NAZIS, PERROS Y LA AFORTUNADA CASUALIDAD QUE PERMITIÓ A LA HUMANIDAD CONOCER LAS INCREÍBLES PINTURAS RUPESTRES RESGUARDADAS POR CIENTOS DE AÑOS.
1940: durante la invasión nazi en Francia, la huída del profesor de sesenta años, Henri Breuil, acabaría con uno de los hallazgos de arte prehistórico más interesantes del siglo XX.
Breuil trabajaba en el Instituto de Paleontología Humana y en e Museo del Hombre, en París, que había sido tomada desde mayo de aquel mismo año. El también clérigo se sumaba a una oleada masiva de personas tratando de escapar del control del Reich; luego de alquilar un coche, viajó acompañado de una cuidadosa selección de documentos y piezas de interés científico para instalarse en un pequeño pueblo al sur, Brive-la-Gaillarde.
Instalado en casa de Jean Bouyssonie, un excompañero del seminario, recibió una extraña carta en septiembre. El remitente era León Laval, un maestro retirado de una población a 25 kilómetros de ahí llamada Montignac. En ella le invitaba a visitar un descubrimiento reciente.
En los alrededores del antiguo castillo abandonado de la familia Lascaux, de la que toma su nombre, se encuentra la cueva. En aquel entonces, tapada por derrumbes y corrimientos de tierra, formaba parte del folklor local a través de leyendas en las que se aseguraba que el tesoro de los antiguos nobles era resguardado por el ánima de un sacerdote.
En 1920 un abeto derribado por un trueno permitió brevemente la entrada a las grutas, que emitían extraños sonidos. Luego de que un burro fuera devorado misteriosamente por el lugar, los lugareños decidieron tapar el boquete abierto para proteger su ganado. Su secretos tendrían que esperar veinte años más para que el paso distraído del joven Marcel Ravidat y su perro los revelarán.
Luego de una tarde tranquila paseando por el lugar, el perro daría con un hoyo oculto entre los matorrales que seguiría cavando con ahínco hasta dar con un espacio amplio que tendrían que explorar más tarde por la llegada de la noche.
Días después, acompañado de amigos y ayudado por un cuchillo casero, el joven Ravidat terminaría rodando dentro de la cueva para descubrir maravillado las pinturas que cubrían el techo del lugar. En ella aparecían caballos, osos, bisontes, uros (un bóvido ya extinto) y toros plasmados con esmero. Decidieron comunicar su hallazgo al maestro del pueblo que a su vez se comunicaría vía postal con Breuil.
Durante los tres meses siguientes, Breuil estudiaría las pinturas hasta calcular su antigüedad y situarlas en el periodo auriñaciense (de 38,000 a 30,000 años de antigüedad) aunque luego se les situarán en el periodo magdaliense (de 17,000 a 18,600 años de antigüedad).
Las cuevas fueron abiertas al público en 1948 pero el calor humano y la luz artificial dañaron las pinturas y se cerró su paso en 1966.
Estudios posteriores muestran que los ochenta metros de longitud encierran 1,963 dibujo o unidades gráficas, pinturas y grabados en su mayoría de animales. Para él, la importancia del lugar era comparable a la cantábrica Altamira.
Breuil trabajaba en el Instituto de Paleontología Humana y en e Museo del Hombre, en París, que había sido tomada desde mayo de aquel mismo año. El también clérigo se sumaba a una oleada masiva de personas tratando de escapar del control del Reich; luego de alquilar un coche, viajó acompañado de una cuidadosa selección de documentos y piezas de interés científico para instalarse en un pequeño pueblo al sur, Brive-la-Gaillarde.
Instalado en casa de Jean Bouyssonie, un excompañero del seminario, recibió una extraña carta en septiembre. El remitente era León Laval, un maestro retirado de una población a 25 kilómetros de ahí llamada Montignac. En ella le invitaba a visitar un descubrimiento reciente.
En los alrededores del antiguo castillo abandonado de la familia Lascaux, de la que toma su nombre, se encuentra la cueva. En aquel entonces, tapada por derrumbes y corrimientos de tierra, formaba parte del folklor local a través de leyendas en las que se aseguraba que el tesoro de los antiguos nobles era resguardado por el ánima de un sacerdote.
En 1920 un abeto derribado por un trueno permitió brevemente la entrada a las grutas, que emitían extraños sonidos. Luego de que un burro fuera devorado misteriosamente por el lugar, los lugareños decidieron tapar el boquete abierto para proteger su ganado. Su secretos tendrían que esperar veinte años más para que el paso distraído del joven Marcel Ravidat y su perro los revelarán.
Luego de una tarde tranquila paseando por el lugar, el perro daría con un hoyo oculto entre los matorrales que seguiría cavando con ahínco hasta dar con un espacio amplio que tendrían que explorar más tarde por la llegada de la noche.
Días después, acompañado de amigos y ayudado por un cuchillo casero, el joven Ravidat terminaría rodando dentro de la cueva para descubrir maravillado las pinturas que cubrían el techo del lugar. En ella aparecían caballos, osos, bisontes, uros (un bóvido ya extinto) y toros plasmados con esmero. Decidieron comunicar su hallazgo al maestro del pueblo que a su vez se comunicaría vía postal con Breuil.
Durante los tres meses siguientes, Breuil estudiaría las pinturas hasta calcular su antigüedad y situarlas en el periodo auriñaciense (de 38,000 a 30,000 años de antigüedad) aunque luego se les situarán en el periodo magdaliense (de 17,000 a 18,600 años de antigüedad).
Las cuevas fueron abiertas al público en 1948 pero el calor humano y la luz artificial dañaron las pinturas y se cerró su paso en 1966.
Estudios posteriores muestran que los ochenta metros de longitud encierran 1,963 dibujo o unidades gráficas, pinturas y grabados en su mayoría de animales. Para él, la importancia del lugar era comparable a la cantábrica Altamira.
FUENTE: PIJAMASURF
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