DESDE TIEMPOS LITERALMENTE INMEMORIALES, EL SER HUMANO HA CONTEMPLADO EL CIELO ESTRELLADO Y HA ENCONTRADO EN SUS PERIÓDICAS MUTACIONES RELACIONES CON SU PROPIO DEVENIR, HA HALLADO CONFIGURACIONES REGULARES DE SIGNIFICADO O BIEN HA PROYECTADO SU PSIQUE INCONSCIENTE EN EL VASTO MANTO ESTELAR
There are more things in heaven and earth, Horatio, than are dreamt of in your philosophy.
Hamlet, William Shakespeare
I. Los fundamentos de la ciencia astrológica
Pocas disciplinas humanas son tan antiguas y tan mundialmente universales como la astrología (del griego “conocimiento de los astros”). Desde tiempos literalmente inmemoriales, el ser humano ha contemplado el cielo estrellado y ha encontrado en sus periódicas mutaciones relaciones con su propio devenir, ha hallado configuraciones regulares de significado o bien ha proyectado su psique inconsciente en el vasto manto estelar. Los registros prehistóricos de esta práctica, esparcidos por Oriente y Occidente, datan de al menos 15 mil años. En Egipto, Babilonia, Persia, y más tarde en Grecia, la observación de las relaciones entre los movimientos estelares y los asuntos humanos se desarrolló hasta convertirse en una ciencia y una tradición sumamente sofisticada y precisa. Los antiguos estudiosos del cielo fueron otorgando nombres a los planetas en función de la cualidad que percibían en sus ciclos en relación con la vida humana. Desde esta perspectiva, las culturas antiguas no basaban la disciplina astrológica en una mera creencia heredada sino en una praxis fundada en una metódica observación empírica a lo largo de siglos y en una interpretación de esas observaciones a partir de un esquema simbólico cuya matriz subyacente es análoga a las distintas culturas en donde este saber tuvo lugar.
Contrario a lo que normalmente se piensa, la concepción tradicional del sentido de la astrología no radicaba en la idea lineal-determinista de que los movimientos de los planetas y los astros generaran un efecto causal sobre la vida humana, sino más bien en una noción de correspondencia. La bóveda celeste era concebida como un espejo macrocósmico de las realidades microcósmicas de los hombres. Esta forma participativa de pensamiento sobre la relación entre el hombre y el universo fue sintetizada en el tan citado axioma atribuido a Hermes Trismegisto:
Lo que está arriba es como lo que está abajo,
y lo que está abajo es como lo que está arriba,
para que se cumpla el misterio de la Unidad.
(Tabula Smaragdina)
En tal sentido, las órbitas de los planetas en el cielo estelar y la órbita del Sol a través de las constelaciones respecto de nuestro planeta no eran concebidas como una causa que determinara o influenciara el mundo humano, sino que tanto el mundo humano como el “mundo celeste” participaban de una misma sintonía cósmica, de un mismo estado subyacente en el que se manifestaban a la vez ciertos principios divinos o arquetípicos en los múltiples planos del Ser. Cada uno de los cuerpos celestes llamados “planetas” por la tradición (incluyendo al Sol y la Luna) se consideraban la manifestación visible y macrocósmica de esos principios divinos, los cuales, a partir de sus dinámicas relaciones, daban forma al mundo. La palabra griega Kosmos, empleada por los filósofos pitagóricos griegos, implicaba una concepción del universo como un orden coherente, bello, inteligente e inteligible que era la expresión de estos principios divinos arquetípicos que de algún modo formaban la existencia y estaban al mismo tiempo más allá de ella. El filósofo hermético medieval Gerhard Dorn llamo a este orden subyacente que unifica todo lo real, y del que todo lo real surge y al cual retorna, el Unus Mundus.
There are more things in heaven and earth, Horatio, than are dreamt of in your philosophy.
Hamlet, William Shakespeare
I. Los fundamentos de la ciencia astrológica
Pocas disciplinas humanas son tan antiguas y tan mundialmente universales como la astrología (del griego “conocimiento de los astros”). Desde tiempos literalmente inmemoriales, el ser humano ha contemplado el cielo estrellado y ha encontrado en sus periódicas mutaciones relaciones con su propio devenir, ha hallado configuraciones regulares de significado o bien ha proyectado su psique inconsciente en el vasto manto estelar. Los registros prehistóricos de esta práctica, esparcidos por Oriente y Occidente, datan de al menos 15 mil años. En Egipto, Babilonia, Persia, y más tarde en Grecia, la observación de las relaciones entre los movimientos estelares y los asuntos humanos se desarrolló hasta convertirse en una ciencia y una tradición sumamente sofisticada y precisa. Los antiguos estudiosos del cielo fueron otorgando nombres a los planetas en función de la cualidad que percibían en sus ciclos en relación con la vida humana. Desde esta perspectiva, las culturas antiguas no basaban la disciplina astrológica en una mera creencia heredada sino en una praxis fundada en una metódica observación empírica a lo largo de siglos y en una interpretación de esas observaciones a partir de un esquema simbólico cuya matriz subyacente es análoga a las distintas culturas en donde este saber tuvo lugar.
Contrario a lo que normalmente se piensa, la concepción tradicional del sentido de la astrología no radicaba en la idea lineal-determinista de que los movimientos de los planetas y los astros generaran un efecto causal sobre la vida humana, sino más bien en una noción de correspondencia. La bóveda celeste era concebida como un espejo macrocósmico de las realidades microcósmicas de los hombres. Esta forma participativa de pensamiento sobre la relación entre el hombre y el universo fue sintetizada en el tan citado axioma atribuido a Hermes Trismegisto:
Lo que está arriba es como lo que está abajo,
y lo que está abajo es como lo que está arriba,
para que se cumpla el misterio de la Unidad.
(Tabula Smaragdina)
En tal sentido, las órbitas de los planetas en el cielo estelar y la órbita del Sol a través de las constelaciones respecto de nuestro planeta no eran concebidas como una causa que determinara o influenciara el mundo humano, sino que tanto el mundo humano como el “mundo celeste” participaban de una misma sintonía cósmica, de un mismo estado subyacente en el que se manifestaban a la vez ciertos principios divinos o arquetípicos en los múltiples planos del Ser. Cada uno de los cuerpos celestes llamados “planetas” por la tradición (incluyendo al Sol y la Luna) se consideraban la manifestación visible y macrocósmica de esos principios divinos, los cuales, a partir de sus dinámicas relaciones, daban forma al mundo. La palabra griega Kosmos, empleada por los filósofos pitagóricos griegos, implicaba una concepción del universo como un orden coherente, bello, inteligente e inteligible que era la expresión de estos principios divinos arquetípicos que de algún modo formaban la existencia y estaban al mismo tiempo más allá de ella. El filósofo hermético medieval Gerhard Dorn llamo a este orden subyacente que unifica todo lo real, y del que todo lo real surge y al cual retorna, el Unus Mundus.
La tradición astrológica atravesó profundas mutaciones a lo largo del desarrollo de la historia de Occidente, degradándose gradualmente la visión tradicional de la correspondencia en concepciones cada vez más deterministas, materialistas y lineales acerca de la influencia de los astros sobre la vida humana. Con la expansión del racionalismo y el materialismo en la Europa de los siglos XVII y XVIII, esta visión de las influencias planetarias se fue tornando cada vez más inconsistente e insostenible para la mayoría de los intelectuales y los científicos, en la misma medida en que se iba instalando cada vez con mayor fuerza la imagen de un cosmos mecanicista, ciego y azaroso, hecho de materia en movimiento regida exclusivamente por las leyes naturales que era capaz de reconocer y clasificar la razón humana a través del método científico. Por primera vez en la historia de la cultura occidental, la astrología, probablemente la más antigua y respetada de las disciplinas del conocimiento humano, se vería relegada al espacio de las supersticiones arcaicas de un pensamiento pre-científico que el positivismo incipiente creía estar destinado a desterrar definitivamente.
Hoy en día, la astrología en todas sus formas, incluso las más profundas y sofisticadas, se encuentra aún cercada por un rechazo muy fuerte que se halla fundamentado por los prejuicios ideológicos[1] que hemos heredado de esta concepción moderna del mundo. Paradójicamente, nunca como hoy hubo tanta apertura y posibilidades de profundizar seriamente en este saber para aquellos que intuyen, con Hamlet, que “hay más cosas en el cielo y en la tierra… que las que sueña nuestra filosofía”.
Hoy en día, ideas tales como el Unus Mundus de Dorn o la cosmovisión hermética de la correspondencia podrían parecernos concepciones obsoletas de la realidad. Y sin embargo, las últimas concepciones del universo y de la mente humana parecen señalarnos en esta misma dirección. Estas ideas podrían tener un paralelo claro, por ejemplo, en la teoría del orden implicado[2] desarrollada en los años 60 por el físico cuántico David Bohm, colaborador de Einstein. Bohm postuló que debajo del “orden desplegado” (explicate realm) que incluye el mundo que podemos percibir con los sentidos y explicarnos hasta cierto punto a través de las leyes de la física, habría un “orden implicado” (implicate realm), que organiza e informa (“da forma”) a la realidad desde un nivel subcuántico. Bohm utilizó una metáfora para ilustrar el concepto de un orden implicado: el holograma. De la misma forma que un holograma, en cualquier elemento del universo se halla contenida la totalidad de la información[3] del universo y toda la información entre todas las partes del universo existe en un estado de interconexión inseparable. Desde esta teoría, “el orden que vemos –por ejemplo– en el movimiento de los planetas es, en verdad, la expresión de un «orden implicado» en el cual los conceptos de espacio y tiempo ya no tienen validez; que en cualquier elemento del universo se contiene la realidad del mismo, una totalidad que incluye tanto materia como conciencia” (David Bohm, La totalidad y el orden implicado, 1992).
Siguiendo con esta línea, el físico David Peat encontró sentido a las llamadas “sincronicidades”, concepto propuesto por el psicólogo suizo Carl Gustav Jung y el premio nobel de física Wolfgang Pauli. La sincronicidad alude a todo suceso en el que se experimenta una relación inequívoca entre un fenómeno interior y un hecho externo, hechos catalogados generalmente por la razón humana como “coincidencias”: “Los eventos sincronísticos, entendidos como una coincidencia significativa entre microcosmos y macrocosmos, son aplicables si consideramos que, bajo los estratos de un orden implicado individual, existe un nivel más profundo que contiene, plegada, toda la información del Universo” (Francis David Peat, Sincroncidad: Puente entre mente y materia, 1987).
Otra teoría que da fuerza a estas concepciones es la del universo como fractal, la cual está ganando actualmente[4] cada vez mayor validez científica. En esencia, la fractalidad es la propiedad estructural de un objeto que se repite dentro de sí mismo en distintas escalas. Ejemplos visualmente elocuentes de ello pueden hallarse en las formas que van desde las plantas, los cristales de nieve, las líneas de la costa, hasta la organización de las mismas galaxias.
Vinculando la fractalidad con el principio de correspondencia de la astrología, el astrólogo experimental Aleix Mercadé se pregunta[5]: “¿Parecería tan descabellado pensar que cuando nacimos, el todo y las partes mantenían configuraciones muy similares y que por ello somos, como parte, un fractal del universo de ese momento?”.
Durante los primeros años de nuestro siglo, un grupo de astrofísicos de la Universidad de California llevó a cabo una investigación en la que se dedicaron a estudiar las semejanzas estructurales entre nuestro cerebro y las galaxias, llegando a sorprendentes conclusiones. En el año 2006 se publicó un informe[6] de esta investigación, en el que se plantea la semejanza existente entre el despliegue de un cúmulo de galaxias y el desarrollo de una red neuronal, señalando fuertes semejanzas no sólo en la estructura sino también en el funcionamiento, lo que vendría a ser una trascendental evidencia tanto de la teoría de la cosmo-fractalidad como de la concepción de un “orden implicado” en el universo.
Por otro lado, los avances en distintos campos del conocimiento han aportado nueva luz y nuevas perspectivas sobre la comprensión del fenómeno astrológico. A mediados del siglo XX, los franceses Michel y Françoise Gauquelin aplicaron el análisis estadístico sobre la astrología, con resultados sorprendentes, evidenciando que algunos de los principios fundamentales de la tradición astrológica eran veraces. Los Gauquelin llevaron a cabo durante 40 años una investigación estadística a gran escala sobre las correlaciones entre las posiciones de ciertos planetas y el nacimiento de distintas personas prominentes en diversos campos, cada uno asociado con la cualidad tradicional de estos planetas: Marte en deportistas y militares, Júpiter en políticos y líderes, la Luna en escritores, Saturno en científicos, etc. “Desde los tiempos de Babilonia, los símbolos de Marte, Júpiter y Saturno, son muy parecidos a los actuales aunque los encarnasen dioses distintos de los griegos o los romanos. Lo más sorprendente es que actualmente, en el siglo XX, milenios después de la existencia de aquellos astrónomos/astrólogos babilónicos, la investigación estadística moderna corrobora los antiguos símbolos”[7] (Michel Gauquelin, 1990).
Estos descubrimientos no sólo no fueron refutados[8] sino que se confirmaron y profundizaron por posteriores estudios llevados a cabo por diversos investigadores. Hans Eysenck, un importante psicólogo alemán, escéptico de la astrología –e incluso del psicoanálisis, luego de analizar los estudios estadísticos de los Gauquelin llego a afirmar:
Nos sentimos obligados a admitir que hay aquí algo que requiere explicación. Por mucho que les disguste, otros científicos que se tomen el trabajo de examinar la evidencia pueden verse forzados a una conclusión semejante. Los hallazgos son inexplicables, pero se trata de hechos, y como tales no se puede seguir ignorándolos; no podemos hacer como si no existieran simplemente porque no sean del agrado de las leyes de la ciencia de hoy o no concuerden con ellas… Tal vez haya llegado el momento de afirmar de manera completamente inequívoca que está naciendo una nueva ciencia. (Astrología: ¿ciencia o superstición?, 1982)
Hoy en día, la astrología en todas sus formas, incluso las más profundas y sofisticadas, se encuentra aún cercada por un rechazo muy fuerte que se halla fundamentado por los prejuicios ideológicos[1] que hemos heredado de esta concepción moderna del mundo. Paradójicamente, nunca como hoy hubo tanta apertura y posibilidades de profundizar seriamente en este saber para aquellos que intuyen, con Hamlet, que “hay más cosas en el cielo y en la tierra… que las que sueña nuestra filosofía”.
Hoy en día, ideas tales como el Unus Mundus de Dorn o la cosmovisión hermética de la correspondencia podrían parecernos concepciones obsoletas de la realidad. Y sin embargo, las últimas concepciones del universo y de la mente humana parecen señalarnos en esta misma dirección. Estas ideas podrían tener un paralelo claro, por ejemplo, en la teoría del orden implicado[2] desarrollada en los años 60 por el físico cuántico David Bohm, colaborador de Einstein. Bohm postuló que debajo del “orden desplegado” (explicate realm) que incluye el mundo que podemos percibir con los sentidos y explicarnos hasta cierto punto a través de las leyes de la física, habría un “orden implicado” (implicate realm), que organiza e informa (“da forma”) a la realidad desde un nivel subcuántico. Bohm utilizó una metáfora para ilustrar el concepto de un orden implicado: el holograma. De la misma forma que un holograma, en cualquier elemento del universo se halla contenida la totalidad de la información[3] del universo y toda la información entre todas las partes del universo existe en un estado de interconexión inseparable. Desde esta teoría, “el orden que vemos –por ejemplo– en el movimiento de los planetas es, en verdad, la expresión de un «orden implicado» en el cual los conceptos de espacio y tiempo ya no tienen validez; que en cualquier elemento del universo se contiene la realidad del mismo, una totalidad que incluye tanto materia como conciencia” (David Bohm, La totalidad y el orden implicado, 1992).
Siguiendo con esta línea, el físico David Peat encontró sentido a las llamadas “sincronicidades”, concepto propuesto por el psicólogo suizo Carl Gustav Jung y el premio nobel de física Wolfgang Pauli. La sincronicidad alude a todo suceso en el que se experimenta una relación inequívoca entre un fenómeno interior y un hecho externo, hechos catalogados generalmente por la razón humana como “coincidencias”: “Los eventos sincronísticos, entendidos como una coincidencia significativa entre microcosmos y macrocosmos, son aplicables si consideramos que, bajo los estratos de un orden implicado individual, existe un nivel más profundo que contiene, plegada, toda la información del Universo” (Francis David Peat, Sincroncidad: Puente entre mente y materia, 1987).
Otra teoría que da fuerza a estas concepciones es la del universo como fractal, la cual está ganando actualmente[4] cada vez mayor validez científica. En esencia, la fractalidad es la propiedad estructural de un objeto que se repite dentro de sí mismo en distintas escalas. Ejemplos visualmente elocuentes de ello pueden hallarse en las formas que van desde las plantas, los cristales de nieve, las líneas de la costa, hasta la organización de las mismas galaxias.
Vinculando la fractalidad con el principio de correspondencia de la astrología, el astrólogo experimental Aleix Mercadé se pregunta[5]: “¿Parecería tan descabellado pensar que cuando nacimos, el todo y las partes mantenían configuraciones muy similares y que por ello somos, como parte, un fractal del universo de ese momento?”.
Durante los primeros años de nuestro siglo, un grupo de astrofísicos de la Universidad de California llevó a cabo una investigación en la que se dedicaron a estudiar las semejanzas estructurales entre nuestro cerebro y las galaxias, llegando a sorprendentes conclusiones. En el año 2006 se publicó un informe[6] de esta investigación, en el que se plantea la semejanza existente entre el despliegue de un cúmulo de galaxias y el desarrollo de una red neuronal, señalando fuertes semejanzas no sólo en la estructura sino también en el funcionamiento, lo que vendría a ser una trascendental evidencia tanto de la teoría de la cosmo-fractalidad como de la concepción de un “orden implicado” en el universo.
Por otro lado, los avances en distintos campos del conocimiento han aportado nueva luz y nuevas perspectivas sobre la comprensión del fenómeno astrológico. A mediados del siglo XX, los franceses Michel y Françoise Gauquelin aplicaron el análisis estadístico sobre la astrología, con resultados sorprendentes, evidenciando que algunos de los principios fundamentales de la tradición astrológica eran veraces. Los Gauquelin llevaron a cabo durante 40 años una investigación estadística a gran escala sobre las correlaciones entre las posiciones de ciertos planetas y el nacimiento de distintas personas prominentes en diversos campos, cada uno asociado con la cualidad tradicional de estos planetas: Marte en deportistas y militares, Júpiter en políticos y líderes, la Luna en escritores, Saturno en científicos, etc. “Desde los tiempos de Babilonia, los símbolos de Marte, Júpiter y Saturno, son muy parecidos a los actuales aunque los encarnasen dioses distintos de los griegos o los romanos. Lo más sorprendente es que actualmente, en el siglo XX, milenios después de la existencia de aquellos astrónomos/astrólogos babilónicos, la investigación estadística moderna corrobora los antiguos símbolos”[7] (Michel Gauquelin, 1990).
Estos descubrimientos no sólo no fueron refutados[8] sino que se confirmaron y profundizaron por posteriores estudios llevados a cabo por diversos investigadores. Hans Eysenck, un importante psicólogo alemán, escéptico de la astrología –e incluso del psicoanálisis, luego de analizar los estudios estadísticos de los Gauquelin llego a afirmar:
Nos sentimos obligados a admitir que hay aquí algo que requiere explicación. Por mucho que les disguste, otros científicos que se tomen el trabajo de examinar la evidencia pueden verse forzados a una conclusión semejante. Los hallazgos son inexplicables, pero se trata de hechos, y como tales no se puede seguir ignorándolos; no podemos hacer como si no existieran simplemente porque no sean del agrado de las leyes de la ciencia de hoy o no concuerden con ellas… Tal vez haya llegado el momento de afirmar de manera completamente inequívoca que está naciendo una nueva ciencia. (Astrología: ¿ciencia o superstición?, 1982)
El último aporte más convincente sobre el fenómeno astrológico lo constituye el vasto trabajo de investigación de Richard Tarnas, historiador de la cultura y profesor de filosofía y psicología en el Institute of Integral Studies de California, en el que fundó el programa de Filosofía, Cosmología y Conciencia. Tarnas se dedicó, durante un período de 30 años y junto con una serie de colaboradores, a estudiar la astrología empírica y metódicamente, armado con un acceso históricamente privilegiado de datos astronómicos precisos y una afilada metodología crítica. Escéptico al principio, afirmó verse rendido ante la evidencia irrefutable que fue presentándosele:
Lo que encontré superó mis expectativas (…) Lo que me llamó particularmente la atención fue el hecho inexplicable de que el carácter de los estados psicológicos observados correspondiera tan estrechamente a los significados atribuidos a los pertinentes planetas en tránsito y natales, tal como los describen los textos corrientes de astrología. Pues ya era desconcertante que hubiera correlación coherente, pero que, además las correlaciones correspondieran a los sentidos tradicionales de los planetas era sencillamente pasmoso. (Cosmos & Psique: Indicios para una nueva visión del mundo, 2006)
Los resultados más contundentes de su trabajo fueron presentados en la forma de un voluminoso cuerpo de datos que evidencia las relaciones entre ciclos planetarios y hechos históricos y procesos sociales significativos, así como momentos cruciales en la vida de grandes personalidades históricas.
Pero quizás más relevante incluso que las evidencias desarrolladas a favor del fenómeno astrológico sea la nueva perspectiva interpretativa presentada por Tarnas, en la que vincula de manera brillante los fundamentos del saber astrológico tradicional con los aportes de la psicología del inconsciente, especialmente los de la escuela de Carl Jung y sus continuadores. A esta tradicional y a la vez renovada perspectiva Tarnas dio el nombre de Astrología Arquetipal. Y es en ella en la que nos introduciremos en la próxima entrega.
[1] http://astrologiaexperimental.com/2014/03/21/guiaanalisiscienciaastrologia/
[2] http://cienciauanl.uanl.mx/?p=70
[3] http://pijamasurf.com/2011/10/la-conciencia-es-no-local-el-retorno-del-alma-al-mundo/
[4] http://www.tendencias21.net/El-Universo-como-fractal-un-modelo-del-cosmos-que-gana-validez-cientifica_a24995.html
[5] http://astrologiaexperimental.com/2014/02/10/por-que-lo-de-arriba-esta-relacionado-con-lo-de-abajo/
[6] http://pijamasurf.com/2012/12/tu-cerebro-podria-ser-el-universo-y-al-reves/
[7] http://astrologiaexperimental.com/2014/04/03/entrevista-con-michel-gauquelin/
[8] http://astrologiaexperimental.com/2013/03/20/6-malentendidos-y-objeciones-comunes-entorno-a-gauquelin-y-sus-hallazgos/
Lo que encontré superó mis expectativas (…) Lo que me llamó particularmente la atención fue el hecho inexplicable de que el carácter de los estados psicológicos observados correspondiera tan estrechamente a los significados atribuidos a los pertinentes planetas en tránsito y natales, tal como los describen los textos corrientes de astrología. Pues ya era desconcertante que hubiera correlación coherente, pero que, además las correlaciones correspondieran a los sentidos tradicionales de los planetas era sencillamente pasmoso. (Cosmos & Psique: Indicios para una nueva visión del mundo, 2006)
Los resultados más contundentes de su trabajo fueron presentados en la forma de un voluminoso cuerpo de datos que evidencia las relaciones entre ciclos planetarios y hechos históricos y procesos sociales significativos, así como momentos cruciales en la vida de grandes personalidades históricas.
Pero quizás más relevante incluso que las evidencias desarrolladas a favor del fenómeno astrológico sea la nueva perspectiva interpretativa presentada por Tarnas, en la que vincula de manera brillante los fundamentos del saber astrológico tradicional con los aportes de la psicología del inconsciente, especialmente los de la escuela de Carl Jung y sus continuadores. A esta tradicional y a la vez renovada perspectiva Tarnas dio el nombre de Astrología Arquetipal. Y es en ella en la que nos introduciremos en la próxima entrega.
[1] http://astrologiaexperimental.com/2014/03/21/guiaanalisiscienciaastrologia/
[2] http://cienciauanl.uanl.mx/?p=70
[3] http://pijamasurf.com/2011/10/la-conciencia-es-no-local-el-retorno-del-alma-al-mundo/
[4] http://www.tendencias21.net/El-Universo-como-fractal-un-modelo-del-cosmos-que-gana-validez-cientifica_a24995.html
[5] http://astrologiaexperimental.com/2014/02/10/por-que-lo-de-arriba-esta-relacionado-con-lo-de-abajo/
[6] http://pijamasurf.com/2012/12/tu-cerebro-podria-ser-el-universo-y-al-reves/
[7] http://astrologiaexperimental.com/2014/04/03/entrevista-con-michel-gauquelin/
[8] http://astrologiaexperimental.com/2013/03/20/6-malentendidos-y-objeciones-comunes-entorno-a-gauquelin-y-sus-hallazgos/
FUENTE: PIJAMASURF