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viernes, 12 de octubre de 2012

KUÉLAP "LA TIERRA MADRE DEL IMPERIO INCA"


Kuélap, o Cuélap, es un importante sitio arqueológico del Perú construido por la cultura Chachapoyas. Forma un conjunto arquitectónico de piedra de grandes dimensiones, ubicado en lo alto de una montaña a 3.000 msnm. Se encuentra en la margen izquierda del río Utcubamba, en la provincia de Luya. Se estima que su construcción se realizó hacia el año 1000, coincidiendo con el período de florecimiento de la cultura Chachapoyas. En lengua nativa, Kuélap significa “lugar frío”, y es que, a pesar de encontrarse en la selva peruana, tiene un clima templado, seco durante el día y con temperaturas muy bajas durante la noche.

Aunque algunos autores consideran que Kuélap fue una fortaleza militar, los estudios del arqueólogo Federico Kauffmann Doig lo consideran un centro de administración de la producción de alimentos y del culto destinado a favorecerla. También se cree que simplemente fue una ciudad fortificada. Este monumental exponente de la arquitectura de los chachapoyas permaneció virtualmente ignorado hasta 1843. La razón estriba en lo poco accesible de la zona boscosa y lluviosa en la que se encuentra. En el año referido, al realizar una diligencia en la zona, Juan Crisóstomo Nieto, juez de Chachapoyas, pudo admirar su grandeza guiado por lugareños que ya conocían el sitio arqueológico. Con posterioridad, Kuélap mereció la atención de algunos estudiosos y curiosos en materia de antigüedades.

Entre ellos descuella el francés Louis Langlois, que lo analizó en la década de los años 1930, y Adolf Bandelier, que lo describió con anterioridad. El complejo Arqueológico de Kuélap están ubicado en las coordenadas 6°25′9.29″S 77°55′22.85″OCoordenadas: 6°25′9.29″S 77°55′22.85″O (mapa) . La zona es boscosa y lluviosa. Por un sendero empinado que parte del poblado de El Tingo, cercano al la ribera del Utcubamba, a 3.000 msnm de altura, se accede al sitio tras andar unos 8 kilómetros y ascender unos 1.000 metros. También es posible el acceso por una vía carrozable que serpentea por la margen izquierda del río Tingo y que, luego de cruzarlo, permite alcanzar en unas 4 horas de viaje la planicie de Marcapampa, en las proximidades del monumento.


Kuélap se caracteriza por su condición monumental, con una gran plataforma, orientada de sur a norte, asentada sobre la cresta de roca calcárea en la cima de la montaña. La plataforma se extiende a lo largo de casi 600 metros y se sostiene por una muralla de 19 metros de altura. Sobre la plataforma, se levantan, hacia uno de los lados, un segundo y tercer Waru waru y más de 400 recintos, en su mayoría de planta circular, de los que tan solo quedan las bases en la mayor parte de ellos.

En algunos casos, los recintos presentan paredes ornamentadas con frisos de contenido simbólico que, por lo general, parecen evocar ojos y aves que toman la forma de una “V” en cadena. Dichos recintos no fueron, al parecer, viviendas, sino depósitos de comestibles para que la población no sufriera por la falta de alimentos en años aciagos, cuando la región era azotada por fenómenos naturales, como las catástrofes que desata el fenómeno del Niño. Los campesinos, por otro lado, debieron morar en los campos adyacentes al monumento y, siendo sus viviendas frágiles, estas no han resistido los embates del tiempo.

Entre las muchas construcciones existentes en Kuélap, tres son las estructuras que más destacan: El Tintero, La Atalaya y El Castillo. El Tintero está situado en el extremo sur del gran andén y se caracteriza por ser un torreón circular en forma de cono invertido, verdadero desafío a las leyes de la gravedad. La Atalaya, conformada también por un torreón, se ubica en el extremo norte de Cuélap. El Castillo, por su parte, es una construcción presente en el sector más conspicuo de Kuélap y destaca sobre el andén superior. Probablemente, el conjunto de El Castillo fue morada del jerarca y de los altos dignatarios del lugar.

El acceso a la primera plataforma era posible solo ingresando por dos portadas, ambas ubicadas en la fachada este o principal; una tercera portada, ubicada en el costado de un despeñadero que da al oeste, más que entrada debió de ser “salida” al precipicio; ello lleva a suponer que podría haber sido el acceso a un lugar de sacrificios. La portada mejor conservada, y probablemente la principal, se ubica en el lado sur del frontispicio que da al este. Alcanza, en su base, tres metros de ancho y sus jambas se angostan al elevarse por unos 10 metros.

Para permitir el acceso a la plataforma ya citada, esta portada necesariamente cala en el andén, cortándolo cual si se hubiera retirado un “pedazo de torta”; acaso simbolice una inmensa vulva. Al internarse el visitante, esa entrada lo conduce a un pasaje con forma de rampa que asciende flanqueada por altas paredes, lo que le confiere el aspecto de un “callejón”. Este se va estrechando a lo largo de un recorrido de 20 metros, hasta permitir, en su tramo final, el paso de una sola persona, por una especie de angosto túnel. Aunque en el sector de la entrada las jambas terminan casi tocándose en su extremo superior, las paredes que flanquean el pasaje convierten a este en una especie de “Callejón” sin techo en el que las paredes se inclinan hacia el interior a medida que van elevándose.


Es evidente que Kuélap es un monumento anterior al Imperio inca. Considerando su carácter monumental, es indudable que debió desempeñar un papel protagónico en el pasado de la cultura chachapoyas. En efecto, la arquitectura de Kuélap es, en términos generales, la misma que se halla dispersa en el área cultural de los chachapoyas. Lo que no se ha podido precisar hasta ahora es en qué momento del largo proceso de desarrollo de la cultura chachapoyas, cuyos inicios podrían remontarse al siglo VIII, fue levantado el monumento de Kuélap.

Asimismo, se desconoce el tiempo que perduró su florecimiento y cuándo y por qué fue abandonado. Hay otros aspectos que no han podido ser dilucidados, como el transporte de los bloques de piedra hasta lo alto de la montaña y la habilidad de los arquitectos involucrados en la construcción, que supieron dotarla de un sofisticado sistema de drenaje del agua de las lluvias. En la actualidad, por estar obstruidos sus ductos, el monumento se ha ido “hinchando”. Al dilatarse la gran plataforma, las piedras de las murallas que la revisten van desprendiéndose.

Tampoco ha quedado aclarado cómo se llevaba a cabo el suministro de agua para sus moradores; tal vez algunos de los recintos carentes de acceso hayan servido como reservorios. Los demás recintos, en su gran mayoría, debieron ser almacenes de alimentos a la manera de los tambos incaicos, en los que se solía edificar un conglomerado de graneros. En cuanto a la función que cupo a Kuélap, también se carece de una respuesta del todo satisfactoria. Popularmente, el monumento es calificado de “fortaleza”, por su ubicación y por la solidez y altura de sus muros. Adolf Bandelier, y especialmente Louis Langlois, trataron de demostrar que Kuélap, más que fortaleza, habría podido ser un lugar fortificado destinado a servir de refugio a la población en casos de emergencia.

Le atribuyeron, probablemente por analogía, el mismo papel que desempeñaron los burgos en la Europa medieval. Los altos muros que enchapan la plataforma y la estrechez del acceso a la ciudadela en su tramo final sugieren, en efecto, que el monumento de Kuélap pudo construirse con miras a servir como reducto defensivo, o que por lo menos debió ser un sitio protegido de los intrusos. Pero esta posibilidad no necesariamente anula otras interpretaciones, acaso de mayor trascendencia.

Así, tomando en cuenta la función desempeñada por la arquitectura monumental en el pasado arqueológico peruano en general, la cual estuvo relacionada con las necesidades socioeconómicas motivadas por el medio, puede concluirse que Kuélap pudo básicamente ser un santuario precolombino en el que residía una poderosa aristocracia cuya misión primaria era administrar la producción de los alimentos, recurriendo para ello al mando y a prácticas mágicas, a fin de contar con la colaboración de los poderes sobrenaturales que gobernaban los fenómenos atmosféricos, que, de no ser bien honrados, podían hacer llover en exceso o azotar a los hombres con sequías que pudieran hacer peligrar su existencia.







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