HACER NADA ES LO MÁS DIFÍCIL, Y COMO SUELE OCURRIR CON LO QUE REALMENTE NOS PONE A PRUEBA, ES LO QUE REALMENTE VALE LA PENA
Parte central de la condición moderna es la movilidad, el estar siempre haciendo algo, siempre ocupándonos. Hay que ser productivos. Hay que hacer que se consuma para que la economía puede seguir creciendo. Hay que aprender más e informarnos para seguir creciendo como individuos y poder competir. Hay que buscar más estímulos para mantenernos ocupados con algo. Esto genera un frenesí, incluso un trastorno de atención a nivel global, como sugiere el maestro de meditación Alan Wallace.
Tal vez este ir y venir, corriendo siempre detrás de objetos y sus estímulos (queriendo estar, al menos virtualmente, en todas partes sin perdernos de nada -digifrenia, lo llama Douglas Rushkoff-), es una de las razones por las cuales la ansiedad es una de las enfermedades mentales que más han crecido en las últimas décadas. El teórico de medios Marshall McLuhan y el poeta W. H. Auden, de hecho, llamaron anticipadamente a nuestra era la era de la ansiedad; entre las múltiples posibles definiciones esta no es la menos apropiada -aunque como queda claro después de leer los Pensamientos de Pascal esta inquietud, este no estar a gusto en silencio, sin hacer "nada", es algo que ha caracterizado al ser humano al menos por siglos. El Premio Nobel de economía Herbert Simon había sugerido en 1971 que en un mundo tan rico en información, se producía necesariamente una carencia: atención, ya que esto es lo que consume la información. De manera relacionada, en una era con tanta información y tantos estímulos -en una economía que capitaliza la atención que captura y por lo tanto se encarga de ofrecer cada vez más ingeniosos medios de captura- necesariamente tendremos individuos adictos a estos estímulos, ansiosos por una nueva dosis (checar su mail, ver cuántos likesrecibieron, refrescar la pantalla cada minuto). Y como todo esto ocurre en fragmentos, en snippets, nuestra atención se vuelve más corta y a la vez nos volvemos cada vez ansiosos, puesto que quedamos ávidamente insatisfechos en el espacio entre los estímulos, en el vacío que queremos siempre llenar. Nunca ha sido más fácil evitar lidiar con el aburrimiento que en esta época.
El problema de recubrir nuestra condición de "aburrimiento", esa ansia existencial de la mente cuando tiene que enfrentarse consigo misma y descubre que su estado interno es uno de fastidio, tedio y frustración (puesto que el mundo es sufrimiento, vacío, muerte), es que con el entretenimiento lo único que estamos haciendo es crear un intervalo, prolongando el período en el cual indolentemente ignoramos la realidad que tarde o temprano vamos a tener que enfrentar: la condición de nuestra mente en un mundo en el cual, por más que lo maquillemos, no podemos obtener satisfacción que dure. En realidad lo que hacemos con el entretenimiento -activando siempre nuestro sistema de recompensa de dopamina- no es muy diferente del hábito tan común entre los adictos de evitar la resaca consumiendo más drogas o alcohol.
El matemático y filósofo francés Blaise Pascal acuñó esta multicitada frase que se ha convertido en un emblema de nuestra época: "La infelicidad [o la desgracia] del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación". Generalmente se suele citar sola esta frase, pero todos los pensamientos de Pascal alrededor de ella son un verdadero tesoro que analizaremos a continuación. Antes hay que decir que es llamativo que si la felicidad depende de saber estar solos y quietos en una habitación (como se asume que es verdad, en el recurso de autoridad de citar a un filósofo del siglo XVII), las personas hacen lo que sea para evitar esto. Un estudio hace unos años notó que cuando se coloca a personas solas en una habitación sin nada que hacer más que pensar por entre 6 y 15 minutos prefieren darse leves shocks eléctricos que permanecer así. Realmente nos da pánico quedarnos quietos sin hacer nada. Y es que hacer nada es sumamente difícil, si no es que imposible. La mente no para y, cuando no estamos acostumbrados a observarla, no suele gustarnos lo que vemos. El mismo Pascal en otra de sus famosas frases reunidas en sus Pensamientos describió el terror que siente la mente humana ante el vacío, ante el silencio del espacio infinito -acaso esto es lo que se insinúa también en ese reposo solitario, el infinito y la nada se empiezan a hacer patentes y esto amenaza seriamente el confort de nuestro ego.
La primera frase citada de Pascal aparece en el fragmento 139, donde habla sobre el aburrimiento (o tedio). Dice ahí que al considerar las "diversas agitaciones y peligros a los que se exponen" los hombres, que van a la guerra, se enfrascan en enredos pasionales, crímenes y demás, deduce que todo esto viene a razón de que no son capaces de quedarse quietos. Un hombre que supiera estar tranquilo en su casa sin realizar una actividad no tendría necesidad de salir a buscar divertimientos y en el proceso meterse en tantos aprietos. Tenemos aquí una tensión entre el hombre de acción y el hombre contemplativo. Pascal notó, como antes el Buda o los filósofos estoicos que perseguir divertimientos, estímulos o posesiones materiales, como el cazador detrás de una liebre, no conduce a la verdadera felicidad. Los hombres actúan erráticamente "como si la posesión de las cosas que buscan pudiera hacerlos verdaderamente felices", dice. Y, sin embargo, debido a que nuestra condición existencial es realmente miserable, le parece del todo entendible que el hombre no logre estar a gusto en su habitación y haga lo que sea por escapar de esta meditación que es siempre una meditación sobre la muerte y la nada. Pascal ha sido considerado, a posteriori, un existencialista cristiano. Una frase digna del más mordaz de los existencialistas modernos aparece en su fragmento 105: "La grandeza del ser humano consiste en su habilidad de conocer su miseria".
La frase inicial es sumamente rica en matices, puesto que, visto desde una perspectiva menos profunda, tener que quedarse en reposo en su habitación e inevitablemente meditar en su condición es también la fuente más directa de la infelicidad del hombre; no contar con el divertimiento que le permite evitar esto es la condición de su infelicidad y lo que separa a los reyes y a los miembros de la realeza de los hombres comunes. Pascal señala que la realeza es el puesto más hermoso del mundo, justamente porque tiene una fuente inagotable de divertimiento provista por sus súbditos, lo cual le permite evitar (o postergar) "la visión de lo que le amenaza, de las rebeliones que pueden acontecer, y finalmente, en la muerte y en las enfermedades que son inevitables". Hoy en día, con la tecnología todos somos como los reyes de antaño con una inagotable corte de entretenimiento a nuestra permanente disposición, aunque éste sea sólo virtual y de menor riqueza sensorial que la pirotecnia, el ingenio de los bufones, los bailes, los manjares o los mimos de las cortesanas. De cualquier manera esto nos permite no enfrentar nuestra condición, es decir, no conocernos a nosotros mismos. Al final es mejor ser el más humilde sirviente en el cielo que ser rey en este mundo.
Pascal señala que "el hombre está visiblemente hecho para pensar; ello constituye toda su dignidad y todo su mérito... el orden del pensamiento está en comenzar por sí mismo". Así que lo más digno y aquello en lo cual yace nuestra valía y significado es en el pensamiento, en la meditación, en la autorreflexión. El problema yace en que conocernos a nosotros mismos nos revela de alguna manera arrojados entre dos abismos:
Pues, en fin, ¿qué es un hombre en la naturaleza? Una nada con respecto al infinito, un todo con respecto a la nada, un medio entre nada y todo. Infinitamente distante de comprender los extremos, para él el fin y el principio de las cosas están insuperablemente escondidos en un secreto impenetrable, y es igualmente incapaz de ver la nada de donde ha sido extraído y el infinito donde está sumido.
Entre el infinito y la nada, siendo sólo parte y ansiando el todo, así el hombre tiene esta condición miserable. Sin embargo, aunque Pascal reitera la imposibilidad de conocer ese infinito, incluso de tener certidumbre de la existencia de Dios, no considera que la existencia sea absurda. Habla de la posibilidad de que algunos, elegidos por gracia divina, puedan alzarse por sobre este abismo y trascender las limitaciones del pensamiento humano. Así, famosamente, Pascal llama a apostar por Dios. Ante la incertidumbre y la miseria, aun así creer en la divinidad resulta, incluso matemáticamente, la mejor apuesta.
Pascal no señala que la meditación o el pensamiento en reposo puedan ser medios para conocer a Dios, pero sí dice que no cultivar este pensamiento al distraernos con vanas diversiones nos impide conocernos "y estar en nosotros, lo que nos hace perdernos insensiblemente... el divertimento nos divierte y nos hace llegar insensiblemente a la muerte". Es por esto que el divertimento es "la única cosa que nos consuela de nuestras miserias... y, sin embargo, es la más grande de nuestras miserias". Pascal escribe que la miseria es el "hombre sin dios" y la "felicidad [es el] hombre con Dios". Aunque no alcanza a aclarar del todo cuáles son los beneficios soteriológicos de la meditación solitaria, Pascal sí señala que de alguna manera los hombres que buscan a Dios sinceramente pueden alcanzar a percibir "notas visibles" de la deidad, aunque esencialmente sea un "Deus absconditus". Podemos intuir que hay algo en ese reposo contemplativo, cuando el corazón reflexiona con sincero ardor sobre su propia miseria, que es siempre también anhelo (el amor vive de la tensión de la separación), que permite un conocimiento divino, aunque esto sea algo que descienda de la misma divinidad y no una elección humana.
Para concluir con el análisis de esta frase tan profusa en sus derivaciones, podemos decir que la felicidad que menciona Pascal que produce el divertimento y evitar ver nuestra condición es una felicidad hedonista y la felicidad que nos brinda quedarnos quietos y conocernos a nosotros mismos -aunque en la angustia existencial- es la felicidad eudaimónica, la cual ha sido llamada la felicidad que viene del alma o la felicidad de una vida con significado -significado puesto que al menos nos contemplamos como parte de un universo infinito, o como famosamente escribió Pascal: "el universo es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes pero cuya circunferencia no está en ninguna. Es la marca sensible más grande de la omnipotencia de Dios, que la imaginación se pierde en ese pensamiento". El maestro de meditación Alan Wallace ha comparado esta felicidad eudaimónica al concepto de "dharma", omnipresente en las filosofías de la India, un término que puede traducirse como "religión", "verdad", y también como "significado" (como lo traduce Herbert Günther). Una felicidad que viene de encontrar significado en el mundo, de buscar la verdad, de un sentimiento de religiosidad o conexión con algo superior.
Evitar pensar sobre nuestra condición es fundamentalmente evitar pensar sobre la muerte. Solemos pensar que pensar sobre la muerte es deprimente y nos debe producir angustia e infelicidad, pero, por otra parte el pensamiento sobre la muerte puede ser la más perfecta motivación. Para Sócrates, la filosofía era definida fundamentalmente como un pensamiento sobre y una preparación para la muerte. Evidentemente Sócrates y Platón consideraban que el ser humano era capaz de alcanzar un estado superior a través de la muerte filosófica y así elevar el alma hacia el conocimiento de las ideas o arquetipos, emanaciones de la inteligencia divina. Así que nuestra condición y la muerte misma no eran eventos tan abyectos, algo que quizás era notado justamente como fruto de la meditación. Ese momento de pensamiento en soledad y reposo es, después de todo, el ensayo más cercano y constante que tenemos para la muerte. Y, si la conciencia continúa más allá de la muerte y ella misma determina nuestro destino, entonces obviamente resulta relevante interrogarla e indagar nuestra propia naturaleza. Observar nuestra mente como quien inspecciona el propio vehículo -ese carro posiblemente alado- con el cual puede cruzar una última frontera.
Aunque ya ha sido demasiado largo este artículo para la era de la distracción y la ansiedad, estaría incompleto sin antes mencionar el entendimiento que tienen las tradiciones contemplativas orientales de este "estar quietos en una habitación" (evidentemente, el sentido de la frase aplica a cualquier lugar y no sólo a una "habitación"). Filosofías y religiones enteras se han fundado a partir de lo que un hombre descubre en el silencio y en la quietud, simplemente observando sus propios pensamientos, sobre todo cuando no interviene y simplemente observa. En la India se desarrolló lo que Alan Wallace llama "la tecnología del samadhi", un "telescopio de la mente", la herramienta por excelencia para hacer una ciencia de la conciencia. El samadhi, la claridad y concentración de la mente, justamente surge de la calma y la quietud, según explican estas tradiciones. La inmovilidad de la mente, su mantenerse fija y atenta a voluntad -lo que también se llama "tapas", el ardor de la concentración- va depurando el aparato cognitivo y hace que se haga transparente la naturaleza verdadera de la conciencia. Este cultivo de samadhi, que podemos describir como el fruto del silencio, tiene un efecto purificador, que reestablece el estado natural que es descrito como fresco y luminoso. Este samadhi o pacificación que permite acceder a la máxima amplitud y definición de la mente, en el budismo es combinado con la meditación analítica, con el discernimiento, que es fundamentalmente entender nuestra condición mortal, nuestra condición de insatisfacción en un mundo finito e impermanente -y, a través del entendimiento, establecer un funcionamiento mental que trasciende los modos operativos de la conciencia que generan un mundo en el cual el sufrimiento es la condición fundamental. A diferencia de Pascal, las tradiciones orientales señalan que la mente humana sí puede conocer la realidad, sí puede alcanzar lo divino o eterno, justamente porque esa es su naturaleza, la cual reluce una vez que se ha liberado de todos los constructos y conceptos que la separan transitoriamente de sí misma. Esta naturaleza, que se suele llamar el estado de despertar, es comparada con el Sol que siempre ha estado ahí, pero que dejamos de percibir cuando el cielo se nubla.
Tradiciones como el taoísmo (con el wu wei), el budismo zen, el budismo dzogchen y mahamudra, o el tantrismo shaiva (con el concepto de anupaya o no método de Abhinavagupta) sugieren, de hecho, que el más alto sendero espiritual es la contemplación sin elaboración, es decir, lo más elevado es no hacer nada -ser, atentamente, sin interferir. Esto es lo más difícil y a la vez lo más simple, lo menos taimado. El estado natural. No hacer nada es hacerse nada (uno se hace como lo que contempla), es vaciarse, lo cual en cierta forma es hacerse todo ("la totalidad y la experiencia en sí misma llegan a ser idénticas", dice Herbert Günther sobre el estado del dzogchen, la supercompleción o gran perfección). Este estado de no elaboración, de no conceptualización, de no identificación, no debe ser entendido como una nada en un sentido absoluto, lo cual sería absurdo (el lenguaje es limitante, y sería mejor hablar de una no-cosidad, no-thingness en inglés; ayin, en hebreo); se trata de una apertura, de un potencial infinito no diferenciado y no limitado (esto es similar a los conceptos de la física de energía del punto cero o a la totalidad implicada de David Bohm). Es una nada meóntica, por usar el concepto de Hegel. Y esta "nada", que el mismo Heidegger consideraba como el espacio resplandeciente del Ser, a lo que más se parece, o lo que más nos acerca a ella, es justamente a estar en silencio, en reposo, en quietud, en nuestra habitación o en cualquier parte, sin hacer algo específico, sin esforzarse (pero sin entrar en un estado de lasitud), sin alterar nuestra naturaleza. Nos dicen diversas tradiciones que esta "nada" es la gnosis más alta, más allá de toda experiencia posible, más allá de todo sujeto que experimenta un objeto. Y le tenemos tanto miedo, justamente como había atisbado Pascal, porque significa nuestra aniquilación, amenaza con destruir lo que creemos que somos, a lo que nos aferramos. Mientras seamos algo no podremos conocer (ser) lo que realmente deseamos, que es siempre todo, el deseo en el fondo de todo deseo por un objeto es la totalidad, la eliminación de toda separación, la erradicación de todo objeto que pueda generarnos un deseo puesto que, entonces, no hay nada que no sea nosotros. Así que para conseguir lo que realmente queremos es necesario nulificarnos, hacernos imposiblemente nada. Y para empezar el camino a esa región misteriosa pero absolutamente íntima que los místicos han descrito -probando los límites del lenguaje- como "la nube del no-saber", una "docta ignorancia", una "oscuridad brillante", "el viaje del solo al Solo", etc., el primer paso es aprender a estar solos, quedarnos quietos y observar atentamente sin conceptualizar.
Twitter: @alepholo
Cualquier forma de meditación consciente no es la cosa en sí; nunca puede serlo. Los intentos deliberados de meditar no son meditación. La meditación debe ocurrir; no puede ser invitada. La meditación no es el juego de la mente ni del deseo o del placer. Cualquier intento de meditar es su misma negación. Sólo date cuenta de lo que estás pensando y haciendo y nada más. El ver y el escuchar son el hacer, sin recompensa o castigo. La habilidad del hacer yace en la habilidad en el ver, en el escuchar. Toda forma de meditación lleva inevitablemente a la decepción, a la ilusión, puesto que el deseo ciega. Era una hermosa tarde y la luz suave de la primavera cubría la tierra.
J. Krishnamurti
Cuando tu mente experimenta el estado vacío de no pensar en nada en específico, desprovista tanto de constructos mentales como de claridad, observa sin hacer esfuerzo la naturaleza de aquello que se da cuenta de ese estado. Cuando lo haces, hay pura conciencia no-dual (rigpa), sin conceptos, totalmente abierta, libre de interno y externo, como un cielo límpido y luminoso. En esta conciencia pura no hay dualidad entre experimentador y experiencia, y sin embargo es posible tener la clara convicción de que tu verdadera naturaleza no es más que esta.
Dilgo Khyentse Rinpoche
Aquí renunciando a todo concepto, envuelto totalmente en lo intangible y en lo invisible, uno le pertenece completamente a aquel que esta más allá de todo. Aquí, siendo ni uno mismo ni alguien más, uno alcanza la suprema unión con lo completamente desconocido a través de una inactividad de todo conocimiento, y logra conocer más allá de la mente conociendo nada.
Pseudo-Dionisio, La teología mística
Quédense quietos, y reconozcan que yo soy Dios.
Salmo 46-10
Parte central de la condición moderna es la movilidad, el estar siempre haciendo algo, siempre ocupándonos. Hay que ser productivos. Hay que hacer que se consuma para que la economía puede seguir creciendo. Hay que aprender más e informarnos para seguir creciendo como individuos y poder competir. Hay que buscar más estímulos para mantenernos ocupados con algo. Esto genera un frenesí, incluso un trastorno de atención a nivel global, como sugiere el maestro de meditación Alan Wallace.
Tal vez este ir y venir, corriendo siempre detrás de objetos y sus estímulos (queriendo estar, al menos virtualmente, en todas partes sin perdernos de nada -digifrenia, lo llama Douglas Rushkoff-), es una de las razones por las cuales la ansiedad es una de las enfermedades mentales que más han crecido en las últimas décadas. El teórico de medios Marshall McLuhan y el poeta W. H. Auden, de hecho, llamaron anticipadamente a nuestra era la era de la ansiedad; entre las múltiples posibles definiciones esta no es la menos apropiada -aunque como queda claro después de leer los Pensamientos de Pascal esta inquietud, este no estar a gusto en silencio, sin hacer "nada", es algo que ha caracterizado al ser humano al menos por siglos. El Premio Nobel de economía Herbert Simon había sugerido en 1971 que en un mundo tan rico en información, se producía necesariamente una carencia: atención, ya que esto es lo que consume la información. De manera relacionada, en una era con tanta información y tantos estímulos -en una economía que capitaliza la atención que captura y por lo tanto se encarga de ofrecer cada vez más ingeniosos medios de captura- necesariamente tendremos individuos adictos a estos estímulos, ansiosos por una nueva dosis (checar su mail, ver cuántos likesrecibieron, refrescar la pantalla cada minuto). Y como todo esto ocurre en fragmentos, en snippets, nuestra atención se vuelve más corta y a la vez nos volvemos cada vez ansiosos, puesto que quedamos ávidamente insatisfechos en el espacio entre los estímulos, en el vacío que queremos siempre llenar. Nunca ha sido más fácil evitar lidiar con el aburrimiento que en esta época.
El problema de recubrir nuestra condición de "aburrimiento", esa ansia existencial de la mente cuando tiene que enfrentarse consigo misma y descubre que su estado interno es uno de fastidio, tedio y frustración (puesto que el mundo es sufrimiento, vacío, muerte), es que con el entretenimiento lo único que estamos haciendo es crear un intervalo, prolongando el período en el cual indolentemente ignoramos la realidad que tarde o temprano vamos a tener que enfrentar: la condición de nuestra mente en un mundo en el cual, por más que lo maquillemos, no podemos obtener satisfacción que dure. En realidad lo que hacemos con el entretenimiento -activando siempre nuestro sistema de recompensa de dopamina- no es muy diferente del hábito tan común entre los adictos de evitar la resaca consumiendo más drogas o alcohol.
El matemático y filósofo francés Blaise Pascal acuñó esta multicitada frase que se ha convertido en un emblema de nuestra época: "La infelicidad [o la desgracia] del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación". Generalmente se suele citar sola esta frase, pero todos los pensamientos de Pascal alrededor de ella son un verdadero tesoro que analizaremos a continuación. Antes hay que decir que es llamativo que si la felicidad depende de saber estar solos y quietos en una habitación (como se asume que es verdad, en el recurso de autoridad de citar a un filósofo del siglo XVII), las personas hacen lo que sea para evitar esto. Un estudio hace unos años notó que cuando se coloca a personas solas en una habitación sin nada que hacer más que pensar por entre 6 y 15 minutos prefieren darse leves shocks eléctricos que permanecer así. Realmente nos da pánico quedarnos quietos sin hacer nada. Y es que hacer nada es sumamente difícil, si no es que imposible. La mente no para y, cuando no estamos acostumbrados a observarla, no suele gustarnos lo que vemos. El mismo Pascal en otra de sus famosas frases reunidas en sus Pensamientos describió el terror que siente la mente humana ante el vacío, ante el silencio del espacio infinito -acaso esto es lo que se insinúa también en ese reposo solitario, el infinito y la nada se empiezan a hacer patentes y esto amenaza seriamente el confort de nuestro ego.
La primera frase citada de Pascal aparece en el fragmento 139, donde habla sobre el aburrimiento (o tedio). Dice ahí que al considerar las "diversas agitaciones y peligros a los que se exponen" los hombres, que van a la guerra, se enfrascan en enredos pasionales, crímenes y demás, deduce que todo esto viene a razón de que no son capaces de quedarse quietos. Un hombre que supiera estar tranquilo en su casa sin realizar una actividad no tendría necesidad de salir a buscar divertimientos y en el proceso meterse en tantos aprietos. Tenemos aquí una tensión entre el hombre de acción y el hombre contemplativo. Pascal notó, como antes el Buda o los filósofos estoicos que perseguir divertimientos, estímulos o posesiones materiales, como el cazador detrás de una liebre, no conduce a la verdadera felicidad. Los hombres actúan erráticamente "como si la posesión de las cosas que buscan pudiera hacerlos verdaderamente felices", dice. Y, sin embargo, debido a que nuestra condición existencial es realmente miserable, le parece del todo entendible que el hombre no logre estar a gusto en su habitación y haga lo que sea por escapar de esta meditación que es siempre una meditación sobre la muerte y la nada. Pascal ha sido considerado, a posteriori, un existencialista cristiano. Una frase digna del más mordaz de los existencialistas modernos aparece en su fragmento 105: "La grandeza del ser humano consiste en su habilidad de conocer su miseria".
La frase inicial es sumamente rica en matices, puesto que, visto desde una perspectiva menos profunda, tener que quedarse en reposo en su habitación e inevitablemente meditar en su condición es también la fuente más directa de la infelicidad del hombre; no contar con el divertimiento que le permite evitar esto es la condición de su infelicidad y lo que separa a los reyes y a los miembros de la realeza de los hombres comunes. Pascal señala que la realeza es el puesto más hermoso del mundo, justamente porque tiene una fuente inagotable de divertimiento provista por sus súbditos, lo cual le permite evitar (o postergar) "la visión de lo que le amenaza, de las rebeliones que pueden acontecer, y finalmente, en la muerte y en las enfermedades que son inevitables". Hoy en día, con la tecnología todos somos como los reyes de antaño con una inagotable corte de entretenimiento a nuestra permanente disposición, aunque éste sea sólo virtual y de menor riqueza sensorial que la pirotecnia, el ingenio de los bufones, los bailes, los manjares o los mimos de las cortesanas. De cualquier manera esto nos permite no enfrentar nuestra condición, es decir, no conocernos a nosotros mismos. Al final es mejor ser el más humilde sirviente en el cielo que ser rey en este mundo.
Pascal señala que "el hombre está visiblemente hecho para pensar; ello constituye toda su dignidad y todo su mérito... el orden del pensamiento está en comenzar por sí mismo". Así que lo más digno y aquello en lo cual yace nuestra valía y significado es en el pensamiento, en la meditación, en la autorreflexión. El problema yace en que conocernos a nosotros mismos nos revela de alguna manera arrojados entre dos abismos:
Pues, en fin, ¿qué es un hombre en la naturaleza? Una nada con respecto al infinito, un todo con respecto a la nada, un medio entre nada y todo. Infinitamente distante de comprender los extremos, para él el fin y el principio de las cosas están insuperablemente escondidos en un secreto impenetrable, y es igualmente incapaz de ver la nada de donde ha sido extraído y el infinito donde está sumido.
Entre el infinito y la nada, siendo sólo parte y ansiando el todo, así el hombre tiene esta condición miserable. Sin embargo, aunque Pascal reitera la imposibilidad de conocer ese infinito, incluso de tener certidumbre de la existencia de Dios, no considera que la existencia sea absurda. Habla de la posibilidad de que algunos, elegidos por gracia divina, puedan alzarse por sobre este abismo y trascender las limitaciones del pensamiento humano. Así, famosamente, Pascal llama a apostar por Dios. Ante la incertidumbre y la miseria, aun así creer en la divinidad resulta, incluso matemáticamente, la mejor apuesta.
Pascal no señala que la meditación o el pensamiento en reposo puedan ser medios para conocer a Dios, pero sí dice que no cultivar este pensamiento al distraernos con vanas diversiones nos impide conocernos "y estar en nosotros, lo que nos hace perdernos insensiblemente... el divertimento nos divierte y nos hace llegar insensiblemente a la muerte". Es por esto que el divertimento es "la única cosa que nos consuela de nuestras miserias... y, sin embargo, es la más grande de nuestras miserias". Pascal escribe que la miseria es el "hombre sin dios" y la "felicidad [es el] hombre con Dios". Aunque no alcanza a aclarar del todo cuáles son los beneficios soteriológicos de la meditación solitaria, Pascal sí señala que de alguna manera los hombres que buscan a Dios sinceramente pueden alcanzar a percibir "notas visibles" de la deidad, aunque esencialmente sea un "Deus absconditus". Podemos intuir que hay algo en ese reposo contemplativo, cuando el corazón reflexiona con sincero ardor sobre su propia miseria, que es siempre también anhelo (el amor vive de la tensión de la separación), que permite un conocimiento divino, aunque esto sea algo que descienda de la misma divinidad y no una elección humana.
Para concluir con el análisis de esta frase tan profusa en sus derivaciones, podemos decir que la felicidad que menciona Pascal que produce el divertimento y evitar ver nuestra condición es una felicidad hedonista y la felicidad que nos brinda quedarnos quietos y conocernos a nosotros mismos -aunque en la angustia existencial- es la felicidad eudaimónica, la cual ha sido llamada la felicidad que viene del alma o la felicidad de una vida con significado -significado puesto que al menos nos contemplamos como parte de un universo infinito, o como famosamente escribió Pascal: "el universo es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes pero cuya circunferencia no está en ninguna. Es la marca sensible más grande de la omnipotencia de Dios, que la imaginación se pierde en ese pensamiento". El maestro de meditación Alan Wallace ha comparado esta felicidad eudaimónica al concepto de "dharma", omnipresente en las filosofías de la India, un término que puede traducirse como "religión", "verdad", y también como "significado" (como lo traduce Herbert Günther). Una felicidad que viene de encontrar significado en el mundo, de buscar la verdad, de un sentimiento de religiosidad o conexión con algo superior.
Evitar pensar sobre nuestra condición es fundamentalmente evitar pensar sobre la muerte. Solemos pensar que pensar sobre la muerte es deprimente y nos debe producir angustia e infelicidad, pero, por otra parte el pensamiento sobre la muerte puede ser la más perfecta motivación. Para Sócrates, la filosofía era definida fundamentalmente como un pensamiento sobre y una preparación para la muerte. Evidentemente Sócrates y Platón consideraban que el ser humano era capaz de alcanzar un estado superior a través de la muerte filosófica y así elevar el alma hacia el conocimiento de las ideas o arquetipos, emanaciones de la inteligencia divina. Así que nuestra condición y la muerte misma no eran eventos tan abyectos, algo que quizás era notado justamente como fruto de la meditación. Ese momento de pensamiento en soledad y reposo es, después de todo, el ensayo más cercano y constante que tenemos para la muerte. Y, si la conciencia continúa más allá de la muerte y ella misma determina nuestro destino, entonces obviamente resulta relevante interrogarla e indagar nuestra propia naturaleza. Observar nuestra mente como quien inspecciona el propio vehículo -ese carro posiblemente alado- con el cual puede cruzar una última frontera.
Aunque ya ha sido demasiado largo este artículo para la era de la distracción y la ansiedad, estaría incompleto sin antes mencionar el entendimiento que tienen las tradiciones contemplativas orientales de este "estar quietos en una habitación" (evidentemente, el sentido de la frase aplica a cualquier lugar y no sólo a una "habitación"). Filosofías y religiones enteras se han fundado a partir de lo que un hombre descubre en el silencio y en la quietud, simplemente observando sus propios pensamientos, sobre todo cuando no interviene y simplemente observa. En la India se desarrolló lo que Alan Wallace llama "la tecnología del samadhi", un "telescopio de la mente", la herramienta por excelencia para hacer una ciencia de la conciencia. El samadhi, la claridad y concentración de la mente, justamente surge de la calma y la quietud, según explican estas tradiciones. La inmovilidad de la mente, su mantenerse fija y atenta a voluntad -lo que también se llama "tapas", el ardor de la concentración- va depurando el aparato cognitivo y hace que se haga transparente la naturaleza verdadera de la conciencia. Este cultivo de samadhi, que podemos describir como el fruto del silencio, tiene un efecto purificador, que reestablece el estado natural que es descrito como fresco y luminoso. Este samadhi o pacificación que permite acceder a la máxima amplitud y definición de la mente, en el budismo es combinado con la meditación analítica, con el discernimiento, que es fundamentalmente entender nuestra condición mortal, nuestra condición de insatisfacción en un mundo finito e impermanente -y, a través del entendimiento, establecer un funcionamiento mental que trasciende los modos operativos de la conciencia que generan un mundo en el cual el sufrimiento es la condición fundamental. A diferencia de Pascal, las tradiciones orientales señalan que la mente humana sí puede conocer la realidad, sí puede alcanzar lo divino o eterno, justamente porque esa es su naturaleza, la cual reluce una vez que se ha liberado de todos los constructos y conceptos que la separan transitoriamente de sí misma. Esta naturaleza, que se suele llamar el estado de despertar, es comparada con el Sol que siempre ha estado ahí, pero que dejamos de percibir cuando el cielo se nubla.
Tradiciones como el taoísmo (con el wu wei), el budismo zen, el budismo dzogchen y mahamudra, o el tantrismo shaiva (con el concepto de anupaya o no método de Abhinavagupta) sugieren, de hecho, que el más alto sendero espiritual es la contemplación sin elaboración, es decir, lo más elevado es no hacer nada -ser, atentamente, sin interferir. Esto es lo más difícil y a la vez lo más simple, lo menos taimado. El estado natural. No hacer nada es hacerse nada (uno se hace como lo que contempla), es vaciarse, lo cual en cierta forma es hacerse todo ("la totalidad y la experiencia en sí misma llegan a ser idénticas", dice Herbert Günther sobre el estado del dzogchen, la supercompleción o gran perfección). Este estado de no elaboración, de no conceptualización, de no identificación, no debe ser entendido como una nada en un sentido absoluto, lo cual sería absurdo (el lenguaje es limitante, y sería mejor hablar de una no-cosidad, no-thingness en inglés; ayin, en hebreo); se trata de una apertura, de un potencial infinito no diferenciado y no limitado (esto es similar a los conceptos de la física de energía del punto cero o a la totalidad implicada de David Bohm). Es una nada meóntica, por usar el concepto de Hegel. Y esta "nada", que el mismo Heidegger consideraba como el espacio resplandeciente del Ser, a lo que más se parece, o lo que más nos acerca a ella, es justamente a estar en silencio, en reposo, en quietud, en nuestra habitación o en cualquier parte, sin hacer algo específico, sin esforzarse (pero sin entrar en un estado de lasitud), sin alterar nuestra naturaleza. Nos dicen diversas tradiciones que esta "nada" es la gnosis más alta, más allá de toda experiencia posible, más allá de todo sujeto que experimenta un objeto. Y le tenemos tanto miedo, justamente como había atisbado Pascal, porque significa nuestra aniquilación, amenaza con destruir lo que creemos que somos, a lo que nos aferramos. Mientras seamos algo no podremos conocer (ser) lo que realmente deseamos, que es siempre todo, el deseo en el fondo de todo deseo por un objeto es la totalidad, la eliminación de toda separación, la erradicación de todo objeto que pueda generarnos un deseo puesto que, entonces, no hay nada que no sea nosotros. Así que para conseguir lo que realmente queremos es necesario nulificarnos, hacernos imposiblemente nada. Y para empezar el camino a esa región misteriosa pero absolutamente íntima que los místicos han descrito -probando los límites del lenguaje- como "la nube del no-saber", una "docta ignorancia", una "oscuridad brillante", "el viaje del solo al Solo", etc., el primer paso es aprender a estar solos, quedarnos quietos y observar atentamente sin conceptualizar.
Twitter: @alepholo
FUENTE: PIJAMASURF
No hay comentarios:
Publicar un comentario