NO SEAS EL ARTÍFICE DE TU PROPIA FRUSTRACIÓN
De todo lo que experimentamos en la vida y sucede en el mundo, la mente y el cuerpo son los únicos territorios verdaderamente nuestros, aquellos sobre los cuales es posible ejercer nuestra intención, nuestra voluntad y nuestro deseo en plenitud, sin obstáculos de ningún tipo… A no ser, nosotros mismos.
Por las condiciones en que el ser humano se desarrolla, es relativamente común que no seamos del todo conscientes tanto de dicha autonomía como de esa fuerza vital que nos recorre. Crecemos y experimentamos la vida con limitaciones que otros nos impusieron en algún momento de nuestra vida y que nosotros mismos aprendimos no sólo a obedecer sino además a preservar, de modo tal que aun cuando objetivamente somos ya “mayores de edad”, en el pensamiento y en las acciones seguimos viviendo más bien como menores, obedientes y temerosos quizá, esperando la sanción o la recompensa por seguir adaptados a ese cerco en donde nos enseñaron a quedarnos.
Ese, sin embargo, no es el propósito de la vida. Si ésta tiene uno, no puede ser otro más que manifestarse con plenitud, hacerse presente en todas nuestras acciones y todas nuestras decisiones, salir de su propio cauce para inundar nuestra existencia con su ímpetu. Nada de lo cual se logra si nosotros mismos le cerramos el paso e impedimos que fluya.
Compartimos a continuación 15 formas en que dicho autosabotaje ocurre. Quizá, al darnos cuenta de estos trucos que aprendió a realizar nuestra mente, seamos capaces de dejar de ejecutarlos.
Filtrar únicamente cierto tipo de pensamientos
Frente a una situación determinada, ¿en qué te fijas primero? ¿En las dificultades o en las oportunidades? ¿En las críticas o en los elogios? ¿En aquello que has logrado o en todo lo demás que no has podido hacer aún? Esta inclinación de la mente dual es también una operación de “filtrado” por la cual ponemos atención únicamente en una cara de la moneda, por decirlo así, lo cual puede tener a su vez efectos en nuestro ánimo y después en nuestra existencia. No es lo mismo comenzar un proyecto con entusiasmo porque el desafío nos emociona que, por el contrario, con dudas porque este mismo nos atemoriza.
Pensar todo en absolutos
Bueno o malo, blanco o negro, todo o nada… la mente que piensa sólo en absolutos suele ser rígida y, por ello mismo, no fluye con facilidad por los cambios propios de la vida. Pensar de esa manera puede hacer que una persona pierda la riqueza que se encuentra en los matices, los aprendizajes que se obtienen de éstos, y quizá incluso provoque cierto aislamiento, pues es difícil tratar con una manera de pensar tan cerrada.
Generalizar
Generalizar nos hace perder de vista los detalles propios de una situación específica. Todas las mujeres son iguales, todos los hombres son iguales, todas las personas que provienen de tal o cual país son iguales, esto siempre me pasa a mí, etc. Como vemos, la generalización es un mal hábito de percepción por el cual dejamos de lidiar con la realidad misma y, más bien, lo hacemos con la imagen de ésta que nos hemos hecho en nuestra mente.
Querer “leer la mente” de otra persona
Nadie es capaz de leer la mente, claro, pero en ocasiones lo intentamos inconscientemente, casi siempre porque otorgamos una importancia excesiva a aquello que otras personas puedan pensar de nosotros. Sin embargo, vivir buscando la aprobación o el contento de otros casi siempre debilita los intereses y deseos personales.
La mente catastrófica
¿Algo sucede y de inmediato piensas lo peor? Una llamada trivial, un equívoco menor, un incidente sin importancia: tu mente lo magnifica pero, además, con el sentido bien definido de la catástrofe y el desastre inminente. Si bien este hábito puede no ser sencillo de “desactivar”, comienza a reflexionar: ¿Por qué piensas así? ¿Te das cuenta de que podrías no hacerlo? ¿Que puedes frenar el momento en que la máquina comienza a funcionar, para no terminar en el peor escenario posible?
Personalizar
Tomarse personal todo es otro de los hábitos más nocivos que podemos tener en nuestra vida emocional y mental. Por ejemplo: alguien hace un comentario negativo y de inmediato lo sentimos como un juicio personal, lo cual a su vez afecta nuestro ánimo y quién sabe, quizá hasta arruina nuestro día. ¿Por qué no pensar, en cambio, que dicho comentario es más bien un resultado de la persona que lo emite, de su manera de vivir y experimentar la realidad e incluso de su historia de vida?
Sentirte “al cuidado” de alguien más
Esta sensación puede tener raíces profundas, pues de algún modo es efecto de la manera en que transcurre comúnmente la infancia humana. El cuidado, sin embargo, necesario como es, también genera otras sensaciones, como la idea de sentirse desprotegido, vulnerable y también dependiente de alguien más. En pocas palabras, te impide darte cuenta de que eres una persona autosuficiente, responsable y capaz de dar dirección a tu propia vida.
La idea personal de que algo “no es justo”
Cuando nos quejamos de que algo “no es justo” pero desde un punto de vista un tanto infantil, caprichoso, en el fondo queremos decir que algo no es como quisiéramos o esperábamos que fuera, pero en vez de plantar cara a la nueva situación, el revés nos decepciona o nos frustra; es decir: en vez de adaptarnos y seguir adelante, nos frenamos y quizá incluso corremos el riesgo de quedarnos en ese mismo lugar hasta que las circunstancias sean como las esperamos.
“Culpar” a otros de algo que es tu responsabilidad
Aunque llega el momento de la vida en que es necesario hacerte responsable de tu vida, hay quienes mantienen cierta tendencia inconsciente a declinar dicha responsabilidad y más bien “culpan” a otros de su situación. Los maestros en la escuela, los compañeros en el trabajo, la gente en la calle… todos los demás son los artífices de su infortunio, pero nunca ellos mismos ni sus decisiones (u omisiones). Mientras no asumas tu propia responsabilidad sobre tu vida, ésta no marchará en el sentido de tu deseo y tu satisfacción.
Las obligaciones
Vivir la vida limitada por reglas estrictas suele marchitar su frescura y su ímpetu. Por un lado, impide que la vida fluya, y por el otro, mantiene a las personas en un estado de tensión constante en donde no pueden moverse más allá de ciertos límites y, si lo hacen, suelen experimentar esa “transgresión” con sufrimiento y culpa. ¿Pero quién dijo que tienes que obedecer todas esas reglas que alguien más impuso en tu vida?
Razonar las emociones
La cultura en la que vivimos privilegia el pensamiento lógico, la planeación, el cálculo y demás expresiones del pensamiento racional, a tal grado que esta forma de pensar ha conseguido opacar otras no menos válidas y necesarias. Una de éstas se encuentra en las emociones, que en cierto modo constituyen otra forma de entender y experimentar la realidad, tanto interior como exteriormente. Aunque las emociones pasan por nuestra percepción, no son propiamente racionales, e intentar llevarlas a ese modelo de entendimiento puede llevarnos a equívocos sobre lo que somos y lo que sentimos. Más aún: en no pocas ocasiones, el razonamiento es una forma de “matar” la espontaneidad de una emoción, de ponerle un freno porque aprendimos no a entregarnos a lo que sentimos, sino a adaptarnos a ciertas formas de sentir.
Esperar que los otros cambien
En las relaciones personales es relativamente común encontrarse con la expectativa de que la persona con quien nos relacionamos sea distinta. Con gestos a veces inconscientes, intentamos “reconfigurarla” para que se adapte mejor a nuestras necesidades. Sobra decir que estos esfuerzos no sólo son vanos, sino que además casi siempre son también nocivos y, en no pocas ocasiones, desgastan una relación hasta terminar con ella.
“Etiquetar” a las personas
Como la generalización, el mal hábito de “etiquetar” a las personas nos impide tratar con ellas directamente, pues en realidad estamos partiendo de una premisa (casi siempre falsa): que por tratarse de cierto “tipo” de individuo tendrá ciertos rasgos que creemos bien determinados. Por otro lado, es muy posible que si así procedes con los demás, lo mismo hagas contigo; es decir, que tú mismo te pienses bajo ciertas etiquetas y no te permitas salir de esa definición que consideras propia. ¿Has pensando en todo lo que pierdes, de los demás y de ti mismo, por creer que el mundo está organizado en categorías inamovibles?
Creer que estás siempre en lo correcto
La verdad, lo correcto, lo cierto, son nociones que aunque se pretenden absolutas, en realidad son más cuestionables de lo que parece. En los tres casos se trata de conceptos cuya validez es en todo caso circunstancial, pero nunca absoluta; es decir, puede ser que algo sea cierto, correcto o verdadero en determinada situación, pero fuera de ello su validez puede cambiar radicalmente. Sentir que poseemos la verdad, que estamos incuestionablemente en lo correcto o que sólo nuestras palabras o nuestros actos son ciertos y válidos: esto puede darnos fuerza, sí, pero también puede impedirnos aprender de otros elementos que van cruzando por nuestra vida y que por esa rigidez con que experimentamos la realidad dejamos de apreciar.
La falsa expectativa de una recompensa
No hay otro mundo más que este. No hay otra vida más que esta que ya tienes. Si esperas que tu dolor o tu sufrimiento tengan una especie de “recompensa”, harías bien en comenzar a pensar y experimentar la vida de otra manera, pues de algún modo estás invirtiendo parte de tu energía vital en sostener ese patrón de pensamiento y de conducta. Hay una dimensión del malestar que nadie más que tú eres responsable de entender y, eventualmente, transformar.
¿Qué te parece? No olvides compartirnos tu opinión en la sección de comentarios de esta nota.
Ilustración de portada: Ricard Lopez Iglesias
De todo lo que experimentamos en la vida y sucede en el mundo, la mente y el cuerpo son los únicos territorios verdaderamente nuestros, aquellos sobre los cuales es posible ejercer nuestra intención, nuestra voluntad y nuestro deseo en plenitud, sin obstáculos de ningún tipo… A no ser, nosotros mismos.
Por las condiciones en que el ser humano se desarrolla, es relativamente común que no seamos del todo conscientes tanto de dicha autonomía como de esa fuerza vital que nos recorre. Crecemos y experimentamos la vida con limitaciones que otros nos impusieron en algún momento de nuestra vida y que nosotros mismos aprendimos no sólo a obedecer sino además a preservar, de modo tal que aun cuando objetivamente somos ya “mayores de edad”, en el pensamiento y en las acciones seguimos viviendo más bien como menores, obedientes y temerosos quizá, esperando la sanción o la recompensa por seguir adaptados a ese cerco en donde nos enseñaron a quedarnos.
Ese, sin embargo, no es el propósito de la vida. Si ésta tiene uno, no puede ser otro más que manifestarse con plenitud, hacerse presente en todas nuestras acciones y todas nuestras decisiones, salir de su propio cauce para inundar nuestra existencia con su ímpetu. Nada de lo cual se logra si nosotros mismos le cerramos el paso e impedimos que fluya.
Compartimos a continuación 15 formas en que dicho autosabotaje ocurre. Quizá, al darnos cuenta de estos trucos que aprendió a realizar nuestra mente, seamos capaces de dejar de ejecutarlos.
Filtrar únicamente cierto tipo de pensamientos
Frente a una situación determinada, ¿en qué te fijas primero? ¿En las dificultades o en las oportunidades? ¿En las críticas o en los elogios? ¿En aquello que has logrado o en todo lo demás que no has podido hacer aún? Esta inclinación de la mente dual es también una operación de “filtrado” por la cual ponemos atención únicamente en una cara de la moneda, por decirlo así, lo cual puede tener a su vez efectos en nuestro ánimo y después en nuestra existencia. No es lo mismo comenzar un proyecto con entusiasmo porque el desafío nos emociona que, por el contrario, con dudas porque este mismo nos atemoriza.
Pensar todo en absolutos
Bueno o malo, blanco o negro, todo o nada… la mente que piensa sólo en absolutos suele ser rígida y, por ello mismo, no fluye con facilidad por los cambios propios de la vida. Pensar de esa manera puede hacer que una persona pierda la riqueza que se encuentra en los matices, los aprendizajes que se obtienen de éstos, y quizá incluso provoque cierto aislamiento, pues es difícil tratar con una manera de pensar tan cerrada.
Generalizar
Generalizar nos hace perder de vista los detalles propios de una situación específica. Todas las mujeres son iguales, todos los hombres son iguales, todas las personas que provienen de tal o cual país son iguales, esto siempre me pasa a mí, etc. Como vemos, la generalización es un mal hábito de percepción por el cual dejamos de lidiar con la realidad misma y, más bien, lo hacemos con la imagen de ésta que nos hemos hecho en nuestra mente.
Querer “leer la mente” de otra persona
Nadie es capaz de leer la mente, claro, pero en ocasiones lo intentamos inconscientemente, casi siempre porque otorgamos una importancia excesiva a aquello que otras personas puedan pensar de nosotros. Sin embargo, vivir buscando la aprobación o el contento de otros casi siempre debilita los intereses y deseos personales.
La mente catastrófica
¿Algo sucede y de inmediato piensas lo peor? Una llamada trivial, un equívoco menor, un incidente sin importancia: tu mente lo magnifica pero, además, con el sentido bien definido de la catástrofe y el desastre inminente. Si bien este hábito puede no ser sencillo de “desactivar”, comienza a reflexionar: ¿Por qué piensas así? ¿Te das cuenta de que podrías no hacerlo? ¿Que puedes frenar el momento en que la máquina comienza a funcionar, para no terminar en el peor escenario posible?
Personalizar
Tomarse personal todo es otro de los hábitos más nocivos que podemos tener en nuestra vida emocional y mental. Por ejemplo: alguien hace un comentario negativo y de inmediato lo sentimos como un juicio personal, lo cual a su vez afecta nuestro ánimo y quién sabe, quizá hasta arruina nuestro día. ¿Por qué no pensar, en cambio, que dicho comentario es más bien un resultado de la persona que lo emite, de su manera de vivir y experimentar la realidad e incluso de su historia de vida?
Sentirte “al cuidado” de alguien más
Esta sensación puede tener raíces profundas, pues de algún modo es efecto de la manera en que transcurre comúnmente la infancia humana. El cuidado, sin embargo, necesario como es, también genera otras sensaciones, como la idea de sentirse desprotegido, vulnerable y también dependiente de alguien más. En pocas palabras, te impide darte cuenta de que eres una persona autosuficiente, responsable y capaz de dar dirección a tu propia vida.
La idea personal de que algo “no es justo”
Cuando nos quejamos de que algo “no es justo” pero desde un punto de vista un tanto infantil, caprichoso, en el fondo queremos decir que algo no es como quisiéramos o esperábamos que fuera, pero en vez de plantar cara a la nueva situación, el revés nos decepciona o nos frustra; es decir: en vez de adaptarnos y seguir adelante, nos frenamos y quizá incluso corremos el riesgo de quedarnos en ese mismo lugar hasta que las circunstancias sean como las esperamos.
“Culpar” a otros de algo que es tu responsabilidad
Aunque llega el momento de la vida en que es necesario hacerte responsable de tu vida, hay quienes mantienen cierta tendencia inconsciente a declinar dicha responsabilidad y más bien “culpan” a otros de su situación. Los maestros en la escuela, los compañeros en el trabajo, la gente en la calle… todos los demás son los artífices de su infortunio, pero nunca ellos mismos ni sus decisiones (u omisiones). Mientras no asumas tu propia responsabilidad sobre tu vida, ésta no marchará en el sentido de tu deseo y tu satisfacción.
Las obligaciones
Vivir la vida limitada por reglas estrictas suele marchitar su frescura y su ímpetu. Por un lado, impide que la vida fluya, y por el otro, mantiene a las personas en un estado de tensión constante en donde no pueden moverse más allá de ciertos límites y, si lo hacen, suelen experimentar esa “transgresión” con sufrimiento y culpa. ¿Pero quién dijo que tienes que obedecer todas esas reglas que alguien más impuso en tu vida?
Razonar las emociones
La cultura en la que vivimos privilegia el pensamiento lógico, la planeación, el cálculo y demás expresiones del pensamiento racional, a tal grado que esta forma de pensar ha conseguido opacar otras no menos válidas y necesarias. Una de éstas se encuentra en las emociones, que en cierto modo constituyen otra forma de entender y experimentar la realidad, tanto interior como exteriormente. Aunque las emociones pasan por nuestra percepción, no son propiamente racionales, e intentar llevarlas a ese modelo de entendimiento puede llevarnos a equívocos sobre lo que somos y lo que sentimos. Más aún: en no pocas ocasiones, el razonamiento es una forma de “matar” la espontaneidad de una emoción, de ponerle un freno porque aprendimos no a entregarnos a lo que sentimos, sino a adaptarnos a ciertas formas de sentir.
Esperar que los otros cambien
En las relaciones personales es relativamente común encontrarse con la expectativa de que la persona con quien nos relacionamos sea distinta. Con gestos a veces inconscientes, intentamos “reconfigurarla” para que se adapte mejor a nuestras necesidades. Sobra decir que estos esfuerzos no sólo son vanos, sino que además casi siempre son también nocivos y, en no pocas ocasiones, desgastan una relación hasta terminar con ella.
“Etiquetar” a las personas
Como la generalización, el mal hábito de “etiquetar” a las personas nos impide tratar con ellas directamente, pues en realidad estamos partiendo de una premisa (casi siempre falsa): que por tratarse de cierto “tipo” de individuo tendrá ciertos rasgos que creemos bien determinados. Por otro lado, es muy posible que si así procedes con los demás, lo mismo hagas contigo; es decir, que tú mismo te pienses bajo ciertas etiquetas y no te permitas salir de esa definición que consideras propia. ¿Has pensando en todo lo que pierdes, de los demás y de ti mismo, por creer que el mundo está organizado en categorías inamovibles?
Creer que estás siempre en lo correcto
La verdad, lo correcto, lo cierto, son nociones que aunque se pretenden absolutas, en realidad son más cuestionables de lo que parece. En los tres casos se trata de conceptos cuya validez es en todo caso circunstancial, pero nunca absoluta; es decir, puede ser que algo sea cierto, correcto o verdadero en determinada situación, pero fuera de ello su validez puede cambiar radicalmente. Sentir que poseemos la verdad, que estamos incuestionablemente en lo correcto o que sólo nuestras palabras o nuestros actos son ciertos y válidos: esto puede darnos fuerza, sí, pero también puede impedirnos aprender de otros elementos que van cruzando por nuestra vida y que por esa rigidez con que experimentamos la realidad dejamos de apreciar.
La falsa expectativa de una recompensa
No hay otro mundo más que este. No hay otra vida más que esta que ya tienes. Si esperas que tu dolor o tu sufrimiento tengan una especie de “recompensa”, harías bien en comenzar a pensar y experimentar la vida de otra manera, pues de algún modo estás invirtiendo parte de tu energía vital en sostener ese patrón de pensamiento y de conducta. Hay una dimensión del malestar que nadie más que tú eres responsable de entender y, eventualmente, transformar.
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Ilustración de portada: Ricard Lopez Iglesias
FUENTE: PIJAMASURF