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jueves, 6 de junio de 2013

DEBAJO DE LA CAMA LEYENDA DE TERROR DE VOCES ANÓNIMAS

¿Cómo se sentiría si descubrieras que al apagar la luz de tu habitación algo o alguien está contigo? Allí, escondido en la oscuridad, o en los rincones de su habitación.. o peor aún... debajo de tu cama...

EL SORPRENDENTE Y ENIGMÁTICO MUNDO DE LOS VAMPIROS



La imagen del vampiro se ha ido incorporando en nuestra cultura como un personaje de ficción, mientras que el cine ha llevado el mito hacia un concepto cada vez más fabuloso e increíble. Pocos son los que conocen si hay algún trasfondo real detrás de este personaje. Lo cierto es que el mismo mito del vampiro ha sufrido una importante evolución desde Carmilla, novela escrita por Sheridan Le Fanu, en 1872, y el Drácula de Abraham “Bram” Stoker (1847 – 1912), novelista y escritor irlandés, perteneciente a la sociedad secreta Golden Dawn. Al principio fue adaptado por el cine en figuras como el Drácula, que acabó enloqueciendo a Bela Lugosi, su protagonista, o el monstruoso y a la vez extrañamente sensual Nosferatu. Aproximaciones y visiones más modernas, como Drácula, de Coppola, o el Lestat, de Anne Rice, culminaban la última versión del mito. Estas nuevas visiones del mito nos enfrentan con algo distinto: el vampiro como un ser distinto, perteneciente a una raza paralela, con sus conflictos y su propia sensación de marginación, no siendo ya un esbirro del Diablo, sino tan solo un ser de otra especie que precisa alimentarse y trata de hacerlo cazando para sobrevivir. Uno piensa, viendo estas nuevas versiones del vampiro, si muchos de sus rasgos no parecen coincidir con algunas personas que andan entre nosotros. Probablemente la patética imagen del sorbedor de sangre nos aleja de pensar que esa imagen de ficción oculta otras formas mucho más reales de vampirismo que no pertenecen en absoluto a la imaginación. También podemos encontrarnos leyendas relativas al vampirismo en todo el mundo e incluso sociedades que interpretan el vampirismo como una forma de culto para conseguir ciertas transformaciones místicas u orgánicas, sin que ello les lleve necesariamente a matar humanos para beberse su sangre. Existen unos vampiros auténticos, como los murciélagos, que chupan sangre, inoculando a veces la rabia a sus víctimas y produciendo síntomas que tal vez pudieran ser el origen de más de una leyenda de vampiros. Martí Flò, Valentín Ferrán Redero, Jordi Ardanuy Baró han escrito un interesante libro, titulado Vampiros: magia póstuma dentro y fuera de España, en que me he basado parcialmente para escribir este artículo.



Lo que los dioses han pedido siempre en la antigüedad y supuestamente continúan pidiendo hoy, a través de los alienígenas, es ni más ni menos que sangre; sangre tanto de animales como de seres humanos. ¿Por qué? No lo sabemos con exactitud. ¿Extraen ellos de la sangre algún producto que les sirva para algo? Tampoco lo sabemos. Lo único que sabemos con exactitud es que la sangre y ciertas vísceras, son el común denominador entre los dioses de la antigüedad, incluido el dios de la Biblia, y los ovnis de nuestros días. La sangre y las vísceras eran para Yahvé como una idea fija y obsesiva. Pero lo curioso es que Baal, Moloc, Dagón, etc., les pedían exactamente lo mismo a los pueblos mesopotámicos; y Júpiter-Zeus les pedía los mismos sacrificios a griegos y romanos. Y si saltamos a América nos encontramos con que Huitzilopochtli les pedía lo mismo a los aztecas, con el agravante de que éste les exigía que la sangre fuese humana en ocasiones. La sangre ha tenido mucha importancia en las religiones antiguas, incluida la judeo cristiana, en que los testimonios bíblicos son irrefutables. Y a los “dioses” todavía les sigue interesando el obtener sangre humana o de animales en nuestros días. Los ovnis acostumbran, con cierta periodicidad, a llevarse determinadas vísceras y sobre todo grandes cantidades de sangre que extraen de animales, preferentemente vacas y toros, que previamente han sacrificado. Estas carnicerías, que siempre suceden durante la noche, han ocurrido prácticamente en todas partes del mundo, y las autoridades de unos cuantos países, avisadas por los ganaderos perjudicados, han intervenido activamente para dar con el causante de las matanzas, sin que nunca hayan llegado a dar una explicación convincente. Los tripulantes de los ovnis, al igual que los dioses de la antigüedad, tienen una extraña afición por las entrañas de los animales y sobre todo no pueden disimular su interés en la sangre tanto de animales como de hombres. En tiempos pasados da la impresión de que tanto Yahvé como los demás Elohim, lograron convencer a aquellos pueblos primitivos para que les ofreciesen sacrificios de animales. En nuestros tiempos, ante la imposibilidad de convencer a los pueblos civilizados para que sigan ofreciendo esos sacrificios, da la impresión de que ellos mismos hacen directamente los sacrificios, buscándose las víctimas en las granjas por sí mismos y reservándose para sí, como antaño, algunas vísceras determinadas y, sobre todo, la sangre, de la que parece sacan algún principio vital, alguna droga placentera o alguna energía que, hoy como entonces, les es necesaria para mantener la forma física que adoptan para comunicarse con nosotros o para materializarse en nuestra dimensión. ¿Tienen algo que ver con las leyendas de vampiros?



Según H. P. Blavatsky, en su obra “Los espíritus vampiros“: “Los perversos y depravados que durante la vida interceptaron con su grosera materialidad el rayo del divino espíritu y estorbaron su íntima unión con el alma, se encuentran, al morir, magnéticamente retenidos en la densa niebla de la atmósfera material, hasta que, recobrada la conciencia, se ve el alma en aquel lugar que llamaron Hades los antiguos. La aniquilación de estas entidades desprovistas de espíritus no es nunca instantánea, sino que a veces tarda siglos, pues la naturaleza nunca procede a saltos ni por bruscas transiciones, y los elementos constituyentes del alma requieren más o menos tiempo para desintegrarse. Entonces se cumple la temerosa ley de compensación a que llaman yin–yuan los budistas. Estas entidades son los elementarios terrestres, que los orientales designan con el alegórico nombre de “hermanos de la sombra”. Su índole es astuta, ruin y vengativa, hasta el punto de qué no desperdician ocasión para mortificar a la humanidad en desquite de sus sufrimientos. Y, antes de aniquilarse, se convierten en vampiros, larvas y simuladores,que desempeñan los principales papeles en el gran teatro de las materializaciones espiritistas, con ayuda de los elementales genuinos, quienes se complacen en prestársela“. Cada una de las cosas organizadas de este mundo, tanto del visible como del invisible, tiene un elemento apropiado para sí misma. El pez vive en el agua; la planta consume el ácido carbónico, que, por el contrario, es mortal para el animal y el hombre. Algunos seres están organizados para vivir en las capas más enrarecidas del aire; otros en las más densas. La vida, para unos, pende de la luz del sol, mientras que para otros precisa de la obscuridad. De este modo la sabia economía de la Naturaleza adapta siempre alguna forma viva a cada una de las condiciones existentes. Estas analogías permiten inferir que en toda la Naturaleza no existe punto alguno inhabitado, y que, además, cada cosa viviente cuenta con cuantas condiciones se precisan para su vida. Ahora bien, admitiendo que en el universo existe una parte invisible, la disposición inmutable de la Naturaleza autoriza la conclusión de que semejante parte está ocupada, ni más ni menos que la parte visible. Y desde el momento en que existen espíritus, fuerza es aceptar la existencia de una gran diversidad de los mismos, dentro de su mundo respectivo.



Decir que todos los espíritus son iguales entre sí, o que están adaptados a un mismo medio ambiente, o, en fin, que poseen poderes idénticos, o que obedecen a las mismas afinidades y atracciones, sería tan absurdo como pensar que todos los animales son anfibios, o que todos los hombres pueden nutrirse con la misma clase de alimentos. Es, pues, razonable suponer que los espíritus más groseros están sumergidos en los más profundos abismos de la atmósfera espiritual. Es decir, en lo más cercano a nuestra tierra. Mientras que las naturalezas más puras, están muchísimo mas lejos del ambiente terrestre. Suponer lo contrario y pensar que cualquiera de estos espíritus pueden ocupar el sitio o las condiciones de los otros, equivaldría como a esperar que en ley de hidráulica dos líquidos de diferentes densidades pueden cambiar el grado que le corresponde en el aerómetro de Baumé. Joseph von Görres (1776-1848), en su obra Mystiques, relata una conversación que él tuvo con algunos hindúes de la costa de Malabar. Habiéndoles preguntado si entre ellos se presentaban espíritus o apariciones respondieron: “Sí; pero son malos espíritus. Los buenos se aparecen poquísimas veces. Los malos espíritus son generalmente los de los suicidas y personas asesinadas, es decir, de las que han muerto de un modo violento, que revolotean en torno nuestro y se nos aparecen como fantasmas, engañando a las gentes de cortos alcances y tentando a las demás personas de mil maneras diferentes, siéndoles la noche especialmente favorable para ello”. Pero si alguien aún mantuviera una irónica sonrisa al oír hablar de vampiros, podríamos recordarle que en esta época, cuando el concepto de «energías vitales» está tan de moda, es cuando mejor comprendemos que toda comunicación humana se basa en un intercambio de «energía» entre personas. Y aunque ese intercambio pueda ser puesto en duda, no puede negarse el hecho de que ciertas situaciones o personas nos devuelven la vitalidad mientras que otras nos la quitan por completo. Tal vez valga la pena profundizar en nuestros conceptos y renovar nuestros estereotipos para descubrir que la figura del vampiro puede ser algo inquietante y quizás algo muy real y próximo a nosotros. No son muchos los que han leído la novela original Dracula (1897), del escritor Bram Stoker. No fue sin duda la primera obra literaria que se ocupaba de los vampiros. Ni siquiera era la primera de Stoker, que ya había escrito poco antes Dracula’s guest (El invitado de Drácula), pero sí la que alcanzó la fama y fue llevada al teatro y al cine.

De las numerosísimas películas sobre vampiros, inspiradas sin duda en la obra de Stoker, sobresalen unas pocas. Nosferatu, en 1922, obra maestra del cine mudo, dirigida por F. W. Murnau, es la primera gran creación en torno a este mito. En 1930 se da a conocer el Drácula de Bela Lugosi, que tras interpretar un brillante papel con convicción, terminará creyendo que es realmente el propio conde. Luego vinieron muchas otras, incluso del propio Bela Lugosi, como The Devil Bat (1940) o The Return of the vampire (1943). Más adelante la productora británica Hammer ofreció diversos títulos como Dracula (Horror of Dracula), interpretada por Christopher Lee y Peter Cushing, estrenada en 1958. Muy pocas, por no decir ninguna, se atienen al guión de Bram Stoker. La lectura de la historia de una vampiresa de noble cuna, contada por una de sus propias víctimas, encantó lo suficiente a Bram Stoker como para impelerle a escribir la novela que sacaría definitivamente de la oscuridad a los vampiros. Joseph Sheridan Le Fanu (1814-1873), contemporáneo de Stoker, irlandés como él e igualmente interesado por el ocultismo, publicó un año antes de morir una colección de narraciones, In a glass darkly, en la que se incluía Carmilla, un relato corto donde la víctima de la condesa Mircalla de Karnstein, noble vampiresa, muestra no poca fascinación por ésta. El ambiente narrado reproducía situaciones convencionales, presentando unos personajes con sentimientos más próximos a los reales. Se muestra a una vampiresa capaz de una relación mucho más compleja que la de simple chupasangres y una víctima seducida por la personalidad de su perseguidora; al contrario de lo que se venía leyendo en las narraciones góticas y románticas de vampiros. Otro contemporáneo, esta vez inglés, sirvió a Stoker como paradigma de narración creíble: William Wilkie Collins (1824-1889) en su novela The Moonstone (La Piedra Lunar, 1868), nos presenta a diez personajes que nos refieren secuencialmente la misma historia, cambiando únicamente la interpretación personal que le da cada uno. Stoker, por su parte, mezcla cronológicamente los distintos relatos de cada protagonista de forma que es el lector quien desentraña la historia. Un antiguo tratado del siglo XVI, del hechicero Olaus Magnus III, le sirvió para documentarse sobre las leyendas de vampiros balcánicos. El escritor inglés T. E. Hall Caine (1853-1931), a quien está dedicada la novela bajo el pseudónimo de «Hommy-beg», pertenecía al círculo de amistades del autor, Wilkie Collins, de quien Stoker era representante. Curiosamente éste escritor inspira, en todas sus obras, un elevado sentido moral, contrariamente a lo que representa el protagonista de Drácula.



Mucho se ha escrito sobre las supuestas fuentes de inspiración de Stoker. También se ha dicho mucho sobre la figura histórica de Vlad Tepes, Draculea («hijo del diablo», en rumano). En cuanto a las especulaciones sobre los motivos que tuvo Stoker para basarse en la figura de Drácula, van desde considerar al salvaje personaje histórico, caracterizado por su negra crueldad y roja pasión por la sangre, como simplemente un pretexto en el cual inspirarse para crear un monstruo morboso. Por otro lado, hay que atribuir sus motivaciones al hecho de pertenecer a grupos ocultistas. Pero para comprender estas consideraciones esotéricas es preciso presentar en estas páginas un esbozo de lo que fue el ambiente victoriano de la época que le tocó vivir a Stoker, y de la prolífica generación de sociedades secretas y personajes de todo tipo, caracterizados por sus afanes místico-trascendentes-mágicos. El largo reinado de la Reina Victoria, convierte a Gran Bretaña en la metrópoli de un inmenso imperio que abarca los cinco continentes. La revolución industrial, con el inicio de la era del maquinismo, siembra el país de hierro, vapor y movimiento. La rica y emprendedora burguesía vive una época de lujo y refinamiento como no se habían visto desde los tiempos clásicos. Aparece un nuevo culto, esta vez dedicado a la laica ciencia, y su fe no deja de ser tan ciega como la de otras advocaciones. Todo el mundo, al menos los mínimamente ilustrados, cree en la mejora y solución de cualquier problema por el avance y progreso de la técnica, que nos llevará a la mejor de las sociedades posibles. En este ambiente de confianza en el futuro hay, sin embargo, algunos claroscuros que enrarecen el clima ya de por sí brumoso de Londres. El progreso no beneficia a todos en las mismas proporciones. La mayoría de la población vive en una postración total, en unas condiciones de trabajo y vida deprimentes. La inseguridad vital, genera otra de existencial, y las calles racionalmente adoquinadas y dispuestas, cubiertas de esa capa de rocío provocada por la niebla sucia reflejan el miedo de las gentes, Miedo a la incerteza y a lo desconocido. Aparece otra figura tristemente real: Jack el destripador. El temor atenaza a la gentes y se propagan oscuras historias sobre extraños rituales y cultos. El miedo adopta la peor de sus formas, la de lo desconocido. La doble moral de la sociedad victoriana, que niega el deseo sexual, encierra a las mujeres decentes entre corsés que solamente pueden quitarse en el oscuro dormitorio con el fin de procrear. La virilidad contenida de los caballeros se desfoga en burdeles y lupanares. Inmerso en este contexto de decadencia social aparece, en 1887, una sociedad secreta que marca el destino de buena parte del ocultismo y la magia, y, según algunos autores, también de la historia contemporánea. Se trata de The Golden Dawn (el Alba Dorada). A ella pertenecen varios miembros destacados de la cultura y el arte británicos.

La Hermética Orden del Alba Dorada (originalmente en inglés: Hermetic Order of the Golden Dawn) era una fraternidad de magia ceremonial y ocultismo, fundada en Londres en 1888 por William Wynn Westcott y Samuel MacGregor Mathers. La Orden Hermética del Alba (Aurora) Dorada es una “sociedad” hermética de carácter secreto esotérica occidental. Es depositaria del saber hermético, cabalístico, alquímico, teúrgico, del gnosticismo cristiano y la tradición rosacruz, entre otros. Fue creada en Inglaterra a finales del siglo XIX por Mathers, Westcot y Woodman. De acuerdo a la tradición, William Wynn Wescott encontró un manuscrito codificado que contenía los rituales de iniciación necesarios e instrucciones para ponerse en contacto con una Logia Rosacruz Alemana dirigida por Anna Sprengel, condesa de Landsfeldt e hija de Luis I de Baviera y su amante Lola Montez. Esto llevó a la creación de la Orden, como una filial de Die Goldene Dämmerung, a la que se le dio el nombre de “Templo Isis-Urania No. 3“. Sin embargo, la Orden Hermética de la Golden Dawn, orden externa de la Orden Rosacruz Alpha et Omega cuenta que este relato es simbólico y se utilizó para velar la identidad de los Maestros que transmitieron el linaje a la Orden Iniciática y sostiene que su linaje puede trazarse hasta la Orden Rosacruz de Oro Alemana, a través de Kenneth McKenzie, quien fuera iniciado en Austria por el Conde Apponyi de Nagy-Apponyi. Algunos de los miembros más renombrados de la Orden Hermética del Alba (Aurora) Dorada fueron: McGregor Mathers, William W. Westcott, Dion Fortune, Arthur Machen, William Butler Yeats, Algernon Blackwood, Florence Farr, Annie Horniman, Julio Verne, H.G. Wells, Bram Stoker (el famoso escritor de Drácula), Austin Osman Spare, Gustav Meyrink y A. E. Waite, aunque el más reconocido es el polémico esoterista Aleister Crowley, que posteriormente fue expulsado de la Orden por McGregor Mathers. Crowley estableció las bases del sistema “Magick” que sirve de fundamento a la Golden Dawn Thelemita(Thelema), cuya corriente es distinta de la de la Golden Dawn clásica. A principios de los 1900, la orden original se empezó a fragmentar. Aleister Crowley empezó a publicar muchos de los rituales en “El Equinoccio” (The Equinox), una revista que él mismo editaba bianualmente, para más tarde abandonar la Orden y crear su propia orden Astrum Argentum en 1905.



Abraham Stoker, nacido el 8 de noviembre de 1847, en Clontarf, muy cerca de Dublín, es uno de los miembros de la Golden Down. Uno de sus contactos, el escritor Arthur Machen, un galés nacido en 1863 en Caerlson-on-Usk, donde la tradición localiza la corte del rey Arturo. Un encuentro interesante. Desde el principio de su carrera literaria, Machen expuso en sus obras sus creencias místicas de que más allá de lo existente en el mundo ordinario se esconde otro mundo misterioso y extraño que quebranta las leyes de la lógica y la razón cotidianas. Sus obras de 1890, con fuertes influencias góticas y decadentistas, concluyen que apartar este velo de normalidad puede llevarte a la locura, el sexo y la muerte, aunque casi siempre es una combinación de estos tres elementos. Las obras posteriores de Machen se desprendieron de toda esa artificiosidad de la narrativa gótica. Pero ahondar en esos profundos misterios sigue conduciendo a transformaciones de la vida y al sacrificio. Machen amaba la forma de ver la vida en la Edad Media, ya que en aquellos tiempos se combinaba la profunda espiritualidad con un sentido de la vida terrenal y carnal. Machen era un gran entusiasta de la literatura que combinaba la alegría de vivir y que, además, contenía cierta sensación de éxtasis. Sus propias pasiones e influencias vienen de elementos tan dispares aparentemente como el Mabinogion y otros romances medievales, François Rabelais, Miguel de Cervantes, William Shakespeare, Samuel Johnson, Thomas De Quincey, Charles Dickens, Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe y Robert Louis Stevenson. Se oponía férreamente a una visión materialista de la vida, y ello se percibe en sus obras, siendo estas de un estilo marcadamente neorromántico. Desconfiaba de la ciencia, el materialismo, el comercio y el puritanismo, ya todos ellos eran un anatema del temperamento conservador, bohemio, místico y ritualístico del escritor galés. La violenta sátira de Machen golpeó todas esas cosas que detestaba, pero forma parte de su obra más mediocre, junto con todas las historias propagandísticas que escribió para la I Guerra Mundial. Como hijo de un hombre de la Iglesia de Inglaterra, Machen siempre tuvo unas profundas creencias cristianas, que contrastaban fuertemente con la fascinación que sentía por la sensualidad del misticismo, que le llevó a interesarse desde siempre por el paganismo y el ocultismo, temas que aparecen principalmente en sus primeras obras. Al contrario que muchos de sus contemporáneos, como Oscar Wilde o Alfred Douglas, que odiaban el reformismo inglés, y a pesar de lo mucho que apreciaba el mundo medieval y su ritual católico romano, nunca estuvo alejado de la Iglesia de Inglaterra, aunque a su vez detestaba el anglo-catolicismo victoriano puritano y rígido.

La muerte de la primera esposa de Machen le llevó a experimentar con la espiritualidad y vivió una serie de momentos místicos. Después de iniciarse en la Hermetic Order of the Golden Dawn, el ritual ortodoxo de la Iglesia fue cada vez más importante para él, definiendo progresivamente su posición dentro de la Iglesia de Inglaterra a la que aportó, en su vida íntima, elementos provenientes de sus experiencias míticas, del Cristianismo Celta y las lecturas y leyendas que conocía. ¿Pero qué podía aprender Stoker, asiduo visitante del British Museum, de tan oscuros personajes? En la obra de Machen, se cuenta: «El pecado reside, en mi opinión, en la voluntad de penetrar de manera prohibida en una esfera distinta y más alta. Debe usted comprender, pues, por qué es tan raro. Pocos hombres, en verdad, desean penetrar en otras esferas, bien sean altas o bajas, de forma permitida o prohibida. Hay pocos santos. Y los pecadores, tal como yo los entiendo, son aún más raros. Y los hombres de genio (que participan a veces de ambos) son también muy raros… Pero es tal vez mucho más difícil convertirse en un gran pecador que en un gran santo. La santidad exige también un gran esfuerzo, o casi, pero es un esfuerzo que se ejerce por vías que antaño eran naturales. Se trata de hallar nuevamente el éxtasis que el hombre conoció antes de la caída. Pero el pecado es una tentativa de obtener un éxtasis y un saber que no son ni han sido jamás dados al hombre y el que lo intenta se convierte en demonio. Ya le he dicho que el simple asesino no es necesariamente un pecador. Pienso en Gilles de Rais, por ejemplo. Vea aun cuando el bien y el mal están igualmente fuera del alcance del hombre de hoy, del hombre ordinario, social y civilizado, el mal lo está en un sentido mucho más profundo aún. El santo se esfuerza por recobrar un don que ha perdido; el pecador se esfuerza hacia algo que nunca ha poseído. En resumidas cuentas, vuelve a empezar la caída…». Si se cita este fragmento de la obra de Machen, no es con otro propósito que mostrar que tipo de influencias recibió Drácula y sobre todo, para entender que no fue casual la elección del personaje histórico que lo inspiró: Vlad Tepes. El Drácula real, o mejor aún Draculea, hijo del diablo, es vástago de otro Dracul, que debe su sobrenombre a la instauración de la Orden del Dragón en 1418 por el Emperador Segismundo de Luxemburgo, cuya finalidad es la lucha contra el turco, en un momento en que este ocupa buena parte del sur-este de Europa. Su lema era: “¡oh, cuán compasivo, justo y piadoso es Dios!, su emblema es un Dragón con la cola enrollada al cuello, formando todo él un círculo“.



Vlad Tepes, valaco (de Valaquia) del siglo XV, se caracterizó en sus combates contra el imperio otomano y contra caudillos cristianos, opuestos a su política o designios, por desplegar una extrema crueldad, rayana en algo más que lo simplemente humano. Sus bosques de empalados, que se cuentan por decenas de miles, y demás atrocidades, nos significan una voluntad mística por descender al abismo del mal y del pecado. Como cantaba Machen para convertirse en un «demonio», al que por otra parte ya era, por su nombre, hijo del diablo. El principado de Valaquia fue un principado rumano de la Europa oriental desde la Baja Edad Media hasta mediados del siglo XIX. Su capital cambió con el tiempo, de Curtea de Argeş a Târgovişte, y finalmente a Bucarest. Valaquia se sitúa al norte del Danubio y al sur de los Montes Cárpatos. El Danubio separa Valaquia de Bulgaria. Otros ríos de esta área son el Schioul, el Olt o Aluta, el Argeş y el Talomnitza, afluentes del Danubio. Los Cárpatos meridionales o montes Bucegi cubren todo el norte de la región con sus contrafuertes, separando a Valaquia de Transilvania. Está formada por la unión de dos subregiones, Oltenia o Valaquia Menor, al oeste, y Muntenia o Gran Valaquia, al este, separadas por el río Olt. Cuando esta área tenía independencia política, estaba rodeada por el Imperio otomano al sur, Transilvania al noroeste y Moldavia al noreste. Las ciudades principales, aparte de Bucarest, son Brăila, importante puerto del Danubio, Giurgiu, Focşani, Ploieşti y Craiova. «El empalador» se regocijaba en la muerte y en lo oscuro y siniestro; su vida la dedicó a algo que nada tiene que ver con la ascensión a los claros cielos, y si a tenebrosos, húmedos y terrenales mundos de horror y vitalidad. Con tales notas biográficas, se comprende la elección de Stoker para su príncipe de las tinieblas. Además, se sumaban sus conocimientos sobre la existencia de una gran tradición en el este de Europa en cuestión de vampirismo y magia póstuma. En 1890 nuestro autor conoció además, en una cena, a Hermann (Arminius) Vambery, famoso orientalista húngaro, destacado por sus investigaciones sobre las culturas de Asia central, Turquía y también de su propio país. Vambery completó a Stoker en relación a las informaciones que sobre las connotaciones positivas, que se atribuyen en oriente a la figura del dragón, mientras en occidente se le atribuye una representación de las fuerzas del mal. Esta visión la poseía debido a sus estudios a través de la Golden Dawn. Su relación con los Drácula y la estancia de Vlad Tepes en Turquía, ofrecen inquietantes relaciones.

En el ambiente victoriano de fin de siglo, no es de extrañar que una obra sangrante y oscura como la de Drácula tuviera un gran éxito. Se representó en el teatro, teniendo gran aceptación de público, al que se obsequiaba en la entrada con un volumen de la obra y una cajita, de la cual, una vez abierta, salía volando un pequeño murciélago. Bram Stoker muere en 1912. Malas lenguas afirman que ya moribundo repetía sin cesar: «Strigoiu… strigoiu…» («El vampiro… el vampiro»). Quién sabe lo que veía en esos momentos. El origen de los vampiros, tal y como los entendemos actualmente, está en los Balcanes. Entonces podría interrogarse sobre la aparición de los vampiros en la literatura occidental. Es posible que se desee comprender de que forma y en que momento la figura del no-muerto, chupador de sangre, aparece en nuestra cultura. Por que una cosa es bien cierta. Mientras que las historias de apariciones fantasmales se dan por doquier, las narraciones sobre vampiros son muy escasas. No es esto fruto de la casualidad, sino del hecho de que nuestro conocimiento sobre estos oscuros personajes se remonta al siglo XVIII, y en especial debido a un maltratado benedictino: Agustín Calmet. Dom Agustín Calmet pertenecía a la congregación de Saint-Vannes y de Saint-Hidulphe, siendo abad del monasterio de la Orden de San Benito de Sénones, en Lorena. Nacido en Mesnil-la-Horgne, cerca de Commercy, en 1672, murió en París en 1757. Gran erudito, autor de un pesado y monumental comentario bíblico, se interesó pronto por una nueva -en aquella época y lugar- modalidad de apariciones que, según él, habían comenzado a divulgarse apenas sesenta años atrás. Gracias a sus relaciones personales con diversos clérigos y misioneros de aquellas remotas zonas y de otros hombres de Estado, especialmente vinculados al duque de Lorena, pudo reunir suficientes datos al respecto como para escribir un tratado sobre los vampiros. Pero no había podido evitar acumular otras reseñas que hacían referencia a apariciones del tipo más clásico, y ello le empujó a publicarlas por separado. El primer volumen lo tituló: Tratado de las apariciones de los ángeles, de los demonios y de las almas de los difuntos, y el segundo: Disertación sobre los revivientes en cuerpo, los excomulgados, los upiros o vampiros, brucolacos, etc. Y a pesar de su apelación en la propia introducción del tratado: «los que los creen verdaderos me acusarán de temeridad y de presunción, por haberlos puesto en duda, o incluso haber negado su existencia y su realidad, los otros me echarán en cara haber empleado el tiempo en tratar esta materia, que pasa por frívola e inútil en el espíritu de muchas gentes de buen sentido», no pudo evitar convertirse en el blanco preferido de burlas: «los cuales le despreciaron en todo momento como el más firme campeón de la superstición».



A partir de entonces su destino fue más bien gris, pues incluso los católicos dejaron de tener en consideración sus antiguos tratados bíblicos. Hoy su nombre se encuentra casi exclusivamente en las bibliografías del vampirismo. Pero posiblemente la injusticia mayor la cometió Voltaire, largo tiempo huésped del abad, que se había aprovechado de la riquísima biblioteca de Calmet. Y, sin embargo, más tarde no dudó en ridiculizarlo en sus juicios. Su obra se publicó por primera vez en 1746, en París. La obra tuvo un enorme éxito, como demuestran las repetidas ediciones. Y si Calmet estableció la definición de vampiro, sintetizada en el Diccionario infernal de Collin de Plancy (1783-1881), de hecho fueron Voltaire, ridiculizando el fenómeno en su Dictionnaire Philosophique, y Van Swieten, en su Rapport médical sur les vampires, quienes establecerían definitivamente la relación entre la sangre y el vampiro. Realmente muchas historias que cuenta Calmet están lejos de esa acción de chupar sangre, pues a veces, el vampiro apenas molesta, o simplemente exige que se le sirva un plato en la mesa: «Los revivientes de Hungría, o vampiros, […] son unos hombres muertos desde hace un tiempo considerable, más o menos largo, que salen de sus tumbas y vienen a inquietar a los vivos, les chupan la sangre, se les aparecen, provocan estrépito en sus puertas y en sus casas, y, en fin, a menudo les causan la muerte. Se les da el nombre de vampiros o de upiros, que significa en eslavo, según dicen, sanguijuela.». La plaga de vampirismo que vivió la Europa balcánica y eslava, entre los siglos XVI y XIX, tal vez puede ser equiparada a la de las brujas de occidente. Y quien sabe si las razones psicológicas, religioso-culturales y médicas que motivaron unas, justifiquen las otras. El giro se produjo en el siglo de las luces, XVIII, cuando fueron los funcionarios públicos quienes emprendieron diversas investigaciones para averiguar y atajar lo que venía aterrorizando a aquellas poblaciones. Un cúmulo de circunstancias lo había hecho más creíble: informes oficiales, quejas de numerosos lugareños, etc. Por el contrario, el Papa Benedicto XIV atribuyó el fenómeno a la avidez de los eclesiásticos locales, que alimentaban las creencias en dichos seres entre la población autóctona para ser más requeridos, y pagados, por oficiar los numerosos exorcismos que el fenómeno requería. Sea como fuere, las epidemias de supuestos vampiros asolaron Oulos, en 1708, Meduegya y Belgrado, en 1725 y 1732, toda Servia, en 1825, Hungría, en 1832 y Danzig, en 1855. También fue devastador en otras épocas, dando lugar a acalorados debates en las universidades centroeuropeas, especialmente en la de Leipzig. Los médicos simplemente intentaron atajar el mal sin comprobar jamás su naturaleza. El resultado final bien pudo parecerse a un holocausto, si no fuera porque las víctimas de los atroces ritos de estacamiento, degollación e incineración, ya estaban muertas cuando los padecieron.

Santiago Martínez, autor de “La conexión atlante”, explica que un amigo suyo le comunicó una información que parecía sacada de una película de terror. Se refiere a las circunstancias que, a partir de1989, condujeron a Gorbachov a desprenderse de Afganistán, a emprender la demolición del muro de Berlín, y a dejar que los estados satélites de Europa del Este se independizaran. Pero las dificultades económicas no explican por sí solas estos hechos, puesto que ellas aumentaron después. En la antigua URSS hubo un incidente que fue enterrado cuidadosamente en el silencio por los medios de comunicación, tanto del Este como del Oeste. Fue el descubrimiento en Siberia occidental, a finales de 1989, de lo que se llamó la bóveda del infierno por parte de los soviéticos. Esto ocurrió durante unas perforaciones profundas que se realizaron cerca de Mourmansk, en la península de Kola, que limita con Finlandia por debajo del Círculo Polar ártico. En sus ediciones del 31 de mayo y del 6 de octubre de 1989, el periódico Le Figaro, de Francia, dio cuenta de esas perforaciones profundas en la corteza terrestre, efectuadas en los Estados Unidos, en Alemania y en la URSS, pero esto sin hacer una sola referencia al supuesto infierno. En Mourmansk la perforación tenía por objeto observar las placas de la litosfera terrestre, que son las que generan los terremotos. El medio de investigación consiste en el descenso de un tipo de micrófono captador de vibraciones en el fondo de la perforación, conectado a un aparato de registro en la superficie. Pero algo pasó que hizo reaccionar al mundo científico y al régimen comunista con inusitada inquietud. El 24 de abril de 1990, Stan Miller, un periodista norteamericano publicó en el semanario Weekly World News el extraño suceso relacionado con la perforación, con el título “Nosotros hemos perforado la bóveda del averno”. El artículo en mención decía: “Científicos que hicieron una perforación de 15 km de profundidad para estudiar el movimiento de las placas continentales bajo la superficie terrestre, pretenden haber descubierto el infierno”.



Esta es la noticia que se publicó en el respetable periódico finlandés Ammenusastia y que reveló lo siguiente: “El geólogo soviético Dimitri Azzacov ha dicho que una criatura terrorífica con alas y envuelta en llamas se escapó del entubamiento de perforación antes de que colocaran en su sitio los micrófonos que revelaron los aullidos de dolor de los condenados. Como comunista, yo no creo ni en el cielo, ni en la Biblia, pero como científico, creo ahora en el averno”, dijo el Dr. Azzacov. “Sobra decir que nosotros tuvimos un terrible impacto al hacer semejante descubrimiento. Pero sabemos lo que hemos visto y lo que hemos escuchado. Y estamos absolutamente seguros que llegamos hasta la bóveda del averno”. Y Azzacov da su testimonio así: ”Al llegar a 15 km de profundidad, la columna de perforación comenzó a girar libremente, demostrando que la trepanación había llegado a una gran cavidad o caverna. Las sondas termométricas indicaron entonces una elevación súbita del calor, es decir, más o menos a 1100 grados centígrados. Después de haber vuelto a subir la columna de perforación, nosotros no podíamos creer lo que veíamos: Una criatura provista de colmillos con enormes ojos terroríficos, diabólicos, se apareció entre una nube gaseosa y aulló como un animal salvaje antes de desaparecer. Algunos obreros y técnicos huyeron, pero los que se quedaron quisieron conocer más de esto.Hicimos descender un micrófono al fondo del entubado con el fin de registrar el ruido de la placa litosférica en movimiento. Pero en lugar de esto, escuchamos una voz humana que aullaba de dolor de forma aguda y penetrante. Primero creímos que era un defecto de nuestro material. Nosotros lo volvimos a subir, lo revisamos y luego lo volvimos a bajar pero nuestras peores sospechas fueron confirmadas. No eran los aullidos de una sola persona, eran los gritos penetrantes de dolor de millones de personas. Por fortuna, nosotros pusimos en marcha una grabadora y tenemos registrados en un casete esos aullidos de pesadilla. En ese momento, detuvimos la perforación y cementamos el hueco. En realidad, estamos seguros que hicimos el descubrimiento de algo que sobrepasa nuestra comprensión”. Según el periódico Ammenusastia, las autoridades soviéticas se han rehusado a hacer cualquier comentario. Otra publicación norteamericana (The Last Days Ministries) publicó la anterior la información el 14 de febrero de 1990. El 2 de abril siguiente, dicho periódico hizo precisiones suplementarias a la traducción de un artículo del Asker og Baerums Budstikke, el periódico más importante de Noruega.

Se trata de la entrevista de Bjarne Nümmedal, el sismólogo jefe del equipo noruego que participó en la perforación en Mourmansk: “El descubrimiento de voces humanas en esta cavidad disgustó de tal manera a los soviéticos, que al principio no sabían qué hacer con el personal de los miembros extranjeros del equipo… Todos nosotros fuimos despedidos dos días después de que hicimos este descubrimiento. Los soviéticos tenían un miedo terrible a que nosotros propagáramos las noticias sobre este descubrimiento y un representante del Ministerio de Asuntos Religiosos nos entregó a todos una gran suma como precio de nuestro silencio. Fuimos obligados a aceptar esa suma, pero de regreso a Noruega, yo doné ese dinero a una obra de caridad. Pero lo que espantó, sobre todo a los soviéticos, fue esa horrorosa criatura, inteligente, con grandes alas de murciélago, abrasado en llamas en el fondo oscuro del cielo siberiano y que gritó en ruso: Yo los he conquistado a ustedes”.“Eso fue absolutamente terrible, los soviéticos gritaron de terror”, dijo Nümmedal. Más tarde en la noche, Nümmedal vio una cantidad de ambulancias que circulaban por ese campamento. Un chofer a quien él conocía, le relató que a todo el personal ruso se le había administrado un sedante conocido para borrar la memoria a corto plazo. He aquí la información sensacional que no se publicó con detalles, salvo en periódicos finlandeses y noruegos, y se reprodujo en una publicación bimensual y en una publicación de poco tiraje en los Estados Unidos. Todos los medios de comunicación franceses silenciaron este tema. La censura de los gobiernos intervino eficazmente a fin de evitar el pánico y opacar el descubrimiento. Cuando Santiago Martínez terminó de leer la información suministrada por su amigo se quedé sin palabras. Entonces le dijo lo siguiente: “Según entiendo esto no es discordante con las visiones de santos y beatos, los cuales colocan el purgatorio y el infierno colindantes el uno del otro, en donde los gritos de los condenados al infierno se escuchan desde lo más profundo del purgatorio, y cuando un alma ha purgado su pena temporal, ellos ven cuando la tierra se abre y sube al cielo en forma resplandeciente“. Su amigo le respondió: “Sí, lo mismo he leído yo, sin embargo el asunto da que pensar. ¿Qué más estará sucediendo allá abajo, cosas de las cuales, ni siquiera tenemos noticia? ¿Es acaso el infierno una dimensión paralela o es la misma dimensión nuestra? Y si lo es, ¿sería posible que otros seres habitaran a gran profundidad y nosotros hasta ahora no lo conozcamos o nos hayamos percatado pobremente de su presencia?“.



La historia de las religiones ha convenido en denominar con la palabra griega «khtonios» a cualquier ser sobrenatural o divinidad relacionada con el mundo subterráneo o del más allá. En la prehistoria, los santuarios rupestres tenían a un guardián o brujo, especie de señor de la vida ultraterrena, hierofante de los misterios de la gran madre (representada por la cueva) y adoradores de figurillas de diosas madres de aspecto fúnebre, como la encontrada en Çatal Hüyük (Anatolia), que va acompañada de una especie de buitre, la rapaz que descama a los cuerpos abandonados. A lo largo de las primeras civilizaciones del Oriente Próximo y Medio, lasdivinidades ctónicas se fueron sucediendo en los diferentes santuarios, desde los «tholoi» (construcciones circulares de piedra) mesopotámicos hasta las calificaciones de numerosos dioses griegos, como Deméter Ctonia o Deméter subterránea, expresión de la vida en su estado latente. En mitología y religión, y en particular en la griega, el término ctónico (‘perteneciente a la tierra’, ‘de tierra’), designa o hace referencia a los dioses o espíritus del inframundo, por oposición a las deidades celestes. A veces también se los denomina telúricos (del latín tellus). La palabra griega χθών khthốn es una de las varias que se usan para ‘tierra’ y se refiere típicamente al interior más que a la superficie de la tierra (como hace γαιη gaie o γε ge), o a la tierra como territorio. Evoca al mismo tiempo la abundancia y la tumba. Las divinidades ctónicas pertenecen a un viejo sustrato mediterráneo, identificado más obviamente con Anatolia. Los ciclos de la naturaleza, los de la vida y la supervivencia tras la muerte están en el centro de las preocupaciones. La arqueología revela, especialmente en los lugares de posibles santuarios y en las tumbas de la época neolítica y de la Edad de Bronce, los ídolos actualmente calificados de Grandes Madres o Madres-Tierra, supuestamente relacionados con los cultos a la fecundidad y la fertilidad. La relación de estos objetos con los de otros sitios (especialmente Anatolia) sugiere que esta antigua religión mediterránea asociaba esta diosa con un toro o un cordero, tema que permanecerá largamente en la región. En Creta, el supuesto culto a esta Gran Diosa se transforma durante el II milenio a.C., a medida que aparecen nuevos actores: diversos animales, plantas, etcétera. Toda una muchedumbre de demonios guía a los dioses, tales como los Curetes o los Dáctilos, que se expanden en esta época y tendrán numerosos descendientes en la mitología griega (quimeras, gorgonas, sirenas, etcétera). La misma Diosa Madre se duplica sin duda como madre e hija, como será más tarde el caso de sus herederas Deméter y Perséfone.

El santuario de los Grandes Dioses de Samotracia albergaba un culto mistérico dedicado a un panteón de divinidades ctónicas de las que la más importante era la Gran Madre. En Acragas (actual Agrigento) hay un templo dedicado a las divinidades ctónicas. En general, eran los dioses o demonios de los infiernos. Miguel G. Aracil apunta que dicho término quiere decir, más o menos, «espectro amigo de la sangre»; otros lo traducen como «el que vive en tierra». En el Imperio Egipcio, que profesó la más apasionada y exclusiva de las dedicaciones al misterioso mundo de los muertos, ya empezamos a encontrar ciertos rastros de una incipiente idea sobre el no-muerto. En un papiro encontrado en Tebas se dice que los fantasmas de algunos ajusticiados abandonan de noche sus cuerpos para chupar la sangre de los adolescentes. Esta historia, que desarrolla el tema de los muertos que se alimentan a expensas de los vivos, se la conoce como el mito del Khu. En el universo mitológico de los faraones, al morir Osiris la existencia terrena se transformaba en irreal, en un crepúsculo hacia la vida futura, en el más allá, al cual todo ser ansiaba llegar. Pero el alma, al franquear el «Portal de la muerte», se ve irresistiblemente atraída hacia el cuerpo que acaba de abandonar. Y si el muerto no es merecedor de ser conducido por las entidades supremas a presencia del dios Osiris, terminará por volver al sarcófago para convertirse en errante fantasma que molestará a los vivos. En el panteón demoníaco de la cultura del Tigris y el Éufrates,Ardat Lili o Lilitû se solazaba en seducir durante el sueño a los hombres, consiguiendo, con su excitación que derramasen su semen, apresurándose a beberlo inmediatamente. Equivalente rol realizaba su adalid Lilû con respecto a las mujeres: se trata de una virgen que durante las noches se dedica a raptar a los niños. Una tablilla de arcilla de Arslan Tash la representa bajo la forma de una loba con cola de escorpión a punto de devorar a un niño. He aquí el antecedente de la Lamia griega y de la Lilith judía. No demasiado distinto era el demonio sumerio Lamme (en akadio: Lamashtu), poseedor de siete nombres y siete formas diferentes. Un demonio múltiple, siniestro, confuso para sus propias víctimas. La iconografía akadia lo representa como una mujer desnuda, los miembros inferiores terminando en garras de ave de presa, la cabeza y las orejas de una leona o, a veces, de buitre. Solo un exorcismo conseguía deshacerse de ella, enviándola al paraje de donde provenía, la Montaña, que, para los babilonios, no era otro sitio que el mismísimo infierno. Ésta ceremonia se asemejaba a una amable invitación a viajar al más allá. En ningún momento parece una lucha descomunal entre el demonio y el exorcista, como se puede evidenciar en el fragmento siguiente, donde el oficiante enumera a Lamashtu las provisiones necesarias para emprender el largo trayecto de vuelta a los infiernos: «Recibid del comerciante tu abrigo y tus provisiones de viaje, recibid del fundidor, los anillos, los ornamentos de tus manos y tus pies, recibid del joyero, la cornalina, ornamento de tu cuello, recibid del artesano, el peine, el huso, y tu pectoral.». Su esterilidad la empujaba a atacar a las mujeres encintas y a las madres en general.



Ávida de maternidad, pedía que le dejaran amamantar a las criaturas, cuando en realidad no tenía leche qué darles. En su lugar los vampirizaba. Y si se oponían a sus deseos provocaba abortos o enfermedades a los recién nacidos. Se creía que si un bebé lloraba o temblaba sin causa aparente alguna, incluso cuando se le estaba lactando, significaba que Lamashtu andaba cerca. Es un vampiro femenino que masacra a los niños, que sorbe la sangre de los humanos y come su carne. Campbell Thompson nos habla de otro demonio de esta cultura, el Ekimmu, que practicaba el canibalismo, usurpando las almas de los vivos. Era un cadáver que no encontraba reposo por el hecho de haber roto algún tabú imperante en Mesopotamia. También entre los akadios se conocía a unos seres llamados «Rappaganmekabk», sombra de muerto, que se combatían con el fuego purificador. Estas dos culturas, ya sea por su mutua influencia o por el hecho que siempre han sido estudiadas como cultura clásica, nos presentan, probablemente, el vampiro más preciso que cualquier otro pueblo de la tierra nos pueda proporcionar. No hay lugar a dudas: se trata de un ser, humano en un primer instante, que en contacto íntimo con la muerte se transforma en bebedor de sangre. Hablamos de Lamia. Pierre Grimal distingue hasta cinco seres distintos, todos ellos conocidos bajo el nombre de Lamia o Lamias. Los aficionados a la mitología prefieren presentarnos a uno solo, bajo una amalgama de características, mezcla de las de cada una de las cinco originales. Una, correspondería al equivalente de Lilith, otra sería un verdadero vampiro y una tercera se trataría de un sobrenombre de otro monstruo, también vampiro: el Gélô (Goul en francés). Las otras dos no tienen nada que ver ni con vampiros, ni siquiera con seres malignos. La Lamia más conocida y cantada por los poetas clásicos era oriunda de Libia, hija de Belo y Libia. El dios Zeus, enamorado, se habría unido a ella. Pero los celos de Hera, la esposa de Zeus, la llevarían a vengarse en la criatura recién nacida, fruto de los amores de Zeus y Lamia. Algunas leyendas eternizan mucho más esta represalia diciendo que cada vez que Lamia traía un hijo de Zeus al mundo, Hera se las componía para que pereciese. Al fin Lamia, desesperada, fue a ocultarse en una cueva solitaria situada en el monte Cirfis, cerca de Delfos, en la Fócida, Grecia central. Aun así, Hera no dejó de atormentarla y, por medio de un maleficio, la privó del sueño para el resto de sus días. La locura transformó a Lamia en un verdadero monstruo, envidiosa de la felicidad de cualquier madre y presta a paliar su desgracia robando sus hijos para devorarlos más tarde.

Zeus, aun enamorado, solo pudo concederle la gracia de poder quitarse los ojosy volver a ponérselos cuando ella lo precisara. Se decía que cuando se embriagaba de vino era inofensiva, pues dormía, dejando sus ojos en un recipiente a su lado. Pero al despertar, su rabia aumentaba y, como una sombra errante, vagaba día y noche espiando a los recién nacidos, buscando el momento más propicio para abalanzarse sobre ellos, llevárselos y devorarlos en su refugio solitario e inhóspito. Aristófanes, poeta cómico ateniense del siglo V a. J.C., nos describe elocuentemente éste monstruo andrógino: «Antes que nada luchó [el poeta] con el propio monstruo colmilludo, de cuyos ojos brillaban rayos más terribles que los de Cina (…) y tenía voz de un torrente paridor de muerte y un aliento de foca, cojones sin lavar de Lamia y culo de camello». Igualmente se ha dicho que el nombre de Lamia proviene de la palabra Lamios, que significa voracidad. Pero también se designaban Lamias a unos genios femeninos que se asían con fuerza a los jóvenes y no les dejaban hasta haberles absorbido toda la sangre. La literatura griega nos ha dejado numerosas historias al respecto, entre ellas las de Menipo de Licia, un joven filósofo que cayó en los brazos de una extranjera que decía poseer una gran fortuna y que lo amaba. Apolonio de Tiana, destacado filósofo y amigo de Menipo, asiste a la boda y con sus artes de disertación consigue descubrir la verdadera identidad de la amante de su amigo: «Y para que sepáis lo que quiero decir, la buena novía es una de la empusas, a las que la gente considera lamias o mormolicias. Esas pueden amar, y aman los placeres sexuales, pero sobre todo la carne humana, y seducen con los placeres sexuales a quienes desean devorar». Tras esto, todos los objetos, sirvientes y decorado de la novia desaparecen y: «…la aparición pareció echarse a llorar y pedía que no se la torturara ni se la forzara a reconocer lo que era. Al insistir Apolonio y no dejarla escapar, reconoció que era una empusa y que cebaba de placeres a Menipo con vistas a devorar su cuerpo, pues acostumbraba a comer cuerpos hermosos y jóvenes porque la sangre de éstos era pura». Por último, Gélô, también conocido como Lamia, era el alma en pena de una muchacha procedente de la isla de Lesbos, que había muerto joven y que volviendo del más allá, se aparecía con la intención de raptar a los niños. Se trata del demonio sumerio Gélô y que más tarde sería recogido por el Islam.



En Roma «hay unos pájaros voraces (…) [que] tienen una cabeza grande, ojos fijos, picos aptos para la rapiña, las plumas blancas y anzuelos por uñas. Vuelan de noche y atacan a los niños, desamparados de nodriza, y maltratan sus cuerpos, que desgarran en la cuna. Dicen que desgarran con el pico las vísceras de quien todavía es lactante y tienen las fauces llenas de la sangre que beben. Su nombre es Striges; pero la razón de este nombre es que acostumbra a graznar (stridere) de noche en forma escalofriante». Con el tiempo, por tratarse de aves nocturnas, dicho concepto se mezcló fácilmente con el del depredador nocturno por excelencia: la lechuza, lo cual ha contribuido a que tarde o temprano se terminara designando a ésta última como la Estrige, fundiéndose así con el mito del vampiro. Contra el Strix (nombre latino del Estrige) se tomaban medidas relacionadas con la magia, como eran los sacrificios o las bendiciones de dinteles y postigos. Por ello, lo adecuado, era invocar a la ninfa Crane, o Crana, que poseía el poder mágico sobre los goznes de las puertas, poder que ejercía con ayuda de una rama de oxiacanta florida (o sea, un espino), rama mágica destinada a eliminar todo maleficio en las entradas en las casas, como representaban, en este caso, los vampiros Estriges. Si, por el contrario, se pretendía ahuyentarlos con violencia, sólo se conseguía acrecentar su peligrosidad. Crana era una ninfa que vivía en el lugar donde más tarde se construiría Roma. Su misión era ahuyentar a los vampiros, esas aves semihumanas que acuden a chupar la sangre de los recién nacidos cuando la nodriza les deja solos en la cuna. Ovidio cuenta que ella salvó de una muerte segura al mismo rey Procas, bisabuelo de Rómulo y Remo, cuando éste contaba solo cinco años. «…llegaron [los Estriges] a meterse en la habitación de Proca. Éste, que había nacido en dicha habitación, era con sus cinco años de edad un botín fresco para los pájaros, que chuparon el pecho del niño con sus lenguas voraces; el desgraciado muchacho daba vagidos y pedía socorro. Asustada por la voz de su pupilo acudió corriendo la nodriza y halló sus mejillas arañadas por las aceradas uñas».

Desesperados, padres y nodriza acuden a la ninfa Crana para que evite una nueva visita de los vampiros, que podría acabar irremisiblemente con la vida del pequeño: [Crana] «tocó tres veces consecutivas las jambas de la puerta con hojas de madroño, tres veces con hojas de madroño señaló el umbral. Salpicó con agua la entrada (el agua también era medicinal) y sostenía las entrañas crudas de una marrana de dos meses. Y dijo del siguiente modo: “pájaros nocturnos, respetad el cuerpo del niño; por un pequeño es sacrificada una víctima pequeña. Tomad, os lo ruego, corazón por corazón y entrañas por entrañas. Esta vida os entregamos por otra mejor”. Cuando hubo sacrificado de esta manera, colocó al aire libre las entrañas partidas y prohibió a los que estaban presentes en la ceremonia volver la vista atrás. Colocó una vara de Jano, tomada de la espina blanca, donde una pequeña ventana daba luz a la habitación. Cuentan que, con posterioridad a aquel rito, los pájaros no ultrajaron la cuna, y el niño recobró el color que antes tenía». Tanto Lamia, que es de origen griego, como Estrige, romano, han sobrevivido a lo largo de los siglos, encontrándonos en diferentes épocas distintos seres a los que se ha convenido en llamar de idéntica manera. Las Lamias, entre los demonólogos de la Edad Media, podían ser desde Lilith hasta las brujas, pasando por los efialtes, los demonios incubos que por la noche se posaban sobre los durmientes dándoles la sensación de ahogo. Y, naturalmente, siempre estuvo ligado al concepto de vampiro. Muchos autores también han incluido en el mismo saco a otros seres a los cuales se les ha atribuido características vampíricas, como son las Empusas, las Onoscelides u Onoscelotes y las Sirenas. Pero estos seres responden más a casos de necrofagia que no a verdaderos hematófagos. Convendría también apuntar el testimonio que nos proporciona Plinio sobre la costumbre, en Roma, de beber la sangre de los gladiadores caídos en las luchas que se disputaban en el foro del anfiteatro.



Lilith pertenecía originariamente al panteón babilonio, pero fue adoptada por los hebreos. Como primera esposa de Adán, aunque espiritual, antes de que recibiera una de carne y hueso, muy seductora, pero totalmente opuesta a aceptar la autoridad de su marido, Adán pidió al Señor que le deshiciera de tal carga y así fue como Lilith fue expulsada del Paraíso y en su lugar fue creada Eva, sumisa y obediente. Otra versión cuenta que fue ella que, descontenta, pidió a Dios poderse marchar, mientras que Adán era quien pedía que la obligara a regresar. Los ángeles que envió Yahvé tras ella la alcanzaron en el Mar Rojo donde la amenazaron con ahogarla, o, incluso, con matar diariamente a cien de sus hijos. Lilith prefirió este castigo a volver con Adán. A algún compromiso debieron de llegar, puesto que los ángeles la dejaron seguir su camino. Desde entonces Lilith, furiosa por no poder tener descendencia, se dedicó a atacar a los niños recién nacidos. Convertida en un demonio de las tinieblas, chupaba la sangre a los chiquillos que raptaba, para después devorarlos. Existe un talismán contra Lilith que a veces se cuelga en la habitación donde nace el niño o bien se escribe en los cuatro rincones de ella, y que dice:«ADÁN y EVA: Lilith. ¡fuera! Sinoi, Sinsinoi, y S-m-n-g-1-f.». Las últimas letras son las iniciales de los nombres de aquellos ángeles con los que hizo el pacto Lilith. No tenemos una traducción para el vampiro árabe, a los que suele denominarse Guls, Guzles, Golos o Giaots, pero se suele llamarlo Gélô. La historia de Sidi Nouman,perteneciente a Las Mil y una noches, cuenta el relato de un Gélô necrófago, pero no vampiro, que bajo la forma de una bella mujer, casa con el protagonista de la historia. Tras una convivencia un tanto misteriosa, en que la mujer parece seguir un régimen sospechoso de anorexia, mientras por las noches se ausenta extrañamente, en la ignorancia de su esposo. Al descubrirla, Sidi Nouman decide seguir a su consorte en una de sus tantas correrías nocturnas: «Corrí tras ella, y a la claridad de la luna la seguí hasta que entró en un cementerio que estaba cerca de casa; subí a la tapia, que era bastante baja, y vi a mi mujer en compañía de una bruja de repugnante figura, de ésas que van por la noche al camposanto a alimentarse con los cadáveres que desentierran.».

Tras esto, la esposa convierte en perro a Nouman, y al cabo de una serie de peripecias, Sidi, consigue deshacerse del maleficio, y la misma hechicera que le libera transforma a su tiempo en caballo al Gélô como castigo. En la nonocuadragésima noche de las mismas historias árabes, se narra un curioso y divertido relato titulado «El honor del vampiro»: una princesa es desposada por un bello y joven príncipe como premio a la resolución de un extraño enigma, que resulta ser «un vampiro entre vampiros, y de la especie más peligrosa», descrito con la más extraordinaria facilidad de transformación imaginable, mientras sus andaduras consisten en: «…asolar el campo, asaltar en los caminos, hacer abortar a las mujeres encinta, asustar a las viejas, aterrorizar a los niños, aullar en el viento, gañir a las puertas, chillar en la noche, rondar entre las tumbas, comerse los cadáveres y cometer mil atentados y provocar mil calamidades. Luego de lo cual retomaba su forma de adolescente y llevaba en la palma de su mano a su mujer Dalal una cabeza de hijo de Adán diciéndole: “Toma, esta cabeza, Dalal, cocínala al horno y date prisa, que la comeremos los dos”.». Sorprendentemente el matrimonio parece durar, aunque sospechando el vampiro la fidelidad que le pueda profesar su esposa en cuerpo y pensamiento, la pone a prueba. Y, efectivamente, a la tercera ocasión que aquél se le presenta bajo la forma de un familiar, ella no puede evitar confesar su desdicha. He ahí lo que el vampiro considera su honor mancillado y en compensación pretende comerse a su mujer. Una serie de peripecias le librarán finalmente de su perseguidor y, como todas las historias de «Las Mil y una noches», terminará felizmente casada con otro hermoso príncipe y muerto el vampiro. Marcos Fingerit nos señala que en los países de clima cálido la carne comestible es siempre desangrada, lo que explicaría la identificación, en oriente, del vampiro y el necrófago, añadiendo que la identificación de la sangre como principio vital no está tan clara entre los árabes como para occidente.



El Alp escandinavo o el mara alemán, un incubo llamado efialtes, corta los pezones de los hombres y de los niños para beber su sangre, y derrama la leche de las madres y las vacas en un acto equivalente. Del término escandinavo ha derivado el nombre Alberich, el enano que guarda los tesoros de los nibelungos. En la Grettis Saga se narran los destinos tempestuosos de un proscrito condenado a errar por los desiertos embrujados del interior de Islandia, dándose testimonio de la idea que tenían los vikingos respecto de los difuntos, al creer que seguían viviendo dentro de los féretros. Ello era causa de que se pensase que los muertos podían volver en forma de monstruos insaciables de sangre. Mucho antes de estallar la alarma en los países Balcánicos, en pleno siglo XVII, y de extenderse el horror a lo largo de Europa, como si de una epidemia se tratase, los antiguos pobladores del basto territorio de todas las Rusias ya conocían el poder del Camnúp o Ynóp, como ellos llamaban al upyr. Un texto de los siglos XI-XII nos habla de ellos en el sentido que deben ser atendidos en las plegarias para evitar su terrible cólera: «Y aquellos mismos que comenzaron a ofrecer los sacrificios a los Rod y a los Rodjanitsa (divinidades de los ancestros), a Péroune, su dios, entonces y no antes, sacrificarán a los vampiros y a las béréguines (ninfas)». También era costumbre comer pan amasado con la sangre de un vampiro muerto. La mitología eslava hizo suyos una serie de elementos extranjeros, provenientes de los pueblos vecinos, como eran los tártaros y los turcos. El vampiro era conocido con el nombre de «naw», y ya poseía todas las características que hoy consideramos clásicas. Pero dicho término, enteramente eslavo, no tardó en ser sustituido por el de «upir», derivación y transformación de «vampir». En un sermón de Gregorio Nazianzieno, en el siglo X, se ataca a los adoradores y sacrificadores de los «upiori». Y ya en el siglo VI los vampiros formaban parte de la demonología eslava. Más tarde, el folclore habla de las brujas que se metamorfosean en pájaros y beben la sangre humana. Mientras que las almas de ciertos muertos son susceptibles de convertirse en vampiros. Para protegerse contra ellos, se les exhumaba para quemarlos o traspasarlos con una estaca en el corazón.

Pero además existían otros métodos para prevenirse de los vampiros, como aquél que consiste en poner nueve piedras, nueve piezas de mármol y nueve granos de mijo sobre la cabeza de la persona vampirizada y se recitan los siguientes versos de encantamiento: «Tu boca, yo petrifico. Tus labios, yo convierto en mármol, tus dientes, en mijo yo transformo. Tanto daño tu nunca más harás.». Al margen de los eslavos, los cíngaros o gitanos de Hungría poseen todo un repertorio de referencias a los muertos vivientes y a los espíritus malignos que reaniman a los difuntos convirtiéndolos en vampiros. Para protegerse de ellos, cuando muere un cíngaro sus familiares llevan a cabo ciertas libaciones, en especial la llamada Pomana, que consiste en rociar la tumba con vino o agua de la vida, como metáfora de la sangre. Según cada tribu, esta creencia se halla en mayor o menor grado presente en la mente de sus gentes y, por ello, en algunos casos el vampiro es confundido o diferenciado del Moulo o Mulés, sinónimo de reviviente o de muerto ambulante. Se trata de un niño nacido muerto que no tiene huesos y ocupa los cadáveres para revivirlos, y carece del dedo medio en ambas manos puesto que lo deja en su tumba. Otras tribus creen que al morir uno de ellos, el cuerpo libera una serie de espíritus que van y vienen de la tumba. Por ello al difunto se le taponan todos los orificios del cuerpo con lana: «Maldición al hombre que viera al Moulo volver a su tumba cuando canta el gallo, dicen. Él morirá de muerte violenta, como el Moulo, y será maldito, convirtiéndose igualmente en Moulo. El Moulo es pequeño, dulce, y si hace el amor a tu mujer, tus hijos serán los hijos del Moulo. Su carne será fría, sus ojos grises. Y, por tanto, nadie lo sabrá puesto que el Moulo sólo tomará a tu mujer durante el tiempo de su sueño, y el niño te llamará “mi padre”.». Esto conlleva una serie de precauciones profilácticas para evitar cualquier contagio. Los objetos del difunto, incluida la roulotte o caravana donde habitaba, deben desaparecer o ser destruidos. Incluso pueden ser vendidos a un no gitano, al parecer, por ser inmune al contagio. Asimismo, debe evitarse tocar el cadáver si no es estrictamente necesario y, siempre, con las precauciones debidas. La distinción entre el vampiro y el Moulo radica principalmente en la creencia que el espíritu de un muerto puede habitar el cuerpo de un animal, generalmente un lobo, y de ahí proviene la relación que ha perdurado hasta nosotros entre el hombre-lobo y el vampiro.



El Vètala es el vampiro hindú más conocido en occidente. Curiosamente, no es un ser que chupe sangre y ni siquiera es necesariamente cruel. El mantener el concepto de «vampiro» entre nosotros responde más al hecho de estar ya totalmente consagrado y no a su significado exacto. En verdad se trata de una especie de fantasma alojado en un cadáver, del cual toma posesión. Malicioso y cínico, capaz de engañar a los hombres cambiando de forma, pero también servicial con ellos, aunque sea a cambio de darle de comer con la propia carne. También se ha dicho que lo que chupan es la sabiduría. Sin embargo, Tony Faivre asegura que los Vètalas chupan la sangre de las mujeres borrachas o locas mientras duermen. Los Vètalas aparecen en la literatura desde el Harivamsha, importante obra de la literatura en sánscrito que contiene 16.375 shloka (versos). También forman parte de los ritos secretos y ceremoniales que sistematizó el tantrismo consagrado a Shiva, en el siglo V, de donde pasaron al tantrismo búdico, ya en el siglo VII. Se conoce básicamente a través de Los cuentos del Vampiro, donde Los Vètalas quedan perfectamente descritos. Pero el verdadero hematófago del continente indio es el llamado Râkshasa, ser demoníaco y caníbal devorador de hombres. Los rákshasas son conocidos por perturbar los sacrificios, profanar tumbas, hostigar sacerdotes, por posesión humana y actos similares. Sus uñas son venenosas, cambian de forma y realizan hechizos. Frecuentemente aparecen en forma de humanos y grandes aves. Dos de los más famosos son Rávana, un rákshasa de diez cabezas, rey de los rákshasas y enemigo mortal del rey-dios Rāma, el héroe del Ramaiana; y Vibhishana, el hermano menor de Rávana, un extraño rákshasa que siguió la senda del bien. Tal vez Raksh quiera decir guardián, derivado de la función que tenían éstos de guardar las riquezas y tesoros enterrados por su señor. Pero la etimología hindú prefiere insistir más en los aspectos agresivos, vampíricos y terribles de su personalidad: «Se llama Râkshasa porque debemos proteger (Raksh) nuestra existencia (contra sus acciones); a menos que ello no sea porque nos atacan (kshan) (cuando nos encontramos) en un lugar aislado (rahas); o también porque él se acerca (naksh) en la noche (ratri)…». Entre ellos los hay que descienden de Kasyapa, otros, como su rey Ravanu, de Paulastya, hijo de Brahma. Los Piçaca eran los vampiros propiamente dichos, así como los Vètala y los Bhairava.

Se creía que los Râkshasa se introducían en los cadáveres abandonados, comían su carne para revitalizarlos y, con ello, conseguían que se movieran con gran rapidez e incluso pudiesen volar. Su forma física, cuando se hacían visibles, era horripilante: deformes, de extraño color, sus ojos no eran más que unas hendiduras, largas y siniestras. Sus uñas estaban envenenadas y su contacto resultaba enormemente peligroso. Pero también tenían la capacidad de aparecer bajo la forma que desearan, fuera animal o monstruo, merodeando los cementerios en busca de cadáveres que devorar. En el caso de no encontrarlos, entonces atacaban a los vivos, como se insinúa en el texto antes indicado. Por extensión se denominaba con dicho nombre a las fuerzas hostiles, encarnadas en monstruos o en seres maravillosos. Pero a los Râkshasas se los trata, en definitiva, como los adversarios naturales de la raza divina, de enemigos de la religión. En el Rig Veda se menciona en la forma neutra Raksas, como los demonios que turban la paz durante el sacrificio y molestan a los devotos. Cuando esto ocurría se les echaba arroz para distraerlos y ellos lo tomaban bajo la forma de pájaros. Este comportamiento hacia lo sagrado proporcionaba un buen y eficaz antídoto contra ellos. Lo importante era conocer un mantra, o sea una fórmula sacada de los Vedas. Algunos himnos del Veda son designados como mata demonios, pero solo son usados en circunstancias muy concretas, mientras que los mantra se utilizan más habitualmente. Un mantra es el poder del verbo, de la palabra mágica. Finalmente los poetas dieron, por extensión, el nombre de Râkshasa a razas de pueblos ladrones, entre ellos los habitantes de la isla de Ceilán y de la parte meridional de la India. Pero la poesía épica ha terminado por dignificarlos. En el Ramayana, el rey de los Râkshasas, Ravanu, y sus hermanos son los poderosos enemigos de Rama, con lo que se transformaron ante la mentalidad hindú en fuerzas benéficas. En el Mahabarata, el hijo de Bhima (Ghatotkacha) es un Râkshasa que pelea al lado de los Pandavas. Éste, junto al hermano y sucesor de Ravanu, Vibhisana, en el trono Lanka, son ejemplos de que los Râkshasas no fueron mirados siempre con horror. El culto a los Bhutas, relacionados con el dios Shiva, se refería a unos seres vampíricos que merodeaban los cementerios y los campos de batalla reanimando a los cadáveres. Y, en caso de escasear los muertos, acudían a los vivos. Para acabar con ellos se les cortaba la cabeza, se colocaba entre las piernas, se ataba el cadáver con fuertes tiras y se ponía una enorme lápida encima para impedir que se moviera.



En la ciudad india de Jaipur, los vampiros adquieren la forma de viejas mujeres que por la noche trepan a los tejados, desde los cuales hacen descender hilos mágicos a los dormitorios de los durmientes, cuya sangre chupan a través de ellos. Al igual que la Lamia griega, en la India también existe un ser que sorbe el esperma hasta el agotamiento. Se trata del Churel. Kali, símbolo del principio femenino, la diosa del tiempo, o la diosa de la muerte y la destrucción, adorada por los Thugs, es un exponente de los crímenes vampíricos. Sir Richard Burton interpreta la iconografía de Kali, siempre con la lengua colgando, como un factor de autovampirismo: «al no poder encontrar víctimas para poder satisfacer su sed del exquisito jugo, esta agradable deidad se cortó su propia garganta para que la sangre llegara a su boca». Pero también es cierto que Kali se bebía tanto su propia sangre como la de sus adoradores. Los Thugs practicaban el estrangulamiento y robo de las víctimas, y actuaron hasta mediados de 1825, en que fueron disueltos por los ingleses. Existen cierta tradición que pretende que los rituales Thugs se siguen practicando clandestinamente y de forma muy minoritaria. Curiosamente el término Thug también significa impostor. En los manuscritos chinos del siglo III a.C., Chi-Wu-Lhi escribe que a los difuntos, antes de enterrarlos, hay que esperar a que empiecen a descomponerse. Ello evitaba que un Ch’ing-shih (vampiro) habitara el cuerpo de un muerto y se posesionase del Po, el alma del difunto. Para conseguirlo, los cadáveres eran expuestos al sol para acelerar su descomposición. Si no se conseguía, lo mejor era quemar el cuerpo lo antes posible. Faivre añade que era preciso destruir por el fuego tanto el cuerpo como el ataúd, al mismo tiempo y en un solo día. Por su parte Willoughby-Meade explica que no hay que permitir que un gato esté en la misma habitación que un cadáver ya que, si saltase sobre él, podría transmitir su naturaleza de tigre al Po que aun permanece en el cuerpo, convirtiéndose en vampiro. Tampoco hay que permitir que ningún rayo de luz solar ni lunar incida directamente sobre el cadáver una vez ha sido posesionado por un Ch’ing-shih, puesto que el Po se vería revitalizado y daría suficiente vigor al muerto para hacerle actuar como vampiro. Por esto cuando el vampiro era muerto, se tomaban muchas precauciones para que el ataúd no filtrase ningún haz de luz de la luna llena, capaz de devolverle a la vida.

A este vampiro chino se le reconocía por sus largas uñas y por el blanco pelo que cubría su cuerpo. Por el día permanecía inerte, pero por la noche se levantaba de la tumba y chupaba la sangre a los paseantes, y de una manera tan rápida que en pocas horas podía acabar con la vida de muchas personas. La forma de liberarse de un Ch’ing-shih cuando atacaba era echar siete chorritos de un extracto de hiervas, llamado jujubo, en la columna espinal del monstruo. Si se sospechaba de algún cadáver, cuando de día yacía en su ataúd lo que se aconsejaba era descuartizarlo. El vampiro japonés es descrito en los cuentos Kwaidan, de Lafcadio Hearn, explicándose que un «jikininki» o duende devorador de hombres, más o menos equivalente al «Râkshasa» hindú, es un alma en pena condenada por los dioses a causa de una vida impía. Dicho vampiro vaga por los mismos parajes donde hizo el mal en vida y se ve obligado, muy a su pesar, a comerse los cadáveres de los difuntos. Así, los habitantes de las poblaciones donde existe un«jikininki», al morir uno de los suyos no tienen otro remedio que, tras las ceremonias correspondientes, abandonar el poblado durante toda la noche siguiente al día de la defunción. Al volver por la mañana no encuentran el cadáver y prefieren no indagar el misterio que envuelve dicha desaparición, por el simple terror que les produce los escasos rumores que circulan al respecto. Los indios Kwakiut, de la Columbia británica, ejecutaban la danza de Hamatsa, símbolo del deseo de la carne humana. La imagen caníbal era la llave entre el mundo de las fuerzas sobrenaturales y el hombre. Por otro lado se creía en la existencia de espíritus caníbales que se escondían en el bosque y, en consecuencia, existía un rito de iniciación en el cual el neófito se internaba en el bosque provisto de una máscara con la que pretendía asustar a dicho espíritu y mantenerlo confinado en su territorio, para que no se acercara al poblado y diezmara a sus habitantes. En el México colombino, las brujas civateteo practicaban el vampirismo. Se creía que eran los espíritus de mujeres nobles fallecidas al dar a luz y se las relacionaba con el dios Tezcatlipoca, señor del cielo y de la tierra, fuente de vida, tutela y amparo del hombre, origen del poder y la felicidad, dueño de las batallas, omnipresente, fuerte e invisible. Otras historias se refieren a los ritos de los distintos pueblos precolombinos. En Perú se mezclaba la sangre de los sacrificados con harina y se modelaba la figura del dios Huitzilopochtli, principal deidad de los mexicas. Era parecido al pan que cocían los antiguos rusos con sangre de vampiro. En Nueva Granada, las brujas que habían pactado con el demonio debían proporcionar cada noche a su señor grandes cantidades de sangre caliente. Tal vez el origen venga del Congo y de Guinea, habiéndo sido traída por los esclavos africanos. Dichos vampiros tenían el aspecto de decrépitas damas.



Los aztecas adoraban con sacrificios humanos al dios Sol, señor de los guerreros, que se alimentaba del corazón de los humanos y muy especialmente de la sangre. Mientras los cráneos de las víctimas eran destrozados, los nobles y dignatarios del pueblo comían diversas partes del cuerpo del sacrificado y bebían la sangre del corazón, que se había licuado en una vasija. En Brasil existía eljaracaca, caracterizado como una serpiente, que atacaba a las madres en el momento de dar el pecho. En 1890, en la isla Cagayan Jolo, en el extremo sur del grupo de islas del mar de Jolo, cerca del norte de Borneo, Ethelbert Forbes Skertchley, miembro de la Sociedad Asiática, fue informado de ciertas historias sobre un fantasma que se alimentaba de sangre humana para no morir y que tenía atemorizada a la población de la isla. La apariencia de este tipo de criaturas era igual a la de los hombres normales, pero las pupilas de sus ojos eran hendidas como las de los gatos, el blanco del ojo era rojizo y podían ver en la oscuridad. Los nativos les llamaban Berbalangs, que tenían el hábito de abrir las tumbas y devorar los cadáveres, o chupar la sangre de los recién enterrados. También podían volar, y eran capaces de entrar en una casa y salir sin dejar huellas, para alimentarse con la sangre de sus moradores. A veces se les oía acercarse por el rumor de sus alas, y sus ojos rojizos emitían cierto fulgor. Se pensaba que verter zumo de lima sobre una tumba impedía acercarse a los Berbalangs, de modo que casi todos los muertos de Cagayan Jolo eran enterrados cerca de las casas, y a veces debajo; y diariamente las tumbas eran rociadas con zumo de limas frescas. Naturalmente en la isla no había ajos. También se utiliza como amuleto contra los berbalangs una nuez de coco en forma de perla. Y, en casos de ataques muy fuertes, se combatía con la protección que da una conocida piedra preciosa, similar al ópalo, que creen encontrar en el interior de los cocos. Skertchley se decidió a investigar los diferentes casos que habían llegado a sus oídos y acompañado de un guía llamado Matali emprendió viaje hacia las poblaciones interiores de la isla, donde los Berbalangs habían hecho estragos.

Como era de suponer, la superstición indígena también estaba presente en el guía y éste se negó a acercase a menos de 1 Km. del lugar del último ataque. El inglés no se dejó arredrar y decidió que seguiría solo, no sin antes haber escuchado una vez más los ruegos de Matali y demás consejos sobre las precauciones a seguir en caso de enfrentarse a uno de aquellos supuestos hematófagos. Armado de un kris, una daga malaya de hoja ondulada, y algunos frutos de lima, entró en el pueblo y encontró una docena de cabañas desiertas. Los animales domésticos seguían en sus corrales, pero no encontró el menor rastro de personas en todo el poblado. Las cabañas estaban en perfecto orden y parecía como si, de repente, todo el mundo hubiera abandonado precipitadamente el lugar. Al regresar junto a su guía y relatarle lo observado, a Matali le faltaron palabras para convencer a Skertchley que se alejaran lo antes posible, antes que anocheciese, pues los berbalangs debían encontrarse en las cercanías y sería peligroso regresar en la oscuridad. Habiendo cubierto ya la mitad del camino de regreso pasaron cerca de un palafito, vivienda apoyadas en pilares sobre el agua, habitado por un conocido de ambos, pero un ruido les detuvo. Se escondieron rápidamente entre las altas hierbas y esperaron a ver lo que ocurría. Matali creyó desde un principio que se trataba de los berbalangs, y no se equivocaba. Los quejidos que habían escuchado en un primer momento cesaron y en su lugar se oyó el batir de alas, pudiendo ver docenas de seres antropomorfos que les sobrevolaban. La noche ya había caído y ello les salvó de ser descubiertos. Tras alejarse decidieron seguir camino. Al otro extremo del claro, a cierta distancia del sendero que ellos seguían, se encontraba la casa del conocido malayo. Tanto Matali como Skertchley desearon que no le hubiese ocurrido nada y por razones de seguridad prefirieron pasar de largo. Tal vez la luz que se divisaba en su interior les tranquilizó mínimamente. Skertchley pensó que visitaría a Hassan, su ocupante, al día siguiente. Por la mañana, muy temprano, Skertchley salió solo, pues no logró que nadie le acompañase. Fue a casa de Hassan, pero al llegar no parecía estar en ella. Entró y encontró a Hassan en lo que parecía ser el dormitorio, acurrucado en la cama, con el rostro contraído y los ojos llenos de terror, muerto y, como se vio más tarde, sin una gota de sangre en su cuerpo. También en las Filipinas, hay que señalar a los Italones, que beben la sangre de sus enemigos muertos.



Un suceso ocurrido en 1970, cuando un joven indígena confesó haber sorbido la sangre de varios niños y de conducirse en general como un vampiro, ponen una vez más sobre el tapete la occidentalización que ha sufrido el mito en muchas partes del mundo. LosTolaalki, cazadores de cabezas, beben la sangre y comen los sesos de sus víctimas con el fin de adquirir valor. El muchacho circuncidado en Arunta recoge en una copa la sangre de su herida y se la manda como ofrenda a su madre, quien se la bebe.«Entre los Ewe, un Adze es un espíritu que habita en un hechicero. Este Adze chupa la sangre, bebe agua de coco y aceite de palmera. El Adze vuela por todas partes y se asemeja a una luciérnaga, y si alguien se atreve a echarle mano cuando tiene esta forma se transforma inmediatamente en ser humano… Si un Adze ve a un niño guapo puede chuparle la sangre hasta hacerle morir… Los Bosso tienen chupadores de sangre en vez de caníbales. El chupasangres empieza por desvestirse y cuando está completamente desnudo sale de su piel. Lo que queda es una masa de carne roja. Se sienta en la boca de aquellos cuya sangre intenta chupar. Dicho ser peculiar tiene un órgano más que la humanidad ordinaria. Este es un aparato para chupar que le sale del ano como la trompa de un elefante. Este miembro lo extrae de su cuerpo y lo inserta en la boca o nariz de su víctima para chuparle toda la sangre… pero hay también una especie voladora. Esta última dispone de unas antorchas encendidas que les salen de los sobacos y del ano».La asociación Bambara, del Komo, tiene, entre otras atribuciones, aquella de asegurar los funerales. Se vela a la muerte y es llevada por sus miembros a la tumba. El jefe la invoca: «Déjanos en paz; que nuestras cosechas sean buenas; que tu bondad nos venga seguidamente; tus sacrificios serán ejecutados». Dicho sacrificio consiste en que los asistentes echen sangre en la tumba. Se queman ciertos objetos del difunto para que le acompañen en el más allá. El muerto tiene así su altar familiar. Ante la sementera se llama a los muertos, cada uno representado por una bola de mijo crudo. Después se hierven y se echan sobre la puerta de entrada donde se degüella a una víctima. Las entrañas se ofrecen a los ancestros. Una ceremonia anual tiene lugar por ellos, en donde las máscaras bailan en torno de las tumbas.

Estas prácticas también las llevan a cabo los bantúes del norte de Rhodesia, quienes creen que el espíritu bebe la sangre esparcida en su tumba. En caso de no proporcionarle dicho jugo, el espíritu molestaría a los vivos y les provocaría enfermedades o, incluso, la muerte. Los hereros del sudoeste africano temen a los Otgiruru, espíritus de los difuntos, por creer que continúan viviendo amenazando a los vivos. «En cuanto alguien muere comienzan los preparativos del entierro y de las ceremonias rituales. Todos sus parientes vienen desde sus lugares de residencia y el cuerpo es preparado para darle sepultura; los asistentes lloran y prorrumpen en lamentaciones mientras se lava el cadáver y se lo purifica con hierbas. Al mismo tiempo se cava la tumba y en ella se depositan los objetos personales del muerto. Se coge un toro o un macho cabrío y se liga el escroto; a la llegada del heredero el animal es sacrificado y comido. Si el difunto era rico, se colocan ciertas hierbas sobre su vientre, junto con un poco de lana de carnero blanco y leche de vaca blanca para tratar de persuadir a su espíritu de que repose en paz. Tras esto se deposita el cuerpo en la tumba, echado del lado derecho y vuelto hacia lo alto de la colina. Se rellena la tumba se sacrifica una vaca o una cabra, cuya carne es comida junto a la tumba. La ceremonia funeraria prosigue durante cuatro días. Se atan los escrotos de todos los toros y machos cabríos pertenecientes al difunto para impedirles que copulen. Una vez que se ha rellenado la tumba, quienes intervienen en las operaciones se lavan las manos, se rasuran la cabeza, se recortan las uñas, mientras que los lloros continúan durante todo el período del duelo. En ciertos clanes se sacrifica un toro o una cabra, y con la sangre del animal se rocían la casa y las tierras que poseía el difunto. Con la carne, los participantes hacen un banquete, en el que se bebe cerveza. Al aire libre se enciende una hoguera que se mantendrá encendida durante todo el período de duelo». Los ashanti, de Ghana, creen que los Asanbosam chupan la sangre de los niños a través de sus dedos cuando están dormidos. En Guinea se toma el hecho de derramar sangre, sea en el suelo o sobre algún objeto, como un tabú que debe ser combatido con complicadas ceremonias de purificación y de limpieza, como quemar maderas encima de la mancha, taparla con tierra, echar al mar el objeto, etc. Son diversas formas para lograrlo.



Una mujer que haya perdido a un hijo puede voluntariamente separarse de su cuerpo para, de esta manera, atacar a los niños recién nacidos de otras familias. Así consigue colectivizar su dolor. Tradición que también se da en las islas Nicobar, en el Océano Indico. Dudley Wright añade que a dichas mujeres les gusta especialmente el pescado. También se habla de los bâjang, espíritus masculinos de los muertos que, por invocación de un hechicero, vuelven al mundo de los vivos para atacarlos. Se narran diferentes métodos, tanto para identificarlos como para acabar con ellos. Uno consiste en colocar al sospechoso de dar vida al bâjang en una habitación mientras el pawang, o experto en hechicería, se coloca en otra contigua y raspa con una navaja una vasija, a veces moldeada con la forma de la cabeza del sospechoso. Si aquél es culpable, el pelo se le irá cayendo por aquellos lugares por donde se ha pasado la navaja en la vasija. Una vez descubierto, el culpable es ahogado en el río. Otra historia habla de unos seres que recuerdan a los Estriges romanos. En cierta ocasión una mujer de extraordinaria belleza enloqueció al saber que su hijo había nacido muerto y extendiendo los brazos echó a volar, transformándose en ave nocturna. Los Langsuir, como se les conoce entre los malayos, poseen un orificio en la nuca a través del cual chupan la sangre de los niños. Para protegerse de él, e incluso regenerarlo, los malayos, tras atraparlo, le cortan las uñas y los cabellos y con ello se le tapona el orificio succionador. Un hijo del Langsuir, llamado Mati-anak o Pontianak, que nazca muerto, también se transforma en vampiro. Anthony Masters anota un sortilegio para espantar a esta especie de geniecillo o Djinn: «Oh Pontianak, el nacido sin vida, arrastrado serás por el suelo desde el montículo de la tumba. Cortaremos luego el bambú por encima y por debajo de dos nudos, el largo y el corto, para cocer en él el hígado del Djinn Pontianak; por la gracia de “no hay más Dios que Dios”.». El penanggalan es la cabeza desgarrada de una mujer que gusta de beber la sangre de las parturientas e incluso de los recién nacidos. Se traslada por los aires de un lugar para otro con los intestinos colgándole del cuello. El antídoto usado es el vinagre con el que se mojan dichos intestinos.



Aun existen dos tipos más de vampiros: el polong y el pelesit. Dos hematófagos que trabajan conjuntamente. El primero es el producto de un encantamiento. La sangre de una víctima por asesinato es vertida en una botella de pequeño tamaño. Unos conjuros recitados en la más solemne de las ceremonias consigue imbuirle de vida propia, que se personifica en el dedo cortado del propio hechicero, que deberá alimentarlo con la propia sangre para que el pequeño ser se mantenga como su fiel y cruel servidor. El polong se sirve del pelesit, una especie de grillo a quien envía en misión de prospección antes de acudir el propio vampiro a causar los más espantosos estragos a las personas malditas por el hechicero. Igualmente, el pelesit se alimenta de sangre o, cuando es capturado y con el fin de mantenerlo engañado, con arroz teñido de azafrán. Es creencia que los muertos, llamados tii, salen de sus tumbas y abandonan sus ídolos o estatuillas colocadas en los cementerios, deslizándose de noche por las casas para devorar el corazón y las entrañas a los que duermen, causándoles así la muerte. En las islas Banks los hombres o mujeres que pretendían relacionarse con un espectro debían comer cierta cantidad de carne del cadáver correspondiente. En consecuencia, el cadáver pasaba a ser un gran amigo de su devorador. La expansión del cristianismo en esta zona ha propiciado la mezcla de creencias autóctonas y occidentales. Para ellos la sangre de Jesús es un símbolo de purificación, por lo que consideran que beber la sangre de sus hermanos muertos les devolverá la pureza perdida. Si una gota de sangre caía en manos de un hechicero éste podía proporcionársela a un espíritu maligno y permitirle posesionarse de un cuerpo humano. Desde 1846 se conocen datos acerca de las luchas entre los Bau y los Rewe, en que los vencedores descuartizaban a los vencidos y se los comían, evitando por todos los medios derramar alguna gota de sangre, por miedo a provocar desgracias. Con el canibalismo se pretendía hacerse con la fuerza y el valor de los enemigos. Para la etnia Sré, el arco iris es una manifestación de Briang, otra forma del pájaro agorero Börlang, personajes celestes bebedores de sangre. El arco superior, es el hombre, y el inferior la mujer, con los colores de la sangre aspirados, ya que la banda roja es la sangre humana. En Jörai, la manifestación de la mala muerte, Driang, causa de impureza ritual, provoca un cortocircuito entre el cielo y la tierra que deben permanecer separados.



Pero, ¿qué es la sangre? Aqui nos desviamos algo del tema principal del artículo, ya que creemos es importante para tener una imagen global del fenómeno. Rudolf Steiner, en su obra “El significado oculto de la sangre“, nos lo explica. Dice que “ La sangre es un fluido muy especial”. En el Fausto, de Goethe, se dice que Fausto entra en un pacto con los poderes malignos, representados, en dicha obra, por Mefistófeles, el emisario del Infierno. Fausto está a punto de firmar un contrato con Mefistófeles, quien le pide lo firme con su propia sangre. Fausto, al principio, lo mira con curiosidad. Pero, sin embargo, Melistófeles emitió la siguiente sentencia, que Goethe deseaba se considerara con toda seriedad: “La sangre es un fluido muy especial”. Ninguna de las interpretaciones sugeridas arroja mayor luz sobre la citada sentencia que la explicación dada por uno de sus últimos comentadores, el profesor Minor. El profesor Minor hace notar que “el Mal es un enemigo de la sangre y como la sangre es la que sostiene y preserva la vida, el Mal, que es el enemigo de la raza humana, debe ser, por consiguiente, el enemigo de la sangre”. Entonces llama la atención sobre el hecho de que, aun en las más antiguas versiones de la leyenda del Fausto, la sangre siempre juega el mismo papel. En una antigua obra se relata que Fausto se hizo una pequeña incisión en la mano izquierda con un cortaplumas y que, al tomar la pluma para firmar el contrato, la sangre que brotaba de la herida formó las siguientes palabras: “¡Oh, hombre!, escápate”. Ahora viene la observación de que el Mal es un enemigo de la sangre y de que, por esta razón, Mefistófeles exigió que la firma se escribiera con sangre. Pero, ¿cómo es que alguien desea una cosa por la que tiene tanta antipatía? La única explicación razonable que puede darse, no solamente sobre el significado de este pasaje de Goethe, sino también con referencia a todas las demás leyendas que tratan de este asunto, es que, para el diablo, la sangre era algo muy especial. Y que no era cuestión indiferente para él que el contrato se firmara con sangre. Puede suponerse que el representante de los poderes del Mal cree o está convencido de que tendrá a Fausto más sujeto a su poder si puede obtener, aunque no sea mas que una gota de su sangre. Esto es evidente, y nadie puede dar otra explicación al asunto. Fausto debe escribir su nombre con su propia sangre, no porque el diablo sea enemigo de ella, sino, más bien, porque desea obtener poder sobre la misma.

Ahora bien, en ese pasaje se oculta una observación digna de tenerse en cuenta: que el que obtiene poder sobre la sangre de un hombre obtiene poder sobre el hombre mismo y que la sangre es un “fluido muy especial”, porque es por ella que debe ganarse la batalla. Por así decirlo, la lucha que se realiza en el hombre entre el bien y el mal. Todas esas cosas que nos han legado las leyendas y los mitos de todo el mundo, y que se refieren a la vida humana, sufrirán un día una transformación peculiar, referente a la plena concepción e interpretación de la naturaleza humana. Ha pasado ya el tiempo en el que las leyendas, fábulas y mitos se miraban como expresiones de la infancia de los pueblos. Ciertamente hemos ya pasado la época de semi-ignorancia, cuando se decía irónicamente que las leyendas eran la expresión poética del alma nacional. Cualquiera que haya observado alguna vez el alma de un pueblo habrá visto que no se trata de ficciones imaginarias o cosa análoga, sino de algo mucho más profundo. Y que es un hecho que las leyendas y tradiciones de los diversos pueblos son expresiones de poderes maravillosos y de extraordinarios acontecimientos. Si, desde el nuevo punto de vista de la investigación espiritual, meditamos sobre las antiguas leyendas y mitos, dejando que esas hermosas y potentes imágenes que nos han transmitido obren sobre nuestras mentes, encontraremos, que esas leyendas y mitos son expresiones de la más antigua y profunda sabiduría. Es muy cierto que al principio nos sentiremos inclinados a preguntar cómo es que, en un estado primitivo de desenvolvimiento, pudo el hombre representarse los enigmas del universo por medio de esas leyendas o cuentos de hadas, y cómo es que, cuando meditamos sobre ellos, vemos en esos relatos lo que las investigaciones ocultas actuales nos están revelando. El que penetra mas y mas profundamente en los métodos por cuyo intermedio se crearon esas fábulas y leyendas verá que su sorpresa se desvanece y que toda duda se disipa. Ciertamente, comprobará en esos mitos, no solo lo que se llama una visión sencilla de las cosas, sino también la portentosa y profundísima expresión de la verdadera y primordial concepción del mundo.



Y mucho más puede aprenderse examinando completamente los fundamentos de esas leyendas y de esos mitos. Todo cuanto está contenido en esas leyendas y doctrinas antiguas sobre la sangre tiene la mayor importancia, ya que en aquellos remotos tiempos existía una sabiduría que permitía al hombre comprender el verdadero y amplísimo significado de la sangre, que es un “fluido muy especial” y que también es la vida que anima a todos los seres humanos. Lo que ocupa nuestra atención es la sangre en sí misma, su importancia respecto al hombre y la parte que desempeña en el progreso de la civilización humana. Es importante que comprendamos el profundo significado de una antigua máxima, que está íntimamente relacionada con la civilización del antiguo Egipto, donde floreciera la excelsa sabiduría de Hermes. Es un axioma que forma la frase fundamental de toda ciencia, y que se conoce bajo el nombre de axioma hermético: “Como arriba es abajo”. Hay muchas caprichosas interpretaciones de esta sentencia. Sin embargo, la explicación que nos ocupa es la siguiente: Para la ciencia espiritual el mundo al que el hombre tiene acceso por medio de sus cinco sentidos no representa el mundo entero, y no es más que la expresión de un mundo más profundo, oculto tras él. Esto es, el mundo espiritual. Ahora bien, este mundo espiritual se denomina, de acuerdo con el axioma hermético, el mundo superior, el mundo de “arriba”, mientras que el mundo de los sentidos que se despliega en torno nuestro, la existencia que conocemos por intermedio de nuestros sentidos y la que estudiamos mediante nuestra inteligencia, es el mundo inferior, el mundo de “abajo”, que es la expresión física de aquel mundo superior y espiritual. De esta forma, el ocultista que contempla el mundo de los sentidos no ve en él nada final, sino más bien una especie de expresión de un mundo anímico y espiritual, de la misma manera que cuando miramos el aspecto externo de un hombre no nos detenemos en la forma del rostro o de sus gestos, dedicando toda nuestra atención a ellos, sino que pasamos por encima de esos detalles para llegar al elemento espiritual.

Lo que todos hacemos instintivamente cuando nos encontramos frente a cualquier ser que posea un alma es lo que el ocultista o el espiritualista científico hacen respecto al mundo entero. Y cuando el axioma “arriba es abajo” se refiere al hombre, se explica así: “Todo impulso que anima a su alma está expresado en su rostro”. Apliquemos aquí el axioma hermético a la pregunta: “¿Qué es lo que, en verdad, constituye la sabiduría?“. La ciencia espiritual ha sostenido siempre que la sabiduría humana tiene algo que ver con la experiencia, y especialmente con las experiencias penosas. Todo aquel que se debate en los brazos del dolor manifiesta en ese sufrimiento una falta de armonía interna. Y todo aquel que se sobrepone al sufrimiento y al dolor lleva en sí sus frutos y siempre afirmará que, mediante esos sufrimientos, ha adquirido cierta sabiduría: “Las alegrías y los placeres de la vida, todo cuanto la vida pueda ofrecerme en satisfacciones, todas esas cosas las recibiré agradecido; pero, sin embargo, mas me disgustará olvidar mis dolores y sufrimientos pasados que verme privado de esos agradables dones de la vida, porque a mis dolores y sufrimientos es a quienes debo mi sabiduría”. Y de esta manera es como la ciencia oculta ha reconocido que la sabiduría es lo que podría llamarse “sufrimiento cristalizado, dolor que ha sido conquistado y que, por consiguiente, se ha transmutado en su opuesto”. Es muy interesante remarcar que las investigaciones modernas más materialistas han llegado a la misma conclusión. Se publicó un libro, titulado The Mimicry of Thought (la mímica del pensamiento), que es obra de un estudiante de la naturaleza humana. El autor trata de demostrar como la vida interna del hombre, sus maneras de pensar, etc., se imprimen o expresan en su fisonomía. Este estudiante de la naturaleza humana llama la atención sobre el hecho de que siempre hay algo en la expresión del rostro de los pensadores que es muy sugestivo y que uno podría describir como “dolor absorbido”.



Las investigaciones ocultistas demuestran que todas las cosas que nos rodean en este mundo, mineral, vegetal y animal, deben ser considerados como la expresión fisonómica, o el “abajo” de un “arriba”, o espíritu que se oculta tras ella. Desde el punto de vista oculto, las cosas presentes en el mundo sensorial solo pueden comprenderse correctamente si nuestro conocimiento abarca también el “arriba” o arquetipo espiritual, los seres espirituales originales, de donde proceden todas las cosas manifestadas. Y por esta razón es importante estudiar lo que se oculta tras el fenómeno de la sangre, de aquello que toma por expresión fisonómica la sangre en el mundo sensible. Todas las cuestiones que se nos plantean quedan iluminadas tan pronto como reconocemos la naturaleza de la esencia espiritual que se oculta en la sangre. Lo que la sangre es en sí se aprende en las ciencias naturales, en que se explica que, para el hombre y los animales superiores, la sangre es, prácticamente, el fluido vital. El hombre interno se pone en contacto con lo externo por medio de la sangre, y en el decurso de ese proceso la sangre humana absorbe oxígeno, que constituye el verdadero aliento de vida. Mediante la absorción de este oxígeno la sangre sufre una renovación. La sangre que va en busca de ese oxígeno es una especie de veneno para el organismo, pero mediante la absorción de aquel esta sangre rojo azulada se transforma en un fluido rojo, dador de vida, por el proceso de la combustión. Esa sangre que pasa por todo el cuerpo, depositando por doquier sus partículas primitivas, tiene a su cargo la tarea de asimilar directamente los materiales del mundo externo y de aplicarlos, mediante el método más rápido posible, a la nutrición del cuerpo. Es necesario, para el hombre y los animales superiores, absorber primeramente esos materiales alimenticios en su sangre. Entonces, una vez formada ésta, tiene que tomar el oxígeno del aire y construir y sustentar el cuerpo. Alguien dotado de conocimiento anímico observó, no sin razón: “La sangre con su circulación es semejante a un segundo ser y en relación con el hombre corporal, óseo, muscular y nervioso, actúa como una especie de mundo exterior”. Porque es un hecho que todo ser humano está obteniendo continuamente su sustento de la sangre, y, al mismo tiempo, descarga en ella lo que ya no le sirve más. La sangre humana es, por consiguiente, un verdaderodoble a quien se lleva constantemente como un inseparable compañero, y del que el hombre obtiene nueva fuerza, dándole, en cambio, todo lo que ya no le sirve. Se podría llamar a la sangre, con toda propiedad, el “líquido vital del hombre”, porque este fluido especial, constantemente cambiante, es seguramente tan importante para el hombre como la celulosa para los organismos inferiores.

Ernst Hæckel (1834 – 1919), biólogo y filósofo alemán, que ha penetrado profundamente en las cosas de la Naturaleza, en varios de sus populares libros ha llamado la atención sobre el hecho de que la sangre es, en realidad, el último factor que se origina en el organismo. Si observamos el desenvolvimiento del embrión humano, encontraremos que los rudimentos de los huesos y músculos se desarrollan antes de que aparezca la primera tendencia hacia la formación de la sangre. La producción de la sangre, con toda su sutilísima organización de complicados vasos sanguíneos, aparece muy tarde en el desenvolvimiento del embrión. Y de este conocimiento natural se ha deducido que la producción de la sangre es lo último que se efectúa en la evolución del universo, y que otros poderes, que en él están, tienen que llegar hasta la cumbre de la sangre, por así decirlo, para que se pueda realiza en ese punto evolutivo lo que deberá hacerse internamente en el ser humano. Hasta que el embrión no haya repetido por sí mismo todos los estadios primitivos del crecimiento humano, alcanzando así la situación en que estaba el mundo antes de la formación de la sangre, no puede realizar ese acto que corona la evolución: la transmutación y perfeccionamiento de todo lo hecho, convirtiéndolo en ese “fluido muy especial” que se llama sangre. Si queremos conocer las misteriosas leyes del universo espiritual, que se oculta en la sangre, es necesario que nos familiaricemos un poco con algunos de los más elementales conceptos. En referencia a seres superiores, se constata que tales seres existen realmente, aunque no se encuentren en el mundo de los sentidos. El hombre, en lo que a nuestros sentidos se revela en el mundo externo, no es sino una parte del ser humano completo. Pero, en realidad, hay muchas otras partes tras del cuerpo físico. El hombre posee este cuerpo físico en común con los llamados minerales inanimados que nos rodean. Además de éste, sin embargo, el hombre posee el cuerpo etérico o vital. Este cuerpo etérico o vital, según se le llama algunas veces, lejos de ser una ficción de la imaginación, es tan distintamente visible para los sentidos espirituales del ocultista como los colores para el ojo físico. El clarividente puede ver perfectamente ese cuerpo etérico. Es el principio que provoca la vida en la materia inorgánica, el que arrancándola a la condición inanimada, la sumerge en el océano viviente. El hombre se encuentra en un estado de su evolución, y por esta razón: “Si os quedáis como estáis no veréis el cuerpo etérico, y, por consiguiente, podréis hablar, en verdad, de los límites del conocimiento y del “ignorabimus”; pero si os desarrolláis y adquirís las necesarias facultades para el conocimiento de las cosas espirituales, no hablaréis más de las limitaciones del conocimiento, porque éstas solo existen mientras el hombre no desarrolla sus sentidos internos”.



Por encima del cuerpo etérico tenemos lo que se llama cuerpo astral, que es un nombre significativo. Al cuerpo astral le está asignada la tarea, en el hombre y en el animal, de elevar la sustancia vital hasta el plano de la sensación, de manera que, en la sustancia vital, puedan moverse no solamente los fluidos, sino que también pueda expresarse en ella lo que se conocen como placer y dolor, alegría y tristeza. Y aquí tenemos la diferencia esencial entre la planta y el animal. Pero existen algunos estados de transición entre ambos. Para que pueda existir la sensación tiene que formarse una imagen dentro del ser, como reflejo de lo que produce la sensación. Y, por consiguiente si ciertos vegetales responden a estímulos exteriores, eso no prueba que la planta conteste al estímulo por una sensación, esto es, por la que experimenta internamente. Las experiencias internas tienen su asiento en el cuerpo astral. Vemos, pues, que lo que ha llegado al estado animal se compone de un cuerpo físico, de un cuerpo etérico o vital y de un cuerpo astral. No obstante, el hombre está sobre el animal, pues posee algo distinto; y los pensadores de todos los tiempo sabían en qué consistía esa superioridad. Para explicarlo tenemos el caso de un niño que, en el patio de la granja de sus padres, tuvo un pensamiento que cruzó como un relámpago por su mente: “Él era un ego, un ser capaz de decirse íntimamente a sí mismo “yo” y cuenta que esto le hizo una profunda impresión”. Todas las llamadas ciencias externas del alma descuidan el punto más importante que se encierra aquí. En todos los idiomas humanos existe una pequeña palabra que difiere totalmente de todas las demás. Cualquiera puede poner nombre a las cosas que nos rodean; todos podemos llamar a una mesa, mesa, a una silla, silla. Pero hay una palabra, un nombre, que no se puede aplicar a nada, salvo a sí mismo, y esta es la palabra “yo”. Este “yo” tiene que surgir de lo más íntimo del alma misma; es el nombre que solo el alma puede aplicarse a sí misma. Cualquier otra persona es un “usted” para mí, y yo soy un “usted” para ella. Todas las religiones, han reconocido este “yo” como expresión de ese principio anímico, por cuyo intermedio puede hablar el ser íntimo: la naturaleza divina. Aquí, pues, comienza aquello que nunca puede ser penetrado por los sentidos externos, lo que nunca puede ser nombrado desde el exterior de su real significado, pues debe surgir de lo más íntimo del ser. Aquí empieza el monólogo, el soliloquio del alma, por cuyo intermedio el yo divino hace conocer su presencia cuando el sendero está limpio y pronto para la venida del espíritu al alma humana.

En las religiones de las primitivas civilizaciones, entre los antiguos hebreos, por ejemplo, este nombre se conocía como el indecible nombre de Dios, y cualquier otra interpretación que la filología moderna pueda elegir será inexacta, porque se encontrará que el nombre judío de Dios no tiene otro significado que el expresado en nuestra palabra “yo”. Un estremecimiento pasaba por los que se encontraban congregados en el templo cuando los iniciados pronunciaban el “Nombre de Dios Desconocido”, cuando confusamente percibían lo que se entiende por esas palabras que reverberaban en todo el templo: “Yo soy lo que soy”. En estas palabras está expresado el cuarto principio de la naturaleza humana, cuyo principio solo lo posee el hombre, de los seres que están sobre la tierra. Y este yo, a su vez, encierra y desarrolla dentro de sí mismo los gérmenes de estados superiores de la humanidad. Solo nos es dado echar un vistazo sobre lo que, en el futuro, se desenvolverá por medio de este cuarto principio. Debemos indicar que el hombre se compone de un cuerpo físico, de un cuerpo etérico, de un cuerpo astral y de un ego, o ser interno real. Y que, dentro de ese ser interno, están los rudimentos de tres estadios superiores de desenvolvimiento: los que se originarán en la sangre. Esos tres estados son Manas, Buddhi y Atma. Manas, el ser espiritual en contraposición del ser corporal; Buddhi, el Espíritu de Vida; Atma, el espíritu real y verdadero del hombre, lejano ideal de la humanidad actual. El germen rudimentario, que está latente en él, alcanzará, en futuras edades, la perfección. Siete colores hay en el arco iris, siete tonos en la escala, siete series de pesos atómicos, siete grados en la escala del ser humano, y éstos, a su vez, se dividen en cuatro grados inferiores y tres superiores. Veamos la manera cómo esa tríada superior, espiritual, obtiene una expresión fisonómica en el cuaternario inferior; y de la forma en que se nos presenta en el mundo sensorial. Tenemos, en primer lugar, lo que se ha cristalizado en la forma del cuerpo físico humano, cuerpo que el hombre posee en común con todo lo que se llama naturaleza inanimada. Cuando hablamos esotéricamante del cuerpo físico, no queremos indicar lo que el ojo ve, sino más bien esa combinación de fuerzas que ha construido el cuerpo físico, esa fuerza viviente que existe tras la forma visible. Observemos ahora un vegetal. Este ser posee un cuerpo etérico que eleva la substancia física hasta la vida, esto es, que convierte la substancia en savia viviente. ¿Qué es lo que transforma las llamadas fuerzas inanimadas en savia viviente?, Se le llama cuerpo etérico, y este cuerpo hace precisamente el mismo trabajo en los animales que en el hombre; hace que aquello que solo tiene existencia material obtenga una configuración viviente, una forma que viva.



Este cuerpo etérico, a su vez, está compenetrado por un cuerpo astral. Y ¿qué es lo que hace el cuerpo astral? Hace que la substancia que ya ha sido puesta en movimiento experimente internamente la circulación de los fluidos que fluyen del exterior, de tal manera que el movimiento externo se refleje en experiencias internas. Hemos, pues llegado al punto en el que podremos comprender al hombre en lo que concierne al lugar que ocupa en el reino animal. Todas las substancias de que está compuesto el hombre, tales como oxígeno, nitrógeno, hidrógeno, sulfuros, fósforo, etcétera, se encuentran también en la naturaleza inanimada. Si eso que el cuerpo etérico ha transformado en substancia viviente debe tener experiencias internas y debe crear reflexiones internas de lo que tiene lugar externamente, entonces el cuerpo etérico debe estar compenetrado por lo que se conoce como cuerpo astral, porque es el cuerpo astral el que genera la sensación. Pero en este estadio el cuerpo astral solo produce la sensación de una forma particular. El cuerpo etérico transmuta las substancias inorgánicas en fluidos vitales, y el cuerpo astral, a su vez, transforma las substancias vitales en substancias sencientes, que permiten percibirse en sus facultades naturales. Pero, ¿qué es lo que puede sentir un ser dotado de solo esos tres cuerpos? Se sentirá únicamente a sí mismo, su propio proceso vital: llevará una vida que está confinada en sí mismo. Ahora bien, éste es un hecho de inmensa importancia. Si consideramos a uno de los animales inferiores, ¿qué es lo que ha realizado? Ha transformado la sustancia inanimada en sustancia viviente y la sustancia sensible solo puede encontrarse, en cualquier caso, donde existan por lo menos los rudimentos de lo que, en un estado posterior, se presenta como sistema nervioso desarrollado. De esta suerte tenemos, pues, sustancia inanimada, sustancia viviente y sustancia compenetrada por nervios capaces de sensación. Si contemplamos un cristal, tenemos que reconocer que es la expresión externa de ciertas leyes naturales que rigen el reino inorgánico del mundo externo. Ningún cristal puede formarse sin el auxilio del ambiente natural que le rodea. Ningún eslabón puede separarse de la cadena del Cosmos y colocarse aparte por sí mismo. Apenas se puede separar al hombre de su ambiente. Así como el hombre solo es concebible aquí, donde las fuerzas necesarias se combinan en él, así sucede también con el cristal y, por consiguiente, cualquiera que contemple un cristal correctamente, verá en él una imagen de la Naturaleza entera y de todo el Cosmos también. Lo que dijo Cuvier viene al caso exactamente: “Un anatómico competente podrá decir a qué animal perteneció un hueso, teniendo cada animal una clase particular de formaciones óseas”.

De esta manera, todo el Cosmos vive en la forma de un cristal. E, igualmente, todo el Cosmos se expresa en la sustancia viviente de un ser individual. Los fluidos que circulan a través de un ser son, al mismo tiempo, un pequeño mundo y la contraparte del gran mundo. Y cuando la sustancia se ha hecho capaz de sensación, ¿qué es lo que hay en las sensaciones de los seres más elementales? Esas sensaciones son el reflejo de las leyes cósmicas, de manera que cada ser viviente percibe dentro de sí mismo, microcósmicamente todo el macrocosmos. La vida sensible de una criatura elemental es, pues, una imagen de la vida del universo, así como el cristal es una imagen de su forma. La conciencia de tales seres es, por supuesto, muy obscura. Pero, no obstante, esa vaguedad de su consciencia está contrabalanceada por su mayor alcance, porque esos seres elementales tienen todo el Cosmos en su obscura conciencia. Ahora bien, en el hombre solamente existe una estructura más complicada de los mismos tres cuerpos que se encuentran en la mas sencilla de las criaturas vivientes y sensibles. Consideremos un hombre, sin tener en cuenta su sangre, como si estuviera formado por la sustancia del mundo físico que contuviera, como los vegetales, ciertos jugos que transformaran a aquella en sustancia viviente, en la que gradualmente se organizará un sistema nervioso. El primer sistema nervioso es el llamado sistema simpático, y en el caso del hombre se extiende a lo largo de toda la columna vertebral, a la que está ligado por pequeños filamentos laterales. Tiene también, a cada lado, series de nodos, de los que salen ramificaciones a todas partes, como a los pulmones, órganos digestivos, etc. Este sistema nervioso simpático produce, en primer término, la vida de sensación ya descrita. Pero, la conciencia del hombre no se extiende tan profundamente como para permitirle seguir los procesos cósmicos que se reflejan en esos nervios. Estos son un medio de expresión, y así como la vida humana está formada por el mundo cósmico que la rodea, así también este mundo cósmico se refleja nuevamente en el sistema nervioso simpático. Esos nervios viven una vida interna muy obscura, y si el hombre pudiera penetrar en su sistema simpático, manteniendo su sistema nervioso superior dormidos, vería, como en un estado de vida luminosa, la obra silenciosa de las poderosas leyes cósmicas. En los tiempos pasados el hombre poseía una facultad clarividente que ahora ha sido limitada, pero que se puede experimentar cuando, mediante procedimientos especiales, se suspende la actividad del sistema nervioso superior, liberando así la conciencia inferior o subliminal. En tales ocasiones el hombre vive en ese sistema nervioso que, en su forma particular, es un reflejo del mundo externo. Ciertos animales inferiores retienen todavía este estado de conciencia, y aunque obscuro e indistinto, es esencialmente mucho más amplio que la conciencia del hombre actual. Un mundo inmenso se refleja en la obscura vida interna, y no solo una pequeña sección como la que percibe el hombre contemporáneo. Pero en el caso del hombre ha tenido lugar algo más. Cuando la evolución ha avanzado tanto que se ha desarrollado el sistema nervioso simpático, de tal manera que todo el Cosmos se refleja en él, el ser evolucionante se abre nuevamente hacia afuera al llegar a ese punto; al sistema simpático se añade entonces la médula espinal.



El sistema cerebro-espinal trasforma entonces los órganos que nos ponen en relación con el mundo externo. El hombre, una vez llegado aquí, ya no actúa meramente como espejo para que en él se reflejan las leyes primordiales de la evolución cósmica, sino que establece una relación con el mundo externo. La unión del sistema simpático con el sistema cerebro-espinal expresa el cambio que ha tenido lugar primeramente en el cuerpo astral. Este último ya no vive meramente la vida cósmica en un estado de conciencia obscuro, sino que le adiciona su propia y especial existencia interna. El sistema simpático capacita a los seres para sentir lo que pasa fuera de ellos. El sistema cerebro-espinal permite percibir lo que ocurre dentro, y la forma mas elevada del sistema nervioso, como la que posee nuestra humanidad en general actualmente, toma del mas elevadamente desarrollado cuerpo astral materiales para la creación de imágenes o representaciones del mundo externo. El hombre ha perdido el poder de percibir las primitivas obscuras imágenes del mundo externo, pero, por otra parte, está ahora consciente de su vida interna, de un nuevo mundo de imágenes, en las que, es cierto, solamente se refleja una pequeña posición del mundo exterior, pero de una manera mas clara y mas perfecta que antes. Y juntamente con esta transformación tiene lugar otro cambio en superiores estadios de desenvolvimiento. La transformación empieza así extendiéndose del cuerpo astral al cuerpo etérico. Así como el cuerpo etérico, en el proceso de su transformación, desarrolla al cuerpo astral, en la misma forma en que el sistema simpático se añade al sistema cerebro-espinal, así también aquel, después de recibir la circulación inferior de los fluidos, crece y se libera del cuerpo etérico, transmutando esos fluidos inferiores y convirtiéndolos en lo que conocemos por sangre. La sangre es, por consiguiente, la expresión del cuerpo etérico individualizado, así como el sistema cerebro-espinal es la expresión del cuerpo astral individualizado. Y esta individualización es lo que produce el ego o “yo”. Habiendo, pues, considerado al hombre en su evolución, encontramos una cadena que se compone de cinco eslabones que afectan al cuerpo físico, al cuerpo etérico y al cuerpo astral, siendo dichos eslabones los siguientes: Las fuerzas neutras, inorgánicas, físicas; los fluidos vitales, que también se encuentran en los vegetales; el sistema nervioso inferior o simpático; el cuerpo astral superior, que se ha desarrollado del inferior y que encuentra su expresión en el sistema cerebro-espinal; el principio individualizador del cuerpo etérico. Así como estos dos últimos principios han sido individualizados, así también el primer principio a través del cual entra la materia inanimada en el cuerpo humano, sirviendo para sustentarlo, también se individualiza. Pero en nuestra humanidad actual encontramos solamente los primeros rudimentos de esta transformación.

Ya hemos visto como las sustancias externas e informes entran en el cuerpo humano y como el cuerpo etérico convierte esos materiales en formas vivientes; hemos visto también que el cuerpo astral modela las imágenes del mundo externo y que estas reflexiones del exterior se resuelven en experiencias internas y que esta vida interna se reproduce entonces en imágenes del mundo exterior. Ahora bien, cuando esta metamorfosis se extiende al cuerpo etérico se forma la sangre. Los vasos sanguíneos, así como el corazón, son la expresión del cuerpo etérico transformado, y, en la misma forma, la médula espinal y el cerebro expresan al cuerpo astral transformado. Y de la misma manera como por medio del cerebro se experimenta internamente el mundo externo, así también, por medio de la sangre, este mundo interno se transforma en expresión externa del cuerpo del hombre. Es necesario hablar por medio de símiles con objeto de describir este complicado proceso que estamos considerando ahora. La sangre absorbe las imágenes del mundo externo que el cerebro ha formado internamente y las transforma en fuerzas vivientes constructoras. Y, con ellas, sustenta el cuerpo humano actual. La sangre es, por consiguiente, el material que construye el cuerpo del hombre. Ante nosotros tenemos el proceso mediante el cual la sangre extrae de su alrededor cósmico las mas elevadas sustancias que es posible obtener, o sea el oxígeno, el que renueva la sangre y la provee de nueva vida. Y de esta manera la sangre se ve obligada a abrirse al mundo externo. Hemos, pues, seguido el sendero del mundo exterior al interior y, viceversa, del mundo interno al externo. Dos cosas son posibles ahora. Vemos que la sangre se origina cuando el hombre encara el mundo externo como ser independiente, y cuando, aparte de las percepciones a las que el mundo externo ha dado lugar, él, a su vez, produce diferentes formas e imágenes por su propia cuenta, haciéndose así creador, creando la posibilidad de que el ego, la voluntad individual, venga a su vida. Un ser en quien este proceso no haya tenido lugar todavía no podrá decir yo. En la sangre reside el principio para el desarrollo del ego. El yo solo puede expresarse cuando el ser es capaz de formar, dentro de sí mismo, imágenes que ha obtenido del mundo externo. Un yo tiene que ser capaz de tomar al mundo externo en sí mismo y reproducirlo internamente. Si el hombre solo estuviera dotado de un cerebro y no pudiera reproducir las imágenes del mundo externo internamente y experimentarlas en sí, solo podría decir: “El mundo externo está en mí reflejado como en un espejo”. Sin embargo, si puede construir una nueva forma para esta reflexión del mundo exterior, es un yo. Una criatura que solo posea un sistema nervioso simpático, solo refleja el mundo que la rodea, no percibe ese mundo exterior como ella misma, como su vida interna.



El ser que posee un sistema cerebro-espinal percibe la reflexión como su propia vida interna Pero cuando el ser posee sangre, experimenta su vida interna como su propia forma. Mediante la sangre, ayudada por el oxigeno del mundo exterior, el cuerpo individual se forma de acuerdo con las imágenes de la vida interna. Esta formación se expresa como percepción del yo. El ego se dirige en dos direcciones y la sangre expresa esta facultad exteriormente. La visión del ego está dirigida hacia adentro, su voluntad se dirige hacia afuera. Las fuerzas de la sangre se dirigen hacia adentro, forman al hombre interno y de nuevo vuelven hacia afuera, hacia el oxigeno del mundo exterior. Debido a esto, el hombre se hunde en la inconsciencia cuando duerme; se sumerge en aquello que su conciencia puede experimentar en la sangre. Cuando, no obstante, abre nuevamente los ojos al mundo externo, su sangre añade a sus fuerzas constructoras las imágenes producidas por el cerebro y los sentidos. De esta manera, la sangre permanece en el medio, por decirlo así, entre el mundo interno de imágenes y el mundo externo de formas vivientes. Este fenómeno queda aclarado cuando estudiamos dos fenómenos: la relación entre seres conscientes y la experiencia en el mundo de acontecimientos externos. La ascendencia, o descendencia, nos coloca donde estamos, de acuerdo con la ley de las relaciones sanguíneas. Una persona nace de una raza, de una tribu, de una línea de antecesores, y lo que estos antecesores le han transmitido está expresado en su sangre. En la sangre está almacenado, por así decirlo, todo lo que el pasado material ha edificado en el hombre; y en la sangre se están formando también todas las cosas que se preparan para el futuro. Por lo tanto, cuando el hombre suprime temporalmente su consciencia superior, cuando está sumido en hipnosis, o en un estado somnambúlico, o cuando es atavísticamente clarividente, desciende a una conciencia inmensamente profunda, en la que se tiene el conocimiento ensoñativo de las grandes leyes cósmicas. Pero, no obstante, las percibe mas claramente que en los mas vívidos ensueños del sueño ordinario. En tales ocasiones, la actividad cerebral es nula, y durante los estados del mas profundo sonambulismo esta actividad queda también anulada en la medula espinal. El hombre experimenta las actividades de su sistema nervioso simpático; es decir, que en forma obscura y un tanto vaga siente la vida del Cosmos entero. En tales oportunidades la sangre ya no expresa las imágenes de la vida interna que se producen por medio del cerebro, sino que presenta las que el mundo externo ha formado en ella.

Sin embargo, es necesario recordar que las fuerzas de sus antecesores han ayudado al hombre a ser lo que es. Así como se hereda la forma de la nariz de los antecesores, también, se hereda la forma de todo el cuerpo. En esos casos, en los que se suprime la conciencia de los sentidos, sus ascendientes están activos en su sangre; y, en esas ocasiones, se toma parte, confusa y vagamente, en sus vidas remotas. Todo cuando hay en el mundo está en estado de evolución, incluso la conciencia humana. El hombre no siempre ha tenido la conciencia que ahora posee. Cuando retrocedemos hasta los tiempos de nuestros primitivos antecesores, nos encontramos con una conciencia muy diferente. Actualmente el hombre, en su vida de vigilia, percibe las cosas externas por medio de sus sentidos y se forma idea sobre ellas. Estas ideas sobre el mundo externo obran en su sangre. Todo cuando lo ha impresionado, como resultado de la experiencia sensorial, es, por consiguiente, activo y vive en su sangre. Su memoria está llena de esas experiencias de sus sentidos. Sin embargo, por otra parte, el hombre actual no tiene ya la conciencia de lo que posee en su vida interna corporal como herencia de sus antecesores. No sabe nada respecto a las formas de sus órganos internos; pero en los tiempos primitivos sucedía en otra forma. Entonces vivía en su sangre, no solamente lo que los sentidos habían recibido del mundo externo, sino también lo que está contenido en la forma corporal. Y como esa forma corporal había sido heredada de sus antecesores, el hombre sentía la vida de éstos dentro de sí mismo. Si meditamos sobre una forma superior de esta conciencia, notaremos como se expresó esto también en una forma correspondiente de memoria. La persona que experimenta solamente lo que percibe mediante sus sentidos, recuerda unicamente los sucesos relacionados con esas experiencias sensoriales externas. Solo puede recordar las cosas que haya experimentado así desde su infancia. Pero con el hombre prehistórico el caso era diferente. Este sentía lo que estaba dentro de él, y como esta experiencia interna era el resultado de la herencia, pasaba a través de las experiencias de sus antecesores, por medio de esa facultad intima. Y recordaba no solamente su propia infancia, sino también las experiencias de sus antecesores. Estas vidas de sus antecesores estaban, en realidad, siempre presentes en las imágenes que recibía su sangre, porque, por increíble que parezca, hubo en un tiempo una forma de conciencia mediante la cual el hombre consideraba no sólo sus propias percepciones sensoriales como experiencias propias, sino también las experiencias de sus antecesores. Y en aquellos tiempos, cuando ellos decían: “He experimentado tal y tal cosa”, aludían no solamente a lo que les había ocurrido a ellos en persona, sino también a las experiencias de sus antecesores, pues las recordaban perfectamente.



Esta consciencia primitiva era, en verdad, muy confusa y obscura si se la compara con la conciencia de vigilia del hombre actual. Participaba mas de la naturaleza y de un sueño vívido. Pero, por otra parte, abarcaba un estadio mucho mayor que el de la conciencia actual. El hijo se sentía conectado al padre y al abuelo, sintiéndose con ellos como un solo yo, puesto que él sentía las experiencias de aquellos como si fueran las propias. Y como el hombre poseía esta conciencia y vivía no solamente en su propio mundo personal, sino también en la conciencia de las generaciones que lo precedieron y que estaba en él mismo, al nombrarse a sí mismo incluía en ese nombre a todos los que pertenecían a su línea ancestral. Padre, hijo, nieto, etc., se designaban por un solo nombre, común a todos ellos, que pasaba por todos ellos también en una palabra. Una persona se sentía simplemente miembro de una línea de descendientes sin solución de continuidad. Y esta sensación era vivida y real. ¿Cómo se transformó esa forma de conciencia? Se produjo mediante una causa conocida en la historia del ocultismo. Si retrocedemos hacia el pasado, encontraremos que hay un momento particular que permanece fuera de la historia de cada nación. Es el momento en el que un pueblo entra en una nueva fase de civilización, el momento en que deja de tener sus antiguas tradiciones, cuando cesa de poseer su antigua sabiduría, cuya sabiduría le fuera transmitida a través de las sucesivas generaciones, por medio de la sangre. La nación posee, sin embargo, conciencia de ella y ésta se expresa en sus leyendas. En los tiempos primitivos las tribus se mantenían alejadas unas de otras, y los miembros individuales de la familia se casaban entre sí. Se ha demostrado que esto ha sido así en todas las razas y con todos los pueblos; y el momento en el que se rompió ese principio fue de la mayor importancia para la humanidad, cuando comenzó a introducirse sangre extraña y cuando las relaciones matrimoniales entre miembros de la misma familia fueron substituidas por casamientos con extranjeros, dando así lugar a la exogamia. La endogamia preserva a la sangre de la generación, permite que sea la misma sangre la que fluya en todos los miembros de la misma familia, durante generaciones enteras. La exogamia inocula nueva sangre en el hombre y este rompimiento del principio de la tribu, esta mezcla de sangre que, más o menos pronto tiene lugar en todos los pueblos, significa el nacimiento del intelecto. El punto importante es que, en los antiguos tiempos, había una vaga clarividencia, de donde han brotado los mitos y las leyendas.

Esta clarividencia podría existir entre las personas de la misma sangre, así como nuestra conciencia actual es el producto de la mezcla de sangres. El nacimiento del intelecto, de la razón, fue simultáneo con el advenimiento de la exogamia. Por sorprendente que ello pueda parecer, es, sin embargo, cierto. Pero esta mezcla de sangre que se produce mediante la exogamia es también la causa de la muerte de la clarividencia que se poseía en los primitivos días, para que la humanidad pudiera evolucionar y llegar a un grado superior de desenvolvimiento. Y así como la persona que ha pasado por los estadios del desarrollo oculto recupera esta clarividencia y la transmuta en una nueva forma, así también nuestra clara conciencia de vigilia actual ha surgido de aquella confusa y vaga clarividencia que teníamos en la antigüedad. Actualmente, todo cuando rodea al hombre está impreso en su sangre; y de ahí que el ambiente modele al hombre interno de acuerdo con el mundo externo. En el caso del hombre primitivo era aquel que estaba contenido dentro del cuerpo el que se expresaba más plenamente en la sangre. En esos primitivos tiempos se heredaba el recuerdo de las experiencias ancestrales y, junto con ellas, las buenas y las malas tendencias. En la sangre de los descendientes se encontraban las huellas de las tendencias de los antecesores. Ahora bien, cuando la sangre comenzó a mezclarse por medio de la exogamia, esa estrecha relación con los antecesores se fue cortando y el hombre comenzó a vivir una vida propia, personal. Comenzó a regular sus tendencias morales de acuerdo con lo que experimentaba en su propia vida personal. De manera, pues, que en la sangre sin mezcla se expresa el poder de la vida ancestral, y en la sangre mezclada el poder de la experiencia personal. Los mitos y las leyendas nos hablan de estas cosas y dicen: “Lo que tiene poder sobre tu sangre tiene poder sobre ti”. Este poder tradicional cesó cuando no pudo obrar más sobre la sangre, porque la última capacidad para responder a dicho poder se extinguió con la admisión de sangre foránea.



Cualquiera que sea el poder que desee obtener dominio sobre el hombre debe obrar sobre él de tal manera que su acción se exprese en su sangre. Por consiguiente, si un poder maligno quisiera influenciar a un hombre tendría que empezar por influenciar su sangre. Este es el profundísimo significado espiritual de la vida del Fausto. Esta es la razón de por qué el representante del principio maligno dice: “Firma el pacto con tu sangre. Si obtengo tu nombre escrito con tu sangre, entonces te tengo a ti, por medio de aquello que domina a todo hombre; entonces te tendré ligado a mí por completo”. Porque cualquiera que domine la sangre domina al hombre mismo o al ego (yo) del hombre. Cuando dos agrupaciones de hombres se ponen en contacto, como sucede en la colonización, entonces los que están familiarizados con las condiciones de la evolución pueden predecir si una forma extraña de civilización podrá ser asimilada por los otros. Tomemos, por ejemplo, un pueblo que sea el producto de su ambiente, en cuya sangre se haya asimilado este ambiente, y trátese de imprimir a ese pueblo una nueva forma de civilización. Esto sería imposible. Por esta razón ciertos pueblos aborígenes comienzan a decaer tan pronto como los colonizadores llegan a sus tierras. Desde este punto de vista es de donde hay que considerar la cuestión. Y la idea de que se puedan forzar cambios dejará de tener partidarios con el tiempo, porque es inútil pedir a la sangre mas de lo que ésta puede dar. La ciencia moderna ha descubierto que si la sangre de un pequeño animal se mezcla con la de otro de especie diferente, la sangre del uno es fatal para el otro. Esto lo conocía el ocultismo desde la antigüedad. Si se mezcla la sangre de un ser humano con la de los monos inferiores, el resultado es destructor para la especie, porque el primero está muy lejos de los segundos. Pero si se mezcla la sangre de un hombre con la de los monos superiores, no se produce la muerte. Y así como esta mezcla de sangres de diferentes especies animales produce la muerte cuando los tipos son muy remotos, así también las antigua clarividencia del hombre no desarrollado murió cuando su sangre se mezcló con la de otros que no pertenecían a la misma tribu. Toda la vida intelectual de hoy en día es el producto de la mezcla de sangres, y el tiempo no está muy lejos en el que el hombre comenzará a estudiar la influencia que aquella tuvo sobre la vida humana. Y, entonces, se podrá retroceder paulatinamente por la historia de la humanidad, cuando las investigaciones partan de nuevo desde este punto de vista.

Hemos visto que la sangre mezclada con la sangre en el caso de especies animales muy diferentes, mata; y que la sangre mezclada de especies animales análogas no mata. El organismo físico del hombre sobrevive cuando la sangre extraña se pone en contacto con otra sangre, pero el poder clarividente perece bajo la influencia de esta mezcla o exogamia. El hombre está constituido en tal forma que cuando la sangre se mezcla con otra que no le esté muy lejana en la escala evolutiva, nace el intelecto. Por este medio, la clarividencia original que perteneció al hombre-animal inferior se destruyó, y una nueva conciencia ocupó su lugar. De esta suerte encontramos que, en un estadio superior del desenvolvimiento humano, hay algo similar a lo que ocurre en un estado inferior del reino animal. En el último, la sangre extraña mata a la sangre extraña. En el reino humano la sangre extraña mata lo que está íntimamente ligado a la sangre de la tribu; la clarividencia vaga y confusa. Nuestra conciencia de vigilia, corriente, es, por consiguiente, el resultado de un proceso destructivo. En el decurso de la evolución, la vida mental producida por la endogamia ha quedado destruida, pero la exogamia ha dado nacimiento al intelecto, a la amplia y clara conciencia de vigilia actual. Aquello que puede vivir en la sangre del hombre es lo que vive en su ego. Así como el cuerpo etérico es la expresión de los fluidos vitales y sus sistemas, y el cuerpo astral del sistema nervioso, así también la sangre es la expresión del yo o ego. El principio físico, el cuerpo etérico y el astral son el “arriba”, el cuerpo físico, el sistema vital y el sistema nervioso son el “abajo”. Por ejemplo, la individualidad de un pueblo puede ser destruida si, al colonizarlo, se exige de su sangre mas de lo que puede dar de sí, porque en la sangre es donde se expresa el ego. El hombre posee belleza y verdad solamente cuando su sangre las posee. Mefistófeles obtiene posesión de la sangre de Fausto porque desea dominar a su ego. De ahí que podamos decir que la sentencia antes indicada ha sido sacada de las mayores profundidades del conocimiento, porque en verdad, “La sangre es un fluido muy especial”.



Según nos explica H. P. Blavatsky, Porfirio, en su obra De Sacrificiis, nos presenta algunos hechos repugnantes cuya verdad está comprobada por la experiencia de todos los estudiantes de magia. “El alma de las gentes perversas – dice – tiene, aun después de la muerte, cierto apego a su cuerpo y una afinidad hacia él proporcionada a la violencia con que se quebrantó su unión. Por eso nosotros, cuando desarrollamos ciertas facultades, podemos ve r a muchos espíritus cernerse, poseídos de desesperación, en torno de sus restos terrenales y hasta buscar anhelantes los. pútridos despojos de otros cuerpos, y, sobré todo, la sangre recientemente derramada, la que, por un momento, parece comunicarles algunas de las facultades de la vida”. Si algún espiritista pone en duda las palabras del gran teurgo, no tiene más que ensayar en sus sesiones de materialización los efectos de una poca de sangre humana fresca. ”Los dioses y los ángeles se nos aparecen – dice Jámblico –en medio de paz y de Armonía, y los demonios malos, revolviéndolo todo sin orden ni concierto…En cuanto a las almas ordinarias, es muy raro el que podamos percibirlas”. El alma, en efecto, nace en este mundo abandonando el otro mundo, en el cual ha existido antes de encarnar en la Tierra. Luego ella parece morir cuando se separa de su cuerpo, en el cual, como en frágil barca, ha cruzado por esta vida. Pero esta muerte no aniquila el alma, sino que la transforma tan sólo, bien en un ser protector, de esos que los romanos conocían y reverenciaban con tal nombre y con el de manes, penates y lares, o bien, si ha sido perverso, en una larva, un lemur, un espíritu errante, terror de los malvados. Cuando, por razón de vicios, crímenes y pasiones animales, un espíritu desencarnado ha caído en la octava esfera: el Hades alegórico pagano o el gehnna de la Biblia, que es la región más próxima a nuestra Tierra, puede arrepentirse con el vislumbre de la razón y la conciencia que aún conserva. Un ardiente deseo de resarcirse de sus sufrimientos y un ferviente anhelo de retorno, pueden conducirle de nuevo hacia la atmósfera terrestre, donde quedará errante y sufriendo más o menos en su triste soledad. Sus instintos le impulsarán a buscar con avidez el contacto de los vivos. Tales espíritus son los invisibles, pero demasiado palpables vampiros magnéticos. Los demonios subjetivos, tan bien conocidos por las monjas y frailes extáticos de la Edad Media y por los “brujos”, a quienes tanta celebridad dió el Martillo de Hechiceros, verdaderos clarividentes sensitivos según sus propias confesiones. Son los demonios sanguinarios de Porfirio; las larvas y lemures de los antiguos; los abominables instrumentos de sugestión que condujeron a tantas desgraciadas y débiles víctimas al tormento y al patíbulo.

Orígenes sostiene que los demonios del Nuevo Testamento eran “espíritus” humanos. Moisés sabía perfectamente quiénes eran y no ignoraba las tremendas consecuencias a que estaban expuestas las personas que cedían a tales influencias demoníacas, por cuyo motivo promulgó sus terribles decretos contra tales “brujos”. Jesús, en cambio, lleno de justicia y de divino amor hacia la Humanidad, se limitaba a curarlos en lugar de matarlos. Más tarde, andando los tiempos, nuestro clero, el pretendido modelo de virtudes cristianas, siguió la ley de Moisés, prescindiendo de Aquel a quien llamaban “su Dios Vivo”, y quemaron por millares a los pretendidos hechiceros. Hechicero, fatídico nombre que llevaba aparejada antaño la muerte más ignominiosa y que, hoy día, levanta, en cambio, una tempestad de sarcasmos y de ridículo. La historia de los sortilegios de Salem, tal como los encontramos registrados en las obras de Cotton, Mather, Calef, Upham y otros, son un trágico capítulo de la historia de Norteamérica, que jamás ha sido descrita de acuerdo con la verdad de los hechos. En el pueblo de Salem Vitcheraft, cuatro o cinco muchachas se sintieron convertidas en médiums espontáneas, como hoy diríamos, por haber convivido con una negra india del Oeste norteamericano, quien era muy ducha en las operaciones de magia negra, conocidas como rito de Obeah. Las indicadas muchachas se empezaron a sentir como maltratadas por alfilerazos, pellizcos y mordiscos en diferentes partes de su cuerpo, debidos a invisibles espectros que no las dejaban un momento de reposo. La Narración, de Deodat Lawson, consigna que “aquellos espíritus, obsesores de las muchachas, las maltrataban por el conocido método hechiceril del emboutement, o sea de las figurillas de cera, trapos, etcétera, representando a las víctimas, y sobre las que clavaban los alfileres, daban los pellizcos, etc., que luego, por telepatía, experimentaban las infelices jovenzuelas”. Charles Wentworth Upham (1802- 1875) nos refiere que Abigail Hobles, una de estas muchachas, reconoció que había hecho pacto con el diablo, “el cual se le aparecía bajo la forma de un mancebo, y le mandaba que atormentase a las doncellas a quienes conocía, llevándole imágenes de madera que más o menos se les pareciesen y espinas para clavarlas en dichas imágenes, lo cual hacía ella al pie de la letra, con estas últimas, recibiendo entonces aquellas muchachas idéntico dolor al que experimentarían si las propias espinas se clavasen en sus carnes”.



Todos estos lamentables hechos históricos, cuya validez ha sido comprobada por el irrecusable testimonio de los Tribunales que entendieron en la causa, confirma la doctrina de Paracelso, siendo sorprendente que un sabio tan sesudo como Upham, haya podido acumular semejante masa de evidencia legal para demostrar la intervención en aquellos hechos de almas ligadas aun a la Tierra y de los maliciosos espíritus de la Naturaleza. Respecto de esta clase de hechos, por increíbles que hoy parezcan a nuestro escepticismo, no debemos preguntarnos, imparciales, cuál de los autores antiguos menciona hechos de índole tan aparentemente sobrenatural, sino más bien, quién de ellos es el que no los menciona. En la Odisea de Homero hallamos a Ulises evocando el espíritu de su amigo, el adivino Tiresias, mediante la ceremonia de la “fiesta de la sangre”. El héroe de Troya desenvaina su espada, ahuyentando con ella a los millares de sedientos fantasmas atraídos por el cruento sacrificio, y su mismo amigo Tiresias no se atreve a acercarse al hoyo sangriento, mientras que Ulises blande el arma homicida. Al troyano Eneas, en la Eneida de Virgilio, al tratar de descender al reino de las sombras, la Sibila que le guía a sus umbrales le ordena que desenvaine su espada y se abra paso a través de la compacta muchedumbre de las fugaces sombras que le obstruyen sedientas su camino. Glanvil, en su Sadducismus Triumphatus, da una reseña maravillosa de la aparición del “tamborilero de Tedworth”, acaecida en 1661, y en la cual el scinlecca, o duble del brujo tamborilero, se asustaba grandemente a la vista de una espada. Psellus, en su obra De Daemon, hace una larga narración acerca del terrible estado en que se vio sumida su cuñada por la posesión de un daimon elementario, y de cómo fue curada aquella por el conjurador Anaphalangis, quien comenzó amenazando con la espada desenvainada al invisible obsesor de aquel cuerpo, hasta lograr que le desalojase. Psellus expone luego el catecismo de la demonología en estos o parecidos términos:“¿Deseáis saber si los cuerpos invisibles de los espíritus pueden ser heridos con una espada u otra arma cualquiera? Pues sabed que si, que pueden serlo. Un objeto duro arrojado contra ellos les causará el correspondiente dolor como si aun viviesen aquí abajo; porque, aunque sus cuerpos no estén ya formados de las substancias resistentes que los nuestros, no por ello dejan de ser sensibles, porque en los seres dotados de sensibilidad no son únicamente sus nervios los que tienen la facultad de sentir, sino que también la tiene el espíritu que reside en ellos…Sin auxilio de organismo físico alguno, el espíritu ve, oye y siente cualquier contacto…Si le dividís en dos, sentirá el mismo dolor que experimentaría cualquier hombre vivo, porque su cuerpo actual no deja de ser materia, aunque de naturaleza tan sutil que generalmente es invisible para nuestros ojos”.

Sin embargo, hay una cosa que distingue al cuerpo del vivo del muerto, y es que cuando se seccionan los miembros de una persona viva no pueden volver a reunirse las dos porciones fácilmente, mientras que el tenue cuerpo etéreo de un demonio se reintegra inmediatamente después que se le ha cercenado por completo, a la manera como el agua o el aire se unen después que les ha atravesado un cuerpo sólido cualquiera. Mas, a pesar de ello, cada rasguño o herida inferida es causa de dolores para aquel demonio, razón por la cual todos ellos temen la punta de la espada o los demás instrumentos de defensa. Jean Bodin, el más sabio demonólogo de su siglo, sostiene la misma opinión, tan repetida por Porfirio y Jámblico, siguiendo a Platón y a Plutarco. En la Demonología de Bodin se nos cuenta: “Recuerdo que en 1557 un demonio elemental de los llamados relampagueantes, cayó con el rayo en casa del zapatero Pondot, y al punto empezaron a llover piedras en toda la habitación, con las cuales pudo llenar un arcón el ama de la casa, cerrando enseguida herméticamente las ventanas, lo que no impidió, sin embargo, el que las piedras siguiesen cayendo, aunque sin dañar a ninguno de los allí presentes. El magistrado Latomí vino a informarse, pero no bien entró cuando el espíritu le arrebató su sombrero. Seis días iban así transcurridos cuando el consejero M. J. Morgues llegó también a buscarme para esclarecer tal misterio. Cuando entramos en la casa ya alguien había aconsejado al dueño de la misma que se encomendase a Dios de todo corazón y blandiese con energía por todo el ámbito del aposento su espada desenvainada. Desde aquel momento cesaron como por encanto aquellos fenómenos que durante una semana les habían tenido tan molestos”. Los libros de hechicería de la Edad Media están llenos de narraciones análogas, pero los más antiguos filósofos no sólo mencionan relatos análogos, sino que puntualmente los describen y analizan. Proclo figura en primera línea. Pasma verdaderamente la colección de hechos que presenta, corroborados por testigos, entre ellos algunos famosos filósofos. Al recordar muchos casos de su tiempo en los que a diversos cadáveres se los había encontrado con diferentes posiciones en sus tumbas, lo atribuye a que eran larvas o vampiros, “como los casos –añade –referidos por los antiguos respecto de Aristio, Epiménides y Hermodoro”, o como los de la Historia, de Clearco, el discípulo de Aristóteles.



Proclo explica el caso de Filonea, hija del Demostrator. Casada contra su voluntad con un tal Krotero, murió poco después. Pero a los seis meses de muerta volvió a la vida, como dice Proclo, a causa de su antiguo amor por el joven Macates, a quien visitó durante muchas noches sucesivas hasta que ella, o mejor dicho el vampiro que hacía sus veces, murió de rabia. Su cuerpo muerto, después de su segundo fallecimiento, fue visto por toda la ciudad en la casa de su padre, mientras que su sepultura se encontró vacía. Semejante suceso está confirmado por las Epístolas, de Hiparco, y por las de Arriedo a Filipo, según relata Catalina Crowe en suNigh–Side of Nature. Demócrito, en sus escritos referentes al Hades, diserta ampliamente sobre las posibilidades de que algunos muertos retornen a la vida. Para hacerse cargo de la timidez, frivolidad y prejuicios con los que se suelen juzgar estos y otros mil hechos del pasado, no hay sino hojear la obra del Dr. Atilio Figuier, Historia de lo maravilloso en los tiempos modernos. La obra, apoyada en testimonios tan valiosos como el del célebre Dr. Calmeil, director del asilo psiquiatrico de Charentón, se ocupa de los profetas de Cevennes, los camisardos, los jansenistas, el diácono Paris y cien otras epidemias de neurosis consignadas en la historia de los últimos siglos. Los asombrosos fenómenos de los convulsionarios de Cevennes se presentaron como una verdadera epidemia a fines de 1700. Las medidas inhumanas adoptadas por los católicos franceses para extirpar aquel espíritu de profecía que había asaltado a una población entera, son sucesos históricos. El mero hecho de que un puñado de hombres, mujeres y niños, que apenas sumaban dos mil personas, resistiesen durante años enteros a los 60.000 soldados del rey, es ya por sí solo un prodigio. Todas las maravillas acaecidas a aquéllos, están registradas en los procesos que hoy se conservan en los Archivos de Francia. Existe entre éstos el informe oficial que el feroz abate Chayla, prior de Laval, elevó a Roma, y en el cual se lamenta de que el espíritu maligno fuese tan poderoso que no bastase exorcismo ni tortura inquisitorial alguna que alcanzase a desalojarle de los cevenneses. Añade el abate que él mismo puso las manos de esta gente sobre carbones encendidos; que envolvió a varios otros en algodón impregnado en aceite y les prendió fuego, sin conseguir en uno y otro caso que se chamuscasen ni que se formase una sola ampolla en su epidermis; que se dispararon tiros sobre ellos a quemarropa, encontrándose luego aplastadas las balas entre la ropa y la piel, sin producirles el menor rasguño.

“A fines del siglo XVII –dice el Dr. Figuier después de relatar todo esto –una anciana importó en Cevennes aquel espíritu de profecía, que bien pronto se comunicó a diversos jóvenes de ambos sexos, acabando el contagio por ser general. Hombres, mujeres, tiernos niños se habían constituido en torrentes de la más extraña inspiración, expresándose, no en patois ordinario, sino en el más correcto francés, lengua tan poco conocida en la región en aquel tiempo. Hasta los niños de pecho profetizaban. Ocho mil profetas –continúa –se esparcieron por el país y la mitad de las facultades de Medicina de Francia, entre ellas la de Montpeller, se apresuraron a constituirse en Cevennes, declarándose maravilladas y confundidas al escuchar a gentes sin cultura literaria alguna disertar eruditamente de cosas de las que jamás supieron una palabra, y hasta se expresaban con igual lucidez ¡meros niños de teta!, durando horas y horas los tales discursos…Aquello –añade el comentador –no fue sino una momentánea exaltación de las facultades intelectuales, fenómenos que pueden observarse en muchas afecciones del cerebro”. Exaltación momentánea, que dura muchas horas, en cerebros de niños de pecho, hablando en correcto francés antes de que hayan podido aprender ni una sola palabra de su patois natal. El escritor francés Roger Gougenot des Mousseaux (1805 – 1876), al comentar la obra de Figuier en su obra “Las costumbres y prácticas de los demonios”, dice: “¡Oh milagro de la fisiología! Prodigio debía ser tu nombre“. Según el Dr. Figuier, el diácono Paris era un jansenista que murió en 1727. Inmediatamente después de su muerte comenzaron a ocurrir junto a su tumba los más sorprendentes fenómenos. El cementerio rebosaba de gente desde la madrugada hasta la noche, y los jesuítas, exasperados al ver que los herejes verificaban las curas más maravillosas y todo género de prodigios, acudieron a las autoridades, obteniendo de ellas la orden de que se cerrase la entrada a la tumba del célebre diácono. Pero a pesar de todos los obstáculos, las maravillas continuaron durante unos veinte años. El obispo Douglas, que fue a París con este exclusivo objeto, visitó el sepulcro y pudo comprobar que los milagros continuaban como el primer día entre los convulsionarios, cosa que, forzosamente, se achacó, como siempre, al diablo. El propio David Hume (1711 – 1776), filósofo, economista, sociólogo e historiador escocés, en sus Ensayos filosóficos añade: “Jamás seguramente se habrán atribuido a una sola persona tantos milagros como los que últimamente se han dado como acaecidos junto a la tumba del diácono Paris. Doquiera se veían enfermos que habían sanado, sordos que habían oído y ciegos que habían recobrado la vista por la virtud del sepulcro santo. Pero lo más extraordinario del caso es que muchos de dichos milagros acaecieron en el sitio mismo de la tumba, ante jueces de indiscutible seriedad y rectitud, en una época ilustrada, hechos que ni los propios jesuítas, a pesar de ser gentes de ordinario instruidas; de contar con el apoyo de las autoridades civiles, y de ser decididos enemigos de las opiniones en cuyo favor se dice que fueron obrados los milagros, han sido capaces tú de negarlos, ni de refutarlos, ni de descubrir su verdadera causa. Tal es la verdad que arroja el testimonio histórico acerca de semejantes sucesos”.



El Dr. Middleton, en su Investigación libre, obra que escribió acerca de dichos fenómenos, declara que la evidencia de tales milagros es tan plena e indiscutible como la de las maravillas de los apóstoles. En efecto, dichos fenómenos, cuya autenticidad está probada por tantos millares de testigos, ante magistrados y a despecho del clero católico, deben ser colocados entre los más sorprendentes que registran la Historia. Carré de Montgeron, miembro del Parlamento, que se hizo famoso por sus relaciones con los jansenistas, los enumera cuidadosamente en los cuatro gruesos volúmenes dedicados al rey, bajo el título de La Vérité des miraeles operés par l´intercession de M. de Paris, demontrée contre l’Archevêque de Sens. Por sus irrespetuosidades hacia el clero fue encerrado en la Bastilla. Pero era tal el cúmulo de testimonios personales y oficiales aducidos para probar cada uno de los casos, que la obra fue aceptada. “Una de las –convulsionarias –dice Figuier –apoyada por sus lomos en la punta de aguda estaca, se mantenía doblada en forma de arco con la mayor impasibilidad. El placer mayor que podía darse a esta criatura era recibir en tal posición y sobre su estómago el golpe de un pedrusco de cincuenta libras suspendido de una polea. Montgeron y muchos otros testigos añaden que, no sólo no mostraba magulladuras la muchacha, sino que pedía a voz en grito que golpeasen aún más fuerte. Juana Maulet, otra joven de veinte años, apoyada su espalda contra la pared, recibía sobre su epigastrio centenares de golpes dados por un forzudo gañán con un martillo de treinta libras sobre un taladro de hierro apoyado así sobre la boca del estómago de la débil paciente. Pudiera creerse –añade Montgeron al relatarlo –que el taladro debería hundirse en las entrañas de ésta, pero, al contrario, ella gritaba, con la cara radiante de felicidad: “¡Oh qué delicia, y cuánto placer me causa este golpeteo ¡Valor, hermano, y golpead con doble fuerza, si podéis!”.

La relación oficial de tales maravillas, que es mucho más completa que la de Figuier, añade otros detalles, tales como el de mantenerse en el aire merced a una fuerza invisible y ante la que todos los esfuerzos unidos de los miembros de la Comisión eran impotentes para obligarles a que bajasen. Se vieron ancianas trepando con agilidad de gatos monteses por muros verticales hasta de treinta pies de altura. El Dr. Calmeil, director del Asilo de Charentón, dió acerca de estos y otros fenómenos análogos la acostumbrada explicación que dan los médicos: “el meteorismo o plenitud de gases en el tubo digestivo; el estado espasmódico del útero de las mujeres; la turgencia de las envolturas carnosas de las capas musculares que protegen y cubren el abdomen, etc.; añadiendo que la asombrosa resistencia ofrecida por el cuerpo de los convulsionarios era debida al histerismo o a la epilepsia, fuerza que tiene algunos puntos de contacto con los cambios de sensibilidad que se producen por el miedo, la cólera, en una palabra, cualquiera otra pasión de ánimo llevada hasta el paroxismo“. Des Mousseaux, en su obra antes citada, replica lleno de indignación ante ésta y otras opiniones semejantes: “¿Estaba el ilustrado médico completamente despierto cuando formuló tales teorías?…Si él o el Dr. Figuier quisiesen mantener seriamente sus categóricas afirmaciones podríamos decirles: “¿Nos permitiríais una vez, por vía de experimento, insultaros tan duramente que estallaseis en justa indignación contra nosotros al oír de nuestros labios, por ejemplo que falseáis la ciencia y estafáis a vuestro público, y, aprovechando tal momento, repitiésemos con vosotros los experimentos de Cevennes, dándoos un saludable masaje con estacas o garrotes, seguros de que otra cosa no resultarían estos terribles golpes, dado el estado de insensibilidad a que seguramente os llevaría vuestra cólera?” Pero el reto de Des Mousseaux ha quedado, por siempre, sin respuesta.



Volvamos a los hechos de vampirismo. Verdaderas o falsas, existen entre los orientales “supersticiones” de una naturaleza tal como jamás pudieron soñar escritores de literatura fantástica, como Edgard Poe o un Hoffmann. Y estas creencias se hallan muy arraighadas. Cuidadosamente expurgadas de toda exageración, se verá que encierran una creencia universal en aquellas almas astrales, inquietas y errabundas, conocidas con los nombres de vampiros. Un obispo armenio del siglo V, llamado Yeznik, cita algunos ejemplos de esta clase en una obra manuscrita que se conservaba en la biblioteca del monasterio de Etchmeadzine, en la Armenia rusa. Entre otras existe una tradición que data de los tiempos del paganismo y, según la cual, siempre que un héroe, cuya vida es todavía necesaria en la tierra, cae en el campo de batalla, los aralez, los antiguos dioses populares del país y que poseen la facultad de poder volver a la vida a los que han muerto en el combate, lamen las sangrientas heridas de la víctima, y soplan sobre ellos hasta que les han comunicado una vida nueva y vigorosa. Después de ello, el guerrero se levanta, desaparecen todas sus heridas y vuelve a ocupar su puesto en la batalla. Pero el espíritu inmortal del héroe vuela entretanto muy lejos y vive el resto de sus días en un templo abandonado y lejano. Por otra parte, cuando un adepto era iniciado en el último y más solemne misterio de la transmisión de la vida, el séptimo y temible rito de la gran operación sacerdotal, que constituye la más elevada teurgia, ya no pertenecía más a este mundo. Su alma era ya libre desde aquel momento, y los siete pecados mortales, en acecho siempre hasta entonces para devorar su corazón, al tiempo en que su alma libertada por la muerte cruzase las siete escaleras y los siete portales, ya no podían dañarle ni en muerte ni en vida, por cuanto había pasado ya las siete dobles pruebas y los doce trabajos de la hora final. El Sumo Hierofante era quien únicamente sabía cómo llevar a cabo esta solemne operación de infundir su propio aliento vital y su propia alma astral en el adepto escogido para sucederle, que quedaba así dotado de una doble vida.

La Epístola V, dirigida a los Hebreos, trata del sacrificio de sangre. “En donde existe un testamento –dice –necesariamente debe mediar la muerte del testador…Sin el derramamiento de sangre no hay remisión alguna”. La sangre produce fantasmas, y sus emanaciones proporcionan a ciertos espíritus los materiales necesarios para formar sus apariciones transitorias. “La sangre –dice Eliphas Levi - es la primera encarnación del fluido universal, la luz vital materializada. Su producción es la más maravillosa de todas las maravillas de la Naturaleza; vive, porque se transforma perpetuamente, siendo el efectivo Proteo universal. La sangre procede de principios en los cuales antes no existía nada análogo, y que se convierte en carne, huesos, cabellos, sudor, lágrimas. La sustancia universal, con su doble movimiento, es el gran arcano del Ser, la sangre es a su vez el gran arcano de la vida“. “La sangre – dice el hindú Ramatsariar- contiene todos los secretos de la existencia; ningún ser viviente puede existir sin ella. El comer sangre es profanar la obra del Creador”. Por ello Moisés, siguiendo la universal tradición, prohíbe hacerlo. Paracelso escribe que con los vapores de la sangre puede uno evocar cualquier espíritu que desee ver, puesto que con sus emanaciones se formará una apariencia, un cuerpo. La feroz costumbre introducida posteriormente de sacrificar víctimas humanas, es una mera copia pervertida de los Misterios Teúrgicos. Los sacerdotes paganos que no pertenecían a la clase de los hierofantes continuaron practicando algún tiempo este horrible rito, que servía para ocultar sus verdaderos propósitos. Pero el Heracles griego está representado como el adversario de los sacrificios humanos y como el destructor a los hombres o monstruos que los ofrecían. Robert Wilhelm Bunsen demuestra, apoyándose en el hecho de que en los más antiguos monumentos no se nota señal alguna que indiquen que entonces se verificaban sacrificios humanos, que esta costumbre habla sido abolida en el antiguo Imperio a la conclusión del séptimo siglo, después de Menes. Además, tres mil años antes de Jesucristo, Hipócrates habla prohibido severamente los sacrificios humanos entre los cartagineses.



Difilus de Sinope, en Grecia, ordenó que las víctimas humanas fuesen sustituidas por toros. Amoris obligó a los sacerdotes a sustituir las víctimas por figuras de cera, pero esto es perfecta hechicería o necromancia. Los hierofantes de Baal se inferían profundas incisiones en su cuerpo y con su propia sangre producían apariciones objetivas y tangibles. Los secuaces de cierta secta persa tienen sus misterios religiosos, durante los cuales forman un gran círculo y giran en frenética danza. Estando arruinados sus templos, verifican sus ritos en edificios retirados y cerrados a toda vista desde el exterior, edificios con una gruesa capa de arena como pavimento. Todos van vestidos con flotantes vestiduras blancas y las cabezas desnudas y afeitadas. Armados de cuchillos y excitados por la macabra danza, pronto llegan a un grado tal de excitación furiosa que comienzan a herirse a sí mismo y a los otros hasta que no pueden más y el pavimento queda empapado en sangre. Antes de que semejante “Misterio” termine, cada hombre tiene un compañero con quien danza. Algunas veces los espectrales bailarines tienen cabellos en sus cráneos. Antiguamente las hechiceras de Tesalia añadían a la sangre del célebre cordero negro, la de un niño, para mejor evocar las sombras. A los sacerdotes se les enseñaba el arte de evocar los espíritus de los muertos, así como los de los elementos, pero su manera de proceder no era ciertamente las de aquellas terribles hechiceras. Entre los yakuts de Siberia, en los mismos confines del lago Baikal y junto al río Vitema, existe otra tribu que practica la hechicería tal y como la ejercían las famosas brujas de Tesalia. Sus creencias religiosas son una mezcla extraña de superstición y de filosofía. Según ellas, las almas de los muertos se convierten en “sombras” condenadas a vagar sobre la tierra hasta que se verifique cierto cambio, ora favorable, ora adverso, que ellos explican. Las sombras luminosas de los buenos se convierten en los guardianes o protectores de aquellos a quienes han amado en la tierra.

Las sombras obscuras siempre procuran, por el contrario, causar daño a cuantos en vida conocieron, incitándoles al crimen y demás malas acciones, perjudicando por todos los medios a los mortales. Durante los sacrificios de sangre, que siempre se verifican de noche, los yakuts evocan las sombras obscuras o malvadas para saber de ellas el modo de contener su malignidad. La sangre les es necesaria porque sin sus vapores no podrían aquellas sombras hacerse visibles, y aun serían más peligrosas, pues la extraerían de las personas vivientes por medio de la transpiración. En cuanto a las sombras buenas, o luminosas, ellas no precisan ser evocadas, porque les desagrada y porque, cuando quieren, pueden hacer sentir su presencia. La evocación por medio de la sangre se practica también, aunque con diferente objeto, en distintos lugares de Bulgaria y de Moldavia, especialmente en los distritos vecinos a los musulmanes. La tiranía y esclavitud horribles a que han estado sujetos estos cristianos durante siglos les ha hecho mil veces más impresionables y más supersticiosos. El día 7 de Mayo de cada año, los habitantes de Bulgaria y Moldavia Valaquia celebran “la fiesta de los muertos”. En efecto, después de puesto el sol, multitud de hombres y mujeres, llevando sendos cirios en las manos, acuden a los cementerios y oran sobre las tumbas de sus difuntos. Esta antigua y solemne ceremonia, llamada Trizna, es una reminiscencia de los primitivos ritos cristianos. Pero era más solemne mientras duró la esclavitud musulmana. Entre los habitantes de las ciudades la ceremonia es ya meramente rituaria, pero entre algunos campesinos el rito toma proporciones de toda una evocación teúrgica. La víspera del día de la Ascensión, las mujeres búlgaras encienden lámparas y cirios, y junto a las tumbas colocan crisoles sobre trípodes, mientras el incienso perfuma la atmósfera alrededor. Desde que anochece hasta un poco antes de la media noche, y en memoria del muerto, se convida a comer a los amigos y a un cierto número de mendigos, obsequiándoles además con vino y aguardiente, y se distribuye dinero a los pobres. Cuando ha terminado la fiesta se acercan los convidados a la tumba y, llamando al difunto por su nombre, le dan las gracias por las bondades de que han sido objeto.



Cuando ya todos, incluso los parientes más cercanos, se han ido marchando, una mujer, generalmente la de más edad, se queda sola con el muerto y se asegura que procede entonces a la ceremonia de la evocación. Prosternada de hinojos, y después de fervientes súplicas al muerto, repetidas una y mil veces para que se presente, la mujer se extrae un número mayor o menor de gotas de sangre del lado izquierdo de su pecho y las deja caer lentamente sobre la tumba. Esto da fuerza al espíritu invisible del muerto que vaga en derredor del sepulcro, permitiéndole, por algunos instantes, asumir forma visible y dar sus instrucciones a la cristiana teurgista, o bien bendiciéndola simplemente y desapareciendo hasta el año próximo. Tan firmemente está arraigada semejante creencia, que, con motivo de una dificultad de familia, una mujer moldava propuso a su hermano demorar toda decisión acerca de un asunto hasta que en la noche de la Ascensión el padre pudiese resolver la dificultad, cosa a la que el hermano accedió como si su padre se hallase en la habitación contigua. Que en la Naturaleza existen secretos terribles lo demuestra el caso de un zuachar ruso, caso en el que el hechicero no pudo morir hasta que comunicase a otro la palabra, que rara vez dejan de hacerlo los hierofantes de la Magia Blanca. Los hindúes creen, como los servios y húngaros, en los vampiros. “El hecho de un espectro que reaparece para chupar la sangre humana – dice el Dr. Pierart famoso mesmerizador, en un artículo sabio de la Revue Spiritualiste – no es tan inexplicable como parece, y menos para los espiritistas, quienes admiten los fenómenos llamados de bicorporeidad o duplicación del alma. Esas manos espectrales que hemos estrechado, esos miembros materializados que tan palpablemente hemos visto en las sesiones mediumnímicas, son una prueba evidente acerca de cuántas y cuántas cosas son posibles, bajo condiciones favorables, para esos espectros de lo astral evocados por ellas”. Al expresarse así este respetable médico, no hace sino reproducir la teoría cabalista acerca de los shandim, considerados la categoría más inferior de todos los seres espirituales.

Moshé ben Maimón o Musa ibn Maymun, también llamado desde el Renacimiento Maimónides (“hijo de Maimon“), conocido entre los cristianos como Rabí Moisés el Egipcio (1135 – 1204), fue un médico, rabino y teólogo judío de Al-Andalus durante la Edad Media. En su obra Abodah Sarah nos dice que las gentes de su tiempo se veían obligadas a mantener íntimas relaciones con sus difuntos y describe las fiestas de sangre que en tales casos se celebraban. Cavaban un hoyo en el suelo en el cual vertían sangre fresca y, colocando encima del mismo una mesa, evocaban a los espíritus, que acudían presurosos, contestando a todas sus preguntas. No obstante, el espiritista e hipnotizador francés Pierart, en su doctrina teurgista acerca del vampirismo se muestra indignadísimo contra la superstición del clero al ordenar que se atraviese con una estaca el corazón de todo cadáver sobre quien hayan recaído sospechas de vampirismo. En tanto que la forma astral del muerto no esté completamente desprendida del cuerpo, existen ciertas causas, debidas a la atracción magnética, que puede obligar a aquella forma a que retorne y se posesione de nuevo del cuerpo. Acontece en ocasiones que la forma astral solo se ha desprendido parcialmente cuando el cuerpo es enterrado, por presentar todas las apariencias de una muerte efectiva. En semejantes horribles casos, el alma astral, aterrada, retorna violentamente a su envoltura de carne, y entonces la desdichada víctima, o bien acaba de morir realmente, o bien, si durante su existencia terrestre ha sido groseramente material, se convierte en un vampiro. En este segundo caso, empieza para el mísero cataléptico, enterrado en vida, una existencia verdaderamente bicorpórea, en la que el cuerpo que yace aprisionado en la tumba es sostenido con la sangre o fluidos vitales que sus cuerpos astrales fantasmáticos roban aquí y allá a los vivos. Porque esta última forma etérea puede ir donde le plazca y, en tanto que el lazo que la mantiene unida al cuerpo no se rompa, vagar en forma, ya visible ya invisible, alimentándose arteramente de sus víctimas humanas.



A juzgar por las apariencias, este espíritu logra transmitir, de una manera misteriosa e invisible que acaso llegue a ser explicada algún día, el producto de sus succiones fluidicas al cuerpo material que yace inerte en el fondo de la tumba, contribuyendo así a perpetuar, en cierto modo, su estado de catalepsia. Brierre de Boismont cita algunos casos similares, completamente auténticos, que ha tenido a bien calificar de “alucinaciones”. “Una reciente investigación ha demostrado –decía un periódico francés –que en 1871 dos cadáveres fueron sometidos al infame tratamiento de la superstición popular, por instigación del clero…¡Oh ciega preocupación! Pero el Dr. Pierart, citado por el escritor católico Des Monsseaux quien resueltamente admite el vampirismo, exclama: –¿Ciega superstición, decís? Sí, tan ciega como gustéis, pero, ¿de dónde provienen tales preocupaciones? ¿Por qué se han perpetuado ellas a través de todas las épocas y en tantísimos países? Después de la infinidad de casos de vampirismos como se han visto, ¿debemos decir nosotros que hoy ya no sucede tal cosa y que los casos que de ello se relatan jamás tuvieron sólido fundamento? De la nada, nada se hace. Cada creencia, cada costumbre, procede de los hechos y causas que le han dado origen. Si nunca se hubiese visto aparecer en el seno de las familias de ciertos países, seres revestidos de las ordinarias apariencias, de los muertos yendo a chupar la sangre de una o varias personas y si de esto no hubiese resultado la muerte por extenuación de la víctima, nadie hubiese ido jamás a desenterrar los cadáveres a los cementerios, ni jamás hubiésemos presenciado nosotros el hecho increíble de haberse encontrado personas enterradas varios años antes, con el cuerpo blando y flexible, los ojos abiertos, la tez sonrosada, con la boca y narices llenas de sangre y manando sangre a torrentes en el acto de ser decapitada”.

Uno de los más importantes ejemplos de vampirismo figura en las cartas reservadas del marqués d’Argens, y en la Revue Britanique,de 1837. El viajero inglés Pashley describe algunos casos de que tuvo noticia en la isla de Candía (Creta). El Dr. Jobard, sabio belga, anticatólico y antiespiritista, da testimonio de otros casos análogos en su obra Les Hauts Phenomenes de la Magie. “No quiero examinar – dice el obispo Huet de Avrauches – si los casos de vampirismo que se relatan diariamente son verdaderos o meros frutos de un error popular, mas es lo cierto que han sido atestiguados por tantos autores competentes y fidedignos y por un número tan considerable de testigos de vista, que nadie debe decidirse en esta cuestión sin contar con una gran dosis de prudencia”. Des Mousseaux, que se dedicó a recoger materiales para su teoría demonológica, explica algunos ejemplos para demostrar que todos estos casos se deben a la intervención del diablo, que toma las formas fantasmáticas de los muertos para vagar por las noches chupando la sangre de las gentes. Si queremos creer en el retorno de los espíritus, tenemos una multitud de perversos criminales de todas clases capaces de rivalizar en malicia con el mismísimo diablo. Pero tenemos que creer en los espíritus sin necesidad de añadir un diablo. Sin embargo, en lo que al vampirismo se refiere, hay particularidades interesantísimas a considerar, desde el momento en que, en todos los países, ha existido la creencia en tal fenómeno desde las épocas más remotas. Las naciones eslavas, los griegos, válacos y servios, dudarían primero de la existencia de sus enemigos los turcos que del hecho relativo a la existencia de los vampiros. Los brucolak o vurdalak, como son denominados estos últimos, son huéspedes familiares en el mundo eslavo para que se dude de ellos.



Diversos escritores se han ocupado de este tema creyendo en él. ¿De dónde proviene esta creencia a través de los tiempos? ¿A qué son debidas estas analogías en las descripciones de este singular fenómeno, que encontramos en el testimonio de distintos pueblos? Dom Calmet, monje benedictino del siglo XIX, en su artículo Apparitions dice: “Hay dos procedimientos distintos para destruir la creencia en estos pretendidos espectros. El primero consiste en explicar los prodigios del vampirismo por medio de meras causas físicas; el segundo en negar completamente la verdad de tales relatos, cosa que consideramos lo más seguro y más prudente”. El procedimiento de explicar el vampirismo por medio de causas físicas, aunque ocultas, es el adoptado por la escuela deMesmerismo, de Pierart. La negación es la adoptado por los hombres de ciencia y por los escépticos. Según advierte Des Mousseaux, no hay camino que menos filosofía requiera que este procedimiento expedito de la negación rotunda de lo que se ignora. “Cierto día – dice Dom Calmet –empezó a aparecerse inopinadamente a los habitantes de una aldea, cerca de Kodom, el espectro de un pastor, y, a consecuencia del susto, o bien por otra causa cualquiera, todos murieron antes de una semana. Exasperados los demás campesinos ante aquello, fueron en busca del cadáver del pastor y le desenterraron, clavándole con una gran estaca en el suelo. Otra vez se apareció, sin embargo, su espectro aquella misma noche, sumiendo a la población en terrores casi apocalípticos y matando por sofocación a varios habitantes, en vista de lo cual las autoridades locales entregaron el cuerpo del pastor al verdugo, el cual le quemó en un campo vecino. El cadáver –añade Des Mousseaux al comentar el hecho –aullaba como un loco, pateando y resistiéndose como si estuviese vivo, arrojando rojas oleadas de sangre por la herida de la estaca, y las apariciones de su espectro no cesaron hasta que el cuerpo todo no quedó reducido a cenizas“.

“En más de una ocasión – continúa Dom Calmet –varios agentes de la justicia visitaron los lugares que, según públicos rumores, eran frecuentados por espectros. Los cadáveres de éstos fueron al punto exhumados y siempre se observó sano y sonrosado el cuerpo de todos los sospechosos de vampirismo. Se observaba también que los objetos familiares de las casas antaño habitadas por ellos en vida, se movían extrañamente sin que nadie los tocase. Por un celo muy natural, las autoridades se negaban generalmente a la cremación o a la decapitación, sin cumplir antes los procedimientos legales: se citaban, pues, testigos, y sus declaraciones eran oídas y atentamente meditadas. Luego se pasaba al examen de los cadáveres desenterrados, y si presentaban, por su parte, las inequívocas señales dichas de su vampirismo, eran entregados al verdugo. La dificultad principal, empero, de todo esto consiste en saber el cómo y cuándo estos vampiros pueden abandonar sus tumbas y, luego de realizar sus proezas, tornar a entrar en ellas, sin que parezca que la tierra haya sido removida lo más mínimo, habiéndosele visto por los testigos con sus habituales vestidos, comiendo y vagando en fin, de un lado a otro, cual si estuviesen vivos…Y si todo ello no es sino pura fantasía por parte de quienes se vieron favorecidos por semejantes visitas, ¿por qué, indefectiblemente se encuentran luego en sus respectivas sepulturas los cadáveres de tales espectros, frescos y flexibles, llenos de sangre, y sin ofrecer en su cuerpo señales de descomposición alguna? ¿Cómo explicar el que al día siguiente de la noche en que repetidos espectros aterrorizaron con su aparición a los vecinos, sus pies resultaban sucios, y cubiertos de barro, cosa que no se observaba en modo alguno con los demás cadáveres del mismo cementerio? ¿Por qué, una vez quemados los cuerpos de los vampiros, nunca tornan a aparecer sus espectros y por qué, en fin, han ocurrido casos semejantes con tanta frecuencia en este país, haciendo imposible el desterrar de él tamañas supersticiones?”. Existe, a no dudarlo, un estado de semimuerte, fenómeno de naturaleza desconocida y considerado como superstición por la fisiología y la psicología. En semejante estado, el cuerpo está virtualmente muerto. Y en los casos de aquellas personas en que la materia haya predominado sobre el espíritu, sin que una perversión absoluta haya destruido “el hilo de oro” que une al alma humana con su Supremo Espíritu, una vez el cuerpo físico yace abandonado a sí mismo, el alma astral se irá desprendiendo de él por medio de esfuerzos graduales, separándose completamente al romper el eslabón último de los vínculos corpóreos.



A partir de este momento, una polarización magnética repelerá violentamente al hombre etéreo de la masa orgánica de su cuerpo, ya en franca descomposición. Y toda la dificultad consiste en que nosotros nos imaginamos que el momento de tal separación entre los dos cuerpos es aquel en que el hombre es declarado muerto por la ciencia, y no después. Ello es debido a la incredulidad dominante acerca de la existencia del alma o del espíritu. Pierart trata de demostrar que son siempre peligrosos los enterramientos prematuros, aun cuando ofrezca señales indudables de putrefacción. “Los infelices muertos catalépticos –dice –enterrados como muertos efectivos en lugares secos y frescos, en donde el cuerpo no puede ser destruido por causas locales, su espíritu, (es decir, su cuerpo astral), revistiéndose de un cuerpo fluidico (o etéreo) se ve impelido a abandonar su tumba y a ejecutar, a expensas de los seres vivientes, los actos peculiares de su vida física, los de nutrición muy especialmente, y cuyos elementos, gracias a un misterioso lazo existente entre el cuerpo y el alma, lazo que la ciencia espiritualista explicará algún día, son transmitidos al cuerpo material que yace en la sepultura, ayudándole de este modo a conservar su mísera existencia. Semejantes espíritus, vagando en sus cuerpos efímeros, han sido vistos con frecuencia alejándose o retornando a los cementerios, y se ha sabido que, cayendo sobre vivos, les han chupado la sangre, vampirizándoles. Ulteriores investigaciones judiciales, luego, han venido a demostrar que, a consecuencia de tamaña monstruosidad, sobrevenía un extraordinario desangre de las víctimas, quienes por ello, más de una vez habían sucumbido”. Así, pues, según el piadoso consejo de Dom Calmet, o debemos persistir en negar los hechos, o bien, si es que hemos de aceptar los testimonios, muy dignos de respeto, aceptar la única explicación posible dada por Glanvil en su Sadducismus Triumphalus: “las almas de los difuntos se encarnan en vehículos aéreos o etéreos, como está plenamente comprobado por hombres tan eminentes como el Dr. More, al evidenciar que semejante doctrina fue siempre la de los Santos Padres y los más antiguos filósofos”.

Antes de abandonar el tema del vampirismo queremos citar un caso más, para que pueda servir de ejemplo: A principios del siglo XIX acaeció en Rusia uno de los más horribles casos de vampirismo que la Historia registra. El gobernador de una provincia era un hombre de unos sesenta años, y de un carácter celoso, malicioso y cruel. Investido de una autoridad despótica, la ejercía sin contemplación alguna, llevado siempre por el primer impulso de sus brutales instintos. Se había enamorado de una linda muchacha, hija de un oficial subordinado suyo, y, a pesar de que la doncella estaba prometida a un joven que la amaba extraordinariamente, el tirano obligó al padre de la muchacha a que la desposase con él y no con el joven. Presa de la mayor desesperación, la pobre víctima llegó a ser la esposa del gobernador, que bien pronto se mostró lleno de celos, llegando hasta golpearla y encerrarla semanas enteras en su domicilio sin dejarla hablar con nadie, más que en su presencia. Por último, el odioso gobernador cayó enfermo cierto día y murió. Pero al sentir ya próximo su inevitable fin, hizo jurar a su esposa que no se volvería a casar, conminándola, con las más horribles imprecaciones, de que en el caso de que faltase a su juramento, llegaría hasta salir del sepulcro, y la mataría. El tirano fue enterrado en el cementerio de la ciudad, que está al otro lado del río, y su libertada viuda, venciendo los escrúpulos por su juramento, dió de nuevo oídos a las instancias de su antiguo novio, y quedaron comprometidos ambos para casarse en plazo breve. La noche misma de la acostumbrada fiesta nupcial, cuando ya se había retirado todo el mundo, se alborotó la antigua casa con unos angustiosos gritos de horror y lamentos que salían de la cámara de la novia. Se forzaron al punto las puertas y se vio con sorpresa que la infeliz mujer yacía desmayada en su lecho, al par que se percibía el ruido como de un carruaje saliendo del patio. El cuerpo de la joven estaba lleno de cardenales debidos, al parecer, a fuertes pellizcos recibidos, y en su cuello se veía una como ligerísima punzada de la que brotaban gotitas de sangre. Todo el mundo quedó pronto pasmado de horror al volver en sí la viuda y narrar aterrorizada que su difunto marido, el gobernador, había entrado súbitamente en la cerrada habitación, exactamente como en vida, con la diferencia de presentar en su semblante una horrible palidez cadavérica, y la había golpeado y pellizcado cruelmente, después de haberle echado en cara su inconstancia.



Inútil es añadir que nadie dió crédito a semejante relato. Pero, a la mañana siguiente, el centinela apostado en el otro extremo del puente por el que cruza el río, refirió que, momentos antes de la media noche, un carruaje arrastrado por seis caballos, pasó con velocidad vertiginosa por el puente, en dirección de la ciudad y sin hacer el menor caso de las voces de alto que se le dieron. El nuevo gobernador, aunque no creía en la historia de semejante aparición, tomó la precaución de doblar los centinelas de la otra parte del puente, a pesar de lo cual, el suceso se repetía noche tras noche con desesperante regularidad. Los soldados custodios de la barrera declaraban que, a pesar de todos los esfuerzos hechos para detenerlo, el fantástico carruaje pasaba velozmente sin que fuesen capaces de impedirlo. Todas las noches también se oía en el patio de la casa el mismo ruido, prolongado y sordo, del coche. Los vigilantes, juntamente con los criados y la familia de la viuda, quedaban sumidos al punto en un profundo sueño, y todas las mañanas aparecía la pobre víctima, magullada,ensangrentada y desfallecida. No hay que decir la consternación que tamaño suceso producía en toda la ciudad. Los médicos no acertaban a explicar aquel caso; los sacerdotes se quedaban en el palacio de la viuda para pasar la noche en oración. Pero, al acercarse el instante de la media noche, todos caían presa de un letargo invencible. El mismo arzobispo llegó de la capital y practicó en persona la ceremonia del exorcismo, pero a la mañana siguiente se halló a la viuda en estado más deplorable que nunca y ya próxima a morir. Para calmar, en fin, al horrorizado vecindario, el gobernador se vio obligado a adoptar las medidas más severas. Situó a cincuenta cosacos a lo largo del puente con orden terminante de detener a todo trance al carruaje fantasma. Sonaron, sin embargo, las doce campanadas de la media noche y se vio venir veloz el coche por el camino del cementerio. El oficial de guardia y un sacerdote, crucifijo en mano, se plantaron delante de la barrera, gritando a la vez: “En el nombre de Dios y en el del Czar, ¿quién viene aquí?“. A lo que una cabeza, harto conocida por todos, apareció por la ventanilla del coche, y una voz contestó con energía: “¡El Consejero secreto de Estado y Gobernador“. En el mismo instante, el sacerdote, el oficial y los cincuenta soldados fueron lanzados violentamente a un lado, cual sacudidos por una conmoción eléctrica, al par que el fantástico y lujoso carruaje cruzaba veloz sin que nadie pudiese detenerle.



El arzobispo, entonces, y como último recurso, apeló a un procedimiento sancionado por el tiempo, o sea el de desenterrar el cuerpo y clavarlo en tierra por medio de una aguda estaca de roble que le atravesase el corazón, cosa que fue puntualmente ejecutada con gran pompa religiosa y en presencia de todo el pueblo. Los narradores del maravilloso hecho me aseguraron que el cuerpo del gobernador se halló, en efecto, repleto de sangre y con las mejillas y los labios rojos. En el momento de clavarle la estaca exhaló un gemido, mientras que un gran chorro de sangre brotó con ímpetu a bastante altura. El arzobispo pronunció luego el exorcismo acostumbrado, y, desde entonces, no se oyó hablar más del vampiro ni de su fantástico carruaje. Hasta qué punto las circunstancias del caso hayan podido ser exageradas por la tradición, no podemos decirlo, pero aun hoy día existen familias en Rusia cuyos ancianos miembros recuerdan fielmente el espantoso suceso. A lo largo de los últimos siglos, las noticias primero y la literatura y el cine después han contribuido a moldear toda una serie de elementos que se entienden como intrínsecos de cualquier vampiro. Éstos hacen referencia especialmente a su presencia física, pero también a sus poderes y capacidades. Y, como no, a las formas de combatirlos. Al abrir la tumba de un vampiro se le descubre con las carnes tiernas y sonrosadas, la piel no ha perdido su humedad y de cada uno de los orificios del rostro se puede contemplar como aun resbala un hilillo de sangre que mancha la mortaja. Otras veces esta misma mortaja aparece roída por el propio vampiro. Y hay que fijarse muy poco para no ver los ojos totalmente inyectados en sangre. Examinando las uñas de los dedos se comprueba que se han desprendido y en su lugar han crecido otras nuevas. Otras versiones hablan de que las uñas simplemente han crecido hasta proporciones desmesuradas y grotescas. Pero lo que a ningún testimonio se le ha escapado, ante la presencia de un verdadero vampiro, en activo o simplemente «dormido» en su tumba, es un olor muy característico. Unos lo identifican como el hedor de la putrefacción, otros sencillamente lo denominan aliento fétido. En cuanto a los caninos tan populares, la primera documentación que tenemos es de tipo literario: Carmilla. Pero, más que una razón lógica, ya que sería dificilísimo intentar morder la yugular de cualquier humano con nuestra dentadura, existe una consecuencia hereditaria, ya que se considera que el vampiro es el último avatar del hombre-lobo y de él conserva los caninos. Y ello nos remite a la creencia popular que nos cuenta que si un niño nace con dentición se transformará en vampiro. La nocturnidad del vampiro es otro tema totalmente mitificado por la literatura y no demasiado defendido por los primeros estudiosos, al igual que su supuesto aspecto extremadamente flaco y encorvado, con orejas puntiagudas como los murciélagos. Calmet nos cita muchos vampiros tanto diurnos como orondos o espigados.



En cuanto a los muertos susceptibles de convertirse en vampiros, en los entornos católicos se dice que se trata de los excomulgados, los suicidas, los abortos de padres ilegítimos, las personas a las que sus padres maldecían en vida y los perjuros. El Diablo interviene directamente en casos en que una bruja copula con él. Sus hijos nacerán vampiros. Y hay de aquel que poco después de fumar o beber vino durante la cuaresma, caiga fulminado, no hay duda que es susceptible de convenirse en vampiro. Y, naturalmente, la víctima de un vampiro también se convertirá en vampiro. Ciertos autores han intentado detallar en una especie de cuestionario los elementos esenciales a la hora de determinar la naturaleza vampírica ante la exhumación de un muerto sospechoso. Los demoníacos hematófagos actúan durante la noche, pero sobre todo pueden transformar su aspecto físico, agigantándolo o empequeñeciéndolo, o también convertirse en aquellos mismos animales que puede dominar con su mirada hipnótica, tales como el murciélago, la rata, el mochuelo, el zorro y el lobo. Igualmente puede vaporizarse o convertirse en simples motas de polvo sólo visibles a la luz de la Luna. Se sirven también de los muertos, a través del ejercicio de la necromancia. Dominan ciertos elementos climáticos como la tempestad, ya que puede provocarla, pero en una pequeña medida, que por otra parte ya le es suficiente para conseguir sus propósitos. De carácter insensible, carece de toda piedad, y su ausencia total de sentimientos le proporcionan su fama de un ser sin escrúpulos. Tiene la fuerza de muchos hombres, pero también tiene debilidades. La falta de sangre significa un estado de inanición, y el no poder dormir en tierra ancestral le deja totalmente desprotegido. Una rama de rosal silvestre puesta sobre su tumba le impide salir de ella. El día no es en sí mismo mortal para el vampiro, pero lo transforma en un ser normal, sin sus poderes sobrenaturales y, en consecuencia, puede ser eliminado más fácilmente. He ahí porque siempre se intenta traspasarlo con una estaca antes del anochecer, precisamente cuando no tiene defensas extraordinarias, aunque siga teniéndolas normales. La escena del vampiro aniquilado por el rayo de luz es totalmente cinéfila y ajena al mito original. No proyectar ninguna sombra ni reflejarse en los espejos, sin ser propiamente debilidades, pueden volverse contra él, convirtiéndose en pruebas irrefutables para su identificación. Además del rosal, el ajo y los elementos sagrados, tales como la cruz, la hostia consagrada o el agua bendita, lo indisponen, pero no lo matan. La estaca, decapitación y posterior incineración, esparciendo las cenizas al viento, son los únicos métodos verdaderamente mortales contra los vampiros.

El vampirismo se extendió como la peste, causando numerosas muertes. Los hechos son históricos. Como decía Tony Faivre, en su obra Les Vampires: essai historique, critique et littéraire, el siglo XVIII fue poco menos que la edad de oro del vampiro. El siglo de la razón, de Voltaire, Diderot, Samuel Johnson y Edmund Burke, nos deja también para el recuerdo la terrible epidemia de peste que se declaró en la parte oriental de Prusia. Los agentes enviados por el gobierno abrieron diversas tumbas en busca del cuerpo de un vampiro que se creía había desencadenado la epidemia. Aquellos sabios declararon culpable al cuerpo de un suicida, al que cortaron la cabeza. En un extraño rito, así descabezado, devolvieron el cuerpo a la tumba, depositando junto a él un perro vivo. En el año de gracia de 1731, en la aldea de Meduegna, próxima a Belgrado, corría entre la población el convencimiento de que un terrible vampiro era el causante de las numerosas defunciones de sus convecinos. El gobierno tuvo que intervenir. El personal asignado a la investigación estaba a las órdenes de un cirujano militar, Johannes Flückinger, asistido a su vez por sus compañeros, Johan Friedrich e Isaac Siegel. Flückinger escribiría: «Después de haber tomado medidas previas los bohémiens de passage cortaron las cabezas de los vampiros, quemaron sus cuerpos y lanzaron sus cenizas al [río] Moravia, mientras que los cuerpos que se hallaban en estado de descomposición fueron devueltos a sus tumbas. Afirmo, y los cirujanos asistentes me lo encargan también, que todas estas cosas han pasado tal y como informábamos en Servia en enero de 1732». No era solamente la superstición popular quien admitía la existencia inequívoca de los terribles «upiros». Una plaga que había traído Arnold Paole, un joven que había regresado a tierras servias después de servir en la milicia. Mordido por un vampiro, según cuentan las crónicas, y muerto accidentalmente, se detecto su estado cuando ya había propagado a los cuatro vientos su infecta sangre. Se había tardado más de tres años en erradicar la maldición.



Pero la posición de la ciencia y las más altas autoridades ante tales eventos se fue modificando poco a poco, de tal forma que lo que se daba por probado fue convirtiéndose paulatinamente en superstición. A la luz del paradigma científico, el vampirismo no era más que el fruto de la imaginación desbordada por los terribles acontecimientos y plagas que cíclicamente asolaban al hombre, de la incultura, y de la superstición, alentada muchas veces, aunque de forma involuntaria por el propio cristianismo, con sus creencias en el alma, el diablo y la vida eterna. ¿Por qué un pacto con el maligno no podía resucitar a los muertos? las razones era la existencia de aldeas pequeñas, comunicadas entre montañas por pequeños caminos, intransitables muchas veces durante el invierno y la época de lluvias, poblados que vivían prácticamente en la ignorancia de la Alta Edad. También las plagas de gran mortandad, como la peste o la rabia, así como la existencia de cuerpos sin vida, pero que, bajo ciertas condiciones, podían conservarse incorruptos largo tiempo. Todos estos factores se han presentado como responsables de tan fantástica leyenda. A principios de 1992, el doctor Juan Gómez Alonso, jefe del servicio de Neurología del Hospital Xeral de Vigo leyó una tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid, titulada Rabia y vampirismo en la Europa de los siglos XVII y XXVIII. El trabajo analizaba los resultados de diez años de investigaciones en diversas bibliotecas españolas y extranjeras, y de las que puede inferirse que la leyenda del vampirismo, desde la perspectiva de la medicina, podría sustentarse en tres fenómenos: Zoonosis, enfermedades de origen animal como la rabia; trastornos en el sistema límbico, el área del cerebro que regula la función sexual y otras funciones instintivas; y, por último, otros que se sustentarían en fenómenos naturales. La conclusión del doctor es que la rabia, junto con la ignorancia, el animismo y la influencia religiosa podrían ser los factores que determinaran la aparición de la leyenda del vampirismo. Siguiendo este discurso, la epidemia de rabia que se dio en los países balcánicos en los siglos XVII y XXVIII es la enfermedad que mejor podría explicar las características del vampiro: presentación en forma humana o animal, como perro, lobo o murciélago; agresividad y tendencia a morder, a chupar sangre o a matar; transmisión de padecimiento mediante mordedura, hipersexualidad, rechazo a diversos estímulos como la luz, el agua o los olores intensos. Todo ello les produce espasmos en la musculatura facial que les hace enseñar los dientes y retorcerse.

Los campesinos ignoraban que se hallaban frente a un fenómeno natural de conservación, bajo ciertas condiciones de frío, humedad y entorno químico, del cuerpo de un fallecido por asfixia. En la segunda fase de la descomposición, los gases que se generan hinchan el abdomen y los genitales, a semejanza de las descripciones legendarias, e incluso se desplaza la sangre, llegando a brotar, por lo que se explicarían los cadáveres ensangrentados. Aunque no es la primera vez que se exponía la rabia como explicación patológica al vampirismo, si es la primera ocasión en que se hacía de forma tan detallada y especificativa. El trabajo del Dr. Gómez constituyó, en cierta forma, una primicia mundial. Algunos trabajos anteriores sugerían esquizofrenia o deformaciones faciales congénitas. La comparación de fechas entre epidemias de rabia revela la aparición de ciclos de cincuenta a setenta años, lo que también ha dado a pensar a algunos autores que se trate de la superposición de varías enfermedades que presentan ritmos de periodos similares, como es el caso de gripes tóxicas y encefalitis agudas. Esta última provoca estados de catalepsia, en los que las funciones vitales alcanzan los umbrales mínimos. Hasta que la medicina ha alcanzado un mínimo conocimiento científico, ha sido relativamente habitual el que se hayan enterrado vivos personas bajo ese estado. Ya en el año 1835, la Revista de Medicina de Transilvania exponía que las mortajas rotas, cadáveres retorcidos con la sangre sin coagular, y otros efectos, podían deberse a personas sepultadas en vida por error, que habían tratado de liberarse de sus ataúdes. Un caso a parte lo constituyen los llamados vampiros vivos. Es decir aquellas personas que siendo perfectamente normales en su apariencia externa, precisan del consumo de sangre para poder sobrevivir. Algo así como el agua para el resto de mortales.



Esta enfermedad, que han dado en llamar «hematodixia», solamente existe en monografías sobre vampiros y otras informaciones esotéricas, sin que figure como patología alguna. Lo más similar que se ha descrito es la llamada anemia perniciosa. El enfermo no puede absorber la vitamina B12 debido a carencias en la sangre, y los glóbulos rojos no maduran debidamente. A medida que la anemia progresa se producen cambios en la columna vertebral, produciendo debilidad, entumecimiento en las piernas y, en ocasiones, pérdida de control. Los síntomas son palidez, debilidad, dificultad respiratoria, diarrea, náuseas, inflamación de la lengua y pigmentación cutánea. Durante años no se ha tenido ningún tratamiento preciso para combatir este tipo de anemias, pero en 1926 se descubrió que el suministro continuado de hígado fresco en la dieta podía contrarrestar la anemia perniciosa. Posteriormente se sustituyó por extractos hepáticos muy concentrados, y a veces conjuntamente con vitamina B12 y ácido fólico. Sin embargo este tratamiento no cura la enfermedad. En algunas ocasiones se había suministrado a los pacientes sangre como complemento del hígado, y era práctica ocasional antes de que se utilizara el tejido hepático en la dieta. Pero casi nadie sabe realmente que subyace detrás del mito del vampiro. Se presume más que nada su conexión con las Ars Magna, pero un velado misterio envuelve los ojos del profano. Gran parte de los rituales de iniciación de las más diversas culturas implican una muerte ritual, un tránsito a los umbrales de la Gran Madre. Una muerte que significa purificación, y romper con el pasado. Existen dos formas de trascendencia diferentes. Una la vía, la de la derecha, diestra, paterna, celestial y transparente; el ascenso a las alturas, la energía divina, y luminosa. La otra es la vía izquierda, siniestra, materna, terrenal y opaca. El descenso a las moradas interiores, la energía tónica, es tomada por perversa o simplemente peligrosa. Por ello en tantas ocasiones maldita. Ambos paradigmas han establecido dos formas diferentes de percibir los demás símbolos y mitos. El vampirismo, tal y como es entendido después de Drácula, participa de dos mitos esenciales absolutamente independientes, por sorprendente que ello pueda parecer. Esta separación es la clave de la enseñanza mágica sobre los vampiros. Estas dos unidades elementales son la energía vital y la inmortalidad.

Por paradójico que parezca no tienen relación directa alguna entre sí y, si nos parecen inseparables, es porque son pocas las prácticas mágico-religiosas que las hayan presentado separadas. Otros mitos, reales o no, participan de esas esencias. Pero en el vampiro se produce la circunstancia de que, disfrutando de las dos, está asociado al mal. Detrás del concepto de energía vital está la necesidad del hombre de alimentarse para sobrevivir. No sólo debe ingerir alimentos, sino también debe ingerir líquidos y debe respirar. Pero el hombre anda sediento de otras cosas. Anda sediento de placer, de poder y de saber. El ser humano precisa sentirse fuerte y pletórico, joven y audaz conquistador. Y para ello debe beber. Lo que ingiera en sus libaciones depende tanto del medio en que se hallase como de sus propias posibilidades. El humano, al igual que muchas otras especies animales, contiene en su organismo diversos líquidos vitales. Desde muy antiguo se conocen las funciones de muchos de ellos. Pero tres han llamado la atención por encima de todos: la sangre, el semen y la leche materna. Debió ser en los albores de la conciencia cuando nuestros ancestrales homínidos bípedos pudieron asociar el dolor de una profunda herida, con pérdida del precioso líquido rojo: la sangre. Desde entonces, y durante siglos, la sangre, un recurso escaso, ha sido considerado objeto de culto. Y no es para menos. La pérdida de sangre significa debilidad y, si es en exceso, muerte segura. Por tanto su valor es incalculable. Se la sacraliza y se le confieren rasgos que van mucho más allá de lo fisiológico. La sangre es vehículo de parentesco real (consanguíneo) o pactado (ritos de iniciación con unión de sangres), de nobleza (sangre azul), de impureza (menstruación), o de venganza (derramamiento de sangre). Como elemento sustentador de vida, se extenderán sus propiedades mágicas. El valor concedido a la sangre a través de la historia lo atestigua las numerosas leyendas en las que es protagonista, y que se han forjado en torno los dioses, las naciones o las religiones. Pensemos en los misterios cristianos de la sangre de Jesucristo o en las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo pintadas con la sangre del moribundo Gifré I, y que figuran en la heráldica de los reyes de Aragón y Catalunya desde el año 1137. También podemos reseñar la sangre que procede de los testículos de Ouranos (el Cielo) que, al esparcirse sobre la tierra al serle cortados por Kronos, da lugar a las Erinides, los Gigantes y a las Ninfas de los Fresnos.



No puede extrañar, por tanto, que durante siglos las ofrendas de sangre hayan sido parte esencial de la inmensa mayoría de los ritos extendidos por la superficie del orbe. La civilización occidental, que tanto aborrece este tipo de acciones, tiene un substrato eminentemente judaico. Y ya en el Antiguo Testamento se prohíbe expresamente el consumo de la sangre. Es un tabú. Así se lee en el Génesis: «solo la carne con su alma, su sangre, no comeréis». En el Deuteronomio podemos leer: «Sólo de la sangre os habéis de abstener; la verterás sobre la tierra como agua.(…). Solo has de perseverar firme en abstenerte de la sangre, pues la sangre es vida, y no has de comer la vida con la carne». Se insiste nuevamente en estas ideas en el Levitico, preservando solamente la sangre para derramarla en el altar de Yahveh, como añaden los mismos textos. Era costumbre, y de allí tantas advertencias en contra, que el consumo de la sangre de animales o de la de los enemigos, tenía como finalidad hacerse con esa vida, con esa fuerza o facultades que poseía el ser ya muerto. Obviamente esta prohibición no era siempre respetada. Las propias Sagradas Escrituras lo recogen. En el llamado mundo pagano se incorpora la sangre animal y/o humana en aquellas ceremonias destinadas a afirmar la vida. En los ritos a Cibele, por ejemplo, se utilizaba la sangre como símbolo reavivador. Aunque el mito difiere según quien lo refiere, puede resumirse diciendo que Cibele, o uno de sus desdoblamientos, Agdistis, mata al pastor Atis, quien previamente se había castrado, por duelo o por arrepentimiento. En algunos casos la diosa lo restaura, convirtiéndose Atis en inmortal, mientras que en otras consigue que su cuerpo permanezca incorrupto. Se trata pues de una diosa-madre frigia (Cibele) a la que acompaña su amante joven Atis, que es un dios de la fertilidad. Los dos mitos hacen referencia a los sagrados misterios presididos por la diosa, que comportaban un ritual de autocastración durante el transcurso de una escena orgiástica, en la que jóvenes varones saltaban, cantaban y brincaban mordiéndose y consumiendo su propia sangre. Estos eunucos eran, con posterioridad, servidores en el templo de la gran diosa. La sangre derramada expresaba el sacrificio y el dolor por el fallecido Atis y la apenada Cibele. Sin duda un rito propiciatorio de la llegada de la primavera, con la restauración de Atis que, amante de Cibele (simbólicamente la Tierra), la inseminará, haciendo florecer el fruto en ella. Atis, el joven amante, no perece como los demás mortales. En ocasiones su cuerpo permanece incorrupto y en otras resucita, volviéndose inmortal. Ese rito violento de castración y pérdida de sangre, como fin de la virilidad y de la energía vital, por mediación de la diosa madre, le preserva de la desaparición. Estamos ante algo eterno. La importancia otorgada al semen tampoco es despreciable. Hace ya mucho que el hombre lo asoció a la virilidad y a la descendencia y, con ello, se convertía en imprescindible.

Las referencias al fluido germinador, como semilla de la que brota la vida cuando fertiliza a la madre Tierra, aparecen en todas partes del planeta. Es tal la importancia otorgada, que no se estima oportuno desperdiciarlo en eyaculaciones sin finalidad procreativa. Así se explica que se hayan forjado tantos tabúes para evitar la masturbación, el coitus interruptus (el auténtico onanismo bíblico), y los anticonceptivos. El mito más famoso en torno al semen es el de Ardat Lili, quien, además de tratarse de una figura legendaria de complejidad extrema, provocaba durante la noche eyaculaciones en los varones que dormían, tras lo cual, sin demora, lo ingería. Este antecedente de los súcubos se servía con fines supuestamente «alimenticios» con tal proceder. Otras referencias famosas son las Lamias griegas y el Churel en la India. Se distinguen por agotar a sus víctimas. No obstante, la leche materna no ha tenido igual tratamiento. Asociada obviamente a la alimentación de los infantes no ha sufrido de igual tensión emotiva. Recordemos que incluso en sociedades muy puritanas, ha sido frecuente observar como la madre ofrece su seno al recién nacido sin buscar la intimidad. Se la asocia al conocimiento. Es célebre la tradición según la cual Bernard de Clairvaux (San Bernardo) recibió en su infancia tres gotas de leche de la Virgen Negra de Chântillon. También existen tradiciones de «vampiros» de leche materna, como el caso del Jacaraca, en Brasil, que tiene una forma como de serpiente o lagarto sin patas. La búsqueda trascendental del hombre, sus miedos e inseguridades, su insatisfacción frente a los avatares incontrolables de la vida, lo han dotado de una parafernalia de mitos y arquetipos. Desde la perspectiva vitalista, de la energía vital, no se ha limitado a simples factores fisiológicos. Muy al contrario, si algunos de estos han tenido importancia, han sido por las connotaciones psicológicas o espirituales que se les ha conferido.



Así, paralelamente a la sangre, la conservación o acrecentamiento del pulso vital se ha centrado en capturar energías de origen psíquico o espiritual, o en las propias fuerzas de la naturaleza. Es la necesidad del hombre de beber, de saciarse de ricos néctares vitales. En el occidente medieval y, en cierta medida, hasta nuestros días, tenemos la figura del Grial. Con una cierta influencia ctónica, tales como las referencias a piedras de Lucifer, copones de piedra o de roca horadada, el cáliz sagrado de la última Cena, donde, según algunas tradiciones, fue recogida la sangre de Cristo, es un objeto cuya finalidad última no es lo importante. Lo significativo es el camino, la búsqueda y la purificación alimentada por la energía que irradia del propio Grial. A este cáliz se le atribuyen fulgores luminosos, curaciones fabulosas y todo tipo de procesos energéticos. En último término se relaciona con la eternidad, por el sagrado don que confiere alcanzar la gloria crística. Un camino paralelo a éste, es el de la alquimia occidental. El laborioso trabajo realizado por el adepto, buscando siempre extraños brebajes con alto poder energético, capaces de convertir metales innobles en oro, o la búsqueda del elixir de la vida, capaz de curar todo tipo de enfermedades y alargar la vida. Una fuente de pulso vital, de la que algunos dijeron permitía alcanzar la eterna juventud. Pero también tenemos referencias, más antiguas, de procesos alquímicos en China (taoístas) y en la India (siddhis). Sobre estos últimos se han establecido interesantes relaciones con elHatha-Yoga. Toda la doctrina del Yoga está encaminada al equilibrio y dominio de la energía corporal y su relación con las fuerzas cósmicas. No todas las vías yoguis lo hacen de la misma forma. Así, por ejemplo, el Hatha-Yoga lo consigue mediante el ejercicio físico, el Karma-Yoga mediante el control de la acción, el Bhakti-yoga, por el amor, el Jnâna-yoga por el conocimiento, etc. Punto esencial en la teoría bioenergética del Yoga son los chacras, o puntos de concentración energética, que se sitúan a lo largo de la columna vertebral. Tras el órgano genital, se halla el kundalini, la fuerza serpentina, que debe despertar y subir a través de la columna. Ciertas formas de tantrismo siguen claramente este paradigma. Se trata simplificando, de sistemas que intentan apoderarse y utilizar la energía de la pareja, vertida durante el coito, para su propio beneficio. Esto nos introduce en el mundo del vampiro psíquico, que en cierta forma es el que vamos a tratar a continuación.

Muchas fórmulas de magia negra, cuyo propósito es el dominio de las fuerzas naturales o de sutiles energías, encajan con lo que exponemos. También pueden situarse bajo este epígrafe todas aquellas leyendas y mitos en que hombres, espíritus o animales, como el gato, las lechuzas o las serpientes, son capaces de apoderarse del espíritu o pulso vital de otro. Así deben incluirse aquí aquellas psicopatías relacionadas con el consumo de energía vital, tales como la hemofagia o la coprofagía. Si la vía diestra consiste en conseguir todo beneficio en base a un arduo esfuerzo y a unos valores que se han tenido siempre por muy elevados, en cambio la vía siniestra, se acerca más a la maldad. Humanos que siguen el camino de la izquierda hay más de los que se cree. Algunos personajes se han hecho públicos en occidente, como Alesteir Crowley, aunque se tiene una idea un tanto imprecisa de los motivos de asignarles bajo tal categoría. Se hace más porque traicionaban valores muy idolatrados, porque eran oscuros y jugaban con la voluntad de las personas. Su mirada, que recuerda en ciertas descripciones a la de Drácula y otros vampiros, es arrebatadora. Los vampiros poseen una forma especial de sensibilidad que tradicionalmente ha sido denominada femenina. Es una cierta intuición femenina. Diversas técnicas «chamánicas» disponen de algún instrumento o indumentaria propia del sexo femenino, de la que el brujo hace uso en sus trances. En otras ocasiones son pinturas, o los propios sueños del chamán, quien se ve convertido o guiado por una mujer. Estas son técnicas de conocimiento corporales, cuyo mejor inventor-sintetizador es el ingenioso antropólogo estadounidense Carlos Castaneda. Lo que pretendemos es vislumbrar aquellas esencias que hay detrás del vampirismo. Y que se perciba que no es un fenómeno aislado, sino que participa de dos mitos vivos: el de supervivencia diaria (alimentarse) y el de la inmortalidad (el miedo a morir). Poco habría que añadir a Sigmund Freud, con sus conceptos de Eros y Thánatos. Tenía más razón de lo que muchos piensan, quizá porque sus mejores fuentes era su propia experiencia. Todas las culturas de las que sabemos realmente algo han mostrado afán de trascendencia. Y entre esos afanes se encuentra el de evitar la disgregación del yo, bien sea físicamente o en espíritu. Nos hemos referido con anterioridad a la alquimia. Una de las últimas consecuencias del «proceso alquímico» consiste precisamente en conseguir la piedra filosofal. Este objeto, de forma similar al Grial, es capaz, bajo ciertas condiciones, de alargar la vida de forma indeterminada, prologándola hasta el final de los tiempos. A personajes como el Conde de Saint Germain se les atribuye esta facultad.



Otros sistemas religiosos o filosóficos prefieren, ante la evidencia cotidiana de la muerte, creer en una vida espiritual ultraterrena, como es el caso de las tres grandes religiones monoteístas: Cristianismo, Judaísmo e Islamismo. Otras religiones optan por soluciones intermedias y adoptan variantes de la metempsicosis (o trasmigración de las almas al morir el cuerpo físico), como es el caso del Budismo, o de los Espiritistas. Mientras que estos procesos son de tipo «natural», es decir, válidos para todos los humanos, los casos antes expuestos responden a una voluntad activa del adepto. Diversos encantamientos teúrgicos han sido también descritos para alcanzar la inmortalidad o, al menos, para prolongar la vida. Con los avances de la criotecnología, conservación de cadáveres a bajas temperaturas, se pretende devolverlos a la vida en el futuro. Todos aquellos rituales encaminados a hacer hablar o caminar a los muertos, no proporcionan más que pequeños resultados para alguna finalidad concreta. Los casos más famosos de este tipo de no-muertos son los Zombis, de Haití, que, según la tradición, son víctimas inocentes levantadas, por malévolos sacerdotes mediante Vudú, de sus tumbas. Aunque se han sugerido algunas explicaciones farmacológicas para explicar el fenómeno, es bien cierto que sigue teniendo una fuerte vigencia en toda la isla. Esto es debido a la importancia de la religión Vudú en Haití, fundida en un sincretismo propio de Iberoamérica con las iglesias cristianas. Pero el caso más interesante es sin duda el del vampiro. Hay diversas formas de alcanzar este estado. El más habitual es aquel en el que un vivo tiene tratos con un no-muerto, de forma que, tras fallecer por efecto de los intercambios, se convierte en otro vampiro, pero que depende jerárquicamente de quien le ha proporcionado la inmortalidad. Excepcionalmente, los grandes vampiros alcanzan este estatus, fundiendo su sangre de humano vivo con un no-muerto de alto rango. Sin embargo el acceso a la inmortalidad sin sumisiones jerárquicas tiene una vía de acceso tradicional: la magia póstuma, con extraños pactos y sacrificios que conducen a una vida eterna, una vida de goces y beneficios físicos, pero en la que ya no es posible ningún más allá. No hay lugar para la creencia, no hay lugar para el eterno reposo, puesto que el verdadero vampiro ha renunciado a ello. El vampiro es un ser que solamente percibe, con todos los sentidos. Sus pensamientos no son únicamente analíticos, sino que se presentan como registros somáticos. El vampiro, por contra de lo que se cree, no tiene problemas con la luz, pero prefiere la nocturnidad. Se satisface con el pulso vital de los mortales. Pero lo único que realmente precisa, aquello de lo que depende para recuperar su equilibrio y para poder seguir saboreando las pasiones de los sentidos, es reposar en tierra. Por ello Drácula se traslada a Londres desde su castillo de Transilvania con cajas llenas de tierra de su patria. Precisa ese contacto con la Madre Tierra, y no con una cualquiera, sino con aquella que le sirvió de suelo para su terrible compromiso con las fuerzas de la oscuridad.

Quizá no encontremos vampiros legendarios, pero bastará solamente con el roce de las alas de un ser que siga el sendero de la izquierda. El símbolo de la sangre y del muerto que se revitaliza a través de ella no es tema exclusivo de los pueblos balcánicos. En todas partes encontrarnos el mismo mito. El ser de ultratumba, sea un difunto, un espíritu o un monstruo, aparece relacionado con las fuerzas del mal, unas veces por tratarse de un hechicero, otras por ser la encamación del mismísimo demonio. El mundo subterráneo, como son las cuevas o los cementerios, suele ser su habitad natural. Y los fluidos humanos, especialmente la sangre, pero también el semen o la leche materna, son su alimento más preciado. Son muchas las culturas donde se conserva la tradición de casos concretos que ilustran la actuación de dichos vampiros. Y dichas historias forman parte de lo que nosotros acostumbramos en clasificar como mitología. Y tampoco debemos olvidar las historias más recientes, que desmienten parcialmente al doctor Gómez Alonso. La rabia no lo explicaría todo, puesto que en los Balcanes y en el siglo XVII la historia de los vampiros adquiere notoriedad. Sin pretender hacer un análisis exhaustivo del mito vampírico arraigado en todas las culturas, podemos partir de tres niveles de enfoque: el vampiro, la víctima y el papel de ambos en cada sociedad en particular. En un primer nivel debe analizarse la naturaleza y forma física en que se nos presenta el vampiro, indiscutiblemente determinadas por su génesis. Es decir, la manera como ha llegado a ser vampiro o, por el contrario, por su condición innata como tal. Tres arquetipos comunes: no-muertos o muertos vivientes; espíritus, entendidos como entidades ajenas al género humano; y demonios. El no-muerto sólo puede ser víctima de un castigo o de un maleficio. De hecho, en este tipo de casos, la causa se halla en la trasgresión de un tabú aceptado por toda la comunidad y, por tanto, de consecuencias inapelables. O bien de tipo particular, como la afrenta a un brujo o a un demonio, que posee el poder de transformar a su oponente en vampiro. Nótese la semejanza con el concepto de enfermedad en algunos pueblos antiguos. El enfermo es un impuro, un trasgresor de la ley divina. Cabría preguntarse si para dichas civilizaciones, el vampiro era un tipo concreto de enfermo. Es bastante común la leyenda de la mujer que, tras haber perdido a su hijo, se convierte en vampiro. Los vampiros voluntarios podrían ser el producto de un pacto con aquellos poderosos seres.



El vampiro por naturaleza propia es generalmente un tipo de demonio. No es tan absurdo, como se puede pensar, hablar de rasgos vampíricos. Uno de los ejemplos que tenemos son los Râkshasas hindúes, que cumplen su rito de chupasangres, pero igualmente se les conocen otras facetas no menos importantes y en nada relacionadas con ello. El hábitat y el lugar de acción suelen ser bastante comunes, a pesar de las diferencias culturales. El mundo subterráneo se repite, sea de forma directa, puesto que el vampiro vive en él, o porque existe algún tipo de vínculo con ese medio. También pueden estudiarse su alimento y sus víctimas. En cuanto al primero, no es necesario fijarlo solo en la sangre, sino que, de hecho, se trata del fluido vital por antonomasia, dependiendo de cada cultura que lo identifique con cualquier otro fluido del cuerpo. como semen, leche materna u orina. Tampoco hay que olvidar que ciertas culturas no distinguen tan claramente la diferencia entre dichos fluidos y el propio cuerpo, presentándonos entonces a seres más próximos a la antropófagia que al vampirismo. Si pretendiéramos ignorar dichos casos pecaríamos de etnocentrismo, basándonos en el arquetipo transilvano que tenemos demasiado arraigado. En cuanto a la víctima, hay una predilección por los niños, especialmente cuando los cadáveres, alimento habitual en muchos casos, empiezan a escasear. Los adultos suelen convertirse en víctimas más en situaciones de mutuo enfrentamiento que por tratarse del plato deseado. Y, por último, no hay que olvidar el papel que juega el vampiro dentro de cada cultura. Y en este apartado encontramos todas las posibilidades: desde figura central de la mitología hasta simple puesta en escena, pasando, naturalmente, por todos los estadios intermedios. Y en base a la envergadura de su papel en el panteón mitológico particular encontraremos el semblante de un personaje temido de una u otra forma por la gente, pero, también, admirado. Volvemos a recordar al Râkshasa, en un primer tiempo temido pero más tarde respetado e incluso admirado. Pero no es posible establecer conclusiones sin hacer un estudio más amplio y más detallado de toda la familia vampírica extendida por nuestro planeta.

Fuentes

Rudolf Steiner: “El significado oculto de la sangre“,

H. P. Blavatsky: “Los espíritus vampiros“,

Martí Flò, Valentín Ferrán Redero, Jordi Ardanuy Baró: Vampiros: magia póstuma dentro y fuera de España

FUENTE: OLDCIVILIZATIONS