Seguidores

sábado, 29 de abril de 2017

UNA PELEA DE LAGARTOS, O NO HAY PELEA SIN IMPORTANCIA


En 1969, Amadou Hampaté Bâ contó ante el Consejo ejecutivo de la UNESCO, del que formaba parte, este cuento, para concienciar sobre los peligros potenciales del conflicto árabe-israelí.

Y nadie le supo escuchar... 

“No hay pelea sin importancia”. Cuando se inicia una pelea, ya sea entre “gallos”, como en la versión recogida en Guinea Conakry, o entre “lagartos”, como en la recogida por Hampaté Bâ de Malí, no se puede siempre prever ni las proporciones que puede alcanzar, ni las consecuencias.

No hay pelea sin importancia, de la misma forma que no hay fuego sin importancia. El fuego y las peleas son las dos únicas cosas que pueden engendrar hijos mayores que ellos.


  

Un nuevo silencio y continuó: “Abrid bien las orejas y escuchad esta historia”:

Hace mucho tiempo cuando la armonía reinaba y todas las criaturas de la tierra se entendían bien, un 

Un día, la familia tuvo que ausentarse durante varios días para ir a los funerales de un hombre 
importante de un pueblo vecino. En casa sólo quedó la abuela que estaba cansada.

Antes de marchar, el cabeza de familia llamó al perro y le dijo:

- ¡Perro! En mi ausencia, tú serás el guardián de la casa. Tiéndete en la puerta del cercado y vigila todo lo que pasa dentro y fuera. No te muevas bajo ningún pretexto. Si ocurre algo, encarga a los otros animales de solucionar el problema.

Al día siguiente, cuando apenas se despertaba el sol, el perro oyó un ruido en la cabaña donde dormía la anciana bajo una mosquitera. Vio pasar al gallo que, como siempre había madrugado y buscaba los granos de mijo que podían haber caído de los morteros. Le gritó:

- ¡Gallo! ¡Gallo! ¿Qué es ese ruido que viene de la cabaña donde descansa la madre del amo?

- Son dos lagartos que se pelean desde hace un rato por una mosca muerta.
hombre acomodado vivía con su familia en varias cabañas rodeadas de una gran empalizada. En el corral, deambulaban libremente varios animales: un perro, un gallo, un macho cabrío, un buey y un caballo.

  

- Por favor, Gallo ve a pedirles que dejen de pelearse y si no te hacen caso oblígalos a separarse. La madre del amo está enferma y el ruido le puede molestar.

El gallo indignado levantando la cresta cacareó:

- Pero ¿qué dices perro? ¿Me pides a mi, rey del corral que anuncia cada mañana la salida de sol, que vaya a ocuparme de una triste pelea entre lagaros? ¡No es asunto mío!

Y sacudiendo sus largas plumas siguió picoteando.

Viendo que el gallo no le hacía caso, el perro fue llamando a cada uno de los animales para pedirles que pararan la pelea de los lagartos. Ninguno de ellos aceptó ocuparse de tal menudencia.

- ¡Si tanto te molesta esa pelea ocúpate tú de ella!, le dijo el macho cabrío que se marchó agitando la cabeza desdeñosamente.

El buey muy ofendido, hasta le amenazó con darle una cornada si insistía. El caballo alegó que siendo un animal pura sangre, consagrado sólo a competir en las carreras no podía ocuparse de semejante menudencia. Y sacudiendo su crinera, se alejó trotando.


 El perro triste y desamparado agachó las orejas, apoyó el hocico sobre las patas delanteras. Veía a los animales paseando por el corral sin ocuparse de nada mientras el ruido de la pelea aumentaba.

De tanto agitarse, los lagartos cayeron del techo justo encima de la lámpara de aceite que estaba al lado de la estera donde dormía la anciana. La mecha saltó e incendió la mosquitera que pronto estuvo en llamas, lo mismo que la estera y el techo de paja. Los vecinos acudieron al oír los gritos de la anciana. La sacaron de allí como pudieron. Apagaron el fuego con calabazas de agua y llamaron al curandero, quien, después de examinar a la enferma que había sufrido graves quemaduras, pidió un pollo para hacer un sacrificio y cubrir con su sangre las quemaduras de la anciana.

Desgraciadamente la enferma murió. Había que avisar a su hijo. Un joven cogió el caballo y galopó como una flecha hasta llegar al pueblo donde se celebraban los funerales. Dio la noticia y el jefe de familia no se paró a buscar otra montura más fresca, saltó sobre el pura sangre, subió al muchacho en su grupa y a golpe de fusta y gritos emprendió la vuelta a galope tendido. Llegó a su casa al caer la noche. El caballo extenuado cayó cerca del perro sin poder dar un paso y murió:


El jefe de familia, después de presentar sus respetos a la difunta, dio orden para que cavaran la tumba. Según la costumbre del pueblo, antes de enterrar un difunto había que verter la sangre de un macho cabrio para “abrir” ritualmente la tumba. La carne serviría para alimentar a los que acudieran a los funerales para dar el pésame.

Dos hombres fueron a buscar al macho cabrío que descansaba a la sombra de un árbol. Lo arrastraron por los cuernos y lo llevaron al lugar de los sacrificios.

La anciana fue enterrada con todos los ritos y honores que exige la costumbre. Cuando pasaron los cuarenta días del fallecimiento. Tiempo necesario para que los difuntos se liberen de los vínculos que los unen al mundo terrenal, se celebró la ceremonia del “cuadragésimo” día al que acudían numerosos parientes y amigos de todos los pueblos cercanos. Para alimentarlos. El jefe de familia para alimentarlos a todos tuvo que sacrificar al buey.

Así termina la historia de la pelea de los lagartos por una mosca, una simple riña de la que nadie quiso ocuparse y que provocó una gran tragedia.

Fuente:
Cuento de Hampaté Bâ, Cuentos de los sabios de África

(Para saber más de este conflicto, pinchar aquí.


NARCISO Y ECO: LA FLOR Y LA VOZ



El dios del río Cefiso y la ninfa Liríope tuvieron un hijo al que pusieron el nombre de Narciso. Cuando nació, consultaron al adivino Tiresias sobre el futuro de su retoño, el cual les anunció que tendría una larga vida si evitaba contemplarse a sí mismo. Para prevenir que el niño viera su imagen en las aguas del Cefiso, sus padres decidieron separarse y Narciso se fue a vivir con su madre en un paraje lejos del río.

Narciso creció y se convirtió en un joven muy hermoso. Muchas doncellas se enamoraron de él apasionadamente, pero Narciso rechazaba su amor. Una de ellas fue la ninfa Eco, quien corrió la misma suerte. La joven no pudo resistir verse rechazada, pues tanta era la pasión que sentía por el joven. La desesperación le llevó a Eco a recluirse en las montañas, lejos de todo contacto con el mundo. La ninfa sólo pensaba en su amor y dejó de comer de forma que adelgazó tanto que quedó convertida en voz, capaz únicamente de repetir el final de las palabras que escuchaba.

Las jóvenes rechazadas, clamaron venganza a Némesis, quien hizo que, tras una cacería, Narciso sintiera sed y se acercara a una fuente para beber. Al inclinarse sobre el agua contempló su propio reflejo y quedó enamorado de él. Tal fue el amor que sintió por aquella imagen, que se olvidó de todo y se quedó contemplándolo hasta que pereció. En el lugar donde murió nació una flor a la que en su honor dieron el nombre de narciso.



Narciso era un joven excepcionalmente bello, pero su hermosura era sólo un reflejo. Todas las doncellas que lo contemplaban quedaban irremediablemente enamoradas, pero no de Narciso, sino de lo que él reflejaba, que no era sino la belleza ideal de ellas mismas. ¿Qué veían, entonces, las muchachas en el rostro de Narciso? No otra cosa que a ellas mismas sin ningún defecto, con una belleza ideal. Por eso no podían resistir ser rechazadas por Narciso, ya que lo eran, en el fondo, por la belleza a la que podían aspirar.

La ninfa Eco ejemplifica a la perfección la desesperación de quien no puede alcanzar lo que cree que debe ser su ideal. Eco ha sido rechazada, no puede verse reflejada en su ideal, por lo que se deja morir de hambre. Si sigue comiendo, si sigue viviendo, nunca llegará a la perfección. Ella sabe que lo que le impide llegar a esa belleza perfecta es su propia corporalidad, por eso, renuncia a su cuerpo y se queda con el reflejo que ha visto en Narciso. La única prueba de su existencia real es la voz que repite el final de las palabras que escucha. A Narciso le ocurre exactamente lo mismo, se enamora de su propio reflejo, del reflejo de su perfección, y queda paralizado y muere, convertido en flor.


 “Cuerpo” 
de Magda Piñeryo

Hoy me desperté harta de la infamia
 de las cintas métricas
del gris y de la tristeza

 Y me pinté de preciosos colores,
te pinté de preciosos colores.

Hoy me levanté hermosa
Porque te abracé
Y abracé lo que soy
Porque elegí no vestir más muerte
Para vestirte de amor
Para vestirme de amor.

Lejos de cobardías y desprecios
De la roña ajena puesta sobre mí y sobre ti
De la pesadez de su mirada sobre vos
Sobre mí.

Me limpié su mugre
Te quité  su mugre
Y me puse alegre.

Hoy me sentí capaz
Y como siempre me obligaron a odiarte,

Hoy me obligué a amarme.
Y como siempre me obligaron a morir,

Hoy te obligué a vivir por sobre todas las cosas.
A renacer de las cenizas
No como ave fénix
Sino como gorda que despierta
Por fin
Del letargo.

Hoy tu suavidad,
Redondez y esponjosidad
Me robaron una sonrisa
Mientras me aferraba a tu firmeza.
Y prometí que nunca más derramaría una lágrima en tu nombre
(Cuerpo gordo )
Ni en mi nombre
(Magda )
Que es lo mismo
(gorda )

Prometí,
Aunque soy consciente
De que mañana al despertarme empezará
una nueva vieja guerra.
Y volveré a pelear contigo, querido amigo.
Desde ya:
Perdóname.

         
Del libro "STOP GORDOFOBIA y las panzas subversas"
http://stopgordofobia.com/

Cuento del libro "Cuéntame un mito" de Carlos Goñi.  


APHRA (NANCY A. COLLINS) POR ALBERTO LAISECA