la caja y ver la imagen completa. Dejar que el sistema operativo sea controlado aunque languidamente por el inconsciente sugiere que entramos a un estado mental en el que podemos acceder a una mayor cantidad de información: todas las memorias que tenemos debajo del umbral cognitivo, reprimidas o simplemente inactivas –memoria hasta del inconsciente colectivo– integradas en la ráfaga de una idea. Y como dice Andreasen: “Durante el proceso creativo, el cerebro trabaja como un sistema autoorganizado”, lo cual sugiere un carácter holístico, es decir, el acto creativo es un acto que toma toda la información del sistema para producir algo nuevo o una nueva forma de entender el todo.
Generalmente se cree que los hombres de genio, como Einstein o Mozart, encuentran sus ecuaciones o sus sinfonías en la naturaleza, como si estuvieran flotando ahí en un mundo eterno de las ideas. Quizás esto sea solamente otra forma de decir que entran en contacto depurado con la información del inconsciente. De igual manera, los chamanes señalan que obtienen sus conocimientos, por ejemplo la medicina de la ayahuasca, de sus ancestros o de los espíritus de la naturaleza. Es posible que exista una memoria colectiva a la que, a través de una resonancia mórfica, en ocasiones tenemos acceso o sintonizamos. Esta memoria quizás no se ubique en el cerebro como tal sino en la naturaleza misma, en un campo morfogenético, como teoriza Rupert Sheldrake. Esto también explicaría la llamada inspiración –una palabra que contiene el prefijo latino in (dentro) y el verbo “spirare”, respirar; la misma etimología que la palabra espíritu, cuyo significado en latín es aliento. Respirar entonces es equivaente a ingerir “espíritus”. Estos espíritus son los que inspiran el conocimiento o la creatividad. Curiosamente en sánscrito el término para la memoria cósmica y el éter es el mismo: akasha.
La modernidad ha dibujado el estereotipo del genio loco –el científico loco, o el artista, que siendo una fuerza de la naturaleza en el ejericio de su creatividad, pierde su mente. Esta imagen a la vez simplifica, romantiza, hace un cliché y rechaza tácitamente a uno de los principales arquetipos de la constelación de personalidades que tiene la psique humana y la sociedad como eje en constante fricción y evolución. Y, sin embargo, tiene cierta razón al equiparar la genialidad, expresada como creatividad, y a las enfermedades mentales –según parece constatar investigación científica reciente. Existe una relación entre las enfermedades mentales, propias o familiares, y el desarrollo del pensamiento creativo (también conocido como pensamiento divergente). Pero vale la pena preguntarse también si esos diagnósticos clínicos o si esta supuesta locura en realidad es una enfermedad mental. La misma persona, naciendo en el seno de una comunidad del Amazonas, con las mismas características mentales que una persona en Boston, por ejemplo, podría convertirse en chamán y guía de su tribu, cuando este mismo individuo en Estados Unidos seguramente sería marginado, recluido y reducido con fármacos que, destinados a curar su divergencia mental, apagarían toda su chispa creativa.
La Neurociencia de la Creatividad
La investigación más extensa sobre la relación entre la creatividad y las enfermedades mentales ha sido publicada recientemente por investigadores del Instituto Karolinska de Suecia, quienes analizaron hasta 40 años de datos en registros de 1.2 millones de personas. Los resultados muestran que las familias con una historia de depresión bipolar y esquizofrenia tuvieron mayores probabilidades de producir artistas y científicos –los escritores, por ejemplo, tuvieron una mayor probabilidad de ser diagnosticados con esquizofrenia, depresión, ansiedad y abuso de drogas, y un 50% más de probabilidades de suicidarse.
También en el Institu Karolinksa, se descubrió hace dos años que existe cierta similitud entre el cerebro de las personas creativas y las esquizofrénicas, ambas con una menor cantidad de genes receptores de dopamina (D2), lo cual teorizan podría ocasionar un menor grado de filtrado de señales y por lo tanto un mayor flujo de información. Esto coincide con la teoría de que la creatividad está ligada a un mayor acceso a la mente inconsciente.
Aunque los investigadores son precavidos y piden no exaltar las enfermedades mentales –en función a estar ligadas con la creatividad– postulan lo que podría ser un cambio de paradigma en el tratamiento: “Si uno toma la perspectiva de que algunos fenómenos asociados con la enfermedad del paciente son benéficos, esto abre una vía para un nuevo acercamiento al tratamiento”, dice el Dr. Kyaga.
En su investigación sobre la creatividad y los procesos neurales que la acompañan, A Journey into Chaos: Creativity and the Unconscious, la Dra. Nancy Andreasen propone una teoría de la creatividad ligada al flujo del pensamiento inconsciente. Basándose en estudios realizados con sujetos del Writers Workshop de la Universidad de Iowa, propone un modelo de creatividad bajo el acrónimo R.E.S.T, esto es random episodic silent thought (pensamiento aleatorio silencioso episódico). Andreasen sugiere que “las regiones que parecen estar más vinculadas al proceso creativo son las del córtex asociativo, las regiones cerebrales que están más activas durante REST, cuando una persona se encuentra involucrada en pensamiento de asociación libre no censurado”. Lo cual la hace concluir que la creatividad surge de la mente inconsciente. Esto también para explicar los procesos de la llamada “inspiración” o momentos Eureka en los que la mente parece estar vagando libremente, sin cuitas específicas, cuando de esta aparente relajación del problema o cuestión que le atañe, surge una epifanía. Probablemente al liberar a la mente del escrutinio racional, esencialmente reduccionista y fragmentario, pero ya asimilando la información que la razón ha puesto dentro de la caja, puede salirse de la caja y ver la imagen completa. Dejar que el sistema operativo sea controlado aunque languidamente por el inconsciente sugiere que entramos a un estado mental en el que podemos acceder a una mayor cantidad de información: todas las memorias que tenemos debajo del umbral cognitivo, reprimidas o simplemente inactivas –memoria hasta del inconsciente colectivo– integradas en la ráfaga de una idea. Y como dice Andreasen: “Durante el proceso creativo, el cerebro trabaja como un sistema autoorganizado”, lo cual sugiere un carácter holístico, es decir, el acto creativo es un acto que toma toda la información del sistema para producir algo nuevo o una nueva forma de entender el todo.
Generalmente se cree que los hombres de genio, como Einstein o Mozart, encuentran sus ecuaciones o sus sinfonías en la naturaleza, como si estuvieran flotando ahí en un mundo eterno de las ideas. Quizás esto sea solamente otra forma de decir que entran en contacto depurado con la información del inconsciente. De igual manera, los chamanes señalan que obtienen sus conocimientos, por ejemplo la medicina de la ayahuasca, de sus ancestros o de los espíritus de la naturaleza. Es posible que exista una memoria colectiva a la que, a través de una resonancia mórfica, en ocasiones tenemos acceso o sintonizamos. Esta memoria quizás no se ubique en el cerebro como tal sino en la naturaleza misma, en un campo morfogenético, como teoriza Rupert Sheldrake. Esto también explicaría la llamada inspiración –una palabra que contiene el prefijo latino in (dentro) y el verbo “spirare”, respirar; la misma etimología que la palabra espíritu, cuyo significado en latín es aliento. Respirar entonces es equivaente a ingerir “espíritus”. Estos espíritus son los que inspiran el conocimiento o la creatividad. Curiosamente en sánscrito el término para la memoria cósmica y el éter es el mismo: akasha.
Hamlet VS la Matrix
La única diferencia
entre un loco y yo,
es que yo no estoy loco.
Dalí
Actualmente existen datos que sugieren que cerca del 20% de los estadounidenses padece algún tipo de enfermedad mental; otras cifras pronostican que hasta 2 mil millones de personas podrían padecer demencia en el 2050. La Asociación Americana de Psiquiatría cada vez acuña una mayor cantidad de enfermedades, un aumento exponencial se ha registrado en los últimos 50 años pasando de 130 a 357 enfermedades mentales clasificadas, incluyendo una nueva que llama ”trastorno de desafío oposicional” (ODD, por sus siglas en inglés) y define como “un patrón constante de comportamiento desobediente, hostil y desafiante”.
Volvemos a plantear la pregunta, ¿en realidad la estructura mental de estas personas que están siendo recluidas en instituciones mentales, marginadas de la sociedad y dosificadas con fuertes fármacos –alimentando una multimillonaria industria– es enferma y congénitamente disfuncional? O ¿es solamente enferma y disfuncional bajo un paradigma, relativamente reciente, con el que la sociedad y el poder establecido busca defenderse de las fuerzas del caos, de la incertidumbre y del cambio radical? Lo cual nos hace recordar lo que dijera J. Krishnamurti: “No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”. O la introducción a la Historia de Locura de Foucault, con esta cita de Pascal: “Los hombres son tan necesariamente locos que habría que estar afectado por otro giro de locura para no estarlo”. Uno puede sospechar que, paradójicamente, un mundo como el nuestro solo la locura lo cura.
“Amor conducido por la locura”
En su imprescindible texto Historia de la locura en la época clásica, Michel Foucault explica cómo partir de la desaparición de la lepra, la locura llegó a ocupar su posición de exclusión. Antes, los locos eran entendidos como aquellos que habían llegado demasiado cerca a la razón de Dios y eran aceptados en el medio de la sociedad. Pero ya en el siglo XVII, en lo que Foucault describe como el Gran Confinamiento, los miembros irracionales de la sociedad fueron sistemáticamente institucionalizados. Con la Ilustración la locura llegó a verse como la antípoda de la razón (que a su vez ascendió al trono único de las formas del conocimiento: algo que apenas hoy se empieza a cuestionar seriamente otra vez con la llamada inteligencia emocional y el movimiento feminista). Foucault también, dentro de su filosofía, describe como el cuerpo humano, estudiado en prisiones y hospitales, se ve sujeto al poder, se convierte en un mecanismo de poder para las instituciones: el cuerpo traducido en información.
El caso más emblemático en la literatura de un hombre que es llevado al exilio y finalmente a la muerte por una sociedad que lo rechaza, etiquetándolo como mentalmente enfermo, pero que aún así lleva a cabo el papel de reestablecer un orden más profundo –o al menos subvertir el existente para dinamizar un proceso de transformación. Esta tal vez sea la labor arquetípicamente trágica del “loco” en el drama cósmico de la vida.
En un principio Hamlet es capaz no solo de percibir lo que los demás no logran hacer (el fantasma de su padre), sino de asimilar (como lo hace un chamán, y a diferencia de Horatio) y descubrir a través de esta percepción paranormal una cuestión vital para su comunidad (el crimen por el que se ha elevado a su tío al trono de Dinamarca). Sin embargo, al denunciar este crimen, los dueños de la realidad lo exilian tanto física como simbólicamente (y de la misma realidad) desatando una energía psíquica que no podrá más que terminar en una tragedia.
Entre la iluminación y la locura, Hamlet desvela el mundo invisible, el mundo de los ancestros, que para los chamanes es la fuente de conocimiento principal:
There are more things in heaven and earth, Horatio,
Than are dreamt of in your philosophy
Y con maestría psicológica una sencilla frase que luego sería evocada por Milton cuando dijo: “La mente es su propio lugar y, en sí misma, puede hacer un Cielo del Infierno, un Infierno del Cielo”, y que actualmente forma la base del pensamiento new age:
There is nothing either good or bad, but thinking makes it so.
Y la más famosa de sus cavilaciones metafísicas, que daría pie al Aleph de Borges y que hoy llamaríamos “conciencia holográfica”:
I could be bounded in a nutshell, and count myself a king of infinite space.
Estas iluminaciones del Príncipe de Dinamarca coquetean con un mistiscismo culturalmente transversal, simbolizando joyas descubiertas por el entendimiento de quien ha viajado a los mundos que yacen más allá del trance consensual de la realidad cotidiana. Y es que Hamlet, ya como símbolo universal que escapa de la ficción, ciertamente es digno de ser rey o chamán, sólo que su comunidad no lo ha sabido proteger.
Chamanismo y arte: la mecha divina entre mundos
”El hombre loco y el chamán nadan en aguas donde el loco se ahoga”. Randy Moss
Como hemos visto, es posible que exista una tenue línea entre el hombre de genio o el hombre creativo y el enfermo mental. Esta línea quizás no tenga una demarcación fija, pero al ser marcada en un punto con dejos definitivos por la sociedad parece empezar a marcarse también en la realidad y en la mente de un individuo, cuya característica principal podría ser sólo tener una mente inusualmente divergente.
A la par a la figura occidental del genio, existe en las tradiciones indígenas, aquellas más apegadas la convivencia con la Tierra, la figura del chamán. El chamán parece ser una versión más completa de lo que es para Occidente el artista. Como si un artista brillante (y rayando en lo que consideramos locura) hubiera tenido la oportunidad de florecer psicológicamente e incorporar todo una serie de técnicas ancestrales para crear y para curar. Como si un artista hubiera sido educado como un príncipe de la selva, mimado por las musas y los númenes y llevado concienzudamente por los sabios (y magos) de la corte.
Al igual que el chamán el artista también cumple una función profética y una función sanadora. Según McLuhan: “El artista se involucra en detallar una historia del futuro ya que está consciente de las posibilidades inutilizadas del presente”. Y de nuevo: “El artista es el hombre en cualquier campo, científico o humanista, que palpa las implicaciones de sus actos y del nuevo conocimiento en su propio tiempo. Es el hombre de una conciencia integral”. Según Jodorowsky: “El arte que no cura, no es arte”. Otro en punto en común –entre el chamán, el loco y el artista– es que suelen dejar a un lado las improntas de la sociedad y regirse por su propio orden –o un orden secreto. Todos estos son caminos para la individuación.
Una notable definción del chamán, es aquella de Terence Mckenna, que dice: “el chamán es el que ha visto el final”. De su lectura del presente, de su penetración de la profundidad infinita o casi infinita de lo que existe aquí, detrás de los velos: ”el chamán viaja a recuperar la joya perdida en el principio del tiempo… disuelve fronteras, trasciende los conceptos culturales de nuestra sociedad, viaja al mundo de las ideas de Gaia y las trae de regreso en forma de arte, en su lucha por salvar al mundo”. En cierta forma, una intuición esotérica sugiere que el chamán vive constantemente el Apocalipsis en sus incursiones psicodélicas, y conforme a esa revelación dirige el timón del barco colectivo, para cumplir el sueño de la Tierra.
De aquí podemos extrapolar la posibilidad de que muchas personas, particularmente las esquizofrénicas, podrían convertirse, bien llevadas, en chamanes o artistas de gran creatividad. El esquizofrénico nada en las mismas aguas que el chamán, la diferencia es que el chamán tiene la confianza de su comunidad y miles de años de técnicas a las cuales recurrir para surfear las olas o frecuencias mentales de mundos superimpuestos que se agitan.
Al chamán se le se detecta en la comunidad desde temprano, por ciertas características, hereditarias y aprendidas, y se le dice: “tú curarás, tú profetizarás, tu guiarás”, etc, al esquizofrénico o al bipolar también se les detecta temprano y se les dice: “tú no encajas, tú eres un problema, tú no puedes cuidarte a ti mismo, tú estás enfermo, tú debes de estar encerrado” y se le trata de manera que su divergencia se convierte en una enfermedad: ”imagina si fueras un poco raro y la solución fuera ponerte en un lugar donde todos están locos”, un ambiente que seguramente tendría fuertes consecuencias en la salud mental. Pero de entrada esa supuesta enfermedad mental en muchos casos no existía –incluso actualmente se pone en duda que la esquizofrenia sea una enfermedad mental, ya que no presenta necesariamente degeneración cerebral. La seguridad, el reforzamiento de la familia, el cariño es vital para el desarrollo. Un chamán tiene la protección de la comunidad o de un círculo sagrado en cuyo centro está el fuego y en cuyo perímetro visible está la tribu; en su perímetro invisible yacen los espíritus guiardianes y ancestros. Un hombre loco está solo.
La diferencia estriba en tener una tradición para conducir la locura. Algo que los mismos griegos tenían, aunque padres primeros del imperio de la razón. Aristóteles decía que no existía “genio sin una tintura de locura”. En el Fedro, como recuerda Roberto Calasso, Sócrates señala que a través del “justo delirar” se puede alcanzar la liberación de los males. Y que la manía –que hoy siempre connota una enfermedad– es más bella que la sophrosyne, la mesura. Esto es porque “la manía nace del dios” mientras que la sophrosyne “nace entre hombres”. De lo que podmeos deducir que estamos medicando –mesurando–aquello que nace de los dioses en nosotros. Roberto Calasso en sus libros muestra reiteradamente la importancia que tenía en diferentes culturas, como la griega o la india, la posesión para el conocimiento y el desarrollo espiritual de un indiviudo, generalmente un héroe. La posesión era algo natural y biendeseado. El amor, por ejemplo, era entendido, literalmente como la invasión del Dios Eros, quien solivianta una pasión. Había un tipo de locura que venía de las ninfas, a la cual incluso los dioses, como Apolo, se entregaban. Esta divina manía era la del conocimiento místico. Incluso en los Vedas se habla que la inmortalidad del soma, solo se concede a través de la ninfa y de la serpiente. Hoy en día vemos la posesión cargada de una connotación negativa –hasta el punto de que si la detectamos inmediatamente buscamos interrumpirla y secluirla.
No tenemos los canales para explotar el conocimiento que viene por medios no ordinarios, como teníamos en aquellas ciudades enteras que se erigían alrededor de los oráculos o de los misterios, como Delfos o Eleusis, en la antigua Grecia. Dice Mckenna:
No tenemos tradicion del chamanismo, no tenemos tradición aventurándonos a estos mundos mentales, nos aterra la locura, le tememos porque la mente occidental es un castillo de naipes, y las personas que lo construyeron lo saben.
El Hilo Dorado de la Creatividad
Le tememos miedo a la locura, quizás porque la locura no tiene miedo. No tiene miedo al cambio, al misterio, a la destrucción, a la muerte (el chamán no teme la muerte porque ha visto el final). En cierta forma es un instinto de preservación, una manifestación de la eterna lucha entre el orden y el caos. Es necesario un tiempo para asentarse, pero también es necesaria una energía que irrumpa y movilice: rebeldía y revolución. La locura sin ser encauzada sólo subvierte y desordena; el chamán es capaz de cuidar el fuego como de desatar la tormenta.
El pensamiento occidental observa la vida como un problema que debe resolverse. El chamanismo como un misterio que debe vivirse. El chamán ama al Gran Misterio, incluso le reza y lo eleva como uno de los nombres de la divinidad. Se arroja a él con coraje y confianza. “La naturaleza ama el coraje” (aquel impulso que vien del corazón), “tú haces el compromiso y la naturaleza responde a ese compromiso removiendo obstáculos imposibles… Este es el truco. Esto es lo que entendieron todos los maestros y filósofos que en realidad tocaron el oro alquímico, esto es lo que entendieron. Esta es la danza chamánica en la cascada. Así es como se hace la magia. Al arrojarte al abismo y descubir que es una cama de plumas”, dice inspirado Terence Mckenna.
Arrojarse al abismo –como el Loco del Tarot que se perfila sobre el desfiladero temeriariamente porque tiene al Sol atrás iluminándoo–, es lo que Carlos Castaneda llama “el vuelo abstracto” es entregarse al espíritu. Fe, que en palabras de Alan Watts, significa confiar en el misterio de la vida. Pero no es una fe ciega, es un reconocimiento, es un acto gratitud, puesto que el que se arroja ya ha visto de que está hecho el mundo. Ya ha comprobado la magia ya ha recibido los dones de la vida, solo necesita como última prueba disolverse en ella –para liberarse. Curiosamente el psicólogo Gary Fitzgibbon, dice que la creatividad también puede entenderse como una habilidad particular para “suspender la incredulidad”. Suspender la incredulidad, porque, como dijera Phillip K. Dick en Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas: “Todo es verdad… Todo lo que jamás alguien ha pensado es verdad”. La locura, se dice, es creer en algo que no es real. ¿Pero que sucede si somos capaces de crear lo que creemos?
Por último, quiero referirme al libro Gödel, Escher Bach: An Eternal Golden Braid, en el que Douglas Hofstadter traza los hilos conductores y conectivos que tejen la inteligencia humana en sus más altos puntos. Yo imaginó que existe un mismo hilo dorado de creación entre la locura, el chamanismo y el arte. Un hilo que se suspende en el abismo, que es la cuerda del equilibrista que cruza entre mundos, que es una especie de resortera que lo eleva, del inframundo a los mundos superiores (donde es un relámpago) y que a la vez es un cable que lo mantiene conectado con la totalidad de la existencia que emerge del vacío cuántico. Es un hilo escurridizo y letal, pero con él se pueden tejer todas las historias y llenarlas de un misterioso polvo dorado. La visión de ese hilo dorado es lo que lleva a arrojarse al abismo –como si éste fuera “una cama de plumas”.
Twitter: @alepholo
FUENTE: PIJAMASURF
CONCESIONES Y DESCUBRIMIENTOS: LA MATERIA PRIMA DE LA LITERATURA
Escribimos para conceder y para descubrir, para sabernos súbditos de formas ya existentes y probadas y para encontrarnos con hallazgos inesperados que solo el prisma de la escritura vuelve evidentes.
Escribir es para algunos un ejercicio vital que se realiza sin otra ambición más que la de sobrellevar los altibajos y vaivenes de la vida interior. Desde una perspectiva sumamente romántica, este es el caso del escritor “auténtico”, aquel que pone los conflictos de su existencia por encima de búsquedas que al final se revelan triviales como la celebridad, el reconocimiento o la trascendencia. Se escribe para tratar de entender lo que no se entiende, lo que nos sobrepasa, lo que quisiéramos ver resuelto o terminado. Para algunos la escritura es al mismo tiempo el laberinto y el hilo de Ariadna, el confuso edificio donde nada parece tener sentido y la manera que se elige para salir de ahí.
Sin embargo, también es cierto que sobre la escritura pesa una vasta tradición que no es sino una expresión de las estructuras más íntimas, más irrenunciables del lenguaje mismo. En sus Investigaciones filosóficas, Ludwig Wittgenstein se preguntó por la posibilidad de inventar un lenguaje privado, uno que solo una persona entendiera, uno que fuera tan personal que estuviera ligado con circunstancias netamente subjetivas, digamos, ese dolor de cierto músculo en el cuello que alguien sintiera todas las mañanas al despertarse (¿porque qué hay más privado que el dolor y la percepción inefable que tenemos de él?), el cual asociaría con un significante específico que a su vez pasaría a formar parte de un lenguaje: el lenguaje privado que solo su inventor entendería.
Solo que el asunto no es tan sencillo, pues en algún momento Wittgenstein se dio cuenta de que si bien la asociación entre significado y significante sería comprendida únicamente por quien la estableciera, no así el marco al que esta perteneciera, la manera en que dicho lenguaje se construiría. Wittgenstein advirtió que tal vez podemos inventar algo personalísimo, pero la manera en que inventamos, los métodos que seguimos, nuestros artificios falsamente originales, parten de una base ya existente, creada espontánea y socialmente, aprendida en cierto momento de nuestra vida, insoslayable en la medida en que es tan profundamente nuestra, que incluso se trata del recurso más eficaz que nuestra especie desarrolló evolutivamente para sobrevivir, eso a lo que con cierta comodidad conceptual nos referimos como cultura (con cierto matiz civilizatorio).
En este sentido, quien escribe por lo regular lo hace teniendo referentes conscientes o inconscientes que guían su práctica: recuerdos de sus lecturas, consejos de sus maestros, una sensibilidad adquirida que le dicta los parámetros de satisfacción en lo que hace e incluso, efectuando una reducción todavía mayor, mecanismos y estrategias que se siguen para conseguir un efecto, alcanzar un fin, plantear la causa que provoque la consecuencia de antemano conocida y esperada.
Esto, para algunos, es el ejercicio de la escritura: una práctica que puede enseñarse y aprenderse, domesticarse, reducirse a algoritmos y recomendaciones.
Y si bien la otra perspectiva es mucho más sublimada, teniendo en cuenta las consideraciones de Wittgenstein, el escritor “auténtico”, “sincero”, también recurre a esas formas ya probadas, sobre las cuales amolda el mensaje que verdaderamente quiere transmitir, esas perlas por lo regular sentimentales, emotivas, que para algunos son los elementos básicos de la experiencia literaria, de la literatura que conmueve y transforma.
Es esta dualidad, me parece, la que convierte la literatura en arte, en una actividad que nos expresa independientemente de quiénes seamos, que de algún modo cumple el requisito de cifrar la condición humana (una concepción específica de ser humano, eso es cierto) a un grado tal que nos permita entendernos mejor o al menos confundirnos todavía más pero de una manera que podría considerarse fértil, dejando el campo abierto para más preguntas y no cerrado a la cómoda cosecha de las respuestas. Se trata, siempre, de la tensión entre las formas establecidas y aquello que quien escribe siente que no se ha dicho de ese modo en que lo está intentando.
La escritura es un ejercicio constante de concesión y descubrimiento: por un lado, quien escribe se ve forzado a sujetarse a reglas determinadas, a aceptar incontestablemente formas que ya existían antes y existirán después; pero, por otro, la escritura también viene acompañada de hallazgos inesperados, cosas que se descubren solo al escribir y que provienen de los dominios más íntimos y profundos del escritor.
Pienso especialmente en un tipo de escritura un poco realista, un poco autobiográfica. Entre quienes escriben partiendo de lo que han vivido, hay ciertos momentos en que la fidelidad del relato se quiebra, justo por una concesión o por un descubrimiento: o ese realismo ingenuo cede ante un recurso literario ―es decir, la descripción de la vida pierde importancia frente a la oportunidad que se presenta de reproducir cierto efecto que la sensibilidad o la experiencia reconocen como tal y en todo su posible alcance― o, en el otro aspecto, se llega a un descubrimiento, algo relacionado con ese relato vital que solo la reflexión posterior, el prisma de la escritura, hace ver ―un error cometido y entonces invisible, un gesto mal comprendido, una actitud incompatible pero inadvertida en determinada situación―, un hallazgo que se desea mostrar a toda costa, por lo inusitado del acontecimiento.
Entonces, pongamos por caso, se transcribe un sueño y la prisa por salir en la mañana nos hace rematarlo con un final que sabemos dramático o patético pero no necesariamente fiel a lo soñado (y entonces, apenas puesto el punto final, el soñante ya no sabe si de verdad el sueño terminaba así o de otra manera). O escribimos y la rememoración escrita de lo sucedido nos vuelve evidente, y acaso tranquilizante, el error de cálculo cometido en una búsqueda malograda.
Así, al escribir, es posible mentir doblemente: apegándose a la herencia literaria o haciendo explícitas las ficciones que nos creamos para dar sentido a lo que no entendemos.
Twitter del autor: @saturnesco
René Magritte, Le Portrait de Paul Éluard (1936)
Escribir es para algunos un ejercicio vital que se realiza sin otra ambición más que la de sobrellevar los altibajos y vaivenes de la vida interior. Desde una perspectiva sumamente romántica, este es el caso del escritor “auténtico”, aquel que pone los conflictos de su existencia por encima de búsquedas que al final se revelan triviales como la celebridad, el reconocimiento o la trascendencia. Se escribe para tratar de entender lo que no se entiende, lo que nos sobrepasa, lo que quisiéramos ver resuelto o terminado. Para algunos la escritura es al mismo tiempo el laberinto y el hilo de Ariadna, el confuso edificio donde nada parece tener sentido y la manera que se elige para salir de ahí.
Sin embargo, también es cierto que sobre la escritura pesa una vasta tradición que no es sino una expresión de las estructuras más íntimas, más irrenunciables del lenguaje mismo. En sus Investigaciones filosóficas, Ludwig Wittgenstein se preguntó por la posibilidad de inventar un lenguaje privado, uno que solo una persona entendiera, uno que fuera tan personal que estuviera ligado con circunstancias netamente subjetivas, digamos, ese dolor de cierto músculo en el cuello que alguien sintiera todas las mañanas al despertarse (¿porque qué hay más privado que el dolor y la percepción inefable que tenemos de él?), el cual asociaría con un significante específico que a su vez pasaría a formar parte de un lenguaje: el lenguaje privado que solo su inventor entendería.
Solo que el asunto no es tan sencillo, pues en algún momento Wittgenstein se dio cuenta de que si bien la asociación entre significado y significante sería comprendida únicamente por quien la estableciera, no así el marco al que esta perteneciera, la manera en que dicho lenguaje se construiría. Wittgenstein advirtió que tal vez podemos inventar algo personalísimo, pero la manera en que inventamos, los métodos que seguimos, nuestros artificios falsamente originales, parten de una base ya existente, creada espontánea y socialmente, aprendida en cierto momento de nuestra vida, insoslayable en la medida en que es tan profundamente nuestra, que incluso se trata del recurso más eficaz que nuestra especie desarrolló evolutivamente para sobrevivir, eso a lo que con cierta comodidad conceptual nos referimos como cultura (con cierto matiz civilizatorio).
En este sentido, quien escribe por lo regular lo hace teniendo referentes conscientes o inconscientes que guían su práctica: recuerdos de sus lecturas, consejos de sus maestros, una sensibilidad adquirida que le dicta los parámetros de satisfacción en lo que hace e incluso, efectuando una reducción todavía mayor, mecanismos y estrategias que se siguen para conseguir un efecto, alcanzar un fin, plantear la causa que provoque la consecuencia de antemano conocida y esperada.
Esto, para algunos, es el ejercicio de la escritura: una práctica que puede enseñarse y aprenderse, domesticarse, reducirse a algoritmos y recomendaciones.
Y si bien la otra perspectiva es mucho más sublimada, teniendo en cuenta las consideraciones de Wittgenstein, el escritor “auténtico”, “sincero”, también recurre a esas formas ya probadas, sobre las cuales amolda el mensaje que verdaderamente quiere transmitir, esas perlas por lo regular sentimentales, emotivas, que para algunos son los elementos básicos de la experiencia literaria, de la literatura que conmueve y transforma.
Es esta dualidad, me parece, la que convierte la literatura en arte, en una actividad que nos expresa independientemente de quiénes seamos, que de algún modo cumple el requisito de cifrar la condición humana (una concepción específica de ser humano, eso es cierto) a un grado tal que nos permita entendernos mejor o al menos confundirnos todavía más pero de una manera que podría considerarse fértil, dejando el campo abierto para más preguntas y no cerrado a la cómoda cosecha de las respuestas. Se trata, siempre, de la tensión entre las formas establecidas y aquello que quien escribe siente que no se ha dicho de ese modo en que lo está intentando.
La escritura es un ejercicio constante de concesión y descubrimiento: por un lado, quien escribe se ve forzado a sujetarse a reglas determinadas, a aceptar incontestablemente formas que ya existían antes y existirán después; pero, por otro, la escritura también viene acompañada de hallazgos inesperados, cosas que se descubren solo al escribir y que provienen de los dominios más íntimos y profundos del escritor.
Pienso especialmente en un tipo de escritura un poco realista, un poco autobiográfica. Entre quienes escriben partiendo de lo que han vivido, hay ciertos momentos en que la fidelidad del relato se quiebra, justo por una concesión o por un descubrimiento: o ese realismo ingenuo cede ante un recurso literario ―es decir, la descripción de la vida pierde importancia frente a la oportunidad que se presenta de reproducir cierto efecto que la sensibilidad o la experiencia reconocen como tal y en todo su posible alcance― o, en el otro aspecto, se llega a un descubrimiento, algo relacionado con ese relato vital que solo la reflexión posterior, el prisma de la escritura, hace ver ―un error cometido y entonces invisible, un gesto mal comprendido, una actitud incompatible pero inadvertida en determinada situación―, un hallazgo que se desea mostrar a toda costa, por lo inusitado del acontecimiento.
Entonces, pongamos por caso, se transcribe un sueño y la prisa por salir en la mañana nos hace rematarlo con un final que sabemos dramático o patético pero no necesariamente fiel a lo soñado (y entonces, apenas puesto el punto final, el soñante ya no sabe si de verdad el sueño terminaba así o de otra manera). O escribimos y la rememoración escrita de lo sucedido nos vuelve evidente, y acaso tranquilizante, el error de cálculo cometido en una búsqueda malograda.
Así, al escribir, es posible mentir doblemente: apegándose a la herencia literaria o haciendo explícitas las ficciones que nos creamos para dar sentido a lo que no entendemos.
Twitter del autor: @saturnesco
FUENTE: PIJAMASURF
MOMENTOS ROBOT: LA DESESPERACIÓN DE CREAR A ALGUIEN CON QUIEN COMPARTIR LA EXISTENCIA
Los robots y, en general, la inteligencia artificial, parece ser un subterfugio más del ser humano para evadir su soledad y llenar de alguna forma el vacío de saberse abandonado y acaso incomprendido en ese vasto universo que es la conciencia de sí.
La aceleración del cambio es la nueva normalidad. Hasta los descubrimientos más espectaculares que esperamos harán nada más que empujarnos más allá en la montaña rusa de arcos exponenciales que definen la vida moderna. Pero hay un desarrollo que fundamentalmente cambiaría todo, el descubrimiento de la inteligencia no-humana al nivel de la nuestra o inclusive superior. Estudios han argumentado que la búsqueda para la generación de la inteligencia artificial de nuestra especie, está basada en esencia en el sentimiento de soledad, esa soledad descarada, dolorosa y existencial que en principio es la que llena nuestra fe en los dioses, cuya existencia está más allá de la lógica o evidencia. Esto es lo que anima nuestra creencia en espíritus, hadas, duendes, fantasmas y aliens. Por esta razón investigamos la inteligencia de nuestros compañeros animales, con la esperanza de comenzar una conversación. Necesitamos desesperadamente a alguien más con quien hablar.
La primera vez que vimos en el mercado a las tecnologías sociales fue en 1997 con el lanzamiento de Tamagotchi, una criatura en una pantalla pequeña que no se ofrecía a cuidarnos, pero nos pedía que cuidáramos de ella. El Tamagotchi necesitaba ser alimentado y entretenido. Necesitaba que sus propietarios lo limpiaran después de sus desastres digitales. Los Tamagotchis demostraron que en la sociabilidad digital, la crianza es un “aplicación” muy rentable. Nos nutrimos de lo que nos gusta, pero amamos lo que nutrimos. En los primeros días de la inteligencia artificial, el énfasis ha sido en la construcción de artefactos que nos impresionen con su conocimiento y comprensión. Cuando la inteligencia artificial se vuelve más sociable, el juego cambia: los artefactos “relacionales” que siguieron a los Tamagotchis inspiraron sentimientos de conexión, ya que tocaron las fibras “darwinianas” de la gente: nos pidieron que les enseñáramos, hicieron contacto visual, siguieron nuestros movimientos, se acordaban de nuestros nombres. Para la gente, estos son los marcadores de la sensibilidad, que nos señalan, correcta o equivocadamente, que hay alguien que nos acompaña.
Las tecnologías sociables subieron al escenario como juguetes, pero en el futuro, se presentan como potenciales niñeras, maestros, terapeutas, entrenadores de vida, y cuidadores de ancianos. En primer lugar, se presentarán como “mejor que las otras opciones”. (Es mejor tener un robot como entrenador que simplemente leer un libro sobre ejercicio. Si tu mamá está en un asilo de ancianos, es mejor dejar su interacción con un robot que conoce sus hábitos e intereses que dejarla viendo todo el día la televisión.) Pero con el tiempo, los robots se presentarán como “mejor que la opción”, es decir, preferibles a un humano disponible, o en otros casos, a una mascota. Serán promovidos por tener mejores habilidades, de la memoria, la atención y la paciencia, que las personas no siempre comparten. “Nunca sabemos realmente cómo se siente otra persona, la gente siempre esconde sus emociones. Los Robots serían más seguros”. Por más que avancemos en la historia de la ingeniería inteligente, nuestros apegos a la evolución de la tecnología se dirigen a los sentimientos de amor no correspondido.
En Love and Sex with Robots, David Levy argumenta que los robots nos enseñarán a ser mejores amigos y amantes, porque vamos a ser capaces de practicar en ellos, en lo físico y en lo social. Más allá que ésto, los robots pueden sustituir las carencias de la gente. Levy propone, entre otras cosas, las virtudes del matrimonio con robots. Afirma que los robots son “algo diferente”, pero en muchos aspectos mejor. Sin cuernos y sin rupturas de corazón.
Aunque no seamos muy entusiastas con las sugerencias “sci-fi” de Levy, debido a que el hecho de que lleguemos a considerar el matrimonio con robots sería un claro ejemplo de nuestro fracaso como humanos, el argumento de Love and Sex with Robots no deja de ser exótico y nos prepara de alguna manera para los momentos robot, una arista más de lo que Ray Kurzweil llama “Singularity” la fusión social y biológica con la tecnología.
Imaginemos a Natalia de 9 años, que se le ha dado a un perro robot. Ella no puede tener un perro de verdad a causa de sus alergias, pero el atractivo del robot va más allá. Que en éste caso sería “mejor que la opción.” El robot de Natalia, mejor conocido como un Aibo, es un perro que puede ser hecho a la medida del propietario. Natalia piensa: “Estaría padre poder mantener Aibo en su etapa de cachorro para las personas que les gusta tener cachorros”. Hay un paso muy grande del robot “cachorro para siempre” de Natalia al “amante robot”de David Levy. Pero comparten la fantasía de que podemos comenzar con la sustitución de una persona que no está disponible por la de un robot, se pasará a la elección específicamente de compañeros maleables y artificiales. Si el robot es tu mascota, siempre se podrá mantener cachorro porque así es como te gusta. Si el robot es tu amante, siempre podrás ser el centro de su universo, porque así es como te gusta.
Pero, ¿qué ocurrirá si conseguimos lo que queremos? Si nuestras mascotas se quedan cachorritos por siempre, si nuestros amantes siempre nos dicen las cosas más dulces? Si sólo conocemos el lado más lindo y amoroso no aprenderemos acerca de la madurez, el crecimiento, el cambio y la responsabilidad. Si sólo conocemos a una pareja complaciente, terminas no conociendo a tu pareja ni a ti mismo.
Los momentos robot nos llevan a la pregunta que debemos hacernos de cada tecnología ¿Es funcional ante nuestros propósitos humanos? Una pregunta que nos lleva a reconsiderar cuáles son estos propósitos. Cuando nos conectemos con los robots del futuro, les vamos a platicar y ellos recordarán. Pero, ¿realmente nos escucharon? ¿Nos han “oído” de una manera que les importa? ¿Nos llegará a importar si nos entienden?
Lo que es un hecho inevitable es que, de un modo u otro, la humanidad encontrará a alguien o algo con quién hablar. La única incertidumbre es hacia donde nos conducirán esas conversaciones. Los compañeros artificiales nos servirán para tener conversaciones más íntimas, no sólo por su proximidad, sino porque van a hablar en nuestro idioma desde el primer momento de su creación. Sin embargo, lo que podría suceder a medida que evolucionan de manera exponencial es que se vuelvan tan inteligentes que ya no quieran hablar con nosotros, es posible que eventualmente desarrollen una agenda propia que no haga absolutamente ningún sentido desde el punto de vista humano. Un mundo compartido con robots súper-inteligentes es un momento difícil de imaginar. Si tenemos buena suerte, nuestras creaciones con mentes súper-desarrolladas nos tratarán como mascotas. Si tenemos mala suerte, nos tratarán como alimento.
Twitter del autor: Benjamin Malik/@BienMal_
La aceleración del cambio es la nueva normalidad. Hasta los descubrimientos más espectaculares que esperamos harán nada más que empujarnos más allá en la montaña rusa de arcos exponenciales que definen la vida moderna. Pero hay un desarrollo que fundamentalmente cambiaría todo, el descubrimiento de la inteligencia no-humana al nivel de la nuestra o inclusive superior. Estudios han argumentado que la búsqueda para la generación de la inteligencia artificial de nuestra especie, está basada en esencia en el sentimiento de soledad, esa soledad descarada, dolorosa y existencial que en principio es la que llena nuestra fe en los dioses, cuya existencia está más allá de la lógica o evidencia. Esto es lo que anima nuestra creencia en espíritus, hadas, duendes, fantasmas y aliens. Por esta razón investigamos la inteligencia de nuestros compañeros animales, con la esperanza de comenzar una conversación. Necesitamos desesperadamente a alguien más con quien hablar.
La primera vez que vimos en el mercado a las tecnologías sociales fue en 1997 con el lanzamiento de Tamagotchi, una criatura en una pantalla pequeña que no se ofrecía a cuidarnos, pero nos pedía que cuidáramos de ella. El Tamagotchi necesitaba ser alimentado y entretenido. Necesitaba que sus propietarios lo limpiaran después de sus desastres digitales. Los Tamagotchis demostraron que en la sociabilidad digital, la crianza es un “aplicación” muy rentable. Nos nutrimos de lo que nos gusta, pero amamos lo que nutrimos. En los primeros días de la inteligencia artificial, el énfasis ha sido en la construcción de artefactos que nos impresionen con su conocimiento y comprensión. Cuando la inteligencia artificial se vuelve más sociable, el juego cambia: los artefactos “relacionales” que siguieron a los Tamagotchis inspiraron sentimientos de conexión, ya que tocaron las fibras “darwinianas” de la gente: nos pidieron que les enseñáramos, hicieron contacto visual, siguieron nuestros movimientos, se acordaban de nuestros nombres. Para la gente, estos son los marcadores de la sensibilidad, que nos señalan, correcta o equivocadamente, que hay alguien que nos acompaña.
Las tecnologías sociables subieron al escenario como juguetes, pero en el futuro, se presentan como potenciales niñeras, maestros, terapeutas, entrenadores de vida, y cuidadores de ancianos. En primer lugar, se presentarán como “mejor que las otras opciones”. (Es mejor tener un robot como entrenador que simplemente leer un libro sobre ejercicio. Si tu mamá está en un asilo de ancianos, es mejor dejar su interacción con un robot que conoce sus hábitos e intereses que dejarla viendo todo el día la televisión.) Pero con el tiempo, los robots se presentarán como “mejor que la opción”, es decir, preferibles a un humano disponible, o en otros casos, a una mascota. Serán promovidos por tener mejores habilidades, de la memoria, la atención y la paciencia, que las personas no siempre comparten. “Nunca sabemos realmente cómo se siente otra persona, la gente siempre esconde sus emociones. Los Robots serían más seguros”. Por más que avancemos en la historia de la ingeniería inteligente, nuestros apegos a la evolución de la tecnología se dirigen a los sentimientos de amor no correspondido.
En Love and Sex with Robots, David Levy argumenta que los robots nos enseñarán a ser mejores amigos y amantes, porque vamos a ser capaces de practicar en ellos, en lo físico y en lo social. Más allá que ésto, los robots pueden sustituir las carencias de la gente. Levy propone, entre otras cosas, las virtudes del matrimonio con robots. Afirma que los robots son “algo diferente”, pero en muchos aspectos mejor. Sin cuernos y sin rupturas de corazón.
Aunque no seamos muy entusiastas con las sugerencias “sci-fi” de Levy, debido a que el hecho de que lleguemos a considerar el matrimonio con robots sería un claro ejemplo de nuestro fracaso como humanos, el argumento de Love and Sex with Robots no deja de ser exótico y nos prepara de alguna manera para los momentos robot, una arista más de lo que Ray Kurzweil llama “Singularity” la fusión social y biológica con la tecnología.
Imaginemos a Natalia de 9 años, que se le ha dado a un perro robot. Ella no puede tener un perro de verdad a causa de sus alergias, pero el atractivo del robot va más allá. Que en éste caso sería “mejor que la opción.” El robot de Natalia, mejor conocido como un Aibo, es un perro que puede ser hecho a la medida del propietario. Natalia piensa: “Estaría padre poder mantener Aibo en su etapa de cachorro para las personas que les gusta tener cachorros”. Hay un paso muy grande del robot “cachorro para siempre” de Natalia al “amante robot”de David Levy. Pero comparten la fantasía de que podemos comenzar con la sustitución de una persona que no está disponible por la de un robot, se pasará a la elección específicamente de compañeros maleables y artificiales. Si el robot es tu mascota, siempre se podrá mantener cachorro porque así es como te gusta. Si el robot es tu amante, siempre podrás ser el centro de su universo, porque así es como te gusta.
Pero, ¿qué ocurrirá si conseguimos lo que queremos? Si nuestras mascotas se quedan cachorritos por siempre, si nuestros amantes siempre nos dicen las cosas más dulces? Si sólo conocemos el lado más lindo y amoroso no aprenderemos acerca de la madurez, el crecimiento, el cambio y la responsabilidad. Si sólo conocemos a una pareja complaciente, terminas no conociendo a tu pareja ni a ti mismo.
Los momentos robot nos llevan a la pregunta que debemos hacernos de cada tecnología ¿Es funcional ante nuestros propósitos humanos? Una pregunta que nos lleva a reconsiderar cuáles son estos propósitos. Cuando nos conectemos con los robots del futuro, les vamos a platicar y ellos recordarán. Pero, ¿realmente nos escucharon? ¿Nos han “oído” de una manera que les importa? ¿Nos llegará a importar si nos entienden?
Lo que es un hecho inevitable es que, de un modo u otro, la humanidad encontrará a alguien o algo con quién hablar. La única incertidumbre es hacia donde nos conducirán esas conversaciones. Los compañeros artificiales nos servirán para tener conversaciones más íntimas, no sólo por su proximidad, sino porque van a hablar en nuestro idioma desde el primer momento de su creación. Sin embargo, lo que podría suceder a medida que evolucionan de manera exponencial es que se vuelvan tan inteligentes que ya no quieran hablar con nosotros, es posible que eventualmente desarrollen una agenda propia que no haga absolutamente ningún sentido desde el punto de vista humano. Un mundo compartido con robots súper-inteligentes es un momento difícil de imaginar. Si tenemos buena suerte, nuestras creaciones con mentes súper-desarrolladas nos tratarán como mascotas. Si tenemos mala suerte, nos tratarán como alimento.
Twitter del autor: Benjamin Malik/@BienMal_
FUENTE: PIJAMASURF
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