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sábado, 24 de octubre de 2015

LA LEYENDA DEL POÁS: EL SACRIFICIO DEL RUALDO


Costa Rica es un hermoso país de la América Central cuya exótica Geografía exhibe selvas espesas y montañas jalonadas por fieros volcanes. Uno de ellos es el Poás.

En las selvas que se extienden en los alrededores del coloso, viven infinidad de aves cantoras, muchas de ellas con nombres curiosos y muy originales. Sólo una, la más bella por los colores de su plumaje, es muda. Se llama Rualdo y es el principal protagonista de una hermosa leyenda indígena.

Cuenta esta leyenda que hace muchos siglos, antes de la llegada de los conquistadores, el Rualdo era un ave de plumaje corriente pero su canto era el más bello y melodioso de toda la selva.

En los límites de la jungla, cerca del volcán, había un poblado indígena. En una de sus chozas vivía una hermosa muchacha huérfana, amiga de los pájaros…

Todas las mañanas, al dirigirse al río con un pequeño cántaro, la doncella caminaba lentamente, mientras escuchaba extasiada el hermoso canto de las pequeñas aves…

En cierta ocasión, una pareja de Rualdos anidó cerca de su choza. Día a día la joven observaba complacida el alegre ir y venir de los pajaritos, llevando alimentos a su pequeñuelo.

Una mañana…

Qué extraño, hace dos días no oigo el canto de los rualdos y el pequeño no hace más que piar desesperadamente.

Algo tuvo que haberle ocurrido a los padres… jamás podrían abandonar a su cría así por así…

Ven conmigo amiguito, yo te cuidaré hasta que seas grande y fuerte. Conmigo nadie te hará daño.

Desde entonces la muchacha se dedicó con sumo esmero al cuido del indefenso paj arillo. El animalito pronto creció y se hizo vivaz y cantarín, alegrando con sus trinos la morada de la solitaria joven.

El vínculo que se estableció entre el Rualdo y su ama, llegó a ser entrañable. El ave acompañaba a la joven en todo momento y lugar, ella le contaba sus cuitas y confidencias.

Un día…

¡La furia del Poás se ha desatado!

La tierra tembló violentamente y los habitantes del poblado salieron de sus chozas, presas del pánico. Mientras bajaban torrentes de lava por las laderas del volcán.

¡El dios del volcán está molesto, hay que calmar su furia antes de que sea demasiado tarde!

¡Reverenciamos tu grandeza gran dios del fuego y del trueno… compadécete de nosotros!

Los brujos pronunciaban oraciones ininteligibles y le ofrecían al dios volcánico animales y frutas. Mientras tanto, la joven huérfana corrió a esconderse al interior de su choza.

No temas pequeño Rualdo, pronto pasará la furia del gran dios. El volcán rugía cada vez con mayor furia.

El gran dios no se conforma con nuestras ofrendas… parece pedir algo más…

Sí… y yo creo saber que quiere…

El brujo más anciano decidió acercarse a la lava para confirmar sus corazonadas

Quiere un sacrificio humano

¡Soy tu confidente, gran dios del fuego… dime con qué ofrenda calmaremos tu furia!

El monstruo confió sus secretos al gran brujo…

Quiero en sacrificio a la doncella más hermosa del poblado… la doncella más hermosa del poblado…

… La doncella más hermosa del poblado… yo sé bien donde vive… en la vieja choza con su Rualdo.

El brujo convocó a todos los líderes del poblado y los enteró sobre los deseos del dios del Poás.

No hay tiempo que perder, vamos por esa doncella antes de que sea demasiado tarde.

En el interior de la choza, la joven yacía escondida en un rincón, acompañada de su Rualdo. Su corazón parecía avisarle del peligro que corría su vida.

De pronto…

Sabemos que estás ahí muchacha, hemos venido por ti para sacrificarte al gran dios del fuego.

No por favor, no quiero morir.

Es inútil que implores piedad muchacha, todo el pueblo atiende los deseos del gran dios del volcán.

La doncella pronto comprendió su imposibilidad de luchar contra los designios de su pueblo. Su vida y su belleza eran inevitablemente el precio a pagar para salvar a los suyos de una muerte segura.

Si me niego al sacrificio, el dios del volcán aniquilará entonces a todo este poblado y yo, de todas formas, moriré. Ofrendaré mi vida para cumplir la voluntad de mi raza y salvar así a muchas vidas inocentes.

Venciendo sus temores, la muchacha se entregó a los supremos sacerdotes.

A lo alto, el monstruo volcánico esperaba impaciente a su víctima.

El sacerdote condujo a la doncella cerca del cráter. Ahí, mascullando oraciones, la dejó en libertad para que avanzara hacia el fuego. No podría ya retroceder, a sus espaldas esperaban los cuchillos del pedernal…

Por el bien de mi pueblo, por la salvación de mi raza, acógeme en tus entrañas, gran dios del fuego y de la lava…

La muchacha dio unos pasos vacilantes y entonces…

Gran dios del Poás, te imploro el perdón para mi ama…

Volando en círculos sobre el cráter, mientras burlaba las lenguas de fuego, el Rualdo habló al volcán en el lenguaje misterioso de la naturaleza…

A cambio de su vida te ofrezco la armonía de mi voz

Y el Rualdo cantó como nunca antes lo había hecho. La maravilla de sus melodiosos trinos vibraron en el ambiente, ahogando el rugido del coloso volcánico.

El Poás se enterneció, la dulzura de los cantos hicieron saltar sus lágrimas, llenándose con ellas el cráter en medio de una gran humadera.

El fuego y la lava se extinguieron, ocupando en su lugar una hermosa laguna que cubrió gran parte de la oquedad del volcán.

Testigos maravillados de tan soberbio espectáculo fueron la hermosa doncella huérfana y su noble Rualdo, el cual seguía volando en círculo sobre el enorme cráter…

Las ardientes emanaciones del fuego extinto habían secado su voz para siempre pero el calor doró sus plumas y las matizó de hermosos colores azul y verde.

En adelante la selva jamás volvería a deleitarse con la mágica armonía de sus trinos, pero su hermoso plumaje sería una melodía visual para todos aquellos que gozaban del privilegio de verlo volar sobre bosques y montañas. La doncella regresó a la aldea, en medio del asombro y el silencio reverencial de toda la población.

Cuenta la leyenda que el Poás, ennomblecido por el sacrificio del Rualdo, nunca dejó de llorar. De cuando en cuando deja escapar chorros de vapor caliente… son los llantos tardíos del gran dios del fuego y de la lava…

Oscar Sierra Quintero

FUENTE: MITOSYLEYENDASCR

LA LEYENDA DEL URUTAÚ


Ñeambuí era hija de un aguerrido cacique guaraní, que se había instalado con su gente en un lugar hermoso, muy codiciado por sus vecinos. La joven guardaba un recuerdo triste de las continuas luchas que su padre debió enfrentar para conservar ese paraje de la invasión de sus enemigos, y de cómo el cacique con el correr de los años se había vuelto cada vez más duro e implacable.

Hacía tiempo que Cuimaé, el joven cacique de una tribu vecina, estaba enamorado de Ñeambuí. La muchacha aceptaba los regalos que le traía su pretendiente, pero después corría al monte a jugar con los pájaros y a trenzar guirnaldas de flores para adornar sus cabellos negros.

Un día su padre le ordenó que aceptara a Cuimaé por esposo, así las dos tribus unidas podrían luchar mejor frente a cualquier invasor. Ñeambuí obedeció el mandato de su padre y Cuimaé, feliz, comenzó los preparativos para la boda. La joven también se sintió contenta, aunque seguía recorriendo el monte a pesar de las advertencias de su enamorado, quien temía por ella, ya que conocía muy bien los peligros de la selva.

Una mañana la joven escuchó gritos y al salir de, su toldo vio a los guerreros preparándose para la lucha; una tribu vecina se aprestaba para invadirlos y el cacique, ayudado por Cuimaé iba decidido a luchar hasta las últimas consecuencias.

Después que partieron, Ñeambuí se refugió de nuevo en su toldo; no podía unirse a las otras mujeres de la tribu, que sentadas alrededor de una fogata, clamaban por el triunfo de sus hombres. Sufría demasiado al imaginar la lucha, pues pensar en los heridos y muertos de uno u otro bando, la llenaba de tristeza.

Llegó la noche y aún los guerreros no habían vuelto, cuando Ñeambuí escuchó de pronto un extraño lamento. Primero sintió miedo, pero después casi contra su voluntad, se asomó afuera y vio la sombra de un hombre, iluminada por la luz tenue de la luna. Le pareció que se paralizaba de terror, y ya estaba a punto de pedir auxilio, cuando la sombra se desplomó. Entonces impulsada por una fuerza extraña se acercó y vio a un joven indio tendido en el suelo. Por su vestimenta se dio cuenta que era de una tribu enemiga y al inclinarse sobre él, descubrió que tenía una profunda herida en una pierna. Supuso que, confundido, no se había dado cuenta que se introducía en el campamento del enemigo.

Sacando, fuerzas de flaqueza, la muchacha lo arrastró hasta ocultarlo detrás de su toldo, que quedaba algo apartado de los demás. Después buscó hierbas y ungüentos que aplicó sobre la herida del joven. Este abrió un momento los Ojos y al verla, la miró extasiado. No entendía cómo esa bella muchacha lo estaba cuidando. Desconcertado, pero ya más aliviado de su dolor quedó dormido.

Cuando Ñeambuí lo vio descansar tranquilo, entró rápidamente en su toldo y trató de calmarse. Temía por la suerte del joven enemigo y conociendo el carácter de su padre, deseó que el muchacho, una vez repuesto, se alejara de allí lo antes posible. Envuelta en sus temores quedó ella también dormida y soñó con el indio herido, cuyas facciones le hablan parecido muy dulces.

La despertaron los gritos de los hombres que volvían de la lucha. Temblando se asomó afuera y escuchó que su padre y Cuimaé la saludaban; se acercó tratando de no hacer caso de los latidos de su corazón.

La mirada de los guerreros era dura; habían podido frenar los avances del enemigo, pero a costa de la pérdida de muchos hombres. El cacique dijo a su hija:

-Muy pronto se festejarán tus esponsales con Cuimaé; es un valiente guerrero y tendremos que partir de nuevo, pero antes quiero que sea tu esposo.

La joven se inclinó ante su padre, mientras Cuimaé se adelantaba para abrazarla. En eso se escucharon gritos y algunos soldados trajeron prisionero al joven enemigo. Lo arrastraban, ya que apenas podía caminar y el cacique, ordenó que lo encerraran inmediatamente.

La muchacha no pudo evitar lanzar un suave quejido; sólo, fue escuchado por Cuimaé que observó la palidez de su rostro y mil sospechas lo invadieron. Hacía tanto que esperaba a Ñeambuí, hacía tan poco que ella le sonreía como aceptando su cariño, que ya no podía tolerar ningún rechazo. Fue así que preparó los festejos para la boda con un apuro febril.

Ñeambuí por el contrario parecía languidecer día a día y mientras las mujeres de la tribu le probaban la túnica nupcial, mientras alrededor de ella los preparativos se sucedían unos a otros, permanecía pasiva en medio del bullicio ... La mirada resignada del joven prisionero la perseguía constantemente, y a menudo paseaba como por casualidad frente al toldo donde estaba encerrado. El joven también se había sentido hechizado por la dulce india y aunque sus miradas sólo se encontraban fugazmente, expresaban todo lo que los dos sentían. Nadie se percató de lo que sucedía; sólo Cuimaé no perdía los gestos y miradas de la joven, y sentía su corazón estallar de dolor.

La noche anterior a la boda se celebró un festejo prenupcial; después toda la toldería quedó dormida, menos Ñeambuí. Se acercó sigilosamente al toldo del prisionero ... hasta su guardián dormía. Haciendo un gran esfuerzo pudo desatar las lianas que lo sujetaban y los dos huyeron al monte. Allí, apenas iluminados por la luna, se abrazaron; no se imaginaban que Cuimaé, enloquecido de celos los había seguido.

Desesperado, el joven cacique sacó la flecha más afilada de su carcaj y, armando su arco, la despidió con fuerza sobrehumana. Ñeambuí y el joven se desplomaron, mientras la selva vibró bruscamente, sacudida por una carcajada de loco.

Amor y odio habían sido demasiado fuertes para Cuimaé, pero los dioses se compadecieron de él y lo convirtieron en ave ... Desde entonces el Urutaú recorre los campos con sus tristes lamentos. Todas las noches llora a su bienamada y recién descansa al amanecer.


Fuente: http://www.corrienteschamame.com/?informe=28

FUENTE: AGENCIAELVIGIA