Después de los azotes nos ataron al pelo una pequeña pluma sagrada, y nos dijeron que no comiéramos carne o sal. Cuatro días después fuimos a ver la ceremonia Powamu en el kiva. (...) En esta danza vimos que los Machina eran en realidad nuestros propios padres, tíos y hermanos. Esto hizo que me sintiera extraño. Sentía algo así como que todos mis parientes eran responsables de los azotes que habíamos recibido. (...). Me sentía defraudado y maltratado (Dozier 1967:59-60)."Si el iniciado no aceptase la realidad espiritual de los Kachinas y si no admitiera que el comportamiento «cruel» de sus parientes es bueno y necesario para él, entonces dejaría de ser un tewa. ¿Pero es ésta una elección real? En verdad no lo es para cualquiera que sea lo suficientemente humano como para necesitar unos amigos y una familia que hable la misma lengua, tanto literalmente como en sentido figurado; o para cualquier individuo que posea una identidad como indio tewa que se extienda hacia atrás a través del tiempo. Una vez realizada la elección de ser un tewa (y esto se hace usualmente sin discusión), uno es un buen tewa. Y no se admiten dudas al respecto.
(...) La flagelación ceremonial, en el contexto de las ceremonias dramáticas, los bailes y el bullicio general de la comunidad, es el símbolo de un cambio dramático en la situación de rol y status. Este cambio comienza precisamente cuando la persona recibe «información» sobre lo que sucede realmente en el kiva y sobre la identidad de los Kachinas, y se expande en el sentido de una intensificación de la participación en la vida secular y sagrada de la comunidad.
Dorothy Eggan lo resume adecuadamente para el caso de los hopi cuando escribe:
"... era el de sentirse «mayor». Habían compartido el dolor con los adultos, habían aprendido los secretos que los separarían para siempre del mundo de los niños, y ahora serían incluidos en situaciones de las que previamente habían sido excluidos; (...).
(...) Al contemplar cada iniciación, los jóvenes revivían la suya propia (...) «hace falta tiempo para ver cómo es realmente la gente vieja y sabia»-.(...) Un hombre me dijo lo siguiente: «no hablaré de este asunto con usted, pues sólo le diría que uno no puede olvidado. Es la cosa más maravillosa que cualquier hombre pueda recordar. Es entonces cuando sabes que eres un hopi. Es la única cosa que los blancos no pueden tener, la única cosa que no pueden quitamos. Es el modo de vida que se nos dio cuando comenzó el mundo»
Los pesimistas concluirán que las modernas escuelas, como agentes de modernización, son un insigne fracaso. Esta conclusión sería falsa. Las nuevas escuelas no representan fracasos ni éxitos. La mayor parte de los contenidos que se enseñan en las aulas son occidentales, como lo es de hecho el concepto mismo de escuela, en tanto que lugar con cuatro paredes en el que maestro y alumnos se hallan confinados todos los días durante un cierto número de horas y regulados por un rígido programa de actividades de «aprendizaje». En muchos aspectos, las nuevas escuelas de Sisala, Malitbog y muchas otras culturas en proceso de transformación son copias inadecuadas de las escuelas de Europa y de los Estados Unidos.
No hay duda, sin embargo, de que la escolarización formal en todas las naciones del mundo que atraviesan procesos de desarrollo, aun hallándose desarticulada en relación con el contexto cultural existente, fomenta la aparición de una nueva población de personas alfabetizadas, cuyas aspiraciones y visiones del mundo son muy diferentes de las de sus padres. (...). Con el tiempo, y esto parece inevitable, las culturas en desarrollo construirán sus propios modelos de escuela y educación. Estos nuevos modelos no serán caricaturas de las escuelas occidentales.
Quizás una parte significativa del problema, así como de la forma general que puede tomar la solución, se refleje en la siguiente conversación entre dos maestros nuevos y jóvenes a cargo de una escuela de aldea entre los ngoni de Malawi y un jefe anciano:
Siguiendo el saludo acostumbrado, los maestros inclinaron una rodilla, esperando en silencio a que el jefe hablase:
«¿Cómo va vuestra escuela?».
«Las clases están llenas y los niños están aprendiendo bien, Inkosi».
«¿Cómo se comportan?».
«Como niños ngoni, Inkosi».
«¿Qué aprenden?».
«Aprenden a leer y a escribir; aprenden las Escrituras, geografía y a cultivar plantas, Inkosi».
«¿Eso es la educación?».
«Eso es la educación, Inkosi».
«¡No! ¡No! ¡No! La educación es muy amplia,muy profunda. No está sólo en los libros, consiste en aprender a vivir. Soy un anciano. Cuando era un muchacho fui con el ejército ngoni contra los bemba. Entonces llegó la misión y fui a la escuela. Me hice maestro. Entonces fui jefe. Llegó el gobierno. He visto cambiar a nuestro país, y ahora hay muchas escuelas y muchos hombres jóvenes yéndose a buscar trabajo para conseguir dinero. Yo os digo que los niños ngoni deben aprender a vivir y a construir nuestra tierra, y no sólo a trabajar para ganar dinero. ¿Me escucháis?».
«Yebo, Inkosi» (Sí, oh jefe)