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sábado, 28 de julio de 2012

FUNDACIÓN DE LA DIVISIÓN DEL TRABAJO (EDUARDO GALEANO)


Dicen que fue el rey Manu quien otorgó prestigio divino a las castas de la 
India.

De su boca, brotaron los sacerdotes. De sus brazos, los reyes y los

guerreros. De sus muslos, los comerciantes. De sus pies, los siervos y los 
artesanos.

Y a partir de entonces se construyó la pirámide social, que en la India tiene 
más de tres mil pisos.

Cada cual nace donde debe nacer, para hacer lo que debe hacer.

 En tu cuna 
está tu tumba, tu origen es tu destino: tu vida es la recompensa o el castigo que

merecen tus vidas anteriores, y la herencia dicta tu lugar y tu función.

El rey Manu aconsejaba corregir la mala conducta: Si una persona de casta

inferior escucha los versos de los libros sagrados, se le echará plomo derretido en los

oídos; y si los recita, se le cortará la lengua. Estas pedagogías ya no se aplican,

pero todavía quien se sale de su sitio, en el amor, en el trabajo o en lo que sea,

arriesga escarmientos públicos que podrían matarlo o dejarlo más muerto que 
vivo.

Los sincasta, uno de cada cinco hindúes, están por debajo de los
 
de más 
abajo. Los llaman intocables, porque contaminan:

 malditos entre los malditos, 
no pueden hablar con los demás, ni  

caminar sus caminos, ni tocar sus vasos ni

sus platos. La ley los protege, la realidad los expulsa. A ellos,
 
cualquiera los 
humilla; a ellas, cualquiera las viola, que ahí sí
 
que resultan tocables las 
intocables.

A fines del año 2004, cuando el tsunami embistió contra las 

costas de la 
India, los intocables se ocuparon de recoger la 

basura y los muertos. 
Como siempre.

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