Hace más de medio siglo, el escritor Felisberto Hernández publicó un cuento profético. Un señor vestido de blanco subía a los tranvías de Montevideo, jeringa en mano, y amablemente inyectaba un líquido en el brazo de cada pasajero. De inmediato, los inyectados empezaban a escuchar, dentro de sí, los jingles publicitarios de la fábrica de muebles El Canario. Para sacarse la publicidad de las venas, había que comprar en la farmacia unas tabletas, marca El Canario, que suprimían el efecto de la inyección.
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